Como siempre por estas fechas, toca hacer el balance de fin de año, y pensar un poco en las cosas buenas y malas que nos han ido sucediendo en este largo y extraño cambio de siglo, de milenio, o simplemente, cambio... Pues aquella sigue siendo la palabra que mejor define los últimos 365 días... aunque supongo que "locura", "agobio" y "estrés" también se han convertido en honrosos candidatos... y por poco no se incorporan "separación", "divorcio" y "tristeza"...
Porque Yolanda y yo no encontrábamos tiempo para estar juntos... Desde el nacimiento de Luis, y no se trata de echarle a él la culpa, quitando algún puente que nos hemos cogido juntos, dejándole al cuidado de Joaquín y de Catalina, no hemos estado solos y relajados ni un momento... pero encima, en aquellas contadas ocasiones, nos sentíamos culpables por habérselo dejado a otras personas, y al final optamos por llevárnoslo con nosotros si iba a ser una estancia de varios días...
Es una de las cosas que no te dicen cuando encargas un niño: que puedes despedirte de tu intimidad, de tus amigos (¿quién desea estar en una casa donde hay un niño que llora todo el tiempo, y que encima se hace "popó"?), tu tiempo libre... Con sus dos añazos, Luis es un chaval alegre, despierto, que se entretiene con cualquier cosa, sobre todo con aquellas que no debería tocar... Todavía no camina, pero gatea a toda velocidad por los pasillos, y le gusta esconderse en los armarios para dormir la siesta, o bien debajo de las camas del cuarto de invitados (en el nuestro no puede hacerlo, porque tenemos un canapé...). La nevera es su juguete preferido, sobre todo el cajón de las verduras y las frutas: le encanta tirarlas al suelo, y clasificarlas por tamaños y colores... y muchas tardes nos encontrábamos con ejércitos invasores colonizando el suelo de la cocina, si estábamos todos en la planta baja.
El armario de los zapatos: su segundo lugar de esparcimiento favorito: también los sacaba todos, y bien los dejaba en el vestidor... o bien los distribuía, siguiendo un orden que sólo él parecía entender, por todas las habitaciones, e incluso lanzaba alguno de ellos escalera abajo. No le gustaba nada la barrera que habíamos puesto en ambos tramos de escaleras... pero claro, también se suponía que no debería poder salir del parquecito cuando le dejábamos solo a dormir la siesta... Al final, pusimos la típica cámara espía en un osito de peluche (al más puro estilo de "Los padres de ella"), y descubrimos el secreto: amontonaba todos sus peluches hasta conseguir una rampa que soportase su peso, y luego dejaba que la gravedad hiciera su trabajo, lanzándose de cabeza contra la alfombra... A partir de aquél momento, teníamos que quitarle todos los peluches del parque, si iba a dormir la siesta...
Como ya os dije antes, el mejor regalo fue cuando aprendió a decir "popó", lo que no evitaba olores molestos, pero al menos, era posible coger el orinal con doble guante, y lavarlo a conciencia... hasta que descubrí un nuevo uso para las bolsas del mercado y de carrefú: forrar con ellas el orinal, y luego, hacer como si fuera un gato... Insisto, en lo personal, los ratos que pasaba con mi hijo al final de la jornada, y sobre todo los fines de semana, eran lo mejor... Ya no iba a la guardería del Hotel Imperial, sobre todo porque teníamos una a dos calles de distancia de nuestra casa, y Yolanda podía dejarlo antes de irse a trabajar, con lo que Luis dormía un par de horas más. Todavía seguíamos en contacto con Beatrice Golden un par de veces al mes, la invitábamos a venir a casa en primavera y en verano, y allí estaba, con su vespino, y su casco con el símbolo pacifista... Lo primero que hacía al llegar a casa, era quitarse los zapatos, le encantaba caminar descalza por el jardín, y jugar allí con Luis...
Por desgracia, con Yolanda, no sucedía lo mismo... Los dos estábamos muy ocupados, demasiado, con un trabajo que exigía de nosotros el máximo esfuerzo, y casi todo nuestro tiempo. Yo vivía pendiente de los dos móviles, seguía presentándome en el Hotel Imperial a la seis y media de la mañana (lo que implicaba levantarme como muy tarde a las cinco y media, incluso con la moto), para las lecciones (más bien combates) de Kendo con Kenji Watanabe, después ducha, cambio de ropa, y nuevas lecciones de japonés. Por las nuevas tácticas de expansión empresarial de la corporación, era necesario supervisar al menos una vez a la semana o como mucho cada quince días las obras de los hoteles en construcción, lo que implicaba viajes relámpago con alguno del los directivos, reuniones con los arquitectos y con los inversores japoneses para quienes solía actuar de intérprete, apoyado por Kenji Watanabe: aunque habría sido mucho más sencillo que lo hiciera él directamente, se consideraba una muestra de respeto que un occidental tuviera un mínimo conocimiento del idioma. Y todo eso, sin contar con las reuniones con otros grupos hoteleros, centros de convenciones, clientes potenciales, y siempre trabajando en grupo: director de comunicación, director de marketing, director de finanzas... al cabo de un tiempo, supe que nos llamaban "la tríada"... pero tampoco me importaba que fuera así...
En cuanto a Yolanda... también tenía éxito en su labor de "head hunter", numerosas compañías requerían sus servicios como asesora y cazatalentos, incluso en los últimos años de carrera, gracias a una serie de becas y convenios establecidos con la Universidad de Málaga y varias empresas que impartían cursos de posgrado en los ámbitos de comunicación, grandes finanzas y económicas. Pero ella se había organizado este trabajo, para tener las tardes libres, y poder irse a casa, con nuestro hijo, y entonces, llevar a cabo lo que realmente le gustaba: su servicio de asesoría "on line" para menores en situación de maltrato o de peligro... En algunas ocasiones, conseguía buenos resultados; en otras, llamaba directamente a la policía, pero demasiadas veces, no podía hacer gran cosas, al negarse el menor a declarar, o a denunciar... Y aquellos fracasos pesaban más en su alma que todos los éxitos...
Creo que nos perdimos en el camino de nuestras profesiones: eran demasiadas las noches que nos íbamos a nuestros despachos para adelantar trabajo, o que uno de nosotros se quedaba sentado delante de la tele, comiendo palomitas recién hechas, y pensando en lo que estábamos haciendo mal... pero sin atrevernos a preguntar al otro si le pasaba lo mismo... Un buen día de octubre, creo que alrededor del doce, hablamos...
Necesitábamos pasar más tiempo juntos, aprovechar mejor las horas del día y de la noche... y por eso, intentamos organizar nuestra vida, para conseguir estar juntos más tiempo... Yo reduciría mi estancia en el Hotel, y a menos que surgiera alguna urgencia, los lunes, miércoles y viernes los tendría libres para estar con Yolanda y con Luis en casa... queríamos establecer horarios para estar juntos, y disfrutar de nosotros mismos, alquilar una peli de vídeo, retomar los puzles pero en mesa alta, para evitar las malas ideas de Luis, incluso volar cometas al atardecer en la playa... Aunque lo más duro era hacer el amor en completo silencio, porque en cuanto nos oía gemir o jadear a uno de nosotros, empezaba a llorar, y no había forma de concentrarse en el placer...
Y llegó la navidad, la primera para Luis en la casa nueva... Mi madre, mi hermana y su novio vinieron de Madrid, al principio pusieron inconvenientes en alojarse en nuestra casa, estando el nuevo hotel recién estrenado a dos paradas de autobús, no sé muy bien si por no molestar, o por dejar patente que deberíamos haberlas invitado antes... Al final, se quedaron, comprometiéndose a ayudar con "las cosas de la casa"... pero sobre todo, para mi madre, lo importante era estar con su nieto, verlo crecer, y olvidar de esa manera la muerte de su marido... Para mi hermana y su novio, directamente preparamos una sola alcoba: sería bastante hipócrita por nuestra parte separarles, si estaban juntos los fines de semana y en ciertas excavaciones... Sí, mi madre se escandalizó... pero estábamos en nuestra casa... y eran nuestras normas... A pesar de todo, aquella noche de fin de año, con la familia repartida entre los tres chalés, y con los fuegos artificiales que Borja y David se empeñaron en lanzar desde el jardín...
Necesitábamos pasar más tiempo juntos, aprovechar mejor las horas del día y de la noche... y por eso, intentamos organizar nuestra vida, para conseguir estar juntos más tiempo... Yo reduciría mi estancia en el Hotel, y a menos que surgiera alguna urgencia, los lunes, miércoles y viernes los tendría libres para estar con Yolanda y con Luis en casa... queríamos establecer horarios para estar juntos, y disfrutar de nosotros mismos, alquilar una peli de vídeo, retomar los puzles pero en mesa alta, para evitar las malas ideas de Luis, incluso volar cometas al atardecer en la playa... Aunque lo más duro era hacer el amor en completo silencio, porque en cuanto nos oía gemir o jadear a uno de nosotros, empezaba a llorar, y no había forma de concentrarse en el placer...
Y llegó la navidad, la primera para Luis en la casa nueva... Mi madre, mi hermana y su novio vinieron de Madrid, al principio pusieron inconvenientes en alojarse en nuestra casa, estando el nuevo hotel recién estrenado a dos paradas de autobús, no sé muy bien si por no molestar, o por dejar patente que deberíamos haberlas invitado antes... Al final, se quedaron, comprometiéndose a ayudar con "las cosas de la casa"... pero sobre todo, para mi madre, lo importante era estar con su nieto, verlo crecer, y olvidar de esa manera la muerte de su marido... Para mi hermana y su novio, directamente preparamos una sola alcoba: sería bastante hipócrita por nuestra parte separarles, si estaban juntos los fines de semana y en ciertas excavaciones... Sí, mi madre se escandalizó... pero estábamos en nuestra casa... y eran nuestras normas... A pesar de todo, aquella noche de fin de año, con la familia repartida entre los tres chalés, y con los fuegos artificiales que Borja y David se empeñaron en lanzar desde el jardín...
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