La distancia y el tiempo a recorrer cada día no eran en verdad un gran problema: con el "Smart" me metía en cualquier parte, en poco más de media hora llegaba de casa al hotel, donde Agustina Golden seguía haciendo un gran trabajo con los niños "especiales" y con los "normales", incluyendo a Luis, quien a sus dos años y pico parecía estar más espabilado que los demás... aunque eso seguramente lo había heredado de Yolanda... Cuando hacía buen tiempo, y lo llevaba en la moto con el arnés, disfrutaba de la velocidad... La guardería cerraba a las ocho de la tarde, y era el segundo turno de cuidadoras quien se encargaba de cerrar y recogerlo todo. Casi siempre, a las ocho y cuarto recogía a Luis, y volvíamos a casa... Otras veces, si tenía que permanecer en el Hotel por un evento, era Catalina o Yolanda quien efectuaba la recogida.
En muchas ocasiones, la logística era un problema, porque en un "Smart", el cochecito de Yolanda, no cabía mucha gente, y menos si tenías que colocar los múltiples trastos de un bebé. Todavía conservaba mi forito azul, más conocido como "Brujita", que le había regalado a Borja y a David, y por supuesto, estaba mi "Harley". Casi siempre, metía los trastos más indispensables en las alforjas, y el peque iba sujeto contra mi pecho... También era posible coger el autobús, pero la zona no estaba completamente urbanizada. Y si teníamos que viajar por carretera los tres, por ejemplo, en vacaciones, a través de las agencias de alquileres que colaboraban con el hotel, conseguíamos buenos precios... Bueno, mejor dicho, conseguiríamos, pues de momento no íbamos a muchos sitios fuera de Málaga y alrededores... y tampoco disponíamos de mucho tiempo libre...
Las clases con Watanabe estaban dando buenos resultados: había mejorado mucho en agilidad gracias al kendo; del bonsai aprendía minuciosidad y paciencia; y con la inmersión en la cultura japonesa a través de las películas, la lectura de textos clásicos, como los de Sun Tzu y Hagakure (ambos en versión original y traducida) y, por supuesto, el sushi y el sake... Más de una noche, soñaba en japonés, incluso le respondía en aquél idioma a Yolanda... y quizás se me pegase algo de su pragmatismo... Las obras en el solar de Benalmádena progresaban de manera satisfactoria, los escombros y maderas de la vieja casa se habían retirado del terreno, y en un par de semanas podrían comenzar a trazar los cimientos del edificio, una mole de seis plantas, incluyendo el sótano, donde estaban las saunas, el gimnasio, los circuitos termales... El típico edificio funcional, de estilo andaluz, paredes encaladas, porque el proyecto inicial, de cristal y acero, había sido rechazado por la comisión de urbanismo. La planta baja estaría dedicada a los comedores, auditorio y salas de reuniones; de la primera a la cuarta, estarían las habitaciones ordinarias; y en la quinta y la sexta, las junior suites.
La capilla, en la esquina norte de la planta baja, había sido excavada en su totalidad, y los arqueólogos y estudiantes estaban planeando la reconstrucción de la misma, como un aliciente más del hotel, incorporándola a un pequeño jardín ornamental; el resto de los muros localizados y protegidos hasta alcanzar las losas de piedra del suelo de la antigua iglesia, donde se encontraron varios enterramientos, que fueron debidamente estudiados por los arqueólogos, y preservados bajo gruesas láminas de vidrio, con una altura suficiente para permitir visitas guiadas... El mayor inconveniente fue que el espacio disponible en el futuro sótano se redujo a la mitad, y el circuito termal, la sauna y el gimnasio fueron subidos a la sexta planta, lo que sin duda alguna mejoró las vistas...
A pesar de los sucesivos problemas, incluyendo el acristalamiento de las dos terceras partes del suelo y el refuerzo de las estructuras e instalaciones de la sexta planta, se cumplieron los plazos previstos: se puso a trabajar a casi doscientas personas, en todos los turnos, las veinticuatro horas del día, tal y como se hace en Japón. Algo parecido a "Esta casa era una ruina" (versión americana), pero construyendo un hotel, que es algo mucho más interesante... El truco, por supuesto, era la organización y la sincronización, considerar los tiempos de fraguado de los distintos tipos de cemento, los materiales prefabricados que se traían para las paredes exteriores y el perfecto engarce de cada pieza... El trece de octubre estaba terminada la obra externa del Hotel, así como todos los tabiques portantes, los sistemas de ascensores, las escaleras y los balcones. Como aislante y material para los tabiques se utilizaría un nuevo tipo de resina, que aislaba el doble del "pladur" tradicional, y las paredes de los baños venían en bloque, se atornillaban directamente sobre los soportes, y estaban previstos también los anclajes para los sanitarios, lo que facilitaba muchísimo el montaje. El "truco" consistía en elaborar cada pieza en moldes, de dentro afuera, empezando por las tuberías de la calefacción y del agua caliente, dentro de una base acrílica, sobre la que se colocaban los grandes bloques de azulejos... o al menos, así me lo contaron... También se instaló un sistema de depuración y reciclaje del agua (la de lavabos, duchas, jacuzzis y bañeras se utilizaba para los retretes, y para el riego de las plantas ornamentales), y la azotea estaba cubierta de placas solares... Cinco meses y medio, para un hotel de seis plantas, y cuatrocientas cincuenta habitaciones, completamente terminado...
Y el treinta y uno de diciembre, la Corporación invitó a gran parte de sus empleados y sus familiares a una comida espectacular en el nuevo Hotel Imperial Benalmádena... además de una visita guiada... Por supuesto, yo albergaba muchas esperanza de poder trabajar en dicho Hotel, que estaba muy cerca de nuestra casa, y también de una guardería... Pero, sobre todo, esperaba que consiguiera arreglar las cosas con Yolanda, aquél era mi único deseo para el año nuevo...
No sé, quizás fuera un problema de inercia, los dos nos sentíamos plenamente realizados con nuestros trabajos; los dos éramos (y seguimos siendo) profesionales muy competentes; y compartíamos "hobbys", como la lectura, hacer puzzles, pasear... Y, por supuesto, intentábamos pasar el mayor tiempo posible con Luis... Pero de lunes a viernes era cada vez más complicado comer juntos, y cenábamos cualquier cosa, viendo la tele, o mimando al niño... La segunda quincena de agosto nos la tomamos de vacaciones, pero de verdad, apagando o derivando los móviles, desconectando el correo... Casi no nos movimos de casa, lo justo para hacer la compra, ir a la playa, descansar... Pero luego, en septiembre, regresamos a la locura... y al aislamiento... No eran celos, ni infidelidad, ni rehacer nuestra vida por separado... Nos estábamos perdiendo, y yo no podía soportarlo... Si me quedaba sin Yolanda, muchas cosas dejarían de tener sentido...
Por eso, un par de tardes a la semana, me quedaba un rato hablando con Agustina Golden, contando historias a "los niños perdidos" y a nuestro Luis, que parecía mayor a los tres años, y casi siempre estaba rodeado por dos o más espíritus, aunque no tenía ningún miedo de ellos... Y fue Agustina quien me aconsejó que tuviéramos otro hijo...
Lo que yo no sabía es que a ella le había dado el mismo consejo...
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