El cuatro de abril de 2003 tuvo lugar lo que de alguna manera estaba esperando desde los primeros momentos de las clases de cultura y civilización japonesa, incluyendo el "kendo": me comunicaron el traslado a la central del grupo en Hiroshima, por un mínimo de tres meses y un máximo de seis. Sin duda alguna, era una gran oportunidad para mi carrera laboral, pero yo tendría que realizar el mayor de los sacrificios que en aquél momento era capaz de imaginar: permanecer lejos de Yolanda durante nuestro segundo embarazo... Sin embargo, como diría mi padre, "son lentejas...". Dispusimos de muy poco tiempo para reflexionar, puesto que el traslado lo orientaban como una manera de "aumentar mis capacidades de negociación con otros clientes japoneses, que pudieran estar interesados en organizar sus congresos en España". Más o menos, actuaría como punta de lanza, o ejemplo de lo que se podía esperar de un español bien entrenado, para demostrar que no éramos ni tan juerguistas, ni tan amantes de la fiesta, ni tan impuntuales o poco fiables en los negocios…
El comienzo de mi aventura se fijó para el dos de mayo, tenía un mes justo para hacer los últimos preparativos con el equipo del Hotel Imperial de Málaga, para que apoyase en los cambios necesarios, siempre según las consignas de la empresa, las relaciones con los proveedores, buscando la mayor eficacia. Es cierto, cuesta mucho que un proveedor "andalú" respete los plazos, sobre todo en temas de obras, reformas, o incluso, servicios de limpieza en seco y provisiones de calidad... Los españoles somos muy dados a tomarnos las cosas con calma, mientras que los japoneses ya están pensando en la siguiente temporada, o planificando obras similares en las cercanías, para no perder el tiempo... Pero, con cierta práctica, mucha mano izquierda y ajustando las compras a las necesidades reales en algunos aspectos (por ejemplo, en la alimentación), y con la suficiente previsión de los eventos, era fácil obtener buenos resultados...
Aquella iba a ser la primera vez que pasaríamos nuestros cumpleaños lejos, y eso era algo que me pesaba mucho a la hora de enfocar mi viaje: serían también un mínimo de tres meses lejos de Yolanda, y yo deseaba tanto estar con ella, ver cómo su cuerpo cambiaba día a día, no sé, mimarla, abrazarla... Y nuestro hijo, Luis, que hasta la semana pasada era un auténtico salvaje en casa, que no respetaba ninguna norma de convivencia (como hacen casi todos los niños a su edad)... de repente, había anunciado su "firme intención de portarme bien", al convertirse en el "hombre de la casa"... pero sin Tommy Lee Jones y un grupo de animadoras… En el fondo, y pese a ser más destructivo que servicial, sabía que la dejaba en buenas manos; y Yolanda tendría el apoyo de sus dos hermanos (por no variar, ambos me pidieron una katana "pero de las de verdad")... No deja de ser curiosa la fijación de algunos hombres por las katanas japonesas, no tengo muy claro si como elemento decorativo, porque no es una herramienta útil para trinchar el pavo o la sandía… o como símbolo de nuestra propia mortalidad… Cada vez que empuño la mía, y realizo los movimientos que me enseñó Kenji Watanabe, no me olvido de rezar, en silencio y a mi manera, por aquellas personas que perdieron la vida o resultaron heridas por la misma espada que yo tenía entre las manos en aquellos momentos… La fascinación por la belleza letal…
Me sentía, a pesar de todo, lleno de dudas, y con cierta preocupación, por dejar a Yolanda sola durante tanto tiempo, y más aún en el segundo embarazo… “Solo van a ser tres meses”, aquella se estaba convirtiendo en mi oración particular… Yolanda, leyendo mis pensamientos, como hacen casi todas las mujeres, me decía “Será una gran oportunidad para ti… además, tengo a toda la familia para cuidarme si es preciso…” Y Luis… como todo niño de cuatro años, prometía “ser bueno”…
Pasaban los días, las reuniones de trabajo, los preparativos; llegaban informes de los distintos Hoteles Imperial de España, y en reuniones que con frecuencia se prolongaban hasta bien entrada la noche, íbamos ajustando nuestras previsiones, las agendas de los clientes corporativos, las necesidades en cuanto a número y tipo de habitaciones previstas, tratamientos especiales… Fue durante una de aquellas reuniones donde surgió un nuevo proyecto: adquirir o formalizar un contrato de semi-exclusividad con una de las más prestigiosas agencias publicitarias de Málaga, “Hermanos Rodríguez”, para que trabajasen con el departamento de Marketing… aunque por aquellos tiempos, no era más que un proyecto…
También era muy importante establecer los mecanismos que nos permitieran permanecer en contacto entre los DirCom de las delegaciones, Kenji Watanabe y yo mismo, con la central de Hiroshima: creo que fuimos de los primeros civiles en obtener los teléfonos móviles encriptados, desarrollados por una prestigiosa empresa japonesa, y también unos formidables ordenadores portátiles con protocolos de seguridad muy sofisticados, y conexión por vía satélite de doble encriptación. Ambos productos, que no saldrían al mercado hasta el año 2005, se convirtieron en formidables medios de comunicación… Y demostraron su utilidad muy pronto…
¿Para qué demonios necesitaba una cadena hotelera volcada en el mundo empresarial estas herramientas, más propias de una especie de James Bond? Por algo tan sencillo como garantizar la absoluta confidencialidad para nuestros clientes, grandes empresas que deseaban efectuar sus reuniones en un “entorno protegido”, sobre todo aquellas donde se trataba de fusiones al más alto nivel, negociaciones internas, OPA´S… En nuestras sedes de Benalmádena y de Bilbao se gestó, vía internet, la absorción de una importante compañía aérea nacional por otra americana. Las negociaciones se efectuaron desde dos salones de máxima seguridad, puesto que de filtrarse la noticia, el precio de las acciones se habría disparado…
Incluso para asegurar el descanso de ciertos famosos, como Antonio Banderas o Anthony Hopkins, quienes deseaban la máxima tranquilidad durante su estancia… Incluso las escapadas de ciertos clientes “muy especiales”, con acompañantes distintos de sus maridos o mujeres…
Confidencialidad, excelencia en el trato, en todos los servicios, seguridad (disponíamos de varios equipos de vigilancia en todos los hoteles), conseguir la perfección, pagando por supuesto el precio adecuado… Nuestra buena fama seguía creciendo, los resultados econó-micos eran muy buenos, y el trabajo duro y en equipo, durante tantos años, demostraba su eficacia… El veintiséis de abril tuvo lugar la última de las reuniones, donde brindamos por el éxito del viaje… Y los últimos días de mi estancia en Málaga los pasé en casa, con mi mujer, nuestro hijo, con una pequeña comida familiar con sus hermanos y el resto de la familia…
El veintinueve de abril, Yolanda y yo nos “escapamos” con mi querida Harley, para disfrutar de un nostálgico paseo por aquellos lugares de Málaga que tanto habíamos llegado a amar… Con el atardecer, recogimos a Luis en casa de mis suegros, para que yo me despidiera de ellos, y terminamos la jornada viendo, una vez más, nuestra película romántica favorita… “Estallido”…
El treinta, a las nueve de la mañana, Kenji Watanabe y yo nos enfrentamos en el combate ritual, y como ambos nos entregamos a fondo (bastaba con ver los hematomas en nuestros brazos, el circuito termal y el posterior masaje relajante se convirtieron en el final perfecto… Desayunamos con apetito en el comedor del hotel, me aconsejó que no me preocupara ni por el negocio ni por mi mujer, garantizándome que el sistema seguiría funcionando sin problemas, pues todos los equipos estaban muy bien preparados y habían demostrado su eficacia… y que de todas formas, jamás bajase la guardia, puesto que en todo momento podía estar siendo a prueba, pues lo que más valora un empresario nipón es la confidencialidad y la seriedad… Con un fuerte abrazo, algo bastante inusual en un japonés, nos despedimos…
Mi vuelo salía a las diez y media de la mañana, a las ocho me despedía en el control de pasaportes de Yolanda, Borja y David, facturé todo el equipaje menos el portátil, el diccionario de japonés y varios libros de gramática… aunque mi lectura para la primera mitad del viaje no podía ser otra que “Shogun”, de James Clavell… Y, desde la ventanilla, miré por última vez Málaga, la ciudad donde vive mi amor… o mejor dicho, mis amores, puesto que allí estaba casi toda mi familia… además de Yolanda, Luis, y la pequeñaja, porque estoy seguro de que será una niña…
Lo que menos me apetecía en aquellos momentos era estar lejos de ellas, perderme el placer de acariciar su cuerpo cada noche, de ir almacenando en la memoria, y también en la cámara de fotos, la evolución del embarazo, sobre todo entre el tercero y el sexto mes… Ella me había prometido hacerse la foto mensual, incluso quincenal, y hablaríamos casi todos los días, siempre que lo permitiera la diferencia horaria, y estaríamos siempre conectados por el correo electrónico (a ella también le tuvieron que prestar uno de los nuevos ordenadores encriptados, por política de seguridad de la empresa)…
El avión despegó sin novedad… y yo notaba en pecho la vieja garra de acero, esa que generalmente suele preceder a cambios importantes en mi vida…
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