Si he aprendido algo de mi estancia en Japón, es precisamente que no existen reuniones informales, es un concepto que no cabe en su forma de ser, sobre todo, en el mundo de los negocios. Te reúnes con alguien si necesitas que te informe sobre algo, o bien si tú tienes algo que contarle… No es una cultura como la nuestra, amante de las sobremesas dilatadas… y cuando se quieren relajarse o divertirse, tienen formas propias de hacerlo… Por eso, cuando le recibí en la puerta de nuestra casa, en su reverencia y en su mirada intuí que iba a ser una de “aquellas reuniones” de capital importancia… Se descalzó, y después de saludar a Yolanda y a Luis, me acompañó a la biblioteca, donde ya tenía preparadas dos botellas de agua mineral (pues el agua de la ciudad, siendo potable, no tiene el mejor sabor, aunque consigue una fantástica paella y un café de gran calidad)… Fue un momento tenso, los dos nos quedamos de pié, dudando cómo sentarnos: en un despacho, es sencillo, la persona que viene a visitar se sienta en un lado de la mesa, y el anfitrión, en otro, incluso si existe una diferencia de grado entre los dos. En mi caso, Kenji Watanabe siempre había sido mi superior jerárquico, mi mentor y mi entrenador… Pero la intensa formación recibida, de la que había sido bien informado, y el hecho de ser el transmisor de las últimas tácticas y consignas de la corporación, unido a que estábamos en mi casa, complicaba ligeramente los roles…
Menos mal que tenía prevista la situación, y le indiqué dos sillones de orejas, situados detrás de una mesa baja, sobre la que había colocado dos carpetas con mi informe preliminar, y una gran pizarra por si precisábamos hacer algún tipo de gráficos. En cuanto estuvimos en el despacho, comenzamos a hablar en japonés, y me dijo “¿Sabe usted, Ismael-sama, que tiene el acento de un nativo?” Aquél fue el mejor cumplido que me pudo hacer…
Estuvimos trabajando casi tres horas, hasta que Yolanda se acercó a preguntar si nos apetecía algo de comer, y como estábamos hambrientos, asentimos. Veinte minutos más tarde, nos trajo un surtido de “sushi” y de “sashimi”, una pequeña botella de sake y dos juegos de palillos… Seguimos trabajando incluso durante la cena, y cuando Yolanda regresó para retirar los cubiertos, Kenji Watanabe le dijo: “¿Me podría decir el servicio de catering al que ha recurrido? Era un “sushi” y un “sashimi” excelente…” Y ella le respondió: “Cuando quiera volver a cenar en nuestra casa, será para mí un gran placer preparárselo de nuevo… Con tantos meses lejos de mi marido, he tenido tiempo de aprender a cocinar algunos de sus platos favoritos…” Tras unos segundos de silencio, me preguntó: “¿Te importaría si un par de días, la invito a cocinar con mi esposa?”
El asunto quedó pendiente, aunque ayudamos a Yolanda a llevarlo todo a la cocina, y seguimos trabajando un par de horas más. Yo no estaba demasiado cansado, pero de todas formas, al ser un contacto preliminar, y disponer de todos los informes que yo le había ido enviando con la doble encriptación, estábamos bastante al día… En el último momento, cuando ya recogíamos los informes y borrábamos la pizarra, me levanté, y le entregué un estuche de madera labrada… Creo que intuyó el contenido, porque a su pesar, una sonrisa tímida se asomó en su rostro…
Al abrir la caja, sobre un lecho de seda roja, se encontraban los dos letales abanicos de combate de color negro… que en la aduana consideraron elementos decorativos… Kenji Watanabe los tomó en sus manos, y con un diestro giro de muñeca hizo asomar las letales hojas de espada, convirtiéndolos en formidables armas de defensa… “Perfectamente equilibrados, obra de Ishogure Taganawa, primer tercio del siglo XX… ¿Cómo has sabido que yo coleccionaba este tipo de armas, y que estaba interesado en una de ellas?” A lo que yo respondí: “En ocasiones, las palabras traicionan nuestros deseos…”, pues hace casi dos años que me había comentado su interés por aquél tipo de arma… y yo había aprovechado algunas tardes más o menos libres para localizarlos, primero por internet, y luego en las tiendas físicas… Es cierto, me salieron bastante caros, casi tanto como el conjunto de todos los demás regalos que traje para la familia, pero se notaba que mi colega estaba muy satisfecho con ellos… aunque aquella noche no me hizo una exhibición de su letal utilidad… Le enseñé la armadura que me había comprado, y alabó su calidad, salvo que me aconsejó modificar el acolchado del casco o ponerme un gorro de esquí, porque era una talla más grande que la mía… Nos despedimos con una reverencia, y me comentó que tendríamos una reunión la tarde siguiente, para comer con el resto del equipo, repartir los informes resumidos, y que después podía considerarme de vacaciones hasta el día siete, a punto para nuestro combate inicial…
Lo que no le comenté es que a mí, ahora, al filo de la medianoche, me esperaba un nuevo “combate cuerpo a cuerpo”… contra Yolanda… en cuanto lográsemos acostar al torete de nuestro hijo, quien se atrincheró bajo la mesa del comedor… y tuvimos que sacarle utilizando un par de onzas de chocolate como cebo… Le conté una de las historias de mi abuelo, sobre los tres hermanitos que salieron de la ciudad para buscar el amor… y se enamoraron de la misma mujer… sin saberlo…
Se durmió cerca de la una de la madrugada, lo que no me extrañó demasiado, porque fue un día muy estresante para todos, volver a casa nunca es fácil cuando tienes un hijo tan pequeño… pero lo es mucho más, cuando has tenido que dejar en Málaga a la mujer de tus sueños… y de tus realidades… Lo único que deseaba era verla, estrecharla entre mis brazos, besarla, hundirme una y mil veces en sus ojos marrones, y sentir que había regresado a casa… Es cierto, el cuerpo de las embarazadas cambia mucho, sobre todo entre los cinco y los nueve meses, pero Yolanda, con sus seis meses y pico, estaba bellísima… Desapareció unos minutos en el cuarto de baño, y luego la escuché decir: “¿Te importa frotarme la espalda?” Se había metido en nuestra “ducha de pareja”, de plato grande y alcachofa central, tenía su larga melena empapada y con algunos restos de espuma, y el cuerpo brillante por el agua… Le pedí que esperase un minuto, y me desnudé en nuestro dormitorio, porque necesitaba sentirla entre los brazos, olvidarme piel contra piel de todos aquellos días que había pasado lejos de ella, de los tres meses lejos de sus labios…
Como si estuviéramos jugando a policías y ladrones en versión sexy, la hice apoyarse contra la pared, abrir ligeramente las piernas para que estuviera cómoda, y le enjaboné a conciencia la espalda… y la aclaré con la alcachofa de teléfono… y luego, con las manos desnudas, le enjaboné de nuevo la parte delantera, centrándome en sus pechos y su vientre… Me arrodillé a sus pies, dejando que el agua caliente se llevase toda la tristeza acumulada, imaginando que aquella criatura en su interior notaba mi presencia… y quizás por una de aquellas casualidades de la vida, noté claramente una patadita… a la que respondí con un beso… Yolanda me hizo levantarme, apagó la ducha, y salimos los dos… Con el mayor de los cuidados, la sequé muy despacio con la toalla de algodón blanco, y después me sequé yo…
Deseo…. Y algo más… ¿Ansias de posesión? ¿Hambre atrasada, como diría un amigo, o la simple reacción de dos amantes que se encuentran después de tanto tiempo? Dicen que hay mujeres embarazadas que experimentan asco hacia el sexo, hacia su propio cuerpo, que pierden todo el apetito sexual… Bueno, pues nada de esto se le podía aplicar a Yolanda… Aquella noche, los dos disfrutamos con toda el alma, dando y recibiendo placer del otro… Entregán-donos por completo…
Al preguntarle por algunas de las posiciones que practicamos, se hizo la misteriosa… pero un par de días después, en el cajón de su mesilla de noche, y debajo de una revista de “National Geographic”, descubrí un misterioso libro, de portada forrada por papel de estraza, llamado “El kamasutra del sexo para embarazadas” (editorial Lexus)… aunque muchas de las posturas se derivaban, sobre todo, de la lógica… y de la ley de la gravedad… Nos dormimos, agotados pero felices, al filo de las dos de la madrugada… Al principio, me costó conciliar el sueño, quizás por la falta de costumbre de compartir cama con alguien… pero después comprendí que era sobre todo por la cama grande… Y pese al calor, me dormí abrazado a Yolanda… y así me desperté seis horas después… pegado a su espalda, piel contra piel…
Me costó bastante levantarme de la cama, sobre todo por dejarla a ella durmiendo… y porque su cuerpo, levemente cubierto por las sábanas, me recordaba una de tantas cadenas montañosas que recorría en mi adolescencia… No tenía prisa, hasta las dos de la tarde no tenía la comida oficial con el resto del equipo, y el trabajo de fin de seminario fue la elaboración de un resumen de las principales conclusiones, en nuestra lengua materna, pues hasta aquél momento, el idioma oficial había sido el japonés… Me puse la bata, y me senté en el sillón de lectura, contem-plando a Yolanda y a nuestra hija… Llámame “voyeur” o mirón… pero no pude contener mis ganas de ver su cuerpo desnudo en todo su esplendor… Y por eso, con el mayor de los cuidados para no despertarla, fui retirando muy lentamente la sábana… Se conoce que no tuve el cuidado suficiente, porque cuando iba a retirarme unos pasos, ella me cogió la mano, diciéndome: “¿No pretenderás dejarme así, verdad? Que estos tres meses también han sido muy largos para mí…”
Hicimos de nuevo el amor, con tanta pasión como la noche anterior, o tal vez más… Nos duchamos juntos otra vez… Y luego por fin pude vestirme con mis botas reforzadas, los vaqueros, la camiseta de “Iron Maiden” y la cazadora de cuero, con el casco integral, recogí los documentos que necesitaba para la reunión, y me subí a mi querida Harley, para llegar al Hotel… Por la mirada que me dirigió el nuevo jefe de recepción (el “plongeur” al que promocionamos casi un año antes) comprendí que quizás no fuera una buena idea presentarme así a la comida de equipo… Pero aunque fuera por una vez, me apetecía mostrarme tal y como me sentía más a gusto, como era en realidad, y no un directivo enfundado en un traje de “Armani”. Cuando abrí la puerta del comedor que teníamos reservado, se produjo un cierto revuelo… puesto que todos ellos iban con trajes de chaqueta, camisa y corbata… Y se notaba que algunos de los compañeros de marketing y de publicidad no sabía muy bien cómo reaccionar…
Fue providencial la intervención de Kenji Watanabe, al decir: “No recordaba que hubieras cambiado tanto en Japón… aunque tienes los ojos un poco rasgados… De todas formas, en tu honor, queda inaugurado el almuerzo casual day de los lunes…” y dando ejemplo, se quitó la chaqueta y la corbata, y se arremangó la camisa… Si el directivo de más nivel consideraba adecuado ponerse cómodo, a nadie más debería importarle… y fue un alegre zafarrancho, puesto que incluso con la climatización, hacía calor…
Durante la comida estuvimos intercambiando novedades, sobre todo del funcionamiento de los hoteles de Málaga y de Benalmádena, donde al parecer se habían dado algunos “acontecimientos paranormales de cierta entidad” en las ruinas de la vieja iglesia y de la capilla… y ciertos problemas con el mayorista de pescado fresco para los dos “sushi bar”, la solución sería acudir directamente a la lonja y establecer un acuerdo sobre las especies que más usábamos… quitando el atún rojo, que forzosamente era importado… y la necesidad de reforzar la seguridad durante los eventos empresariales más restringidos.
Acto seguido, realicé una presentación en power point de las nuevas consignas de la central: confidencialidad absoluta, seguridad, cordialidad en el trato, ofrecer servicios complementarios, acuerdos con otras empresas afines, y necesidad de aprovechar al máximo el potencial de los empleados. Tras unas preguntas, me retiré hasta el lunes… para el combate…
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