Entre el cansancio y la tensión acumulados, y el saludable grado de paranoia que todas aquellas jornadas de diseño de nuevas estrategias, puesta en común y mejora de las existentes… con tanto tiempo pensando como un japonés… y prestando el máximo cuidado a todas las palabras y gestos, incluso mientras duermes (bueno, esto es una exageración)… no dejó de ser una alegre sorpresa el presenciar que un dicharachero empresario mexicano se sentaba en el asiento junto al mío, “Emiliano Díaz Cortés, restaurador, para servirle…”, que había aprovechado sus vacaciones para conocer mejor el país durante un par de semanas, y tratar de conocerlo mejor… “Si hubiera tenido un nivel mejor de japonés, quizás podría haber buscado un lugar para mis especialidades… o si me hubiera acompañado algún cocinero mexicano de prestigio como los que tengo en DF, pero de todas formas me ha parecido un país fascinante… ¿Usted qué opina?”
Yo no tenía muchas ganas de hablar… estaba demasiado cansado para ser un interlocutor muy ágil… Pero resultaba tan agradable hablar en español que dedicamos un par de horas, hasta que nos sirvieron la comida, a tratar asuntos de gran interés: la familia, los amigos, aquellos lugares de nuestros países que conocíamos, enseñarnos las fotos de nuestras mujeres e hijos… Yo recordaba muchas cosas de aquél viaje con mis padres y un grupo de amigos, la rivera Maya, Cancún, Isla Mujeres, la plaza donde tocaban los mariachis en DF, mil pequeños detalles… Por su parte, Emiliano Díaz Cortés ya conocía Madrid, Sevilla, Bilbao, Donosti y Valencia. Yo le comenté que trabajaba en una empresa hotelera, con varios establecimientos en España, y el siguiente paso fue intercambiar nuestras tarjetas, invitán-dole a visitarme si decidía continuar sus vacaciones con una breve escapada a mi ciudad… puesto que hacia demasiados años que Madrid solo era mi lugar de origen…
A las tres de la tarde (hora local), nos sirvieron la comida, y repetí con el menú japonés, puesto que durante toda mi estancia (salvo aquella gloriosa hamburguesa de mi escapada), preferí ceñirme a sus usos y costumbres, intentando no cometer alguna falta de atención o de cortesía… El truco, por no variar, era imitar a mis anfitriones, más bien colegas… Mientras comíamos, con hambre pero en silencio, recordaba algunos detalles de mi estancia en el Hotel Imperial de Hiroshima: solamente había salido un par de horas al día, para acudir al “dojo” unas veces, pasear por la ciudad, y hacer algunas compras.
Durante el resto del tiempo, todos los “postulantes” habíamos permanecido bajo la observación de nuestros colegas, camareros, mozos, recepcionistas, gobernantas… Por si fuera poco, todos nuestros pasos habían sido registrados por el sistema de tarjetas con chip de seguridad, lo que dejaba una traza electrónica de nuestro acceso a los ascensores, escaleras de emergencia, despachos, puertas de nuestras habitaciones, servicios complementarios que el Hotel reservaba a sus invitados “Vip”, de los que al parecer formábamos parte por derecho propio: sauna, piscina termal, masajes relajantes.
Si enfermábamos, en mi caso, las jaquecas que me arreaban de vez en cuando, podíamos optar entre la medicina occidental y la oriental: me llevaron a la consulta de un médico japonés, y no sé lo que hizo… pero me quitó el dolor con un leve masaje en las sienes… y un par de decenas de agujas, y un bebedizo… Me incluyó un pequeño saquito de hierbas, por si las necesitaba, además de mi ficha personal en japonés (me hizo gracia el comentario: “padece niveles de estrés comparables a los de un empresario nipón”, creo que es el mejor cumplido que me han hecho en mucho tiempo), con los remedios homeopáticos que había utilizado…
Resumiendo, que ahora, por primera vez en tres meses, me sentía más o menos libre, pero al mismo tiempo, responsable: de mi carrera, de aplicar los conocimientos adquiridos, de enseñar a otras personas, y de responder a los requerimientos de una empresa, la corporación “Natori Fujita”, que era mucho más que una “simple cadena hotelera”. Mi compañero se había quedado dormido después del café, y roncaba suavemente, pero el rumor de las turbinas del aparato… ¿Si había cambiado algo en mi forma de ver la vida con mi estancia? No lo creo, al menos, no de una manera permanente o negativa: valoraba mucho más el trabajo eficaz y bien hecho, era capaz de distinguir mejor cuando alguien estaba rindiendo al máximo, al mismo tiempo que a no superar los límites de mis atribuciones…
Por encima de todo, era mi imagen empresarial la que se había visto modificada: el respeto hacia la corpo-ración, sus normas, mis superiores y mis compañeros, pero también la inflexi-bilidad frente al fracaso o la actuación negligente… Es cierto… me había “japonesizado” mucho más de lo que pensaba, pero tampoco estaba viéndome obligado a ello… y se trataba de una serie de planteamientos laborales y personales que tampoco se diferenciaban mucho de mis propias ideas…
¿Y la familia, incluyendo al “comando Madrid”, es decir, mi madre y mi hermana, a quienes no veía desde las navidades? La familia seguía siendo lo más importante, sobre todo Yolanda, Luis, nuestra futura hija; puesto que una de las enseñanzas más importantes fue la necesidad de separar el ámbito laboral del personal, para mantener un saludable grado de neurosis empresarial… y ser más eficaz… y saber adaptarme a los posibles cambios…
Desde España habíamos viajado ocho directivos, algunos de ellos con más rango que yo, había podido hablar con ellos durante algunos almuerzos, tres habían sido purgados al terminar el segundo mes, y todos habían recibido un meticuloso entrenamiento por sus colegas (más bien superiores jerárquicos) japoneses, y les habían puesto a prueba durante un largo tiempo, casi siempre dos años, hasta que les propusieron la “estancia y formación en la central de Hiroshima”… mas en apariencia, ninguno de nosotros tenía idea de lo que sucedería después… No pude localizarles durante mi paseo por el avión, por lo que supuse que todos ellos estarían en el más directo hacia su ciudad de origen… menos yo, que esta vez debía efectuar el trasbordo, por lo que el viaje duraría, esa vez, las diecisiete horas… Por supuesto, yo tenía mi propia idea sobre el objetivo de un número tan reducido de asistentes: por una parte, la división del territorio nacional en delegaciones inter-dependientes pero con un alto grado de autonomía, buscando y testando nuevas posibilidades de negocio, reforzando los lazos con las empresas japonesas en el país, con una posible expansión hacia otras naciones del oriente medio; y por otra, reforzar nuestra cadena como la mejor para las reuniones de empresa, con todo tipo de comodidades, medios de seguridad y confidencialidad. Aquellas habían sido las consideraciones finales de nuestras reuniones…
De lo que estábamos hablando era de un relanzamiento de la economía japonesa en toda Europa, de nuevas oportunidades de negocio, y de adquisiciones de terrenos, aprovechando los primeros síntomas de la crisis causada por el euro (recordemos que estábamos en 2003)… ¿Expansión comercial (e industrial, si se daba el caso), en vez de conquista física de territorios? ¿Y por qué no? Recordemos que el Ministerio de Industrial y el de Asuntos Exteriores aparecía en muchos de los documentos, memorandos y consignas que estudiábamos en nuestros “simulacros” (después me enteré de que “sospechosamente” aquellos supuestos que habían obtenido mejor puntuación se llevaron a la práctica meses después de nuestro regreso, en distintos países de Europa)… De todos estos temas, y de otros asuntos que habían surgido, tendría que hablar con Kenji Watanabe… aunque lo más seguro es que tuviera ya en su ordenador un informe detallado, no solo de los acuerdos, sino de mi desempeño en Hiroshima…
La cena fue excelente, una vez más opté por la comida japonesa, habían pasado ocho horas desde el despegue, por lo que me dirigí a los lavabos de primera para aprovechar el neceser de viaje, y con los dientes y la boca frescos, volví a mi asiento, recliné el respaldo, conecté los cascos a un canal de música clásica, y conecté el despertador del móvil para cinco horas después… mientras pensaba en todas aquellas cosas que deseaba hacer en cuanto estuviera de regreso en Málaga: bajar a la ciudad con Yolanda, a lomos de la Harley, y tomarme con ella una ración de pescaíto y una cerveza sin alcohol en la calle Larios, y tal vez una ensalada de la casa, con su cebolla, su tomatito, lechuga nacional, aceitunas… y también en las sesiones de trabajo que me esperaban con Kenji Watanabe… y las sesiones de kendo: había aprendido unos cuantos trucos y movimientos nuevos…
¿Habría funcionado la fusión de marketing, publicidad y comunicación corporativa? Supongo que sí, pues de lo contrario, me lo habrían dicho en alguna de nuestras video-conferencias de doble encriptación... ¿Y se habrían tomado Recursos Humanos y Contabilidad su pérdida de peso y de poder de decisión en el entramado empresarial? No tendrían más remedio que amoldarse a ello, pues era uno de los objetivos establecidos por la central para el trimestre…
El teléfono móvil, cantando fados en sordina desde el bolsillo de mi pantalón, me despertó, al mismo tiempo que la azafata iba preguntando a los pasajeros si les apetecía desayunar… El café olía, y sabía, a gloria… la azafata me explicó que lo hacían utilizando cafeteras “de las de toda la vida”, pero solo en primera, en turista era igual de malo que siempre… Me tomé dos tazas seguidas, un par de croissants con mantequilla y mermelada, y un zumo de naranja de verdad…
Un par de horas después llegamos a Madrid, Emilio Díaz Cortés se despidió de mí con afecto “hasta mejor ocasión”… y otras dos horas más tarde, llegamos a Málaga… Terminaban tres duros meses… pero yo solo quería abrazarla y besarla…
No hay comentarios:
Publicar un comentario