El señor “Hatori Hanzo” me esperaba en su despacho de la trigésimo cuarta planta, contemplando los reflejos del sol en los modernos edificios de oficinas, que habían proliferado de manera bastante anárquica, al menos en apariencia, durante los últimos años… “Después de la bomba, tardamos muchos años en retirar los escombros, sanear la zona, y conseguir que estos terrenos fueran adecuados para la supervivencia de los humanos…”, comentó, sin apenas darse la vuelta… “Señora Ayako Wada, puede usted regresar a sus ocupaciones en el departamento. El señor Ismael Rodríguez Márquez, quien espero habrá tenido un buen viaje, se quedará conmigo en el despacho hasta las dos, cuando nos reuniremos con usted en el comedor…” Ella respondió con un respetuoso “Hai”, y salió del despacho sin darnos la espalda, lo que me permitió especular que su posición en la empresa debía ser muy elevada… y me hizo plantearme, una vez más, lo que se esperaba de mí…
“Su examinador me ha dado unos informes muy positivos sobre usted, aunque considera que necesita usted un refuerzo con el japonés de los negocios… y con algunos temas de comida tradicional… De todas formas, estamos muy satisfechos de los progresos realizados durante estos años, con sus dos instructores…”, y dicho esto, se dio la vuelta, y ambos efectuamos una reverencia de cortesía, la mía algo más pronunciada, por la evidente diferencia entre los dos…
Nos sentamos en ambos lados de su mesa de despacho, y abrimos un par de botellas de agua mineral. Estuvimos dos horas hablando, sin tomar ningún apunte ni grabar nada, puesto que básicamente me informó de los motivos de mi estancia en la central; de los objetivos de la empresa a nivel europeo, de los directivos que estaban recibiendo el mismo entrenamiento (y a quienes conocería en los próximos días), y lo que se esperaba de nosotros… Lo que sí entendí claramente es que la corporación “Natori Fujita” no era solo una cadena de hoteles repartidos por medio mundo, sino más bien la imagen amable de una serie de empresas que engloban el turismo, la restauración, la comunicación corporativa y la implantación de un nuevo modo de negociaciones económicas; todo ello regido por una serie de directrices marcadas por los ministerios de asuntos exteriores y el de economía. Expansión y recapitalización del país, para disminuir la dependencia económica de Estados Unidos y de la Unión Europea.
Por ello, habían seleccionado a los directivos más adecuados en apariencia para conseguir estos fines, aunque durante nuestra estancia se llevarían a cabo multitud de simulaciones de trabajo de equipo y en solitario, se efectuarían estudios prácticos, varias evaluaciones psicológicas y un constante seguimiento de la gestión del estrés… y todo ello, dentro de una total confidencialidad, puesto que para ser capaces de implementar las consignas de la central, era preciso conocer el negocio en la totalidad de sus ramas, incluyendo las más “comprometidas”… “Y recuerde bien que, aunque disponga usted de tiempo libre, y se le proporcionen los medios de hacer turismo por el país, no olvide usted nunca que está trabajando para una de las empresas más importantes del país… Si le parece bien, podemos bajar a comer al comedor naranja con los demás candidatos…”
“Candidatos”… Debo reconocer que aquella palabra me asustaba, puesto que llegar a Hiroshima, y superar las pruebas de selección anteriores, no era más que el comienzo…
Si los entrenamientos y las clases con Kenji Watanabe me habían parecido duras en su momento, aquellas jornadas de diez horas y seis días por semana, incluyendo cultura e idioma japonés, nociones muy avanzadas de economía de empresa, supuestos prácticos de “marketing de guerra a la japonesa”, detección y evaluación de fortalezas y debilidades propias y de empresas rivales (utilizando en muchas ocasiones métodos que frisaban la ilegalidad) me hacían terminar tan estresado, que en la segunda semana me compré un bonsái… y a finales de la tercera ya había localizado un magnífico “dojo” para practicar kendo a dos manzanas del hotel… Y no me sorprendió nada encontrarme allí, “por casualidad”, a Matsumoto Ishinasi… mi querido compañero de avión… y examinador… y el primer amigo que hice en Hiroshima…
Conociendo la fama que tenemos los españoles de fiesteros, de poco serios, supuse que también la tendríamos en esta arte marcial… por lo que decidí convertir una supuesta desventaja en elemento decisorio del combate… Por eso, enlentecí mis movimientos, aparentando menos seguridad de la que albergaba, para derrotarle de la manera más honorable posible… pero vencerle de todas formas… Y así sucedió… En la sauna, me felicitó por mi desempeño… pero quedamos en vernos en otras ocasiones, puesto que igual podía enseñarme “un par de nuevos trucos a mi querido Kenji Watanabe”…
Dos días después, repetimos el combate… y pude comprobar que él también había estado rindiendo menos de su capacidad… aunque volví a ganarle… Como nuestros combates se habían vuelto regulares, no me atraía el seguir utilizando una armadura alquilada o prestada, a pesar de su utilidad, por lo que a finales de mayo, una vez terminadas las sesiones de la jornada, nos fuimos a una tienda especializada en su confección a medida, donde la prepararían en pocos días… Cuando fui a pagarla con mi tarjeta visa personal (también tenía la de la empresa), Matsumoto negó con la cabeza, pasando la suya, al mismo tiempo que me decía “Felicidades, Ismael-sama, hoy es su cumpleaños…” ¡Tanto estrés, tanto estudiar, y se me había olvidado! “Domo arigato, Matsumoto-sama”, le respondí… al mismo tiempo que encendía el móvil y me alejaba unos pasos, para escuchar los mensajes…
Y, por primera vez en mucho tiempo, tuve ganas de llorar, puesto que allí estaban los mensajes, las voces de toda la familia: mi madre y mi hermana habían llamado a las ocho de la mañana (hora de Madrid); Borja y David a las cuatro de la tarde; Julián y Catalina un poco después; Yolanda y Luis hace media hora, y mi hijo decía “te quero mucho, papá…” Habían estado esperando hasta que terminasen mis clases, es decir, hasta la madrugada, para hablar conmigo… Me metí en uno de los probadores, y les llamé… Necesitaba escuchar su voz otra vez… Hablé con Yolanda diez minutos, aunque en el fondo me limitaba a decirle “te quiero… te añoro… te echo de menos… amor… Cuidaos mucho… y a la niña… y muchos besos…”
Salí del probador, con los ojos todavía humedecidos por las lágrimas, aunque ninguno de los dos fingió darse cuenta, pues los japoneses son muy reservados con los sentimientos… Matsumoto y yo terminamos la tarde en un “sushi-bar”, y brindando con sake por la familia y la prosperidad… Aquella fue la ocasión en que estuvimos más tiempo juntos, es decir, fuera del entorno controlado del Hotel y del “dojo”… Y también cuando hablamos de su vida y su familia… Él era uno de “los hijos de la bomba”, de quienes sobrevivieron a las radiaciones, solo para encontrarse con las ruinas de una ciudad casi devastada… aunque nació varios años después del fin de la guerra, su genética también había sido alterada: afortunadamente, era estéril, por lo que su mujer y él no habían tenido que someterse a ninguna operación para evitar que se propagasen las taras… Ahora, llevaban un par de años en lista de espera para la adopción de un niño “sano”, y esperaban lograrlo con el apoyo de “Hatori Hanzo”…
Mientras que yo comía, él bebía sake con parsimonia, pero manteniendo en todo momento la compostura, y comentándome más datos sobre su mujer: se llama Michiru Ueda, también tiene treinta y cuatro años, y trabaja en una de las filiales de la corporación… Hoy tiene su “noche de chicas”, donde quedará con otras vecinas del bloque y compañeras de trabajo para ver “alguna película romántica americana, como City of Angels…” Él casi siempre aprovecha para practicar en el “dojo”, ir al santuario sintoísta que está cerca del Hotel, o acercarse al salón de masaje oriental, puesto que no hay mejor manera de olvidarse de las preocupaciones… Me invita a acompañarle: es todo un complejo ritual, que incluye el aseo completo por dos hermosas “geishas”, un tiempo de descanso en el “spa”, para después ser sometido a todo tipo de torsiones, golpes, incluso que se suban a tu espalda y caminen por encima de tu columna, y otro tipo de movimientos que me hacen pensar en una tortura, muy educada y fina, pero tortura retorcida de todas formas… Y, por supuesto, al terminar, un par de tazas de té verde… Para mí, una experiencia a no repetir… Nos separamos a la salida, y regreso caminando al hotel…
A mediados de junio, nos dejan unos días libres, y yo me escapo, con mi colega francés François Moussier, para hacer dos cosas: acercarme al Monte Fuji, y visitar la Ciudad Imperial… Además de hacer un poco de turismo, y saltarnos de una vez la dieta sana del Hotel: ¡me moría por una buena hamburguesa! ¡Y por una cerveza alemana! Nos encontramos con un grupo de turistas españoles dentro de una taberna típicamente vasca llamada “La Zurriola”, probamos una versión bastante aceptable de nuestros añorados “pintxos”, y le di al chef la receta de uno que lleva queso de brie y cebolla caramelizada; y otro, con un trozo de morcilla y dos huevos de codorniz… Espero que los probase, porque son fantásticos… Un rato después localizamos un rebaño de franceses, mientras un guía los llevaba a todo trapo por las calles de la ciudad… y terminamos todos, de nuevo, en la taberna… Una noche un poco loca, me temo, durante la cual abusé de la comida, pero no bebí más que agua, porque al trabajar para una corporación, te vuelves un poco paranoico… quizás en eso consiste nuestra “japonesización”…
El treinta de junio regresamos todos de nuevo al hotel, después de unas mini-vacaciones bien merecidas… durante las que hubiera dado cualquier cosa por regresar a Málaga, para estar con Yolanda, pero eran dos días de viaje para tres de estancia, con lo que habría sido mucho peor el regreso a Japón… Nos reunieron a los sesenta candidatos en el salón de actos, y fueron diciendo los nombres de una serie de compañeros, a quienes rogaban que se dirigieran al salón azul… Creo que fueron veinte personas, las expulsadas por el bajo rendimiento académico y empresarial, y por la “revelación de datos confidenciales de la empresa a terceras personas, conducta lasciva y poco honorable, y un consumo exagerado de bebidas alcohólicas”… Se demostraba, una vez más, que en el ámbito empresarial, los japoneses son muy distintos: mucho más serios… y que mi paranoia sobre el sentirme observado no era tampoco tan extrema… Desde aquella mañana, no he vuelto a ver a François Moussier, mi fugaz compañero de taberna, pero me comentaron que todos los rechazados volvieron a sus ciudades de origen… en segunda, por supuesto… y los demás, nos adentramos en el tercer y último mes de formación…
Si hasta entonces las condiciones de estudio nos habían parecido duras, a partir de aquél momento, se volvieron infernales: las simulaciones de proyectos se mezclaban con proyectos auténticos, tanto en curso, como futuros; teníamos reuniones de planificación y estrategia, para solucionar disfunciones reales del sistema: algunas de ellas, como las de motivación de los proveedores o agilización de licencias y trámites ya las conocía… otras, no se me habrían ocurrido jamás… Eso cuando no nos trasladaban a otra ciudad, para efectuar en un día un análisis de fortalezas y debilidades de un establecimiento propio, o de la competencia, todo esto sin intérprete, pero con el respaldo, en caso de necesidad, que nos proporcionaba la tarjeta personal de “Hatori Hanzo”, a quien todo el mundo parecía temer y respetar a partes iguales… Nos hacían trabajar en dúos o tríos, incluyendo a nacionalidades que no tenían nada en común salvo el japonés, o bien prohibiéndonos utilizar otro idioma…
No tiene mucho sentido, ni siquiera después de tanto tiempo, el dar más detalles sobre lo que hicimos en aquellos días, lo que aprendimos, porque de todas formas, sigue siendo materia reservada, aquél viaje y los demás que he seguido haciendo en los siguientes años… pero es cierto que regresé a Málaga cambiado… Los últimos días de estancia fueron algo menos frenéticos, para darnos tiempo de despedirnos de la ciudad: una noche cené con Ayako Wada y Toshihiro Yamamoto, en su pequeño piso no muy lejos del hotel, y pude conocer a su hijo… Les enseñé unas fotos de Luis que Yolanda me había mandado al móvil aquella mañana… y también una de su tripita…
Otra noche, estuve con Matsumoto Ishinashi y su mujer, Michiru Ueda, quienes vivían algo más lejos, en la periferia, y me dijeron que ya les faltaba menos para conseguir su bebé… Se les veía llenos de ilusión… ahora, ya tienen dos… y están perfectamente sanos…
Por supuesto, organizamos un combate de kendo a modo de despedida, igual que en mi ciudad, con los colores azul y rojo como única pista… Asistió el mismísimo “Hatori Hanzo”, se hicieron numerosas apuestas… y el resultado se donaría a una organización benéfica, que se encarga de los nietos de la bomba, aquellos niños con graves malformaciones genéticas hereditarias, que siguen muchos de ellos en los asilos… Fue un enfrentamiento muy duro, creo que todo el mundo apostaba por Matsumoto Ishinashi, al ser japonés y tener más experiencia, y que sin ninguna duda llevaría el color rojo de la bandera imperial, mientras que el “gai-jin” utilizaría el azul… Bueno… pues era yo el que iba de rojo… y gané, con gran dificultad, pero lo hice…
También conseguí las katanas, con certificado de origen, para mis cuñados… y las mandé por una empresa de paquetería especializada… y terminé las últimas compras para la familia…
Mi última gestión en Hiroshima fue acudir, en señal de respeto, al santuario por las víctimas… Y el treinta y uno de julio me despedí de “Hatori Hanzo”, y de aquellos amigos que echaría de menos… A las doce y media, el avión de “Iberia” emprendió el vuelo… y yo me dormí casi enseguida…
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