miércoles, 20 de junio de 2012

78: Una más en la familia…

Y los meses fueron pasando, sin demasiadas sorpresas, quitando las actualizaciones periódicas de las consignas provenientes de Hiroshima, y los nuevos combates de kendo, que fueron ganando en espectacularidad con las nuevas técnicas que aprendí en Japón... Se produjeron nuevas apuestas, con los beneficios invertidos en diversas ONG´s. No hubo más viajes al extranjero en el año 2003, incluso los nacionales se fueron convirtiendo más en una excepción que en una norma… Porque en cada una de las delegaciones, se había creado un equipo autosuficiente, aglutinando los departamentos de Comunicación, Relaciones públicas, Marketing y Recursos Humanos, que operaban siguiendo las consignas de la Central de la Corporación, pero reportando semanalmente ante Kenji Watanabe y ante mí, pues nos encargábamos de aglutinar los esfuerzos y supervisar las tácticas empleadas, al mismo tiempo que valorábamos la eficacia en el desempeño. En la práctica, esto suponía que coordinábamos los esfuerzos de todos los hoteles de la cadena en España, y la Central estaba satisfecha con los resultados.
            Por supuesto, había gratificaciones, y bastante generosas, en función de los objetivos cumplidos… y sanciones, para quienes no estaban a la altura, aunque no nos llevamos demasiadas decepciones…
            Sin darnos cuenta, llegó la Feria, y aquél trece de agosto, lo disfrutamos mucho más que los anteriores, porque tras la separación, incluso la más pequeña de las casetas nos parecía un mundo… y también fue la primera vez que Luis se quedaba con nosotros en las atracciones, y empezaba a bailar sevillanas y bulerías con los “mayores”, aunque solo tenía cuatro años y pocos días… Él no podía saber que todo el mundo estaba pendiente de él, para llevarle a casa de los abuelos en cuanto tuviera sueño… pero un poco más y era él quien nos llevó a todos a casa… vestido de bailaor, y con sus zapatos acharolados… además de haberse convertido en un triunfador con una de las “bailaoras” más atractivas de toda la caseta, porque se escondió detrás del vuelo del vestido, se agarró a una de sus piernas, y repitió mi famosa frase, “¡Qué piernotas!”… generando la previsible ola de carcajadas…
            Al igual que en el otro embarazo, Yolanda no tuvo apenas molestias, y repitió antojo: las fresas con zumo de naranja, y el helado de dulce de leche… Aunque durante un par de días, solo le apetecía comer madalenas con boquerones en vinagre… pero solo fueron eso, un par de días… aunque debo reconocer que la mezcla no era mala…
            El 2 de noviembre de 2003, empezó a tener las contracciones… La llevé al Hospital en nuestro pequeño “Smart”, y terminamos todos los papeles del ingreso sin problemas, a las dos y media de la tarde… No hizo falta acelerar los trámites ni modificar el ritmo habitual impuesto por la madre naturaleza… Ni tampoco hubo en esta ocasión una presencia fantasmal… La noche entera, la pasé a su lado, cogiendo su mano, acompañándola incluso en sus jadeos (de algo tenían que servirme los dos libros sobre el parto, y las clases a las que asistimos de preparación al parto desde mi regreso de Japón), y bajo la atenta mirada de la enfermera para comprobar el goteo de los sueros…
            A las cuatro y media de la madrugada, nos bajaron al quirófano, y dos horas más tarde, nacía Claudia… por supuesto, en esta ocasión, me puse en la zona buena. Es decir, mirando solo a Yolanda, para hundirme en sus profundos ojos con cada contracción… y prestándole mi mano izquierda, por si necesitaba un punto de apoyo durante las últimas contracciones… y todo parece indicar que realmente lo necesitaba, porque me la dejó hecha un guiñapo… Ni siquiera fue necesaria la episiotomía (una cosa menos de la que ocuparme), y tampoco la palmadita en la espalda de la recién nacida: Claudia siempre ha tenido buenos pulmones y ganas de vivir… La lavaron, midieron, pesaron, y luego la pusieron sobre el pecho de Yolanda… y allí estaba yo, haciendo las primeras fotos a las dos mujeres más importantes de mi vida (con perdón de mi madre y de mi hermana, se entiende…) Tampoco necesitó un manual de instrucciones: enseguida se puso a mamar… Tuvieron que separarlas unos minutos, mientras lavaban a Yolanda y le cambiaban el camisón en la zona de pos-operatorio, y luego las subieron a las dos a la habitación…
            En ese preciso momento, noté el efecto del cansancio, de la tensión acumulada… cuando Borja y David, acompañando a Julián y Catalina, entraron en la habitación… mientras que yo tenía en el regazo a Claudia… y le limpiaba un poquito la cara de sus primeras lágrimas… porque la habían separado momentáneamente de su madre…
            ¿Y por qué Claudia, en vez de otro nombre? ¿Por qué precisamente ponerle el nombre de un antiguo amor? Muy sencillo: porque sin ella jamás nos habríamos conocido… y porque, en lo más profundo de mi corazón, la seguía queriendo, por haberme otorgado los mejores recuerdos de mi adolescencia…
            Yolanda, Luis, Claudia… con ellas se cerraba el ciclo de la vida…
            Los primeros días de convivencia con esta versión en miniatura de Yolanda fueron una repetición de mis experiencias con Luis, aunque esta vez ya estaba más preparado psicológicamente, y no me mareaba tanto al cambiar los pañales, ni cuando me vomitaba encima por un atracón de leche materna… Yolanda, esta vez, también se despertaba con los ocasionales sollozos de la pequeña Claudia, y de esa manera yo podía dormir un poco más tranquilo… por lo que rendía más en el trabajo… Y una vez pasados los seis primeros meses de vida de mi hija, decidí someterme a una pequeña intervención quirúrgica, cortándome la coleta de modo figurado, porque mi pequeño mundo ya estaba completo…
            Cuando Claudia tenía un año de edad, decidimos adoptar dos galgos en una protectora, cediendo a los ruegos y veladas amenazas de Luis… aunque antes que nada, los hicimos esterilizar… Athos es completamente negro, menos una estrella blanca en la frente, y una especie de calcetín del mismo color en la pata delantera izquierda… y Portos es de color canela, con manchas blancas en el lomo… Los dos tenían seis meses, y en junio de 2005 celebramos su primer cumpleaños con nosotros…

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