No deja de ser curiosa la evolución de los niños y las niñas, entre los ocho y los once años en el caso de las niñas, y entre los diez y los doce en los niños (siempre hemos sido un poco más ingenuos y malotes)... Es cuando se forman las pandillas, los grupos, las "amistades inquebrantables"; las confidencias sobre quién te gusta de la clase (a menudo no hay mejor forma de que se sepa con todo detalle que recurrir a uno de los bocazas oficiales); los desafíos deportivos y de fuerza o agilidad (¿quién no ha jugado al "churro", aguantando demasiado, para no quedar en ridículo delante de "ella", que tal vez estaba mirando y aplaudiendo desde la distancia, o bien se estaba comiendo las uñas de su amiga Mari Puri?)… Sobre todo, yo ansiaba aquellas actividades en las que se mezclaban aquellas dos especies alienígenas, los chicos y las chicas…puesto que a todos los efectos, en nuestro “Lycée Le Petit Nicolas”, como en casi todos los colegios españoles de España en los años setenta, se practicaba la discriminación positiva y negativa, los castigos, las separaciones, los tabús…
Nunca me gustaron las clases de natación, hasta el punto de haber incorporado ese olor a lejía, cloro, cálida humedad y desinfectante en muchas de mis pesadillas más horrorosas, de ahogamientos furtivos o intencionados. Y las típicas “bombas” que salen mal…
Pero me encanta el aroma y el sonido del mar...
Después de las vacaciones de navidad, el fondo de la piscina casi siempre estaba escamoso, con pequeñas partículas de pintura que se pegaban sobre la piel, sobre todo los últimos años... Nuestro profesor entre 1979 y1982, Mateo García Meneses, era un sádico, antiguo legionario “con mucha experiencia en combate”, cuyo sueño era hacernos nadar los quinientos metros estilos... en menos de cinco minutos... Hablaba mucho de la importancia de mantener la buena forma física, pero lucía un barrigón digno de una embarazada de seis meses, con un bañador de tipo braga… y creo que nunca le vi nadar… Mucho silbato y gritos… Durante cuarenta y cinco minutos nos tenía nadando, haciendo carreras de relevos, aprendiendo a tirarnos de cabeza… o de espaldas… o de culo, cuando no miraba…
Pero al menos, los últimos diez o quince minutos de clase, los pasábamos haciendo el bestia, pero de verdad, en el agua, ajustando cuentas con los más grandes de la clase (los repetidores), y cosas por el estilo... Porque una banda de diez o quince niños, “piraña”, si ataca al matón, se lo puede hacer pasar muy mal, aunque algunas veces se producían accidentes... (todos tenemos huevos…) En nuestro caso los de 1984 y 1985 fueron demasiado violentos, o gamberros… ¿Habrán encontrado los agujeros que hicimos en el vestuario de las chicas, con u berbiquí de mano? ¿Alguin más habrá confesado que no se veía nada, por el tabique doble, y el miedo a ser descubiertos)
Aquél año se consideró que las hormonas estaban demasiado revolucionadas para seguir con la natación, y optaron por el baloncesto, el fútbol, y el “bádminton”…
Nuestras bestias negras se llamaban Álvaro Cienfuegos Sánchez (un coloso, medía casi dos metros, que solo estuvo algunos años con nosotros) y Pedro Abel Cifuentes (que era menos grande, “no llegaba” al metro ochenta… pero nosotros no superábamos el metro cincuenta…) quien tenía una agilidad sobrehumana… pero en carrera corta y capacidad de salto, no podían con nosotros… Vale, repartían medallas del honor… en forma de ojos morados… Y ya no estaba con nosotros la divina Eleonor… para soplarnos la inflamación o restañar la sangre…
Otro aliciente era el comprobar si algunas de las compañeras llevaban o no relleno en los jerséis de cuello vuelto o quienes usaban sujetador con algo de algodón en la copa, por simple comparación entre el “antes” y el “después”.
Era el año 1981, habían pasado tres años sin una sustituta aceptable (y que me aceptase) a nivel sentimental, mi corazón seguía de luto por Laura (y por Eleonor, un año después), aunque había conocido un par de chicas interesantes en la biblioteca, y el tiempo pasaba, inexorable... Más que nunca, mi refugio era el estudio, la lectura, y estar en casa, con la familia (cuando mi padre no tenía uno de sus cabreos)... quizás porque en nuestro edificio, no había otros niños pequeños, y tampoco había mucha tradición de sacarnos a los parques de tierra de la zona, en el Barrio de Salamanca... Aquellas tardes de sábado, con cine para todos, después de algunas negociaciones y de comprobar mil veces la calificación de algunas películas (lo que no garantizaba que el crítico acertase siempre)...
Aunque lo que yo prefería era estar en Canillejas, la casita de verano de mi abuelo, que tengo asociada a los mejores recuerdos de mi vida... Porque en aquél barrio, había niños con los que jugar en la misma calle, o en los jardines y patios, y mi hermana y yo nos sentíamos parte de algo nuevo, fresco y bueno... Éramos una pequeña pandilla, jugábamos al fútbol algunas veces en el patio, organizábamos “acampadas virtuales” debajo de mantas en el jardín de un amigo y vecino, montábamos en bici, aprendíamos a patinar, nos destrozábamos las rodillas contra el asfalto… ¡Menudos cortes nos hacíamos de vez en cuando, al hacer el bestia! Incluso poniendo un sof-a adosado a la pared interior del patio, y lanzándonos desde una altura de dos metro, cuando nadie nos miraba…. ¡Era la ingravidez! (y luego, el aterrizaje)… pero no hubo muertos ni heridos,…
Cosas de niños… que solo teníamos oportunidad de hacer algunos fines de semana, y los meses de verano… Nos hacíamos llamar “los Vengadores” (muy originales, ¿verdad?), pero la mayor de nuestras hazañas fue enterrar unos cuantos gatos callejeros, que mataba un chaval de otra banda; ayudar a apagar más de un incendio en el campo que estaba detrás de nuestras casas; saltarnos decenas de misas de domingo por hacer el bestia y cambiar botellas de cristal y latas de PVC en los kioscos, a cambio de algunas chuches…
<en cierta ocasión, participamos en la “épica batalla del montón de arena”, contra otra pequeña banda… Era un montón gigantesco, mi abuelo estaba remozando la casa, y por supuesto, nos pertenecía, aunque fuera solamente por territorios…al final, lo partimos en dos mitades, cada grupo haciendo el ganso a su manera… Durante algún tiempo, los cimientos del chalecito aparecieron llenos de cemento con trozos de soldados quemados, tanques destrozados, pedazos de cristal, y alguna Barbie descabezada… Esos son unos buenos cimientos para una casa, llena de amor…
Y y tres días después, ni se recordaba el motivo de la disputa, ni quedada arena… Había sido devorada por una hormigonera…
En la otra vida, más o menos real, hacíamos el bestia durante las clases de gimnasia, cosas tan educativas como el fútbol para los chicos, fumar a escondidas, y el “bádminton” para las chicas...
¿A quién demonios puede gustarle algo tan hortera como el “bádminton” en un instituto? Bueno... pues a veces, a los chicos nos gustaba si las jugadoras eran atractivas... porque casi siempre había una o dos “diosas” por cada clase, y el menor atisbo de piel no previsto, incluso el ombligo o la tira del sujetador… nos hacía soñar durante semanas… Sí, es algo que no ha cambiado, pero sí el comportamiento de los adolescentes, al menos los que he visto en el “Hotel Imperial” de Málaga…
Yo prefería cuando nos llevaban al teatro, al cine, a dar una vuelta fuera del colegio, incluso si nos llevaban a la Biblioteca, el cuarto de calderas, el de la temible máquina multicopista… o al gimnasio, cualquier ocasión era buena para estar cerca de “ella”... Sin importar de qué "ella" se tratase: sentirme enamorado era una de las pocas cosas que se me daban bien, y el mejor antídoto que conocía contra la soledad... Y si además, por una de aquellas casualidades del destino, “ella” aceptaba que la cogiera de la mano... era como pasar de gatito a tigre de Bengala en menos de siete segundos...
Recordemos una cosa: siempre he sido “infiel” de corazón; la única diferencia ha sido el grado de compromiso con la otra persona, y el alcance de la infidelidad... En mi estado civil, tendrían que poner "enamorado", o "enamoradizo"; y en cuanto a profesión, "soñador"... A los cuarenta años, aprendes un par de trucos, te "fidelizas" más o menos, y sobre todo, aprendes a disimular... aunque de vez en cuando, te traicionen los colores, o las palabras mueran en tu boca, o salgan atropelladas cuando te emocionas... porque el olor de una colonia te recuerda a alguien muy especial, y muy querido, pero que ya no está...
O ciertas películas están preñadas de recuerdos de la primera a la última escena... Para Yolanda y para mí, la más romántica de todos los tiempos es “Estallido”… Sí, es cierto, la que habla de un virus maligno que llega a Estados Unidos y empieza a expandirse por una ciudad de pequeño tamaño… Ella cambiaría por completo mi vida unos años más tarde, y yo la suya… Pero eso requeriría un poco más de tiempo…
A los diez u once años, todo es mucho más sencillo, y a la vez, mucho más complicado: tienes novia, o no la tienes; y hacéis "de todo", o "nada de nada"; perteneces al bando de los "guays", o al de los "pringaos"; eres "fuerte" o "débil"... y si encima llevas gafas... y eres inteligente... te pasas muchas más horas metido en la biblioteca que jugando al balón prisionero o cualquier otra actividad igual de “educativa” en el patio... Sigo pensando que en los colegios y en los institutos, deberían fomentar más la convivencia entre chicos distintos, integrándolos en otros grupos, y tratando de evitar el aislamiento no deseado...
Quizás, por eso me sorprendió tanto mi fugaz historia de amor con Laura, la manera en que buscaba mi mano para volver juntos de la piscina, o realizar los pequeños desplazamientos por el colegio/instituto francés “Lycée Le Petit Nicolas” en el que estudiábamos... Su mano dentro de la mía... y en un par de ocasiones, rocé su cintura... o su brazo... "Me gustas porque eres listo...", aquellas fueron sus palabras exactas, y todavía me las trae el viento del atardecer...
¿Que si teníamos planes de futuro? A esas edades, el futuro no existe… No sé... creo que no... Pero yo la sentía como mi chica... y me acuerdo de ella cada vez que escucho “My girl”, la canción de los “Temptations”…
Sin embargo, no fue con ella el primer beso.
Aquél solemne acontecimiento, con más miedo que otra cosa, tuvo lugar en el cumpleaños de un presunto "amigo", meses después de la desaparición de Laura... No es que yo estuviera inconsolable, hasta el punto de darle pena a uno de mis enemigos tradicionales… Quienes me perseguían de vez en cuando por los pasillos y por el patio durante los recreos... Sin embargo, me invitó, como si fuera lo más normal... Yo no quería ir, no quería repetir los mismos esquemas... fuera del colegio… que eran una mala copia de los familiares, la famosa “retroalimentación”, que unas veces nos hacía desear ser invisibles, otras “Super-ratón”, y algunas, “Popeye”…
Pero fui... La casa era enorme, un chalet de dos plantas, con piscina privada, sótano, garaje y un cobertizo para las herramientas... No recuerdo casi nada de aquella tarde, bastante tenía con evitar a los "malotes... Me refugié en un baño de la planta baja para no perder la costumbre; la cocina estaba llena de todos los alimentos que un niño pudiera desear (tarta de chocolate incluida); y el jardín, con el césped alto y bien cuidado... pero que me daba una gran alergia... La piscina estaba tapada con una enorme lona azul, lo que posiblemente me libró de una zambullida... Al margen de toda esta cantidad de lugares y distracciones, lo que recuerdo con más cariño es el cobertizo de las herramientas...
Nos reunimos en la pradera, cerca del cobertizo, sintiendo que todo tipo de bichitos y bichejos reptaban sobre nuestro cuerpo, e incontables mosquitos dando la lata...
¿Alguna vez has jugado a la botella? Ya sabes, el típico juego que se realiza con una botella de "Coca-Cola" de cristal vacía (las de “Fanta” no tienen el mismo “glamour”), y se hacen preguntas al azar, o se piden pruebas… Puedes dar una prenda, contar un secreto, decir qué chica (o chico) te gusta, cuál es la peor cosa que has hecho nunca... Era ya bastante tarde, casi las siete y media, y quedábamos muy pocos, entre otros, Antonio Velasco Ordoñez (el anfitrión), varios de sus amigos, dos o tres chicas... y yo... Era una de esas extrañas ocasiones en las que ni estaba enamorado, ni tenía muchas ganas de enamorarme (insisto, la desaparición de Laura me había dejado bastante mal parado)...
Nos sentamos todos formando un círculo, donde nuestras rodillas rompían la intimidad, sobre una superficie de cemento, que en verano se utilizaba para instalar la barbacoa… Las primeras rondas fueron "de prueba", con las típicas tonterías... Pero según se iban marchando algunos de los chicos más tímidos (creo yo me quedé como mascota y representante de la minoría silenciosa), resultó bastante evidente el objetivo del juego: besar a las chicas... La “imparcial” botella de la suerte, hábilmente manipulada por el maestro de ceremonias fue señalando parejas, que escogieron entre “secretos inconfesables”... o dar “el beso de la vida”...
Se llamaba Melissa Mungomba Franco, era una chica mulata, hija de un empresario de Zambia y de una mujer gallega... Yo la encontraba muy atractiva, con su peculiar aroma (su colonia llevaba algo de incienso), y estaba en la clase superior a la mía... Primero le tocó a ella girar la botella... y la mala suerte me escogió a mí, por primera vez en toda la noche... Nadie se pensaba, ni siquiera yo, que ella escogería algo distinto del "secreto inconfesable"... Pero lo hizo... "Prefiero besar a Ismael... puede ser divertido..."
¿Divertido? En aquél momento, yo debería haber reaccionado, ofendiéndome sobre todo, por la forma en que se refería a mí, casi con desprecio, esa cara de quien ha olido un beso de mofeta... Pero no hice nada, ni siquiera me dio ocasión, porque se encaminó al cobertizo, sin una palabra...
Me levanté, un poco asustado, y fui detrás de ella... Con sus doce años y medio y sus pequeños pechos (pero bastante más desarrollada que otras compañeras de clase) era la primera vez que estábamos juntos fuera del colegio, porque iba a un curso superior... Se cerró la puerta, estábamos solos... Yo me quedé con las ganas de decir algo inteligente, ya sabes, del estilo "Tienes unos ojos preciosos..." o bien "Tus dientes son como perlas..." Pero no... Estaba claro que Melissa tenía otras ideas...
Me empujó suavemente contra la puerta, al mismo tiempo que me ponía un dedo sobre los labios (creo que era el índice de la mano izquierda), y me decía "Hablas demasiado..." ¡Pero si yo no había abierto ni siquiera la boca! Y antes de conseguir defenderme, ella, abriendo un poquito los labios, me besó... Sí, es cierto, me besó Melissa, y fue uno de los ósculos más hermosos, brillantes y vibrantes de toda mi vida... Igual que en las películas de adolescentes, estaba demasiado ocupado intentando respirar... aunque por suerte, no se me empañaron las gafas...
No hubo nada más, que el larguísimo beso, algún fugaz atisbo de lengua, y su cuerpo se pegó al mío como una segunda piel… Al sentirla que tomaba el control, experimenté una extraña euforia... y mi corazón, por primera vez desde que se marchó Laura, estaba vivo... Salimos a los cinco minutos, con el típico corrillo de risitas, más por mi cara de alunado que por cualquier otra cosa... Nadie se esperaba algo tan largo… ni que ella se tomase el beso tan en serio…
No me enteré del final de la fiesta: mi padre vino a recogerme, y regresé a la normalidad: estudio, estudio, estudio y poca o nada de diversión en el colegio... al margen de los paseos hacia el gimnasio y los campos de fútbol las horas muertas en la biblioteca...
¿Quieres saber si pasó algo más, después del hermoso y dulce beso? En un mundo ideal, Melissa me habría confesado su amor incondicional, la manera en que siempre le había gustado mi carita de niño bueno, mi discreción, pero que no se había atrevido a hacer ni decirme nada, porque yo la intimidaba... Y, por supuesto, nos habríamos besado más veces, en medio de una pequeña multitud de compañeros envidiosos, sobre todo, porque ella era "mayor que yo"...
Pues no... Ni hubo más besos, ni más abrazos, ni logré averiguar hasta hace poco tiempo el sabor de su chicle, que permaneció grabado en mi lengua... Coincidimos varias veces en el comedor, en la biblioteca… Ella se desarrolló muy pronto, a los trece ya era una mulata espectacular... Y todos los chicos de la clase seguíamos siendo, a los doce, unos niños...
Todavía sigo recordando su beso, el tacto de su lengua contra la mía, la tersura de su piel... El tiempo ha adornado la escena con otros colores, y olores: el aceite de la cortadora de césped, el leve olor de la piscina tapada; los productos de limpieza en el cobertizo; incluso la fragancia de la hierba recién cortada o del carbón en la barbacoa... También se añaden réplicas ingeniosas, manos que buscan algo en su espalda, el tacto de sus pechos a través de la blusa... Por supuesto, el tiempo se dilata, los cinco minutos se convierten en media hora, y de ahí, al "romance con una chica mayor" hay un solo paso...
Pero la realidad fue muy distinta, y mucho más previsible… Un par de semanas, es todo el tiempo que duró su cordialidad, pasado ese tiempo, “si te he besado, no me acuerdo”... Luego, como mucho una sonrisa en las escaleras… y después, nada…
Siendo ella quien había tomado la iniciativa, no volvió a dirigirme la palabra… Dos años después de aquél beso, se cambió a otro centro, para estudiar la especialidad de medicina... En todo el tiempo que estuvimos en el colegio, no volvimos a hablar, y mucho menos a besarnos... Y sin embargo, hasta el año mágico, no hubo una sola chica en mi vida digna de ser recordada. Me centré de nuevo en los estudios, la lectura, mis escasos amigos fuera del colegio… un burro con anteojeras… pero que aprendía mucho observando directamente la vida…
Durante mucho tiempo, estuve intentando descifrar el sabor de aquél chicle, quizás como símbolo o recuerdo del primer beso… Compré muchos paquetes en el puesto de chuches de la plaza, y probé desde las cosas más ricas a las más asquerosas (os juro que había uno que sabía a vómito… y otro que se llamaba “Camel Balls”, o sea, pelotas de camello)…
Habría sido mucho más sencillo preguntárselo, es cierto, pero cuando se me ocurrió la idea, ella se había marchado al otro centro… Era una gama de sabores con un toque de picante, otro de especias, ligeramente ácido… He pasado muchos años buscándolo, incluso estando casado con Yolanda, y durante mis viajes por el extranjero… aunque mi dentista me tiene prohibido comer chicles por mi problema de la mandíbula (tengo los cóndilos bastante fastidiados) y yo mismo no soporte comer chicles…
Hace seis meses, por fin, lo he encontrado, entre las novedades del “Vip´s”: era el “Wriggleys doubble cynamon, classic flavour”… es decir, el de sabor clásico de doble canela, que llevaba casi diez años sin fabricarse en España… Al saborearlo, me sentí muy extraño, un involuntario regreso al pasado, lo escupí en la palma de la mano, y lo tiré en la papelera más cercana… Mi búsqueda había terminado después de treinta y dos años…
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