domingo, 13 de mayo de 2012

8. Interludio sentimental.

Principios de los años 90... El tiempo de la formación, los estudios universitarios, los sueños por cumplir, las anclas sentimentales, y los conocimientos de todo tipo, algunos de ellos no muy recomendables... Lo que más aprecié de la carrera de Periodismo en el CEU San Pablo (adscrito a la UCM) fue el salir de un ambiente estudiantil en el que no me quedaban ya esperanzas de cambiar ni de evolucionar, puesto que todos los roles estaban ya asignados casi desde el principio... y la posibilidad de encontrar mi sitio bajo el sol era inviable… porque siempre había soñado con ser periodista... Otra cosa muy distinta era que lo consiguiese o no...

El primer año de ciencias de la información, pensé que era posible comerme el mundo, me relajé en los estudios, y al final, me quedaron cuatro para septiembre... Por supuesto también pensaba que sería fácil recuperarlas... pero no resultó como yo creía, y “Pensamiento Político Universal” se convirtió en mi peor pesadilla, a pesar de encontrarla fascinante... La única asignatura que me hizo disfrutar de verdad fue "Redacción Periodística"... y el resto, salvo "Comunicación no verbal" y “Redacción Periodística I", no me aportaron gran cosa...

Fue una época de transición, durante la cual se mantuvieron dos constantes: mis sentimientos hacia Claudia como bote salvavidas frente a la soledad, aunque empezamos a distanciarnos incluso un poco más…. y el comienzo de mi amistad con Esther, el paso a otro nivel no solo epistolar, sino sus invitaciones para que yo fuera  su casa y a su ciudad... No es sencillo mantener una relación epistolar con alguien, y más todavía cuando no logras ubicarte entre las pantanosas aguas de la amistad y el amor...

Logré ser bastante feliz... No me sentía tan solo como antes, la proporción de chicas en el aula era bastante elevada, y conseguí establecer algunas amistades leves y circunstanciales (como casi siempre), pero que me permitían colaborar en grupos de estudio, disfrutar de un relativo anonimato, compartir pellas (ir al CEU no implica que no te fumes alguna clase) y, sobre todo, algunos pinchos de tortilla con mayonesa y una cervecita sin alcohol a la hora del aperitivo... o directamente, un “Martini” blanco...

Dos nombres de mujer surgen con fuerza en aquél periodo: Natalia Vázquez Muro y Ruth López Soler... Dos amigas que no podían ser más dispares entre sí, pero que generaban en mí el mismo interés, porque eran fuertes y seguras de sí mismas, la primera rubia, la segunda morena... Natalia era mucho más conservadora,  Ruth era bastante “cabra loca”, y lo más importante era que yo les caía bien… y formábamos un buen equipo en los dichosos trabajos que los profesores se inventaban siempre en los últimos días del trimestre…

Por supuesto, seguía estando en parte enamorado de mi hermosa Claudia (supongo que es un sentimiento que mantendré mientras viva), pero aprendiendo a diversificar mis afectos, y no conformarme con lo que encontraba en los linderos de la vida... Podría citar otros nombres, pero de todas formas no dejarían de ser otra cosa más que nombres, caras, sueños, sonrisas (y algún que otro desprecio) que se llevó el viento...

También fueron años de fiestas en casas de amigos, y dos en la mía, aunque el resultado fue muy malo: a partir de aquél momento, las únicas fiestas algo locas fueron en el jardín de la casa de mi abuelo, en Canillejas, bajo la forma de barbacoas para dos o tres parejas y un barreño de cervezas “sin”… o bien en nuestra casa de Benalmádena (muchos años más tarde)… Cuando mezclamos nuestros invitados con los de Borja y David, avisamos un par de días antes a la Comisaría, por si acaso alguno de los vecinos protesta… y también a los vecinos más protestones… Casi siempre, después de participar en la primera fiesta, nos hacemos amigos de ellos… Mis cuñados, que son muy sociables y muy liantes, y ser jugadores del “Unicaja” ayuda muchísimo…

Pero recuerdo una de aquellas fiestas de disfraces, que se celebró en casa de Natalia... Esta historia se remonta como poco a la época de los Césares... Tiempos remotos, de la Universidad, en los que todo parecía más sencillo, el futuro era más brillante, y por supuesto, el corazón estaba más libre, y más alocado... Bueno, ahora sigue estando bastante loco, mi corazón, pero se conforma con mi mujer y con mi musa (que no son la misma persona... mi musa ni siquiera existe en el plano real...).

 No tenía muchas ganas de ir a la fiesta que organizaba mi amiga, pues nunca he llevado muy bien el hacer el ridículo, y para mí, disfrazarse es la máxima humillación… Alto, delgado, con capa… ya está: iría de vampiro, con lo que encontrase en la tienda de artículos de broma y el armario ropero de mi padre...

 Lo que más castigo me daba era estar toda la noche acarreando o pendiente de la ropa de recambio... pero lo tenía todo bien preparado. En formato anuncio, sería así: "dientes postizos de vampiro, 100 pesetas; sombra negra para ojeras, 100 pesetas; caber en el esmoquin de tu padre y convertirlo en disfraz de vampiro, para estar toda la noche mordiendo cuellos femeninos, no tiene precio..."

Y allí estaba yo, en la fiesta de Natalia Vázquez Muro, jugueteando tras la barra, mi  compañera de clase, antes de las vacaciones de semana santa del segundo curso de carrera (por cierto, conseguí recuperar las tres asignaturas que me habían quedado), sin conocer a casi nadie, pero con “moderadas” ganas de pasármelo bien...

Era una fiesta muy animada, con un hermoso bufé de comida, varios ambientes (había una maravillosa azotea con césped artificial y zona de hamacas para los “tranquilotes”, y una pista de baile (con su  Dj vocacional), además de una zona cubierta con sillones y sofás), y mucha y buena música... Yo disfrutaba preparando cócteles, sobre todo "Malibú con piña colada", "tequila sunrise", "vodka pasión", y algún que otro invento como "muerte blanca", por lo que después de comer algo, me atrincheré detrás de la barra... Nunca me ha gustado beber, por eso mi límite estaba en dos copas, y el resto de la noche, con zumos... Pero allí estaba yo, un vampiro mordisqueando cuellos femeninos, alguno de sexualidad confusa,  preparando cócteles, pasando un tremendo calor con la capa de mi abuelo y aprovechándome del anonimato… es decir… lo de siempre...

Entonces la vi a ella, sentada, con su hociquito pintado de negro y bigotes a juego, su body negro muy ceñido, sus collares y las botas de tacón, en uno de los sillones de paja, y fumando un cigarrillo mentolado en boquilla larga de carey... No había ningún chico a su lado, lo que no dejó de sorprenderme, pues yo la encontraba muy atractiva...

Abandoné la barra unos minutos, para llevarle un "tequila sunrise" muy suave, lo mismo que el otro "barman vocacional" (iba disfrazado de hombre lobo, y sudaba a mares) le había servido casi una hora antes... Su voz era muy dulce, con un toque de angostura... "¿Es para mí? ¿Cómo sabías lo que deseaba tomar?" En vez de responder, indiqué con un leve gesto su vaso... Por supuesto, era distinto, al estar fuera de la barra, pierdes la ventaja que otorgan las luces indirectas y el manejo de la coctelera... pero tienes que hacer frente al problema de cómo darle conversación a una fascinante gatita... llamada Isabel Ruiz Gómez...

Tuve suerte, todavía lo pienso... Ella terminaba primero de  Periodismo en el CEU, y me la había cruzado unas cuantas veces en las escaleras del centro, pero nunca encontré hasta ese momento la ocasión de hablar con ella... Esa dichosa manía de llegar un pelín tarde a todas partes... Aquella noche fue bastante extraña, no exactamente mágica, pero poco le faltó... La pasé casi entera, hablando con Isabel, hasta la madrugada "del piú e del menno", es decir, de todo y de nada... De libros, sobre todo... de sueños, de perseguir el sol en un coche sin combustible, y de viajes...

Ella también era una viajera empedernida, tanto dentro como fuera de Europa, en la realidad y en su imaginación, y sentíamos la misma fascinación por la cultura maya, los olmecas, los señores del Chilbalba (pero muchos años antes de “Voldemort”)... Era un poco como hablar con alguien que te complementaba, las mismas pasiones, inquietudes, tal vez sueños... Algo, en todo caso, extraño, novedoso e interesante, para un solitario empedernido como yo... que a finales de segundo de carrera no estaba muy a gusto con su cuerpo, aunque mi altura no dejaba de jugar a mi favor…

¿Acaso fue el disfraz de vampiro lo que me ayudó a desinhibirme?¿Conseguí motivar un poquito más a Isabel, con los "Tequila Sunrise" suavecitos?¿Tal vez ella se limitó a aprovechar la ocasión, para hablar conmigo en medio de la relativa intimidad que otorga la multitud? Pasamos media noche detrás de la barra, hablando con ella, con mi gatita loca... quien al final también se animó a preparar algunas copas, cada vez con menos alcohol, para el grupito de incombustibles bebedores que llegó con vida a las cinco de la madrugada...  y la otra media, escondidos en dos enormes sillones de cañizo, que alguien había arrastrado en la terraza, bebiendo zumos de piña y fumando mentolados… y luego “Camel sin filtro”…

También estuvimos bailando, menuda pareja, solo nos interesaban los lentos, quizás porque ninguno sabía bailar: para mis dos pies izquierdos, bastante tenía con aplicarle a cualquier baile el compás "un, dos, tres" del vals... A veces, incluso contaba en voz baja... No pudimos evitar una carcajada, cuando sorprendí a Isabel contando los pasos al mismo tiempo que yo...

Serían las seis de la mañana de un espléndido sábado de primeros de junio en Madrid cuando, habiendo ayudado a Natalia y a su novio a recoger un poco la terraza de su piso, nos bajamos los cuatro a dar un paseo por la ciudad, cuyas calles bostezaban, agotadas por una noche tan larga... El objetivo de nuestra expedición de castigo no podía ser otro que una chocolatería cercana, donde atendieron a un vampiro con mucho sueño y sin un colmillo, una gatita (muy) sexy y femenina, una dominatrix (con taconazos de cuero y corpiño negro... es Sebastián Alameda Hernández, el novio de Natalia) y una geisha sugerente (Natalia, la incitadora)...

A las ocho de la mañana, nos despedimos con un beso de grupo (con achuchón incluido) en la Plaza de Colón... con la promesa de vernos en la facultad... Volví a casa, me encontré con mi madre en la cocina, dos besos, y me fui a la cama...  Unos días después, me descontaron de mi asignación semanal el coste de la tintorería… Isabel y yo nos vimos un par de veces más aquél trimestre, fuimos al cine, a desayunar juntos, coincidimos en algunas fiestas, compartimos un pincho de tortilla y un par de cervecitas, incluso le regalé un libro por su cumpleaños, "Ilusiones", de Richard Bach, nos encontramos un par de veces en varias fiestas (ninguna de disfraces)... Y lentamente, regresamos al anonimato, a los saludos cordiales en la escalera, puesto que a mis veinte años recién cumplidos, yo era "demasiado mayor" para ella, que acababa de cumplir dieciocho... Como se suele decir en estas ocasiones, “fue muy hermoso mientras duró”…

¿Y mis otros amores, los que me importaban de verdad? Claudia y yo seguíamos manteniendo una extraña relación, como los matrimonios ni se aman, ni se quieren, pero siguen como apéndices extracorpóreos del otro... El caudal de amor que sentía por ella se iba dulcificando, ella había conocido un par de chicos interesantes en su facultad

¿Esther? Las cosas no fueron sencillas, nunca lo son, cuando dos personas que han compartido un par de horas optan por convertirse en amigos, y empezar a escribirse... No teníamos nada en común, salvo nuestro cariño por Claudia, y nuestra pasión por el mar y el sol… Gran ternura, pero no amor, ni siquiera me lo llegué a plantear...

 Ella y su familia fueron siempre geniales, maravillosos conmigo desde el primer momento: me abrieron las puertas de su casa dos de las veces que volé a Málaga (ventajas de que mi madre trabajase en “Iberia”), y también me cedieron el cuarto de invitados... aunque pusieran un pestillo en el cuarto de Esther, que yo no dejaba de ser un chicarrón del norte de un metro ochenta (¡por Dios, qué bien suena!), con la extraña manía de viajar con una maleta de libros… y un pequeño ramo de rosas secas, de color azul, para regalárselas a ella, sacándolas de detrás de su oreja… y su hija una cabra loca, bellísima, es cierto, pero cabra…

Allí comí los mejores “huevos estrellados con patatas” de toda mi vida... Esther vino un par de mañanas a despertarme, con un tazón de café recién hecho y con mucho azúcar… algo que dudo mucho que hiciera felices a sus padres, porque en verano no uso pijama, solo un “bóxer” de la “Disney”… Muchas noches, me las pasaba mirando sus fotos, iluminadas por las estrellas fosforescentes en los rincones de su cama… Pero jamás la toqué… Era más una relación de mascotas consentidas y felices que de humanos…
Y con ella viví una de las noches de feria más intensas, más absolutamente alocadas de toda mi vida... Aquellas horas en la calle Larios, comiendo "pescaíto frito", "pijota", "bienmesabe"... y vino fino, tal vez demasiado... Me presentó a sus amigos, pero a la mañana siguiente no recordaba (casi) nada de lo que había hecho, aunque a los diecinueve años, el hígado parece recargable (¡No lo es!)… el corazón inagotable (tampoco lo es…) y además, tenía una resaca monumental, seguro que por culpa del hielo de garrafón…

 En un par de ocasiones, cociné para ellos, y siempre he pensado que Cosme Galán Dueñas (inspector de Hacienda) y Pilar García Prieto (agente de la Policía Nacional) me trataron como un hijo, en todo momento, y no dudaron en abrirme las puertas de su casa, cuando su hija hacía menos de un año que me conocía, y no tenían otras referencias que sus opiniones… Reconozco que a veces puedo resultar un poco intimidante, sobre todo recién levantado y con el pelo por la cara, y esa palidez cadavérica que me persigue hasta que me paso la primera semana al sol… Demasiadas ocasiones mi reflejo a primera hora me hacía recordad a “Eduardo Manos Tijeras”…

 Yo fumaba bastante, pero nunca en casa… procuraba respetar todas las normas (aunque si por mí fuera, me levantaría mucho más tarde) y siempre estaba pendiente de Esther, como si fuera una hermana pequeña… exquisitamente torneada por el mejor alfarero del mundo…

Ambos cambiamos con el paso del tiempo… yo me volví más viejo… y Esther bastante más loca que antes, pero no por mi influencia ni mis encantos o culpa… En la tercera visita, dormí en la casa que compartía con su novio, aunque bien poco recuerdo de aquella última ocasión, compartiendo el sofá del comedor con un tremendo perrazo de color blanco, muy peludo, y con muchísima halitosis... Nunca olvidaré aquella tarde de playa en la “Malaguetta”, riéndonos del calor del sol, por estar vidos, vestidos de negro a pleno sol, con Esther y su amiga Marjolein Van Braam Morris, cuando las invité a merendar, y entre las dos me compraron un mechero "Zippo" americano de siete barras, que todavía conservo... igual que las fotos que nos hicimos haciendo el ganso, subidos en la moto de un amigo (pero montando los tres en ella, y del revés)... o bien a las dos arrancándose por sevillanas… Mientras que yo ponía cara de duro, sin dejar de repetir, a voz en grito “!Arsa!”… Incluso nos lanzaron un par de monedas…

Pero lo más importante de aquél tercer viaje a Málaga... fue conocerla a ella, Yolanda... la mujer que me ha dado la vida... pero que me robó el alma... desde la primera mirada… Y que consiguió lo que en mí era imposible: que me enamorase al mismo tiempo de su cuerpo y de su alma…



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