domingo, 13 de mayo de 2012

7. Maniobras entre sentimientos…

Pensar en Ella, en Claudia Galán García, mi segundo amor (aunque lo de Laura fue mucho más fugaz) me lleva a recordar algunas de las mejores cosas de mi adolescencia... Fue también la primera vez que tenía una amiga de verdad, sin contar los veranos con la pandilla en Canillejas...

 Hay muchísimos tipos de amistad, desde la camaradería al realizar una actividad deportiva, lo que llaman "el “espíritu de cuerpo" si haces la mili, los "colegas" con quienes te tomas unas cervezas cuando te vas de baretos, las bandas, los “fumadores de medio pelo” y “pintores de brocha gorda” cuando se trataba de ayudar a un colega”... Fracasé estrepitosamente: en tres días, estaba enamorado de ella “hasta las trancas”, y así estuve, durante los mejores años de mi estancia en el “Lycée Le Petit Nicolas”, cerrando los ojos a dos verdades fundamentales: la primera, que Claudia nunca estuvo enamorada de mí; y la segunda: que no se puede jugar con los sentimientos de las personas... y la tercera, que siempre fue consciente de mis sentimientos hacia ella… ¿Por qué me enamoré? Quizás… porque solo podía ser ella… quien me robase por segunda vez el alma…

            Quedan, eso sí, las canciones, que escucho en la Harley de camino al trabajo, y muchas de las cuales he compartido con Yolanda… La más importante era “Strangers in the Night”, incluso le quité un par de veces la gabardina a mi padre, en aquellas raras noches de niebla, soñando con cobijarla a mi amparo… pero jamás fui ni siquiera la décima parte de convincente que Frank Sinatra… ni siquiera cuando me callaba…

Luego,  Careless Whisper”, del grupo Wham… La de cuarentones que ahora sonreímos al recordar aquellos sentimientos, aquellos tiempos donde todo, al menos, parecía un poco más sencillo que ahora… solo un poquito…

¿Que si ella me quería...? No… Solamente como amigo, como compañero, pero nada más... Me costó mucho tiempo decidirme a expresar mis sentimientos, porque al margen de ellos, y tal vez incluso por encima, estaba nuestra amistad... Fue una de las primeras veces en mi vida, que escuché esa terrible frase: "Te quiero mucho... pero como amigo...", mas al final, seguimos siendo grandes amigos, hasta que salimos del instituto... Luego… nos separamos…

Es cierto, igual la vida me habría tratado mejor en lo sentimental si, en vez de aferrarme a ella, me hubiera atrevido a sentir más por alguna de las chicas que conocí aquellos años... El esquema era y sigue siendo, en buena parte, el mismo: conozco una adolescente que me gusta, por motivos tan extraños como su sonrisa, su voz, sus manos, su cuerpo, y casi siempre, a través de terceros  porque es cierto que en persona me costaba mucho más lanzarme, pues por aquél entonces era muy tímido... y todavía lo sigo siendo… Son chicas guapas e inteligentes, y sobre todo, que tienen alma y sentimientos... y siempre detecto en ellas algo que me fascina... una sonrisa pícara e incitadora… unos ojos soñadores que guardan secretos… a veces, hoyuelos en las mejillas…

Con un poco de suerte, algunas de ellas se convierten en mis amigas, y aquél sentimiento no se modifica... Al final, tienes un número considerable de buenas amigas, una cantidad menor de las que estás enamorado (nunca más de dos o tres a la vez), jamás te falta alguien en quien pensar, ni una chica con quien estar a gusto… y muchos de tus compañeros de clase te preguntan por "tu secreto"... que no es otro que aparentar inofensivo… y no saber qué demonios hacer con tus largas manos… incluso lo que una de ellas definió como “”mirada de cachorro”…

También influían ataques de romanticismo compartido, películas como “Ghost”, saber escuchar de verdad, mirar a los ojos cuando hablas (y no a los pechos o a las piernas si llevan minifalda…  y si lo haces, que sea de forma recatada), memoria fotográfica para las letras de muchas baladas (y no saber cantarlas más que al oído)… Pero supongo que también influye, siempre, la complexión física: casi un metro ochenta, por fin ensanché de hombros gracias al deporte (iba al gimnasio todos los días desde 1986 para hacer pesas, además de los entrenamientos de yudo) y el típico flequillo canalla, perilla y bigote, que se convirtieron en mi símbolo… Aunque cada mañana, cuando me miraba al espejo para afeitarme, no tenía más remedio que admitir la verdad: tenía tantas amigas, porque me consideraban inofensivo…

Pero tú sigues pensando que tu vida es una canción de Nat King Cole: "triste es mi vida, sin tu cariño/ lloro en silencio, mi desventura... Voy por el mundo cruel de fracaso en fracaso; llamo a la puerta del Cielo que nunca traspaso; rendido y cansado, de tanto sufrir..."
A finales del cuso escolar de 1988, y gracias a Claudia, conocí a Esther... Era un momento especial, en el “Lycée Le Petit Nicolas” celebrábamos la tradicional fiesta o  "kermesse" de fin de curso, que en esta ocasión, también era la despedida de la última promoción de alumnos que habían terminado toda su escolaridad entre aquellas cuatro paredes, techos, patios...

Sería también una de las últimas veces en que vería a Claudia en aquél ambiente, paseando por algunas de las clases y lugares donde fuimos felices... Y cuando teníamos por delante unas horas preciosas para estar juntos, me dice que "ha venido mi prima de Málaga, llamada Esther, que es muy maja, y que si te importa mucho que esté con nosotros..." ¿Y qué le puedo responder? Pues al mismo tiempo que le confirmo que "no, para nada...", me pongo a buscar una cabina telefónica con desesperación (en aquellos tiempos, los móviles eran el privilegio de unos pocos, y yo no estaba entre ellos), rebusco en los bolsillos de los ridículamente estrechos tejanos las escasas monedas, para pedirle a uno de mis compañeros de clase que vivía cerca, David Blas de Otero, que me hiciera el favor de venir a la "kermesse" (cosa que no pensaba hacer), para hacerse cargo de la "primita"...
Lo que yo no podía prever es que Esther Galán Cuevas sería una de las adolescentes más hermosas que había visto en toda mi vida... ni que me quedaría fascinado por ella desde su primera sonrisa tímida (ella era dos años menor que yo)... y me pasaría toda la tarde y un par de horas de la noche tan pendiente de ella... que dejé tirada a Claudia y a mi compañero David, que apenas se soportaban mutuamente, y ambos tardaron mucho tiempo en olvidarlo...

 Esther era y sigue siendo preciosa, con su pelo rubio y rizado, sus pechos pequeños, su talle de avispa, y sus piernas y brazos largos y torneados, una aparición casi angelical... pero con cierto aire de motera… Nos fuimos a dar una vuelta por el “viejo barrio”, dejamos plantada a la otra involuntaria pareja, y nos tomamos unas cañas en el viejo bar, bajo cuya mesa todavía estaban grabadas a navaja mis iniciales y las de Claudia, casi seguro que lo hice fumando uno de mis cigarrillos y bebiendo un café solo y negro… Pero aquella noche, solo deseaba caminar con ella, mirarla, con esa molesta sensación de que puede ser la última vez que estarás con alguien que puede ser muy importante en tu vida… Incluso le dejé mi cazadora de motero (porque su piercing del ombligo se estaba enfriando)… y yo no temblaba casi nada…

 Prometimos escribirnos, aunque yo no estaba muy seguro de que la magia permaneciese intacta en la distancia, ni tampoco la manera en que nos afectaría el poder conocernos mejor... Nuestras cartas se cruzaron en el camino… y nos hicimos amigos… Con el paso de los años…

Claudia y yo perdimos el contacto un año después de salir del Instituto, han pasado casi veinte años desde aquél momento, pero muchas veces, al escuchar algunas de las canciones que compartimos en algún momento ("You make me feel so good" (me haces sentir tan bien), "J´ai perdu la tête" (He perdido la cabeza), "I got you under my skin" (Te tengo bajo la piel) entre otras ), su recuerdo, su mirada y su sonrisa volvían a mi memoria...

Hoy he vuelto a quedar con ella, uno de sus vuelos la trajo hasta mi ciudad, y hemos comido juntos, y la magia permanece: mi reflejo distante en sus ojos aguamarina... y cómo sus largas, finas y pálidas manos acompañaban los movimientos de su cuerpo al hablar...

De repente, el recuerdo de aquél segundo gran amor regresó entre nosotros... aunque nunca estuvo demasiado lejos, desde que la vi apoyada en la barra del restaurante, observándola más como hombre que como mejor amigo, y apreciando cada curva de su cuerpo mientras se daba la vuelta, sonriéndome…  

Tomo sus manos entre las mías... Me siento tan joven de repente, tan inexperto, que incluso me quedo sin voz... como en aquellos tiempos, cuando el mundo era distinto... y nosotros también...

Mientras la risa cristalina de Yolanda nos devuelve a la realidad, al comentar: “¡Qué tierno! Pero si parecéis dos adolescentes ñoños…” Y de repente, estamos de nuevo en la calle Larios, compartiendo unas tapas, y yo le pido a un camarero que nos haga una foto a los tres… Y, por la cuenta que me trae, sonrío, porque estoy entre las dos mujeres más importantes de mi vida… Y sin Claudia, jamás habría conocido a Yolanda…

Y sin Yolanda… jamás me habría atrevido a ser yo mismo…



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