lunes, 11 de julio de 2011

77: Una reunión informal…

         Si he aprendido algo de mi estancia en Japón, es precisamente que no existen reuniones informales, es un concepto que no cabe en su forma de ser, sobre todo, en el mundo de los negocios. Te reúnes con alguien si necesitas que te informe sobre algo, o bien si tú tienes algo que contarle… No es una cultura como la nuestra, amante de las sobremesas dilatadas… y cuando se quieren relajarse o divertirse, tienen formas propias de hacerlo… Por eso, cuando le recibí en la puerta de nuestra casa, en su reverencia y en su mirada intuí que iba a ser una de “aquellas reuniones” de capital importancia… Se descalzó, y después de saludar a Yolanda y a Luis, me acompañó a la biblioteca, donde ya tenía preparadas dos botellas de agua mineral (pues el agua de la ciudad, siendo potable, no tiene el mejor sabor, aunque consigue una fantástica paella y un café de gran calidad)… Fue un momento tenso, los dos nos quedamos de pié, dudando cómo sentarnos: en un despacho, es sencillo, la persona que viene a visitar se sienta en un lado de la mesa, y el anfitrión, en otro, incluso si existe una diferencia de grado entre los dos. En mi caso, Kenji Watanabe siempre había sido mi superior jerárquico, mi mentor y mi entrenador… Pero la intensa formación recibida, de la que había sido bien informado, y el hecho de ser el transmisor de las últimas tácticas y consignas de la corporación, unido a que estábamos en mi casa, complicaba ligeramente los roles…



         Menos mal que tenía prevista la situación, y le indiqué dos sillones de orejas, situados detrás de una mesa baja, sobre la que había colocado dos carpetas con mi informe preliminar, y una gran pizarra por si precisábamos hacer algún tipo de gráficos. En cuanto estuvimos en el despacho, comenzamos a hablar en japonés, y me dijo “¿Sabe usted, Ismael-sama, que tiene el acento de un nativo?” Aquél fue el mejor cumplido que me pudo hacer…



Estuvimos trabajando casi tres horas, hasta que Yolanda se acercó a preguntar si nos apetecía algo de comer, y como estábamos hambrientos, asentimos. Veinte minutos más tarde, nos trajo un surtido de “sushi” y de “sashimi”, una pequeña botella de sake y dos juegos de palillos… Seguimos trabajando incluso durante la cena, y cuando Yolanda regresó para retirar los cubiertos, Kenji Watanabe le dijo: “¿Me podría decir el servicio de catering al que ha recurrido? Era un “sushi” y un “sashimi” excelente…” Y ella le respondió: “Cuando quiera volver a cenar en nuestra casa, será para mí un gran placer preparárselo de nuevo… Con tantos meses lejos de mi marido, he tenido tiempo de aprender a cocinar algunos de sus platos favoritos…” Tras unos segundos de silencio, me preguntó: “¿Te importaría si un par de días, la invito a cocinar con mi esposa?”



El asunto quedó pendiente, aunque ayudamos a Yolanda a llevarlo todo a la cocina, y seguimos trabajando un par de horas más. Yo no estaba demasiado cansado, pero de todas formas, al ser un contacto preliminar, y disponer de todos los informes que yo le había ido enviando con la doble encriptación, estábamos bastante al día… En el último momento, cuando ya recogíamos los informes y borrábamos la pizarra, me levanté, y le entregué un estuche de madera labrada… Creo que intuyó el contenido, porque a su pesar, una sonrisa tímida se asomó en su rostro…



Al abrir la caja, sobre un lecho de seda roja, se encontraban los dos letales abanicos de combate de color negro… que en la aduana consideraron elementos decorativos… Kenji Watanabe los tomó en sus manos, y con un diestro giro de muñeca hizo asomar las letales hojas de espada, convirtiéndolos en formidables armas de defensa… “Perfectamente equilibrados, obra de Ishogure Taganawa, primer tercio del siglo XX… ¿Cómo has sabido que yo coleccionaba este tipo de armas, y que estaba interesado en una de ellas?” A lo que yo respondí: “En ocasiones, las palabras traicionan nuestros deseos…”, pues hace casi dos años que me había comentado su interés por aquél tipo de arma… y yo había aprovechado algunas tardes más o menos libres para localizarlos, primero por internet, y luego en las tiendas físicas… Es cierto, me salieron bastante caros, casi tanto como el conjunto de todos los demás regalos que traje para la familia, pero se notaba que mi colega estaba muy satisfecho con ellos… aunque aquella noche no me hizo una exhibición de su letal utilidad… Le enseñé la armadura que me había comprado, y alabó su calidad, salvo que me aconsejó modificar el acolchado del casco o ponerme un gorro de esquí, porque era una talla más grande que la mía… Nos despedimos con una reverencia, y me comentó que tendríamos una reunión la tarde siguiente, para comer con el resto del equipo, repartir los informes resumidos, y que después podía considerarme de vacaciones hasta el día siete, a punto para nuestro combate inicial…



Lo que no le comenté es que a mí, ahora, al filo de la medianoche, me esperaba un nuevo “combate cuerpo a cuerpo”… contra Yolanda… en cuanto lográsemos acostar al torete de nuestro hijo, quien se atrincheró bajo la mesa del comedor… y tuvimos que sacarle utilizando un par de onzas de chocolate como cebo… Le conté una de las historias de mi abuelo, sobre los tres hermanitos que salieron de la ciudad para buscar el amor… y se enamoraron de la misma mujer… sin saberlo…



Se durmió cerca de la una de la madrugada, lo que no me extrañó demasiado, porque fue un día muy estresante para todos, volver a casa nunca es fácil cuando tienes un hijo tan pequeño… pero lo es mucho más, cuando has tenido que dejar en Málaga a la mujer de tus sueños… y de tus realidades… Lo único que deseaba era verla, estrecharla entre mis brazos, besarla, hundirme una y mil veces en sus ojos marrones, y sentir que había regresado a casa… Es cierto, el cuerpo de las embarazadas cambia mucho, sobre todo entre los cinco y los nueve meses, pero Yolanda, con sus seis meses y pico, estaba bellísima… Desapareció unos minutos en el cuarto de baño, y luego la escuché decir: “¿Te importa frotarme la espalda?” Se había metido en nuestra “ducha de pareja”, de plato grande y alcachofa central, tenía su larga melena empapada y con algunos restos de espuma, y el cuerpo brillante por el agua… Le pedí que esperase un minuto, y me desnudé en nuestro dormitorio, porque necesitaba sentirla entre los brazos, olvidarme piel contra piel de todos aquellos días que había pasado lejos de ella, de los tres meses lejos de sus labios…



Como si estuviéramos jugando a policías y ladrones en versión sexy, la hice apoyarse contra la pared, abrir ligeramente las piernas para que estuviera cómoda, y le enjaboné a conciencia la espalda… y la aclaré con la alcachofa de teléfono… y luego, con las manos desnudas, le enjaboné de nuevo la parte delantera, centrándome en sus pechos y su vientre… Me arrodillé a sus pies, dejando que el agua caliente se llevase toda la tristeza acumulada, imaginando que aquella criatura en su interior notaba mi presencia… y quizás por una de aquellas casualidades de la vida, noté claramente una patadita… a la que respondí con un beso… Yolanda me hizo levantarme, apagó la ducha, y salimos los dos… Con el mayor de los cuidados, la sequé muy despacio con la toalla de algodón blanco, y después me sequé yo…



Deseo…. Y algo más… ¿Ansias de posesión? ¿Hambre atrasada, como diría un amigo, o la simple reacción de dos amantes que se encuentran después de tanto tiempo? Dicen que hay mujeres embarazadas que experimentan asco hacia el sexo, hacia su propio cuerpo, que pierden todo el apetito sexual… Bueno, pues nada de esto se le podía aplicar a Yolanda… Aquella noche, los dos disfrutamos con toda el alma, dando y recibiendo placer del otro… Entregán-donos por completo…



 Al preguntarle por algunas de las posiciones que practicamos, se hizo la misteriosa… pero un par de días después, en el cajón de su mesilla de noche, y debajo de una revista de “National Geographic”, descubrí un misterioso libro, de portada forrada por papel de estraza, llamado “El kamasutra del sexo para embarazadas” (editorial Lexus)… aunque muchas de las posturas se derivaban, sobre todo, de la lógica… y de la ley de la gravedad… Nos dormimos, agotados pero felices, al filo de las dos de la madrugada… Al principio, me costó conciliar el sueño, quizás por la falta de costumbre de compartir cama con alguien… pero después comprendí que era sobre todo por la cama grande… Y pese al calor, me dormí abrazado a Yolanda… y así me desperté seis horas después… pegado a su espalda, piel contra piel…



Me costó bastante levantarme de la cama, sobre todo por dejarla a ella durmiendo… y porque su cuerpo, levemente cubierto por las sábanas, me recordaba una de tantas cadenas montañosas que recorría en mi adolescencia… No tenía prisa, hasta las dos de la tarde no tenía la comida oficial con el resto del equipo, y el trabajo de fin de seminario fue la elaboración de un resumen de las principales conclusiones, en nuestra lengua materna, pues hasta aquél momento, el idioma oficial había sido el japonés… Me puse la bata, y me senté en el sillón de lectura, contem-plando a Yolanda y a nuestra hija… Llámame “voyeur” o mirón… pero no pude contener mis ganas de ver su cuerpo desnudo en todo su esplendor… Y por eso, con el mayor de los cuidados para no despertarla, fui retirando muy lentamente la sábana… Se conoce que no tuve el cuidado suficiente, porque cuando iba a retirarme unos pasos, ella me cogió la mano, diciéndome: “¿No pretenderás dejarme así, verdad? Que estos tres meses también han sido muy largos para mí…”



Hicimos de nuevo el amor, con tanta pasión como la noche anterior, o tal vez más… Nos duchamos juntos otra vez… Y luego por fin pude vestirme con mis botas reforzadas, los vaqueros, la camiseta de “Iron Maiden” y la cazadora de cuero, con el casco integral, recogí los documentos que necesitaba para la reunión, y me subí a mi querida Harley, para llegar al Hotel… Por la mirada que me dirigió el nuevo jefe de recepción (el “plongeur” al que promocionamos casi un año antes) comprendí que quizás no fuera una buena idea presentarme así a la comida de equipo… Pero aunque fuera por una vez, me apetecía mostrarme tal y como me sentía más a gusto, como era en realidad, y no un directivo enfundado en un traje de “Armani”. Cuando abrí la puerta del comedor que teníamos reservado, se produjo un cierto revuelo… puesto que todos ellos iban con trajes de chaqueta, camisa y corbata… Y se notaba que algunos de los compañeros de marketing y de publicidad no sabía muy bien cómo reaccionar…



Fue providencial la intervención de Kenji Watanabe, al decir: “No recordaba que hubieras cambiado tanto en Japón… aunque tienes los ojos un poco rasgados… De todas formas, en tu honor, queda inaugurado el almuerzo casual day de los lunes…” y dando ejemplo, se quitó la chaqueta y la corbata, y se arremangó la camisa… Si el directivo de más nivel consideraba adecuado ponerse cómodo, a nadie más debería importarle… y fue un alegre zafarrancho, puesto que incluso con la climatización, hacía calor…



Durante la comida estuvimos intercambiando novedades, sobre todo del funcionamiento de los hoteles de Málaga y de Benalmádena, donde al parecer se habían dado algunos “acontecimientos paranormales de cierta entidad” en las ruinas de la vieja iglesia y de la capilla… y ciertos problemas con el mayorista de pescado fresco para los dos “sushi bar”, la solución sería acudir directamente a la lonja y establecer un acuerdo sobre las especies que más usábamos… quitando el atún rojo, que forzosamente era importado… y la necesidad de reforzar la seguridad durante los eventos empresariales más restringidos.



Acto seguido, realicé una presentación en power point de las nuevas consignas de la central: confidencialidad absoluta, seguridad, cordialidad en el trato, ofrecer servicios complementarios, acuerdos con otras empresas afines, y necesidad de aprovechar al máximo el potencial de los empleados. Tras unas preguntas, me retiré hasta el lunes… para el combate…

76: Las cosas importantes…

         Con la diferencia de horario, yo estaba hecho un auténtico lío, la única certeza era que llevaba diecisiete horas de vuelo, y mi cuerpo entero, sin importar que en mi ciudad fuera de día o de noche, necesitaba con urgencia una buena ducha, una siesta y un cambio de ropa, que el uno de julio de 2003 fue uno de los días más calurosos en Málaga… y yo iba con traje de chaqueta y camisa de manga larga…



Tuve que abrir el baúl donde guardaba la armadura, que por supuesto estaba perfectamente ubicada en sus soportes, algo que ya suponía, y certificar que era moderna, fabricada “casi” a medida… y que no tenía ningún uso, al margen del deportivo… Los demás artículos de regalo no fueron un problema, ni siquiera las agujas de acupuntura, o los abanicos lastrados, en verdad una curiosa mezcla de arma blanca y objeto decorativo… Aunque llevaba tanto tiempo hablando y pensando en japonés, que no pude evitar despedirme con un educado “Sayonara”… de los agentes de la Guardia Civil…



         No esperaba un comité de bienvenida, ni mucho menos… pero allí estaban todos: Julián y Catalina, Borja y David… y, en el centro de ellos, la futura mamá más hermosa del mundo, Yolanda… sujetando de la mano un pequeño terremoto: mi hijo Luis… que salió disparado como un proyectil hasta mis brazos, sorteando el carro con las maletas y el baúl… Esa fue la señal para todos los demás, y me vi envuelto en medio de un mar de besos, brazos y para bienes… Borja y David se hicieron cargo del equipaje, Julián y Catalina cogieron a Luis… y yo, mortalmente cansado, me fui caminando hasta Yolanda… y después de mirarla un par de minutos, para memorizar todos los detalles de su cuerpo y de su alma, pues era mi regreso al hogar…



Primero la besé en el cuello… Luego, en los labios… Y el mundo desapareció… Ya no recordaba que fuera tan difícil besar a una mujer embarazada, ni que su cuerpo cambiase tanto… menos mal que ya teníamos práctica con Luis: lo más cómodo es dejar que le abrace ella de la manera que le resulte más cómoda, en nuestro caso, por el lado izquierdo… La añoraba, a ella y a nuestro hijo, más que a cualquier persona en el mundo… Pero ya estaba de vuelta en casa…



Colocamos todo el equipaje en el monovolumen, y nos pusimos en marcha, hacia Benalmádena, llegamos a casa a las once y media de la mañana… y me parecía extrañísimo volver al hogar, porque durante tres meses, mi universo se había reducido a las cuatro paredes de una habitación de hotel, y otros lugares de trabajo… Pero nada, salvo los libros que me había ido comprando cada semana, y las fotos familiares que colgué en un tablero de corcho que me prestaron, no tenía puntos de contacto con la realidad exterior… y eso me hizo comprender mejor algunos de los problemas de falta de referencias que padecían los agentes comerciales o los viajeros profesionales, temas que trataría en  la primera reunión que tendría con Kenji Watanabe, aquella misma tarde: me llegó un mensaje suyo al móvil, le llamé, y quedamos a las ocho, en mi casa, “no me parece justo hacerte venir hasta el Hotel después de un viaje tan largo, pero creo que sería bueno para los dos… aunque luego tengas unos días libres, para disfrutar de tu familia… Y de paso veo a tu hijo Luis, que está creciendo muchísimo…



¿Y qué podía hacer, salvo aceptar? Sobre todo cuando sabía muy bien que Kenji Watanabe llevaba tres meses llevando el peso de nuestros dos trabajos, por lo que su nivel de cansancio sería muy elevado… Una vez en casa, lo que más necesitaba era una larga y relajante ducha y ponerme ropa cómoda, sobre todo quitarme los zapatos y sentir de nuevo la fuerza del suelo de madera, de la tierra que estaba debajo… Es una manía que me ha pegado Agustina Golden García, me temo… Mientras “los jóvenes” se encargaban de preparar y servir algunos aperitivos, yo me “recompuse” lo mejor posible, y bajé al jardín, donde habían preparado un refrigerio debajo del toldo… Comí algo, me bebí una cerveza sin alcohol, estuve con la familia, y hablé con mi madre, quien me planteó las preguntas de siempre “¿Has comido bien? ¿Has descansado lo suficiente? ¿Y tu úlcera, qué tal? ¿Es cierto que son muy serios?”, y procuré que mi suegra estuviera cerca, para ahorrarme contar dos veces las mismas cosas…  Mi hermana, que estaba excavando unos enterramientos paleolíticos en los Jardines de Sabatini, ni se había enterado… Pero a la una de la tarde, me despedí de todos ellos, “si no os importa, los regalos os los entrego otro día, mañana o pasado, porque me muero de sueño… y luego tengo que trabajar…” Me libré, eso sí, de la inmersión en la piscina, una especie de bautizo de regreso que mis queridos cuñados estaban preparando desde hace algún tiempo, y me escapé a nuestro dormitorio… Era una mañana tranquila, el tiempo era fresco, me lavé los dientes, puse el despertador a las siete de la tarde, corrí las cortinas, me puse el bóxer de la suerte (el de la rana Gustavo), y cerré los ojos…



Unos minutos más tarde, escuché que se abría la puerta de nuestro dormitorio, y que alguien me daba un beso en los labios, muy suavemente… Era Yolanda, había regresado a casa… “¿Qué haces?”, le pregunté, al ver que se sentaba en el sillón de orejas, junto a la ventana… “Verte dormir… Que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvimos juntos… y esta tarde, o mañana, hablaremos de otras cosas…” Y con esa certeza, el estar de nuevo en casa, tener la familia cerca, los amigos, y por encima de todo, mi mujer, me dormí… Abrí los ojos un par de veces, ella seguía sentada en el sillón, leyendo uno de mis libros… alzó la vista, me sonrió, y me dijo, muy bajito, “Duerme…”, al mismo tiempo que señalaba un punto detrás de mí, sobre la cama: allí estaba Luis, nuestro cachorro… recuperando la vieja tradición de la siesta…



Cuando me desperté de nuevo a las siete de la tarde, Yolanda también estaba dormida a mi lado… mi mundo entero, en un cuadrado de dos por dos…



75: Regresando al hogar…

         Entre el cansancio y la tensión acumulados, y el saludable grado de paranoia que todas aquellas jornadas de diseño de nuevas estrategias, puesta en común y mejora de las existentes… con tanto tiempo pensando como un japonés… y prestando el máximo cuidado a todas las palabras y gestos, incluso mientras duermes (bueno, esto es una exageración)… no dejó de ser una alegre sorpresa el presenciar que un dicharachero empresario mexicano se sentaba en el asiento junto al mío, “Emiliano Díaz Cortés, restaurador, para servirle…”, que había aprovechado sus vacaciones para conocer mejor el país durante un par de semanas, y tratar de conocerlo mejor… “Si hubiera tenido un nivel mejor de japonés, quizás podría haber buscado un lugar para mis especialidades… o si me hubiera acompañado algún cocinero mexicano de prestigio como los que tengo en DF, pero de todas formas me ha parecido un país fascinante… ¿Usted qué opina?”

Yo no tenía muchas ganas de hablar… estaba demasiado cansado para ser un interlocutor muy ágil… Pero resultaba tan agradable hablar en español que dedicamos un par de horas, hasta que nos sirvieron la comida, a tratar asuntos de gran interés: la familia, los amigos, aquellos lugares de nuestros países que conocíamos, enseñarnos las fotos de nuestras mujeres e hijos… Yo recordaba muchas cosas de aquél viaje con mis padres y un grupo de amigos, la rivera Maya, Cancún, Isla Mujeres, la plaza donde tocaban los mariachis en DF, mil pequeños detalles… Por su parte, Emiliano Díaz Cortés ya conocía Madrid, Sevilla, Bilbao, Donosti y Valencia. Yo le comenté que trabajaba en una empresa hotelera, con varios establecimientos en España, y el siguiente paso fue intercambiar nuestras tarjetas, invitán-dole a visitarme si decidía continuar sus vacaciones con una breve escapada a mi ciudad… puesto que hacia demasiados años que Madrid solo era mi lugar de origen…



A las tres de la tarde (hora local), nos sirvieron la comida, y repetí con el menú japonés, puesto que durante toda mi estancia (salvo aquella gloriosa hamburguesa de mi escapada), preferí ceñirme a sus usos y costumbres, intentando no cometer alguna falta de atención o de cortesía… El truco, por no variar, era imitar a mis anfitriones, más bien colegas… Mientras comíamos, con hambre pero en silencio, recordaba algunos detalles de mi estancia en el Hotel Imperial de Hiroshima: solamente había salido un par de horas al día, para acudir al “dojo” unas veces, pasear por la ciudad, y hacer algunas compras.



 Durante el resto del tiempo, todos los “postulantes” habíamos permanecido bajo la observación de nuestros colegas, camareros, mozos, recepcionistas, gobernantas… Por si fuera poco, todos nuestros pasos habían sido registrados por el sistema de tarjetas con chip de seguridad, lo que dejaba una traza electrónica de nuestro acceso a los ascensores, escaleras de emergencia, despachos, puertas de nuestras habitaciones, servicios complementarios que el Hotel reservaba a sus invitados “Vip”, de los que al parecer formábamos parte por derecho propio: sauna, piscina termal, masajes relajantes.



 Si enfermábamos, en mi caso, las jaquecas que me arreaban de vez en cuando, podíamos optar entre la medicina occidental y la oriental: me llevaron a la consulta de un médico japonés, y no sé lo que hizo… pero me quitó el dolor con un leve masaje en las sienes… y un par de decenas de agujas, y un bebedizo… Me incluyó un pequeño saquito de hierbas, por si las necesitaba, además de mi ficha personal en japonés (me hizo gracia el comentario: “padece niveles de estrés comparables a los de un empresario nipón”, creo que es el mejor cumplido que me han hecho en mucho tiempo), con los remedios homeopáticos que había utilizado…



Resumiendo, que ahora, por primera vez en tres meses, me sentía más o menos libre, pero al mismo tiempo, responsable: de mi carrera, de aplicar los conocimientos adquiridos, de enseñar a otras personas, y de responder a los requerimientos de una empresa, la corporación “Natori Fujita”, que era mucho más que una “simple cadena hotelera”. Mi compañero se había quedado dormido después del café, y roncaba suavemente, pero el rumor de las turbinas del aparato… ¿Si había cambiado algo en mi forma de ver la vida con mi estancia? No lo creo, al menos, no de una manera permanente o negativa: valoraba mucho más el trabajo eficaz y bien hecho, era capaz de distinguir mejor cuando alguien estaba rindiendo al máximo, al mismo tiempo que a no superar los límites de mis atribuciones…



 Por encima de todo, era mi imagen empresarial la que se había visto modificada: el respeto hacia la corpo-ración, sus normas, mis superiores y mis compañeros, pero también la inflexi-bilidad frente al fracaso o la actuación negligente… Es cierto… me había “japonesizado” mucho más de lo que pensaba, pero tampoco estaba viéndome obligado a ello… y se trataba de una serie de planteamientos laborales y personales que tampoco se diferenciaban mucho de mis propias ideas…



¿Y la familia, incluyendo al “comando  Madrid”, es decir, mi madre y mi hermana, a quienes no veía desde las navidades? La familia seguía siendo lo más importante, sobre todo Yolanda, Luis, nuestra futura hija; puesto que una de las enseñanzas más importantes fue la necesidad de separar el ámbito laboral del personal, para mantener un saludable grado de neurosis empresarial… y ser más eficaz… y saber adaptarme a los posibles cambios…



Desde España habíamos viajado ocho directivos, algunos de ellos con más rango que yo, había podido hablar con ellos durante algunos almuerzos, tres habían sido purgados al terminar el segundo mes, y todos habían recibido un meticuloso entrenamiento por sus colegas (más bien superiores jerárquicos) japoneses, y les habían puesto a prueba durante un largo tiempo, casi siempre dos años, hasta que les propusieron la “estancia y formación en la central de Hiroshima”… mas en apariencia, ninguno de nosotros tenía idea de lo que sucedería después… No pude localizarles durante mi paseo por el avión, por lo que supuse que todos ellos estarían en el más directo hacia su ciudad de origen… menos yo, que esta vez debía efectuar el trasbordo, por lo que el viaje duraría, esa vez, las diecisiete horas… Por supuesto, yo tenía mi propia idea sobre el objetivo de un número tan reducido de asistentes: por una parte, la división del territorio nacional en delegaciones inter-dependientes pero con un alto grado de autonomía, buscando y testando nuevas posibilidades de negocio, reforzando los lazos con las empresas japonesas en el país, con una posible expansión hacia otras naciones del oriente medio; y por otra, reforzar nuestra cadena como la mejor para las reuniones de empresa, con todo tipo de comodidades, medios de seguridad y confidencialidad. Aquellas habían sido las consideraciones finales de nuestras reuniones…



 De lo que estábamos hablando era de un relanzamiento de la economía japonesa en toda Europa, de nuevas oportunidades de negocio, y de adquisiciones de terrenos, aprovechando los primeros síntomas de la crisis causada por el euro (recordemos que estábamos en 2003)… ¿Expansión comercial (e industrial, si se daba el caso), en vez de conquista física de territorios? ¿Y por qué no? Recordemos que el Ministerio de Industrial y el de Asuntos Exteriores aparecía en muchos de los documentos, memorandos y consignas que estudiábamos en nuestros “simulacros” (después me enteré de que “sospechosamente” aquellos supuestos que habían obtenido mejor puntuación se llevaron a la práctica meses después de nuestro regreso, en distintos países de Europa)… De todos estos temas, y de otros asuntos que habían surgido, tendría que hablar con Kenji Watanabe… aunque lo más seguro es que tuviera ya en su ordenador un informe detallado, no solo de los acuerdos, sino de mi desempeño en Hiroshima…



La cena fue excelente, una vez más opté por la comida japonesa, habían pasado ocho horas desde el despegue, por lo que me dirigí a los lavabos de primera para aprovechar el neceser de viaje, y con los dientes y la boca frescos, volví a mi asiento, recliné el respaldo, conecté los cascos a un canal de música clásica, y conecté el despertador del móvil para cinco horas después… mientras pensaba en todas aquellas cosas que deseaba hacer en cuanto estuviera de regreso en Málaga: bajar a la ciudad con Yolanda, a lomos de la Harley, y tomarme con ella una ración de pescaíto y una cerveza sin alcohol en la calle Larios, y tal vez una ensalada de la casa, con su cebolla, su tomatito, lechuga nacional, aceitunas… y también en las sesiones de trabajo que me esperaban con Kenji Watanabe… y las sesiones de kendo: había aprendido unos cuantos trucos y movimientos nuevos…



 ¿Habría funcionado la fusión de marketing, publicidad y comunicación corporativa? Supongo que sí, pues de lo contrario, me lo habrían dicho en alguna de nuestras video-conferencias de doble encriptación... ¿Y se habrían tomado Recursos Humanos y Contabilidad su pérdida de peso y de poder de decisión en el entramado empresarial? No tendrían más remedio que amoldarse a ello, pues era uno de los objetivos establecidos por la central para el trimestre…



El teléfono móvil, cantando fados en sordina desde el bolsillo de mi pantalón, me despertó, al mismo tiempo que la azafata iba preguntando a los pasajeros si les apetecía desayunar… El café olía, y sabía, a gloria… la azafata me explicó que lo hacían utilizando cafeteras “de las de toda la vida”, pero solo en primera, en turista era igual de malo que siempre… Me tomé dos tazas seguidas, un par de croissants con mantequilla y mermelada, y un zumo de naranja de verdad…



Un par de horas después llegamos a Madrid, Emilio Díaz Cortés se despidió de mí con afecto “hasta mejor ocasión”… y otras dos horas más tarde, llegamos a Málaga… Terminaban tres duros meses… pero yo solo quería abrazarla y besarla…

74: “In boca lupo…”

         El señor “Hatori Hanzo” me esperaba en su despacho de la trigésimo cuarta  planta, contemplando los reflejos del sol en los modernos edificios de oficinas, que habían proliferado de manera bastante anárquica, al menos en apariencia, durante los últimos años… “Después de la bomba, tardamos muchos años en retirar los escombros, sanear la zona, y conseguir que estos terrenos fueran adecuados para la supervivencia de los humanos…”, comentó, sin apenas darse la vuelta… “Señora Ayako Wada, puede usted regresar a sus ocupaciones en el departamento. El señor Ismael Rodríguez Márquez, quien espero habrá tenido un buen viaje, se quedará conmigo en el despacho hasta las dos, cuando nos reuniremos con usted en el comedor…” Ella respondió con un respetuoso “Hai”, y salió del despacho sin darnos la espalda, lo que me permitió especular que su posición en la empresa debía ser muy elevada… y me hizo plantearme, una vez más, lo que se esperaba de mí…

Su examinador me ha dado unos informes muy positivos sobre usted, aunque considera que necesita usted un refuerzo con el japonés de los negocios… y con algunos temas de comida tradicional… De todas formas, estamos muy satisfechos de los progresos realizados durante estos años, con sus dos instructores…”, y dicho esto, se dio la vuelta, y ambos efectuamos una reverencia de cortesía, la mía algo más pronunciada, por la evidente diferencia entre los dos…



Nos sentamos en ambos lados de su mesa de despacho, y abrimos un par de botellas de agua mineral. Estuvimos dos horas hablando, sin tomar ningún apunte ni grabar nada, puesto que básicamente me informó de los motivos de mi estancia en la central; de los objetivos de la empresa a nivel europeo, de los directivos que estaban recibiendo el mismo entrenamiento (y a quienes conocería en los próximos días), y lo que se esperaba de nosotros… Lo que sí entendí claramente es que la corporación “Natori Fujita” no era solo una cadena de hoteles repartidos por medio mundo, sino más bien la imagen amable de una serie de empresas que engloban el turismo, la restauración, la comunicación corporativa y la implantación de un nuevo modo de negociaciones económicas; todo ello regido por una serie de directrices marcadas por los ministerios de asuntos exteriores y el de economía. Expansión y recapitalización del país, para disminuir la dependencia económica de Estados Unidos y de la Unión Europea.



Por ello, habían seleccionado a los directivos más adecuados en apariencia para conseguir estos fines, aunque durante nuestra estancia se llevarían a cabo multitud de simulaciones de trabajo de equipo y en solitario, se efectuarían estudios prácticos, varias evaluaciones psicológicas y un constante seguimiento de la gestión del estrés… y todo ello, dentro de una total confidencialidad, puesto que para ser capaces de implementar las consignas de la central, era preciso conocer el negocio en la totalidad de sus ramas, incluyendo las más “comprometidas”… “Y recuerde bien que, aunque disponga usted de tiempo libre, y se le proporcionen los medios de hacer turismo por el país, no olvide usted nunca que está trabajando para una de las empresas más importantes del país… Si le parece bien, podemos bajar a comer al comedor naranja con los demás candidatos…”



Candidatos”… Debo reconocer que aquella palabra me asustaba, puesto que llegar a Hiroshima, y superar las pruebas de selección anteriores, no era más que el comienzo…



Si los entrenamientos y las clases con Kenji Watanabe me habían parecido duras en su momento, aquellas jornadas de diez horas y seis días por semana, incluyendo cultura e idioma japonés, nociones muy avanzadas de economía de empresa, supuestos prácticos de “marketing de guerra a la japonesa”, detección y evaluación de fortalezas y debilidades propias y de empresas rivales (utilizando en muchas ocasiones métodos que frisaban la ilegalidad) me hacían terminar tan estresado, que en la segunda semana me compré un bonsái… y a finales de la tercera ya había localizado un magnífico “dojo” para practicar kendo a dos manzanas del hotel… Y no me sorprendió nada encontrarme allí, “por casualidad”, a Matsumoto Ishinasi… mi querido compañero de avión… y examinador… y el primer amigo que hice en Hiroshima…  



Conociendo la fama que tenemos los españoles de fiesteros, de poco serios, supuse que también la tendríamos en esta arte marcial… por lo que decidí convertir una supuesta desventaja en elemento decisorio del combate… Por eso, enlentecí mis movimientos, aparentando menos seguridad de la que albergaba, para derrotarle de la manera más honorable posible… pero vencerle de todas formas… Y así sucedió… En la sauna, me felicitó por mi desempeño… pero quedamos en vernos en otras ocasiones, puesto que igual podía enseñarme “un par de nuevos trucos a mi querido Kenji Watanabe”…



Dos días después, repetimos el combate… y pude comprobar que él también había estado rindiendo menos de su capacidad… aunque volví a ganarle… Como nuestros combates se habían vuelto regulares, no me atraía el seguir utilizando una armadura alquilada o prestada, a pesar de su utilidad, por lo que a finales de mayo, una vez terminadas las sesiones de la jornada, nos fuimos a una tienda especializada en su confección a medida, donde la prepararían en pocos días… Cuando fui a pagarla con mi tarjeta visa personal (también tenía la de la empresa), Matsumoto negó con la cabeza, pasando la suya, al mismo tiempo que me decía “Felicidades, Ismael-sama, hoy es su cumpleaños…” ¡Tanto estrés, tanto estudiar, y se me había olvidado! “Domo arigato, Matsumoto-sama”, le respondí… al mismo tiempo que encendía el móvil y me alejaba unos pasos, para escuchar los mensajes…



Y, por primera vez en mucho tiempo, tuve ganas de llorar, puesto que allí estaban los mensajes, las voces de toda la familia: mi madre y mi hermana habían llamado a las ocho de la mañana (hora de Madrid); Borja y David a las cuatro de la tarde; Julián y Catalina un poco después; Yolanda y Luis hace media hora, y mi hijo decía “te quero mucho, papá…” Habían estado esperando hasta que terminasen mis clases, es decir, hasta la madrugada, para hablar conmigo… Me metí en uno de los probadores, y les llamé… Necesitaba escuchar su voz otra vez… Hablé con Yolanda diez minutos, aunque en el fondo me limitaba a decirle “te quiero… te añoro… te echo de menos… amor… Cuidaos mucho… y a la niña… y muchos besos…



Salí del probador, con los ojos todavía humedecidos por las lágrimas, aunque ninguno de los dos fingió darse cuenta, pues los japoneses son muy reservados con los sentimientos… Matsumoto y yo terminamos la tarde en un “sushi-bar”, y brindando con sake por la familia y la prosperidad… Aquella fue la ocasión en que estuvimos más tiempo juntos, es decir, fuera del entorno controlado del Hotel y del “dojo”… Y también cuando hablamos de su vida y su familia… Él era uno de “los hijos de la bomba”, de quienes sobrevivieron a las radiaciones, solo para encontrarse con las ruinas de una ciudad casi devastada… aunque nació varios años después del fin de la guerra, su genética también había sido alterada: afortunadamente, era estéril, por lo que su mujer y él no habían tenido que someterse a ninguna operación para evitar que se propagasen las taras… Ahora, llevaban un par de años en lista de espera para la adopción de un niño “sano”, y esperaban lograrlo con el apoyo de “Hatori Hanzo”…



Mientras que yo comía, él bebía sake con parsimonia, pero manteniendo en todo momento la compostura, y comentándome más datos sobre su mujer: se llama Michiru Ueda, también tiene treinta y cuatro años, y trabaja en una de las filiales de la corporación… Hoy tiene su “noche de chicas”, donde quedará con otras vecinas del bloque y compañeras de trabajo para ver “alguna película romántica americana, como City of Angels…” Él casi siempre aprovecha para practicar en el “dojo”, ir al santuario sintoísta que está cerca del Hotel, o acercarse al salón de masaje oriental, puesto que no hay mejor manera de olvidarse de las preocupaciones… Me invita a acompañarle: es todo un complejo ritual, que incluye el aseo completo por dos hermosas “geishas”, un tiempo de descanso en el “spa”, para después ser sometido a todo tipo de torsiones, golpes, incluso que se suban a tu espalda y caminen por encima de tu columna, y otro tipo de movimientos que me hacen pensar en una tortura, muy educada y fina, pero tortura retorcida de todas formas… Y, por supuesto, al terminar, un par de tazas de té verde… Para mí, una experiencia a no repetir… Nos separamos a la salida, y regreso caminando al hotel…



A mediados de junio, nos dejan unos días libres, y yo me escapo, con mi colega francés François Moussier, para hacer dos cosas: acercarme al Monte Fuji, y visitar la Ciudad Imperial… Además de hacer un poco de turismo, y saltarnos de una vez la dieta sana del Hotel: ¡me moría por una buena hamburguesa! ¡Y por una cerveza alemana! Nos encontramos con un grupo de turistas españoles dentro de una taberna típicamente vasca llamada “La Zurriola”, probamos una versión bastante aceptable de nuestros añorados “pintxos”, y le di al chef la receta de uno que lleva queso de brie y cebolla caramelizada; y otro, con un trozo de morcilla y dos huevos de codorniz… Espero que los probase, porque son fantásticos… Un rato después localizamos un rebaño de franceses, mientras un guía los llevaba a todo trapo por las calles de la ciudad… y terminamos todos, de nuevo, en la taberna… Una noche un poco loca, me temo, durante la cual abusé de la comida, pero no bebí más que agua, porque al trabajar para una corporación, te vuelves un poco paranoico… quizás en eso consiste nuestra “japonesización”…



El treinta de junio regresamos todos de nuevo al hotel, después de unas mini-vacaciones bien merecidas… durante las que hubiera dado cualquier cosa por regresar a Málaga, para estar con Yolanda, pero eran dos días de viaje para tres de estancia, con lo que habría sido mucho peor el regreso a Japón… Nos reunieron a los sesenta candidatos en el salón de actos, y fueron diciendo los nombres de una serie de compañeros, a quienes rogaban que se dirigieran al salón azul… Creo que fueron veinte personas, las expulsadas por el bajo rendimiento académico y empresarial, y por la “revelación de datos confidenciales de la empresa a terceras personas, conducta lasciva y poco honorable, y un consumo exagerado de bebidas alcohólicas”… Se demostraba, una vez más, que en el ámbito empresarial, los japoneses son muy distintos: mucho más serios… y que mi paranoia sobre el sentirme observado no era tampoco tan extrema… Desde aquella mañana, no he vuelto a ver a François Moussier, mi fugaz compañero de taberna, pero me comentaron que todos los rechazados volvieron a sus ciudades de origen… en segunda, por supuesto… y los demás, nos adentramos en el tercer y último mes de formación…



Si hasta entonces las condiciones de estudio nos habían parecido duras, a partir de aquél momento, se volvieron infernales: las simulaciones de proyectos se mezclaban con proyectos auténticos, tanto en curso, como futuros; teníamos reuniones de planificación y estrategia, para solucionar disfunciones reales del sistema: algunas de ellas, como las de motivación de los proveedores o agilización de licencias y trámites ya las conocía… otras, no se me habrían ocurrido jamás… Eso cuando no nos trasladaban a otra ciudad, para efectuar en un día un análisis de fortalezas y debilidades de un establecimiento propio, o de la competencia, todo esto sin intérprete, pero con el respaldo, en caso de necesidad, que nos proporcionaba la tarjeta personal de “Hatori Hanzo”, a quien todo el mundo parecía temer y respetar a partes iguales… Nos hacían trabajar en dúos o tríos, incluyendo a nacionalidades que no tenían nada en común salvo el japonés, o bien prohibiéndonos utilizar otro idioma…



No tiene mucho sentido, ni siquiera después de tanto tiempo, el dar más detalles sobre lo que hicimos en aquellos días, lo que aprendimos, porque de todas formas, sigue siendo materia reservada, aquél viaje y los demás que he seguido haciendo en los siguientes años… pero es cierto que regresé a Málaga cambiado… Los últimos días de estancia fueron algo menos frenéticos, para darnos tiempo de despedirnos de la ciudad: una noche cené con Ayako Wada y Toshihiro Yamamoto, en su pequeño piso no muy lejos del hotel, y pude conocer a su hijo… Les enseñé unas fotos de Luis que Yolanda me había mandado al móvil aquella mañana… y también una de su tripita…



Otra noche, estuve con Matsumoto Ishinashi y su mujer, Michiru Ueda, quienes vivían algo más lejos, en la periferia, y me dijeron que ya les faltaba menos para conseguir su bebé… Se les veía llenos de ilusión… ahora, ya tienen dos… y están perfectamente sanos…



Por supuesto, organizamos un combate de kendo a modo de despedida, igual que en mi ciudad, con los colores azul y rojo como única pista… Asistió el mismísimo “Hatori Hanzo”, se hicieron numerosas apuestas… y el resultado se donaría a una organización benéfica, que se encarga de los nietos de la bomba, aquellos niños con graves malformaciones genéticas hereditarias, que siguen muchos de ellos en los asilos… Fue un enfrentamiento muy duro, creo que todo el mundo apostaba por  Matsumoto Ishinashi, al ser japonés y tener más experiencia, y que sin ninguna duda llevaría el color rojo de la bandera imperial, mientras que el “gai-jin” utilizaría el azul… Bueno… pues era yo el que iba de rojo… y gané, con gran dificultad, pero lo hice…



También conseguí las katanas, con certificado de origen, para mis cuñados… y las mandé por una empresa de paquetería especializada… y terminé las últimas compras para la familia…



Mi última gestión en Hiroshima fue acudir, en señal de respeto, al santuario por las víctimas… Y el treinta y uno de julio me despedí de “Hatori Hanzo”, y de aquellos amigos que echaría de menos… A las doce y media, el avión de “Iberia” emprendió el vuelo… y yo me dormí casi enseguida…

73: “Volando voy, volando vengo”

         Aunque no se trata, ni mucho menos, de mi estilo favorito, no podía quitarme esa canción de la cabeza… si fuera el vuelo directo desde Madrid, habríamos tardado unas diecisiete horas en llegar a nuestro destino, pero como justamente el aeropuerto de Málaga se había convertido en una escala en los vuelos especiales, duraría casi dos horas menos… Mientras esperaba a que se apagasen los indicativos luminosos, repasé las cosas que podía hacer en el avión, al mismo tiempo que daba las gracias a los contables de la corporación por considerarme lo bastante importante para la empresa y reservarme billetes en clase preferente… con derecho a ventanilla… Además de leer y estudiar gramática, podía ver las películas que pusieran, escuchar la radio, mi mp4, y tal vez trabar una conversación con mi compañero de fila a todas luces un ejecutivo japonés… siempre y cuando surgiera el momento adecuado, pues de mi trato con Ayako Wada y Kenji Watanabe, y con otros japoneses de la corporación Satori Fujita,  comprendí que si un occidental le dirigía la palabra a un japonés sin ser invitado a ello, podía considerarse como una falta de respeto. Por lo tanto, me puse a observar a los demás pasajeros de primera clase: poco más del veinte por ciento eran occidentales… El avión era muy cómodo, un “Boeing 747” de la compañía “Iberia”, y estaba bien acondicionado para este tipo de vuelos transcontinentales. En mis posteriores paseos por el aparato, pude comprobar que la proporción se respetaba en segunda clase…



 Por fin se apagaron las señales luminosas, y mientras preparaba mi movimiento de apertura para dirigirme a mi vecino en un correcto japonés y preguntarle si me permitía ir al baño (aunque había espacio de sobra para hacerlo sin preguntarle, no estaría bien visto), él se levantó dirigiéndose al mismo lugar. Aproveché el momento para realizar mis necesidades en el incomodísimo aseo de segunda clase, pensando que a mi regreso tendría compañía, pero no fue así: el asiento estaba vacío, y así permaneció las primeras horas del viaje… por lo que pude leer, estudiar algo de gramática, y recordar lo que me habían contado sobre mi función en el organigrama de la empresa durante aquellos tres meses: impregnarme de cultura empresarial japonesa, mejorar mis herramientas comunicativas, exponer las tácticas y estrategias que estaban dando un resultado tan bueno en nuestros hoteles españoles, y participar en las reuniones con otros delegados de la corporación en los distintos países, sobre todo europeos. Viviría en un hotel de nuestra cadena, en las afueras de la ciudad, asistiría a diversas reuniones y seminarios, aunque dispondría de los fines de semana para relajarme y hacer algo de turismo.



Uno de los aspectos que más valoraba era la presencia de Ayako Wada entre los delegados, puesto que me unía a ella una fuerte carga afectiva: no en vano se encargó de enseñarme los rudimentos del idioma y de la cultura japonesa, y nuestra despedida fue bastante precipitada, ya que me comunicaron su traslado dentro de la misma semana… Me apetecía que, si era posible, su marido y ella me enseñaran su ciudad, y de paso, conocerle a él, puesto que las video-conferencias no te permiten hacerte una idea de cómo es una persona… por lo que en verdad no conocía a Toshihiro Yamamoto…



Cuando por fin anunciaron la comida, mi compañero de viaje se sentó a mi lado, saliendo de lo que parecía ser la cabina del piloto. De manera muy cordial, se dirigió a mí en perfecto castellano, disculpándose por haber tenido que ausentarse tanto tiempo. Interpretando correctamente mi mirada de sorpresa, se limitó a señalar la portada de mi libro de lectura, escrita en español… Acto seguido, me tendió la mano, presentándose como Matsumoto Ishinasi, agente comercial de una empresa de computadores, pero sin dar detalles, lo que se correspondía perfectamente con la idiosincrasia y el secretismo empresarial de los japoneses.



Yo pedí “sushi”, y me sorprendieron gratamente la frescura y la calidad del menú, y después me enteré de que lo habían embarcado directamente en Málaga, tal vez en alguno de los restaurantes de nuestros proveedores, y lo mismo hizo mi compañero de asiento. La azafata pasó varias veces por nuestra zona, ofreciéndonos una copita de sake, algo a lo que no pude negarme, aunque el sabor no me agradaba demasiado.



Tras haber disfrutado de una comida bastante agradable, me fui a lavar los dientes… y al regresar, comprobé que mi compañero se había ausentado nuevamente, por lo que me enfrasqué en la lectura de mi novela. Igual me quedé traspuesto, pero cuando miré el reloj, comprobé que mi vecino estaba de nuevo a mi lado, mirando con curiosidad mis libros de gramática, que había metido en el bolsillo del asiento delantero. “¿Estudia usted japonés?”, me preguntó el señor Matsumoto; cosa que yo le confirmé: “Sí, desde hace varios años, en cumplimiento de las directrices marcadas por mi empresa…“¿Y no le ha parecido complicado, una lengua tan distinta de la suya?”, fue su respuesta… “Al principio, me parecía casi imposible, pero tuve la fortuna de tener a dos grandes profesores, y de recibir un buen entrenamiento suplementario en otras disciplinas… Además de hablar otros cuatro idiomas, lo que implica un cierto grado de facilidad para el estudio…” En aquél momento, se formuló la pregunta que llevaba un cierto tiempo temiendo: “¿Le importa que hablemos en japonés un par de horas? Supongo que a usted le vendrá bien una prueba de fuego antes de la llegada a Hiroshima, y para mí sería un verdadero placer recordar mi idioma, y contarle cosas sobre mi ciudad natal…”



En aquél momento, el famoso genio de Aladino emergió desde mi subconsciente, diciendo “!Peligro, peligro, peligro¡”, puesto no le había comentado que mi destino fuera Hiroshima, y el avión seguiría su viaje hasta otras dos ciudades antes de terminar… Recordé también la necesidad de ser prudente al hablar con extraños, puesto que lo que en España se puede considerar un comentario sin importancia, según la mentalidad empresarial japonesa se convertiría en una falta muy grave, incluso una vulneración de la confidencialidad… Por eso,  y con el mayor cuidado, me dispuse a disfrutar con la conversación, pero sin hablar de temas confidenciales: ni el nombre de la empresa (solo “la corporación”), ni mi función exacta dentro de la misma (el departamento de comunicación), ni mucho menos los nombres de mis superiores, o el objeto real de mi viaje o el tiempo de permanencia en Japón… Esto nos dejaba pocos temas: la familia, algunos detalles sobre el trabajo, la hermosura de Málaga, nuestro segundo embarazo, las máximas de Sun Tzu y de Hagakure, y en todo caso, los combates de Kendo como hobby…



Y cada vez que mi acompañante trataba de derivar la conversación a otras materias, yo le preguntaba por la ciudad, en la que estaría “algunas semanas”, por su historia, los mejores lugares para comer o cenar auténtica comida japonesa, y los gestos o expresiones que podían causar rechazo a mis anfitriones (como el contacto físico excesivo)… También pude comprobar que él se evadía de todos los asuntos comerciales o confidenciales con maestría, con algunas rondas rápidas de preguntas, o tratando temas de cultura general japonesa, como los grandes maestros del cine, o la importancia de Yukio Mishima y de otros grandes escritores…



A medida que iba pasando el tiempo, me sentía más cómodo con el idioma, la conversación, los datos que Matsumoto Ishinasi  me proporcionaba sobre la ciudad… En varias ocasiones pedimos botellas de agua fría, y tras cuatro horas de amena charla, optamos por intentar dormir, pues ya habíamos cruzado el ecuador del viaje…



Cinco horas más tarde, nos despertó la misma azafata de fascinantes ojos violeta, para ofrecernos el desayuno, totalmente occidental, y con un café de sorprendente calidad, y un vaso de zumo de naranja recién hecho y unas fantásticas tostadas, en las que no faltaba ni siquiera el “pringue” de tomate machacado, ni el aceite de oliva…

Comimos en silencio, otro de los requisitos de cortesía de la cultura japonesa, y luego pasamos un rato agradable, hablando siempre en japonés, de aquellos platos de gastronomía que debería evitar al principio, como el famoso pez globo, y sobre el trato a las mujeres tanto dentro como fuera de la empresa, de los límites que establece la decencia (“!Peligro, peligro¡”), y algunos consejos sobre el trato con los superiores y los inferiores…



Finalmente, anunciaron el inmi-nente descenso hacia el aeropuerto de Hiroshima,  y pude comprobar, tal y como yo suponía, que el señor “Matsumoto Ishinasi” continuaba el viaje… No sin antes decirme: “Felicidades, señor Ismael… Ha superado usted con nota el examen de capacitación empresarial: ha sido discreto sobre su empresa, su función en la misma, los motivos y duración de su viaje, en todo momento ha demostrado un buen conocimiento de la lengua y la cultura japonesa. No dude usted que el informe para sus jefes será positivo… Por cierto… ¿Cuándo empezó usted a sospechar?” Y yo le respondí con una sola palabra: “Hiroshima”… Y me despedí de él con un fuerte apretón de manos de lo más occidental… y una reverencia, de las que se realizan solamente entre iguales…



Un chófer me esperaba una vez superado el control de aduanas, y me llevó directamente al Hotel Imperial de Hiroshima. En la recepción me esperaba Ayako Wada, tan hermosa como siempre, a quien saludé con una reverencia. Ella me dio la bienvenida con una pequeña copa de sake, se interesó por el viaje y me comunicó que me alojaría en la habitación seiscientos veintiséis. Me acompañó a los ascensores, mientras que uno de los mozos nos acompañaba llevando las maletas… La habitación era espaciosa, cómoda, y gozaba de buenas vistas sobre la ciudad. “El señor “Hatori Hanzo” le transmite sus mejores deseos por su feliz llegada al país, y le espera dentro de dos horas en su despacho del ático. Le aconsejo que intente descansar un poco, yo vendré a recogerle a la hora señalada, las doce de la mañana según la hora local…” Con una leve reverencia, salió de la habitación, y me quedé solo. Cambié la hora del reloj de pulsera, el despertador y el móvil, dejé preparado el traje de chaqueta, la camisa, zapatos y demás parafernalia, y tras mandarle un mensaje a Yolanda por el teléfono encriptado, me sumí en el sueño durante una hora, dispuesto a comenzar el primer día de la mejor manera posible…



Me desperté muy desorientado, cuando “El Aullador” (el único despertador capaz de hacerme levantar de la cama, sobre todo porque lo pongo lejos de la mesilla de noche) lanzó al viento su sirena, y me fui directamente al cuarto de baño, para afeitarme a conciencia, darme una buena ducha de agua helada, que al menos me ayudó a quitarme de encima parte del cansancio y, tras revisar a conciencia el traje (benditas maletas grandes, donde no se arruga la ropa), consideré que ya estaba listo para la entrevista con “Hatori Hanzo”…



A las doce menos diez, mi colega Ayako Wada (o quizás fuera ya mi superior, al encargarse de las relaciones con España y América Latina) llamó a la puerta de la habitación. Se había retocado el maquillaje, y vestía muy elegante con un traje de chaqueta mil rayas de color gris. En el ascensor, me ajustó el nudo de la corbata, y yo aproveché para felicitarla por su matrimonio y su maternidad, puesto que era consciente de que igual pasaría mucho tiempo hasta que tuviéramos ocasión de volver a estar juntos, y que la etiqueta no permitía cierto tipo de conversaciones… Ella me dio las gracias, me felicitó también por el reciente embarazo de Yolanda y me besó fugazmente en la mejilla… asegurándose después de no haber dejado huellas de carmín…

72: Destino Hiroshima.

 

El cuatro de abril de 2003 tuvo lugar lo que de alguna manera estaba esperando desde los primeros momentos de las clases de cultura y civilización japonesa, incluyendo el "kendo": me comunicaron el traslado a la central del grupo en Hiroshima, por un mínimo de tres meses y un máximo de seis. Sin duda alguna, era una gran oportunidad para mi carrera laboral, pero yo tendría que realizar el mayor de los sacrificios que en aquél momento era capaz de imaginar: permanecer lejos de Yolanda durante nuestro segundo embarazo... Sin embargo, como diría mi padre, "son lentejas...". Dispusimos de muy poco tiempo para reflexionar, puesto que el traslado lo orientaban como una manera de "aumentar mis capacidades de negociación con otros clientes japoneses, que pudieran estar interesados en organizar sus congresos en España". Más o menos, actuaría como punta de lanza, o ejemplo de lo que se podía esperar de un español bien entrenado, para demostrar que no éramos ni tan juerguistas, ni tan amantes de la fiesta, ni tan impuntuales o poco fiables en los negocios…



El comienzo de mi aventura se fijó para el dos de mayo, tenía un mes justo para hacer los últimos preparativos con el equipo del Hotel Imperial de Málaga, para que apoyase en los cambios necesarios, siempre según las consignas de la empresa, las relaciones con los proveedores, buscando la mayor eficacia. Es cierto, cuesta mucho que un proveedor "andalú" respete los plazos, sobre todo en temas de obras, reformas, o incluso, servicios de limpieza en seco y provisiones de calidad... Los españoles somos muy dados a tomarnos las cosas con calma, mientras que los japoneses ya están pensando en la siguiente temporada, o planificando obras similares en las cercanías, para no perder el tiempo... Pero, con cierta práctica, mucha mano izquierda y ajustando las compras a las necesidades reales en algunos aspectos (por ejemplo, en la alimentación), y con la suficiente previsión de los eventos, era fácil obtener buenos resultados...

Aquella iba a ser la primera vez que pasaríamos nuestros cumpleaños lejos, y eso era algo que me pesaba mucho a la hora de enfocar mi viaje: serían también un mínimo de tres meses lejos de Yolanda, y yo deseaba tanto estar con ella, ver cómo su cuerpo cambiaba día a día, no sé, mimarla, abrazarla... Y nuestro hijo, Luis, que hasta la semana pasada era un auténtico salvaje en casa, que no respetaba ninguna norma de convivencia (como hacen casi todos los niños a su edad)... de repente, había anunciado su "firme intención de portarme bien", al convertirse en el "hombre de la casa"... pero sin Tommy Lee Jones y un grupo de animadoras… En el fondo, y pese a ser más destructivo que servicial, sabía que la dejaba en buenas manos; y Yolanda tendría el apoyo de sus dos hermanos (por no variar, ambos me pidieron una katana "pero de las de verdad")... No deja de ser curiosa la fijación de algunos hombres por las katanas japonesas, no tengo muy claro si como elemento decorativo, porque no es una herramienta útil para trinchar el pavo o la sandía… o como símbolo de nuestra propia mortalidad… Cada vez que empuño la mía, y realizo los movimientos que me enseñó Kenji Watanabe, no me olvido de rezar, en silencio y a mi manera, por aquellas personas que perdieron la vida o resultaron heridas por la misma espada que yo tenía entre las manos en aquellos momentos… La fascinación por la belleza letal…



Me sentía, a pesar de todo, lleno de dudas, y con cierta preocupación, por dejar a Yolanda sola durante tanto tiempo, y más aún en el segundo embarazo… “Solo van a ser tres meses”, aquella se estaba convirtiendo en mi oración particular… Yolanda, leyendo mis pensamientos, como hacen casi todas las mujeres, me decía “Será una gran oportunidad para ti… además, tengo a toda la familia para cuidarme si es preciso…” Y Luis… como todo niño de cuatro años, prometía “ser bueno”…



Pasaban los días, las reuniones de trabajo, los preparativos; llegaban informes de los distintos Hoteles Imperial de España, y en reuniones que con frecuencia se prolongaban hasta bien entrada la noche, íbamos ajustando nuestras previsiones, las agendas de los clientes corporativos, las necesidades en cuanto a número y tipo de habitaciones previstas, tratamientos especiales… Fue durante una de aquellas reuniones donde surgió un nuevo proyecto: adquirir o formalizar un contrato de semi-exclusividad con una de las más prestigiosas agencias publicitarias de Málaga, “Hermanos Rodríguez”, para que trabajasen con el departamento de Marketing… aunque por aquellos tiempos, no era más que un proyecto…



También era muy importante  establecer los mecanismos que nos permitieran permanecer en contacto entre los DirCom de las delegaciones, Kenji Watanabe y yo mismo, con la central de Hiroshima: creo que fuimos de los primeros civiles en obtener los teléfonos móviles encriptados, desarrollados por una prestigiosa empresa japonesa, y también unos formidables ordenadores portátiles con protocolos de seguridad muy sofisticados, y conexión por vía satélite de doble encriptación. Ambos productos, que no saldrían al mercado hasta el año 2005, se convirtieron en formidables medios de comunicación… Y demostraron su utilidad muy pronto…



¿Para qué demonios necesitaba una cadena hotelera volcada en el mundo empresarial estas herramientas, más propias de una especie de James Bond? Por algo tan sencillo como garantizar la absoluta confidencialidad para nuestros clientes, grandes empresas que deseaban efectuar sus reuniones en un “entorno protegido”, sobre todo aquellas donde se trataba de fusiones al más alto nivel, negociaciones internas, OPA´S… En nuestras sedes de Benalmádena y de Bilbao se gestó, vía internet, la absorción de una importante compañía aérea nacional por otra americana. Las negociaciones se efectuaron desde dos salones de máxima seguridad, puesto que de filtrarse la noticia, el precio de las acciones se habría disparado…



 Incluso para asegurar el descanso de ciertos famosos, como Antonio Banderas o Anthony Hopkins, quienes deseaban la máxima tranquilidad durante su estancia… Incluso las escapadas de ciertos clientes “muy especiales”, con acompañantes distintos de sus maridos o mujeres…



Confidencialidad, excelencia en el trato, en todos los servicios, seguridad (disponíamos de varios equipos de vigilancia en todos los hoteles), conseguir la perfección, pagando por supuesto el precio adecuado… Nuestra buena fama seguía creciendo, los resultados econó-micos eran muy buenos, y el trabajo duro y en equipo, durante tantos años, demostraba su eficacia… El veintiséis de abril tuvo lugar la última de las reuniones, donde brindamos por el éxito del viaje… Y los últimos días de mi estancia en Málaga los pasé en casa, con mi mujer, nuestro hijo, con una pequeña comida familiar con sus hermanos y el resto de la familia…



El veintinueve de abril, Yolanda y yo nos “escapamos” con mi querida Harley, para disfrutar de un nostálgico paseo por aquellos lugares de Málaga que tanto habíamos llegado a amar… Con el atardecer, recogimos a Luis en casa de mis suegros, para que yo me despidiera de ellos, y terminamos la jornada viendo, una vez más, nuestra película romántica favorita… “Estallido”…



El treinta, a las nueve de la mañana, Kenji Watanabe y yo nos enfrentamos en el combate ritual, y como ambos nos entregamos a fondo (bastaba con ver los hematomas en nuestros brazos, el circuito termal y el posterior masaje relajante se convirtieron en el final perfecto… Desayunamos con apetito en el comedor del hotel, me aconsejó que no me preocupara ni por el negocio ni por mi mujer, garantizándome que el sistema seguiría funcionando sin problemas, pues todos los equipos estaban muy bien preparados y habían demostrado su eficacia… y que de todas formas, jamás bajase la guardia, puesto que en todo momento podía estar siendo a prueba, pues lo que más valora un empresario nipón es la confidencialidad y la seriedad… Con un fuerte abrazo, algo bastante inusual en un japonés, nos despedimos…



Mi vuelo salía a las diez y media de la mañana, a las ocho me despedía en el control de pasaportes de Yolanda, Borja y David, facturé todo el equipaje menos el portátil, el diccionario de japonés y varios libros de gramática… aunque mi lectura para la primera mitad del viaje no podía ser otra que “Shogun”, de James Clavell… Y, desde la ventanilla, miré por última vez Málaga, la ciudad donde vive mi amor… o mejor dicho, mis amores, puesto que allí estaba casi toda mi familia… además de Yolanda, Luis, y la pequeñaja, porque estoy seguro de que será una niña…



Lo que menos me apetecía en aquellos momentos era  estar lejos de ellas, perderme el placer de acariciar su cuerpo cada noche, de ir almacenando en la memoria, y también en la cámara de fotos, la evolución del embarazo, sobre todo entre el tercero y el sexto mes… Ella me había prometido hacerse la foto mensual, incluso quincenal, y hablaríamos casi todos los días, siempre que lo permitiera la diferencia horaria, y estaríamos siempre conectados por el correo electrónico (a ella también le tuvieron que prestar uno de los nuevos ordenadores encriptados, por política de seguridad de la empresa)…



El avión despegó sin novedad… y yo notaba en pecho la vieja garra de acero, esa que generalmente suele preceder a cambios importantes en mi vida…



jueves, 16 de junio de 2011

71. La familia... y uno más...

A finales del año 2002, cuando la cadena preparaba su tradicional fiesta del clavel rojo de Nochevieja, que este año tendría más público por el boca a boca de quienes encontraron pareja el año anterior, y por la colaboración de un par de agencias matrimoniales de prestigio... Fue algo épico, una de esas celebraciones que no se olvidan fácilmente, sobre todo los equipos especiales de limpieza... Algunos invitados se quedaron dormidos dentro del jacuzzi del jardín, y otro más debajo del piano. Los equipos de seguridad no tuvieron que intervenir, y los beneficios, cuantiosos...

Como el año anterior, vinieron mi madre, mi hermana y Alfonso (su eterno novio), Julián y Natalia, Ayumi y Kenji, Borja y David con sus novias, y los padres de ambas... lo que era lógico teniendo en cuenta que Borja se casó unos meses antes, y David lo haría en mayo... Nos juntamos más de veinte personas, la comida nos la trajeron desde el Hotel Imperial de Benalmádena, y pudimos comprobar que era excelente, como siempre... Comimos demasiado, bebimos lo justo, hicimos bastante el ganso, bailamos (menuda lección de sevillanas que nos dieron mis suegros), y decidimos no salir del "búnker" hasta bien avanzada la primera tarde del 2003...

No se escuchaba ni un solo ruido en las tres casas, ni fuera, se trataba posiblemente de un momento mágico, y Yolanda y yo verbalizamos el mismo deseo, la misma idea, que habría afectado a nuestros corazones incluso sin la intervención de Agustina Golden... "¿Y si tenemos otro bebé?", me preguntó ella... Por mi mente los recuerdos de aquellos años, empezando por el trauma de los pañales, los llantos, dormir a saltos, los vecinos... pero también esa sensación de crear algo, una vida, la manera que Luis tenía de apretarme el dedo meñique con todas sus fuerzas, su primera palabra, "mapa", que ahora sería considerada como muy políticamente correcta, y cuando la "inventó", llamaba tanto la atención... Estábamos tumbados sobre la cama, de lado, ella con un camisoncito corto de color granate, y yo, con unos boxer rojos y una pajatira de pega, a juego... No hubo respuesta, me acerqué a ella, y empecé a besarla, a las dos de la tarde... No, aquella vez no nos quedamos embarazados, sobre todo porque se había tomado la píldora, pero comenzamos el año de la mejor manera posible...

Yo me había tomado un par de días de vacaciones, para estar juntos, y la mañana del dos de enero, después de dejar a Luis con David (ambos muy estresados jugando a la play), aprovechamos para recorrer, con mi querida Harley, aquellos lugares que habían marcado el principio de nuestra relación: la casa de sus padres, el cine, la pensión, nuestro pequeño piso alquilado, el piso de Benalmádena... En algunos sitios, como es lógico, no pudimos entrar... en otros, nos invitaron a tomar un café... y en el piso de Benalmádena, hicimos de nuevo el amor... A las ocho de la tarde recogimos a Luis, y David estaba muy mosqueado porque Luis había ganado en casi todas las partidas de "Super Mario"... Terminamos nuestra "jornada para el recuerdo" viendo una vez más "Estallido"...

Pasaron varias semanas, nosotros seguíamos con nuestra vida más o menos frenética, dejábamos a Luis en la guardería cercana al hotel de Benalmádena, y luego bajábamos a Málaga... Me gustaba, siempre me ha gustado sentir a Yolanda, su hermoso cuerpo pegado contra mi espalda, mientras nos deslizábamos entre el tráfico de primera hora de la mañana... La dejaba en el ayuntamiento, y tras un largo beso, yo regresaba al Hotel, a mis clases de Kendo, las lecciones de japonés (para las que no veía mucha utilidad en aquél momento), el diseño y propuesta de estategias corporativas con los demás departamentos, intensas y muy numerosas reuniones con organizadores de congresos, corporaciones... El mayor problema del Imperial Málaga era la falta de espacio para las reuniones, y que solo contábamos con las carpas externas en primavera y otoño... Y entonces, surgió la gran oportunidad: se produjo un incendio en unos salones de bodas, situados a dos manzanas del Imperial Málaga, y el dueño optó por venderlo al mejor postor, dentro de una subasta cerrada. Era un local inmenso, en la parte inferior de un edificio de oficinas, con plazas de garaje, y muchas posibilidades... Y enseguida recibí de Hiroshima la orden de investigar la situación real del edificio, sobre todo de la estructura... por lo que recurrí a los servicios de mi suegro. Pasamos unas tres horas recorriendo los salones, inspeccionando las columnas, aprovechando también los daños para raspar el hormigón de varias paredes en busca de aluminosis o de fallos estructurales. El diagnóstico fue positivo. Los arquitectos de la corporación hicieron sus propios cálculos y estudios, la operación fue aprobada por la central, y la operación se cerró por un precio sensiblemente inferior al de mercado, pero en condiciones muy ventajosas para el vendedor. Le ofrecieron a mi suegro hacerse cargo de las reformas, pero no aceptó, para evitar cualquier sospecha de favoritismo  por mi posición en el grupo.

Los mismos arquitectos japoneses, con sus equipos mixtos, terminan la reforma en vísperas de Semana Santa (el 20 de marzo)... y aprovechan para sanear y pintar  las escaleras de servicio al garaje, limpiar los suelos, y de paso, congraciarse con el resto de los ocupantes del edificio... Es cierto, hubo personas que se preguntaron por qué era necesario adquirir unos locales, cuando podría haberse construido una superficie permanente en los jardines del Imperial de Málaga... pero ya con las carpas se estaba vulnerando la legislación de urbanismo vigente... Los nuevos salones, por su cercanía, permitieron que la corporación "Satori Fujita" diera un nuevo paso adelante en los negocios, ofreciendo también sus facilidades en la organización de convenciones y eventos, pues la superficie útil era superior a los cinco mil metros...

Y, mientras la presión aumentaba de manera palpable por el número de proyectos en marcha y la envergadura de los mismos... el cuerpo deYolanda también empezaba a cambiar, de manera muy sutil al principio... En abril se produjo la segunda falta... por lo que, con un poco de suerte, nuestra niña, porque en eso estábamos de acuerdo los tres, nacería bajo el símbolo de Libra...

jueves, 9 de junio de 2011

70. TIEMPO DE CAMBIOS



A primeros de 2002, tuve lo que se puede considerar una crisis de identidad, o más bien la impresión de estar perdiendo el rumbo...  Sí, estaba consiguiendo el éxito, el equipo funcionaba muy bien, los viajes eran menos necesarios, aunque todavía estaba fuera de Málaga de seis a ocho días al mes. Me gustaba mi trabajo, es más, me apasionaba... y lo mismo le pasaba a Yolanda, por las mañanas fuera de casa en la empresa de consultoría, y por las tardes, con su proyecto (más bien realidad) de asesoría y ayuda en el caso de menores maltratados en casa y en los colegios, que le quitaba buena parte de su tiempo libre.

Era un trabajo muy duro, sobre todo al principio, cuando era cuestión de buenos sentimientos, fuerza de voluntad, y capacidad de improvisación... Casi siempre, eran cosas sencillas de resolver, pero si hacía falta un especialista, le pasaba todo el expediente a Servicios Sociales, y allí es donde terminó encontrando su verdadera vocación, y su destino.

Le ofrecieron incorporarse al departamento, aprovechando una amplia-ción temporal de plantilla de tres meses, durante los cuales trabajaría por las mañanas en la elaboración de los dosieres, buscando informaciones complementarias y realizando en algunas ocasiones trabajo de campo; y por las tardes, de tres a cinco, un curso de formación y capacitación, para adquirir sobre todo los rudimentos de psicología y de atención especializada a los menores.

Se trataba de una apuesta muy fuerte, pues incluso en 2002 era muy complicado pedir una excedencia de tres meses en una empresa de cazatalentos, y por supuesto renunciar a su altísimo sueldo y a las comisiones por cada "adquisición"... Pasaron aquellos tres meses... y el Ayuntamiento de Málaga la animó a perseverar, pues en pocos meses se convocaría una plaza de promoción interna... Es cierto, al final requirió un poco más de tiempo, pero el diez de mayo le era adjudicada la plaza en propiedad, con lo que renunció oficialmente a la consultoría, y comenzó a dedicarse por completo a lo que la llenaba en realiad, el trato con los niños, con los adolecentes y sus familias. Pensando que le sería de utilidad, se apuntó a varios módulos complementarios y, lo que al principio no entendía demasiado bien era su repentino interés por las artes marciales, sobre todo el kárate, y se desplazaba al dojo tres tardes por semana...

En cuanto a mí, la reorganización de las tareas, la confianza depositada en el equipo, me otorgaba ciertas parcelas de libertad: seguía con mis clases de "kendo", y con la práctica diaria de esta disciplina, Kenji Watanabe pensó que ya podíamos pasar al nivel superior, y utilizar espadas reales, por supuesto, de prácticas, y sin filo. Tal vez no fuera el lugar más adecuado, pero desde comienzos de abril, en vez de entrenar en el auditorio, como veníamos haciendo desde el principio, optamos por trasladarnos a nuestro despacho... y con el buen tiempo de mediados de marzo, nos trasladamos al pabellón japonés en medio del jardín. Con los trajes de protección, y las máscaras especiales, era difícil no percatarse de nuestros entrenamientos, primero alguno de los huéspedes, cuya terraza daba al jardín, y luego, varios empleados... Nos enteramos de que se hacían pequeñas apuestas sobre el resultado de los combates de los viernes, y pensamos que podía ser por una buena causa. La única diferencia entre nosotros era el  dorsal, rojo o verde, que llevábamos en la espalda.

 De esa forma, nació el combate de los viernes, que todavía se mantiene en vigor... y el dinero de las apuestas, gane quien gane, lo destinamos a una ONG. En varias ocasiones hemos recibido luchadores invitados, procedentes de otros "dojos", y el nuestro, como no podía ser de otra manera, se llamaba "El Dojo Imperial", algunos de ellos incluso han salido en la prensa y en distintos medios, que no es muy habitual ver a dos directivos de alto nivel combatiendo de esa manera. Durante el verano, o bien adelantábamos la cita a las ocho de la mañana, o la trasladábamos al salón de conferencias...

Con el paso de los años, la relación entre Kenji Watanabe había ido cambiando, quizás no fuéramos "amigos" en el sentido estricto de la palabra, sino más bien, "complementarios", cada uno dentro de su campo, con sus especialidades, pero también con la certeza de la honradez y la profesionalidad del otro, y de su equipo. Nuestras respectivas mujeres se hicieron amigas, y no era de extrañar que se fueran de compras juntas... y curiosamente, Ayumi, siendo una reputada chef de comida japonesa tradicional, se volvía loca con la pasta italiana, sobre todo la lasaña casera de Yolanda, receta de su madre... Y a nuestro hijo Luis, a punto de cumplir cuatro años, le apasionaba el sushi, incluyendo el "pez globo", que por supuesto nunca se lo dimos a probar: era arenque noruego...

Pasaba casi todas las tardes en casa, salvo cuando me tocaba la guardia en el departamento (unas seis o siete veces al mes), y tenía ganas de aprender algo nuevo, algo distinto, y me compré un par de dvd´s de "thai chi", que ponía en el monitor de plasma del comedor. Me relajaba, y me sigue relajando mucho, pero lo más importante era que podía compartirlo con mi hijo, a quien encontré un par de semanas después sepultado por dos sillas, al ensayar uno de los movimientos detrás de la mesa... Es algo especial, y me sentí muy privilegiado, por compartir aquellas experiencias con Luis, quizás en el fondo era lo que más añoraba de mi padre: solo nos unía, y durante un tiempo, la música clásica, o las exposiciones, pero no eran cosas que yo desease hacer realmente...

No sé, me habría encantado practicar el senderismo con él, o que se hubiera comprado una bici, para montar juntos... Y  viviendo a tan poca distancia del mar, enseguida nos acostumbramos a practicar una serie de actividades, desde volar cometas, hasta jugar al voley (no tardó mucho en ganarme, esa maldita coordinación), incluso nos atrevíamos  con el "body board"... Pero me adelanto en el tiempo, a los cuatro años, bastante teníamos con volar las cometas, y el "thai chi".

También necesitaba mi propio tiempo, es cierto, para investigar argumentos de historias, de novelas, pues aquella era mi auténtica pasión, por mucho que me gustase mi trabajo. Y me metía en mi despacho de la planta baja, preparaba una batería de compactos en el tocadiscos, y empezaba a escribir... Yo creo que mi hijo estaba atravesando por esa etapa de fascinación por el padre, y aunque a veces podía ser un poco plasta, sobre todo cuando necesito estar solo un rato... Pero cada vez que se abre la puerta de mi despacho, con ese pequeño chirrido tan especial, sé dónde puedo encontrarle: tumbado sobre la alfombra, a los pies de mi mesa, y con un par de tebeos y un paquete de galletas al alcance de la mano...