Han ido pasando los meses, casi sin darme cuenta… y de repente, ha llegado el cumpleaños de los dos miembros más jóvenes de nuestra familia: nuestros dos galgos consentidos… “Atos” es completamente negro, menos una estrella blanca en la frente, y una especie de calcetín del mismo color en la pata delantera izquierda… y “Porthos” es de color canela, con manchas blancas en el lomo…
Los dos tenían seis meses en 2004, cuando nos dirigimos a la sede malagueña de la “Asociación Baas Galgo”, con quienes ya habíamos contactado previamente... Siempre me han caído bien este tipo de entidades, que se encargan de darle una nueva oportunidad a este tipo de animales… No sé, quizás esperaba algo más lúgubre, menos luminoso… Por eso, y aunque ya habíamos hablado con ellos varias veces, me sorprendió gratamente el comprobar que eran unas instalaciones modernas, limpias y alegres, situadas en un polígono industrial a las afueras de Málaga… Vale, es cierto que allí había también casos desesperados, que vimos miradas tristes en los ojos de muchos de los animales que habían sufrido malos tratos, hambre y privaciones por parte de sus antiguos amos… Pero incluso estos animales, unos en mejores condiciones que otros y en distintas fases de recuperación, parecían ser conscientes de que sus penalidades se habían terminado…
Por suerte, no nos llevaron a los pabellones de recuperación, porque algunas de las imágenes que habíamos visto por internet de los casos más desesperados nos habían partido el corazón… ¿Por qué adoptar un galgo? No sé, siempre me han gustado este tipo de perros, además, al tener una parcela y espacio para correr, no les faltaría de nada… En un primer momento, solo queríamos adoptar uno, el de color negro con una estrella blanca en la frente… Era poco más que un cachorro, procedente de una camada nacida en el refugio hace seis meses, pero al aproximarnos a la jaula, observamos que estaba jugando muy alegre con otro de color canela… Y les vimos tan bien juntos, que decidimos no separarlos…
Estaban ya esterilizados, desparasitados y con todos sus papeles en regla, por lo que decidimos llevárnoslos a casa ese mismo día. Como no teníamos transportines, nos prestaron un par en la protectora… Llegamos a casa a media tarde, y nuestros dos terremotos particulares, Luis y Claudia, ya estaban esperándonos en el jardín, con el típico cargamento de cosas que los niños creen que hacen falta para recibir a sus nuevas mascotas: dos latas de comida abiertas, dos recipientes de agua fresca, y un montón de juguetes perrunos y no perrunos para que pudieran elegir… Al principio, los dos galgos estaban un poco asustados por tantas atenciones, y no querían salir de los transportines, hasta que a Claudia se le ocurrió dejarles un rastro de comida hasta los bebederos, que estaban en el jardín cerca de la piscina, y esperarse tranquilamente sentada… Los dos animalillos estaban asustados por tener a tanta gente pendientes de ellos (era una calurosa tarde de sábado del mes de junio de 2005), y pasaron unos minutos hasta que el que luego sería rebautizado como “Atos” se decidió a probar un poco de comida… y a seguir el rastro… “Portos” le siguió unos minutos después… Y así entraron los dos en nuestras vidas…
Vale, es cierto que los galgos son unos perros bastante asustadizos, y que escogen a sus propios amos… pero como a todos los demás animales, humanos incluidos, reaccionan muy rápido a las muestras de afecto y de cariño… Nuestros dos hijos fueron “adoptados” por sus nuevas mascotas, rompiéndose de aquella manera la tradición de mi familia de tener por mascotas peces de colores…
Nunca es fácil tener mascotas en la familia, sobre todo porque los niños deben convencerse de que no son juguetes, sino seres vivos e independientes, con sus necesidades, sus manías y sus sentimientos… En un primer momento, les preparamos dos cómodas cunas en el salón de la casa porque no nos hacía mucha ilusión que durmieran en otro lugar de la casa, pero al cabo de un par de noches, ambos habían escogido su propio lugar: “Atos” dormiría en la habitación de Claudia, y “Porthos” en la de Luis… Y así sigue siendo en la actualidad…
Son bastante traviesos, les encanta meterse en los armarios de las habitaciones, sobre todo en el de la ropa blanca, sacar todo su contenido y prepararse sus propias cunas… También disfrutan muchísimo cuando vamos juntos a la playa los fines de semana (de diario tienen que conformarse con el jardín comunitario): se pasan mucho rato corriendo por la orilla, ladrándole a las olas cuando les mojan las patas… Y disfrutan corriendo detrás del frisbee que les lanza Yolanda… De vez en cuando, si Borja y David se han olvidado de cerrar la puerta de sus casas, se cuelan dentro de ellas, y nos traen como trofeos algunas de sus botas de baloncesto, una manta vieja, algún trapo… Sí, son nuestros galgos consentidos…
Lo que no hemos conseguido es que se queden con nosotros cuando organizamos una barbacoa en el jardín: se ponen muy nerviosos cuando hay mucha gente a su alrededor, quizás porque no saben hacia quién dirigir sus atenciones, y en más de una ocasión terminan refugiándose debajo de la mesa del jardín… En un primer momento, a mi madre y a Catalina no les hacía mucha ilusión que tuviéramos perros con nuestros hijos tan pequeños, pero en cuanto ven lo mucho que disfrutan nuestros hijos con ellos y lo mucho que se quieren los cuatro, se dan cuenta de que no tienen más remedio que unirse a la pandilla…
Creo que “Atos” y “Porthos” saben que han tenido mucha suerte con nosotros… Sobre todo cuando nos siguen informando desde la asociación de los casos desesperados que tienen que atender cuando termina la temporada de caza… No entiendo como la gente puede ser tan cruel con los animales, maltratarlos, matarlos… No entiendo tampoco a los cazadores, su nivel de crueldad creciente, ni el que conciban la muerte como un entretenimiento para personas ociosas… Nunca he ido de caza, ni he disparado un arma, ni me interesa lo más mínimo… Me parece que es una muestra de crueldad innecesaria… Y por eso, me siento bien cuando al volver a casa, nuestros dos terremotos a cuatro patas salen a recibirme (siempre que no estén demasiado ocupados jugando con nuestros hijos)… Forman parte de nuestra pequeña gran familia, y aunque tienen sus peculiaridades (“Atos” se viene a escribir conmigo al despacho, y le encanta estar conmigo cuando Claudia está ocupada; a “Porthos” le va más ver la tele con Yolanda; y a los dos les gusta mucho ser el punto de atención), me siento muy feliz de haber permitido que formasen parte de nuestras vidas…
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