domingo, 21 de octubre de 2012

97. La última frontera…

Este fue uno de nuestros relatos favoritos del año 2010, quizás porque trata de uno de esos temas que nos gustan siempre: la frontera entre la amistad, el amor y el deseo… Y de lo difícil que resulta en ocasiones cambiar de uno al otro…

 

"Date la vuelta, me dices, y dame la toalla... No seas malo, y déjame conservar aquello que debe permanecer así, prueba de amistad... Deja que todo siga como hasta ahora… como siempre ha sido… para que pueda refugiarme entre tus brazos…"
Pero yo sé que no lo haré, amor... Lo siento...
Que ha pasado demasiado tiempo, y espacio, entre nosotros, y que la última frontera, la postrera  muralla, debe ser derribada... que esta amistad no llega más lejos, amor...
Porque no puedo soportar por más tiempo que un puto imbécil se aproveche de ti... que te haga daño, casi siempre, y llores... tus lágrimas sobre mi hombro, en mi pecho... tus brazos en torno a mi cuello, sofocada... y acompañarte a tu dormitorio, arroparte... llevarte una infusión a la cama, y quedarme, a tu lado, acariciándote la cabeza muy suavemente, mientras cesan las lágrimas...
Sintiendo al mismo tiempo las oleadas tristes, que lentamente se van alejando de tu ser... Lo siento, amor... pero hoy hemos alcanzado, sin pensarlo, la última frontera: no puedo más... Me muero por dentro de no poder confesarte, mi vida, todo lo que siento por ti, desde hace... Dios sabe cuánto tiempo... Quizás desde siempre...
Desde aquella mañana en el patio del colegio... Siempre juntos... siempre amigos, ¿verdad? Y así ha sido durante mucho tiempo, matando, asfixiando, cualquier asomo de sentimiento, sacrificando mis propios deseos y ansiedades, por estar siempre a tu lado, apoyarte, calmarte, ser tu paño de lágrimas, causadas por otros...
El amigo fiel, sin novia conocida, por estar siempre, siempre, enamorado de ti, de mi mejor amiga... Desde siempre…
Sí, amor, yo hace mucho tiempo que comprendí cuál era el problema: que mi vida no tenía sentido, lejos de ti... Por eso, irnos a vivir juntos a Madrid, pagar entre los dos el piso, los gastos, era bueno... Sobre todo, porque así podría protegerte, y mimarte, y estar contigo, disfrutar de la luz de tu presencia… La de veces que he estado a punto de entrar en tu habitación, cuando te escuchaba llorar, por cualquier imbécil que te había hecho daño… Cuántas noches me he quedado en el umbral de tu puerta, atisbando por una rendija, para comprobar que estabas durmiendo tranquila, con tu pelo de muñeca de porcelana y tu carita, tan dulce, bañada por la luz de la luna…
Tu madre, en el fondo, sabía que yo estaría aquí, a tu lado, siempre, ayudándote, vigilándote... amándote, como siempre, en silencio... El amigo siempre fiel, que nunca falla, casi un diosecillo protector... Pendiente de ti, amor, de tus sentimientos, de tus sueños, dispuesto a sacrificarlo todo por ti… incluso aquél sentimiento que me estaba corroyendo por dentro…
Pero ya no puedo más, amor... Casi me da igual lo que pase... Estoy tan cansado de verte llorar, de intentar protegerte...
De ser “solo” tu amigo... cuando en mí despiertas ansias de absoluto…
            Comprenderás que debo arriesgarme: total, no tengo nada que perder... Te daré la toalla a través de la cortina de la bañera, te arroparé con ella... pero no antes de verte, de pasear suavemente la mirada por tu cuerpo, que mil veces he intuido bajo las sábanas...
            Y me acercaré a ti... Y depositaré la toalla sobre tus hombros, y secaré tu naricita, y como tantas veces imaginé, te rodearé, suavemente, entre mis brazos, y saldrás, despacio de la bañera... Y me convertiré en tu segunda y cálida piel... Amor mío...
Dentro de unos segundos, me daré la vuelta, con la toalla lista, y mirándote a los ojos... Y en tus ojos, cuando veas que no hurtaré la mirada cuando te levantes, veré la respuesta... ¿Quién mejor que yo para amarte, que lo sé todo de ti desde hace tanto tiempo? ¿Alguien más que yo te conoce tanto, para anticipar el menor de tus deseos, de tus penas, y alegrías, para hacerte reír? ¿Conoces acaso hombros más acostumbrados a ser tu paño de lágrimas, que los míos; o brazos, más acostumbrados a ampararte, a estrecharte contra mi pecho? ¿Crees de verdad que alguno de tus pretendientes es capaz de amarte, siquiera, la mitad de lo que yo te amo?
Amor, aquella extraña palabra, que me quita el sueño… Aquél sentimiento disfrazado de amistad… que durante tanto tiempo no he tenido más remedio que esconder a los ojos del mundo…y que no me he atrevido a revelarte hasta hoy…Hoy cruzaremos juntos la última frontera...”

No hay comentarios:

Publicar un comentario