Han pasado ya varias semanas desde que empecé a escribir estas memorias noveladas, estos recuerdos de toda una vida con Yolanda, con mis hermanos políticos Borja y David, con sus novias Cristina y Catalina, con mis suegros Julián y Catalina…
He recordado cómo empezó mi vida en el “Hotel Imperial”, la manera en que poco a poco he ido subiendo y, en colaboración estrecha con Kenji Watanabe, he conseguido los objetivos de comunicación empresarial e institucional sugeridos por la central del grupo en Hiroshima…
He plasmado mis sentimientos con la muerte de doña Clotilde, con la de mi abuelo y la de mi padre, y cómo cada una de estas muertes ha ido repercutiendo en mi vida…
He recordado también el nacimiento de mis dos hijos, cómo en el caso de Claudia aprendí lo suficiente para mantenerme en el lado bueno de la camilla, cogiéndole la mano a Yolanda, pero sin mirar más allá del improvisado muro que dividía su cuerpo a la altura del abdomen… y esa vez no me desmayé…
Y, por encima de todo, he sentido la necesidad de dejar todos estos recuerdos plasmados en papel, o al menos en la memoria del ordenador de mi despacho, por si alguna vez era incapaz de expresarme con claridad… Los considero, estas resmas de folios, como una prueba de amor, una historia de redención por el trabajo… y también una especie de seguro, por si en un futuro muy cercano o lejano, me golpea alguna de las muchas enfermedades a las que tengo tanto miedo, como la esclerosis lateral amiotrófica, el Huntington o el Alzheimer, que destruyen el cuerpo, la mente o ambas a la vez, pero que de todas formas, te aíslan del resto del mundo…
Sobre todo, lo he recordado y escrito todo del tirón, tal y como lo viví, o tal y como lo recuerdo… Quizás no sea más que un escritor mediocre, o un blogger que está deseando dar el paso hacia las grandes ligas… Por eso, es posible que algunos recuerdos hayan ocupado más espacio que otros, que mi percepción de la realidad haya sido un poco modificada por el paso del tiempo, de los sueños… pero al menos, he conseguido imprimir la última página escrita, he guardado la última modificación que consideré necesaria, y he guardado, o mejor dicho guardaré en un “pen drive” y en un “CDR” toda mi historia hasta este punto…
Y por eso ahora, con casi toda mi vida convertida en código binario y lista para que otra persona, mi mujer, mis hijos, o cualquier lector anónimo pero interesado en mis recuerdos, comprendo que ha llegado el momento de dejar de escribir, de apagar el ordenador, y dormir una vez más la siesta del domingo por la tarde…
Yolanda está leyendo la última novela de Stephen King en su despacho, la imagino perfectamente escuchando a “Lady Antebelum” o cualquiera de esos grupos que tanto le gustan… menos mal que coincidimos en D. Carlos Gardel, “Mecano”, “Dire Straits”, “Pink Floyd” o “AC/DC”…
Luis, convertido en un pre-adolescente revoltoso a sus trece años de edad, se está entrenando para una extraña carrera de resistencia con las bicis de montaña, en un circuito endemoniado… Escucho sus voces, y las de sus amigos, por la ventana abierta…
Y Claudia, sí, el nombre de mi segundo amor, la chica que me presentó a su prima Esther, gracias a quien conocí a Yolanda… Claudia, mi dulce Claudia, lleva una hora con su amiga Mar, practicando sus “katas” en el pequeño gimnasio/trastero del sótano… Es una consumada karateka y eso me hace sentir más seguro cuando salen de excursión dentro y fuera de Málaga, aquella ciudad que he llegado a amar sin reservas, porque en ella vivía y sigue viviendo Yolanda… conmigo…
Dentro de escasos minutos, con la última anotación terminada, con el último pensamiento escrito, me dormiré de nuevo…
Y quizás sueñe… con lo que habría podido ser mi vida, si no hubiera podido realizar aquél viaje al Sur, en la primavera de 1995, para revelarle una vez más a Yolanda mis sentimientos…
Pensando en cómo me sentiría, ahora, en este curioso momento al que llamamos “presente”, si no hubiera sido capaz de luchar por ella… Si hubiera permitido que otra persona entrase en mi vida, haciendo imposibles mis más secretos pensamientos y deseos de amor hacia Yolanda…
Si no hubiera estado dispuesto a sacrificarlo todo, ciudad, familia, amigos, entorno, para salir en su busca, haciendo el mayor regalo que podía concebir al conocerla: dejarlo todo por ella… y conseguir que se enamorase un poquito más de mí… que ella se atreviera a dar el siguiente paso… y me amase, como poco, igual que yo la amaba a ella desde el primer momento: hasta la locura…
Que en mi vida hay un “antes” y un “después” de Yolanda, es algo evidente… pero solo si nos fijamos en lo importante: que en ella he encontrado a mi media naranja, o mejor dicho, a la persona que siempre me ha apoyado incluso en mis más locos proyectos, pero que siempre ha estado a mi lado… incluso con las prácticas de Kendo en el jardín, para aprender nuevas estrategias, y poder igualar la astucia de Kenji Watanabe, mi maestro, entrenador y gran amigo…
Porque sin ella, mi vida sería muy distinta, mucho más gris, posiblemente con las mismas pérdidas, la Parca habría acudido por igual a recoger las almas de mi abuelo y de mi padre… Que al lado de otra persona, quizás no sería otra cosa que un escritor con su primera novela, escribiendo cualquier tarde del año 2012, en la casa desierta sobre un amor perdido…
Yolanda, mi alfa y mi omega, mi condena y mi redención… mi amiga y mi compañera… mi realidad y mi ficción…
Cuando cierre el programa por última vez, con toda nuestra vida en común condensada en más de setecientas páginas formato libro de bolsillo… En el preciso momento en el que dé por terminada la narración, habré conjurado algunos de mis peores miedos… el del olvido… y el de la incapa-cidad de expresarme…
Y podré sentirme libre… incluso, de despertar y darme cuenta de que todo esto no ha sido más que un sueño lúcido… una fantasmagoría… una ensoñación de una tarde de otoño…
Pero todo eso será cuando me despierte de esta siesta… sin importar lo que me encuentre al abrir los ojos… y podré hacerle frente a todo…
Porque así terminan todas las historias de amor… y todos los relatos de crecimiento personal… con un punto… y final…
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