sábado, 30 de abril de 2011

36. EL COMIENZO DE UN SUEÑO

Por que sí... Porque jamás he estado más en forma que durante aquellos nueve meses de nuestro primer embarazo... Y encima, los amigos dicen que he tenido muchísima suerte con Yolanda... Pero yo terminé con gemelos y piernas de corredor de maratones...

Dicen que un antojo es una pequeña mancha en la piel de una persona, un capricho súbito e incontenible, o como dicen los franceses, "un je ne sais quoi de magique" (un no sé qué de magia), o que es la forma que escoge el organismo femenino de reclamar sus necesidades durante el embarazo... Yo sigo pensando que es una forma de putearnos durante nueve meses, de tenernos a su merced, y de vengarse por las molestias del embarazo.... tal vez incluso, una forma de exclavitud...

Para Yolanda, lo malo fue decidirse entre tantos apetitosos antojos... Empezó por los bombones de chocolate belga, pero ese, al menos, lo compartíamos... Luego, cambió al queso de cabrales... sí, el fuerte, el de los gusanitos... Después, jamón de jabugo... Llegó la temporada del helado... pero solo el de dulce de leche con nueces de macadamia... Un poquito más tarde, las zanahorias... Todo esto, entre los meses de septiembre y octubre... Nuestra pequeña nevera, y el congelador, se convirtieron en campo de batalla, donde cada uno de los productos luchaba a capa y espada para permanecer en primera fila...

Y después, se especializó en las fresas con zumo de naranja... o con leche condensada... Pero eso eran solamente los antojos puntuales... ¡Jamás he comprendido mejor a Arnold Swarzenegger, en la peli "Júnior", cuando le dicen que "comes como una embarazada..." Además... ¿cómo podía quejarme, o discutir con ella... si con dos parpadeos y un beso, me hacía levantarme a las tres de la madrugada, para buscar el capricho de turno, y además bajaba las escaleras de dos en dos, esbozando pasos de claqué?

Pero la vida seguía su curso... Por la mañana, a las seis en punto, tocaba levantarse, sin importar que Yolanda hubiera pasado o no mala noche, y comenzar la rutina, cada vez más estresante, en el Hotel Principal, pues me habían ofrecido la posibilidad de realizar un curso de formación para perfilar mi carrera, y orientarme hacia la organización y gestión de eventos, que en parte era presencial (un cuarenta por ciento) y en parte, a distancia... Dos o tres veces por semana, comíamos en casa de Yolanda, y mientras ella dormía una pequeña siesta, Catalina y yo seguíamos perfilando detalles sobre la nueva empresa, rellenando formularios, y diseñando, con ayuda de Leyre, el plan de marketing del negocio, incluyendo el diseño de la página web, los acuerdos con las Iglesias y sobre todo, con la Catedral, gestionando los permisos para nuestras motos...

No se trataba de expulsar a nadie del negocio, ni mucho menos, pero sí de aprovechar los recursos existentes, y ofrecer un producto de calidad... La fecha tope era el 27 de noviembre, en parte por las cláusulas impuestas por las entidades financieras... y sobre todo, para aprovechar el tirón de "TodoBoda 1998", la primera vez que se celebraba el evento en el Palacio de Ferias y Congresos, durante tres días, en Málaga... Aquella fue una de las sorpresas de mi suegro: a través de sus contactos en... bueno, un poco en todas partes, nos había conseguido un lugar destacado, garantizándonos un éxito de público, pues se había cobrado "un par de favores"...

Aquellas dos semanas fueron infernales, trabajando como locos, escogiendo materiales para los paneles expositores, ultimando detalles de precios, servicios estándar y complementarios (fotos de estudio anteriores y posteriores, color o blanco y negro o los dos para los reportajes en dvd, selección de músicas, sugerencias de maquillaje...), preparando los "books" y las octavillas (para lo que utilizamos parte del legado de doña Clotilde)... También incluimos muestras de los últimos trabajos realizados, incluyendo por supuesto nuestra boda, aunque fuimos especialmente cuidadosos en no indicar cuál era nuestra técnica, nuestro secreto... que se puede ser bueno y confiado, pero solo hasta cierto punto, en un mundo tan competitivo... Y cierto pequeño truco con los focos hacía imposible que se sacasen planos detallados de nuestro trabajo... Tuve que pedir los tres días al Hotel, igual que Gonzalo. Aquél fin de semana no hicimos ninguna boda, pero de todas formas, nuestro lanzamiento no estaba saliendo mal...

Terminamos la feria con una decena de contratos para el mes de diciembre, tanto de tipo "estándar" como "personalizados" (algo más caro y exclusivo), y compromisos en firme para los tres meses siguientes... Es cierto, no podríamos dejar de trabajar en lo nuestro, al menos, de momento, salvo Gonzalo, que empezó a realizar en el estudio parte del trabajo extra, pero las perspectivas eran bastante buenas, en toco caso, lo suficiente para firmar las últimas actas, contratos, cerrar los acuerdos mas urgentes y, por supuesto, ratificar con un brindis a media noche de todo el equipo, junto al espigón del puerto, el nombre de la empresa... Allí estábamos todos, en el filo del cinco y el seis de diciembre: Catalina, Julián, Borja, David (quienes ayudarían un poco a organizarlo todo, pero también con la esperanza de ligar algo), Gonzalo y Leyre, Montse y Mayte (quienes pensaban hacerse cargo de los vídeos a partir de febrero), y por supuesto, Yolanda y yo...

¿Todavía no lo sabes? Siempre que la miraba a ella, a Yolanda, lo tenía bien claro... cada vez que esperaba, en las mañanas de sábado o de domingo, hasta que el sol en su cara o mis besos realizaban el milagro cotidiano... y yo me encontraba seguro, a salvo, dentro de sus inmensas pupilas...

No podía ser otro que "La Magia de tus Ojos"... 


35. NUBES Y CLAROS EN MÁLAGA...

No, no es nada fácil regresar de un auténtico viaje de bodas, durante el cual has podido disfrutar de la presencia constante de la persona amada, que no has tenido que preocuparte de nada ni de nadie, y luego, saber que en cuanto se abran las puertas del avión, la realidad os estará esperando allí, y que se ha estado afilando las garras en miles de dudas que os acechan, durante vuestra ausencia... Por eso, cuando anunciaron que comenzábamos el descenso hacia nuestras vidas, giré suavemente su cabeza hacia mí y, cerrando un poco los ojos (jamás he podido besarla con los ojos abiertos), nos besamos, como solo los amantes saben hacerlo: enregándote en cuerpo y alma... Fue un beso largo, larguísimo, tanto que parte del aplauso de los pasajeros a la pericia del piloto en aterrizar, creo que también iba destinado para nosotros... Por lo menos, el de Matilde, una de las azafatas, seguro...

Nuestro plan era coger un taxi discretamente en la terminal que nos llevase a casa, y con tiempo, durante la tarde del sábado y el domingo entero, intentar reordenarlo todo, preparar las cosas para la semana, y con un poco de suerte, estar solos y tranquilos en nuestro territorio, durante un largo y perezoso domingo... Por supuesto, ninguno de nuestros deseos o esperanzas se cumplió... Al abrirse las puertas, un turba de alborotadores, coreando lemas como "Bienvenidos, parejita", o "El ataque de la realidad", con silbatos y cualquiera sabe qué otras cosas, nos estaban esperando allí: eran nuestros amigos de Málaga, al menos, una representación bastante nutrida, dispuestos a secuestrarnos, con el pretexto de llevarnos a casa... En primera línea, y disparando fotos como posesos, Gonzalo y Leyre, pero no paraban de repetir: "¡Estas son de regalo!" Casi nos detiene la Policía, por escándalo y alteración del orden público, pero conseguimos arrastrarlos a todos hasta las "guaguas" que nos esperaban fuera... Ambos supusimos que nos llevarían a casa, y que, con algunas dificultades, y con las cajas de cerveza helada que Gonzalo habría puesto en la nevera, tal vez a medianoche nos liberaríamos de nuestros "deseados pero un tanto molestos invitados".

Una vez más (y no sería la última), nos equivocábamos, sobre todo porque nos llevaron al pleno centro de la ciudad, y aprovechando que era sábado, aparcamos sin demasiados problemas (sobre todo porque los conductores de las "guaguas" se fueron a dar vueltas... Sin más explicación, nos llevaron hasta la calle Granada, casi esquina a la calle Santa María, y vimos un local comercial, con los escaparates todavía cubiertos de papel de estraza... Antes, había sido una tienda de encurtidos, y de ultramarinos... Pero ya no lo era... Siguiendo las estrictas instrucciones de Gonzalo, nos taparon los ojos con vendas de seda negra, "bajo severa amenaza de cosquillas en caso de incumplimiento", noté cómo encendían unas luces bastante poderosas... y entramos...

Nos quitaron las vendas a los dos, y nos dijeron que ya podíamos abrir los ojos... Y allí estábamos los dos, bueno, y otras muchas personas más: nuestra teoría de que toda boda puede resumirse en cuarenta fotos estaba allí, a la vista de todo el mundo... Con un tamaño de setenta y cinco por cincuenta, sobre un "paspartout" de un metro por un metro... Ver de nuevo la cara de Yolanda, aquél día, incluyendo también el plano con la katana, y su foto, cansada pero feliz, envuelta en el albornoz del hotel...

Entonces aparecieron mis suegros, los dos sonriendo, y nos dieron la noticia que, en el fondo, estábamos deseando escuchar: "Chicos, la Comunidad ha aprobado vuestra solicitud de subvención: piensan que vuestro proyecto es viable... aunque por supuesto, tendréis que ser prudentes con los gastos el primer año, y actualizar el estudio de mercado... Todos pensamos que éste puede ser el principio de vuestro negocio... Además, ya habéis cubierto vuestra primera boda... con vídeo incluido..."

Y así fue... Yolanda y yo nos convertimos en los primeros clientes de lo que, con el tiempo, se convertiría en nuestra agencia... "¡Ahora entiendo tu comentario, de que el que sabe esperar!", le solté a mi suegro... Y él me respondió: "Me temo que te equivocas de proyecto y de persona, querido yerno... Tendrás que esperar un poco más..." Estuvimos casi una hora allí, dando una vuelta, mirando las fotos, el vídeo... El local era perfecto, y teniendo en cuenta que pensábamos orientarnos hacia la fotografía digital, y con cierta posibilidad de trabajar en estudio, la superficie total, de unos ciento treinta metros en dos ambientes diferenciados, era perfecta... Al margen de que se podrían pedir permisos municipales para hacer fotos en exteriores...

Todavía faltaba escoger el nombre comercial, logotipos, y mil cosas más... Pero lo importante era demostrar que se podía hacer, que era viable escapar de una gran ciudad por amor, y perseguir tu sueño en otra, conseguir a la mujer de tu vida, y ser feliz con ella... Y fue entonces cuando empecé a rumiar el nombre de la empresa... pero no se  lo comenté a nadie de momento...

¡Ah! Tal y como pensaba, los chicos de las "guaguas" nos recogieron cuando pudieron, y nos llevaron a casa... Nuestro pequeño apartamento, de noventa metros, de repente parecía tan pequeño, con tanta gente, y más aún pensando en lo que estaba de camino... Yolanda, intuyendo lo que estaba pensando, me puso la mano en su tripita, apretándola suavemente... pues de todas formas, lo más complicado ya estaba hecho: encontrarnos... y enamorarnos...

La tribu al completo se marchó bastante pronto, no serían ni las dos de la madrugada... Y, por fin, pudimos descansar unas horas... que pasaron demasiado pronto... Afortunadamente, nadie vino a vernos el domingo por la mañana, y logramos dormir... Luego, muy despacio,  a medida que el sol de la media tarde arrancaba el sueño de nuestros cuerpos, empezamos a deshacer las maletas, pues con un viaje tan largo, era urgente ocuparse de ellas... Entre lavadoras, secadoras y tendederos, a la hora de cenar todo estaba más o menos en su sitio... Mi idea era ver una peli en la tele, que había varias interesantes...

Pero Yolanda tenía otras ideas en su cabecita loca... empezando por un baño de agua bien caliente... juntos y apretados como sardinas dentro de nuestra ridícula bañera... luego, un masajito relajante... y después... ¿Será cierto eso de que las embazadas experimentan un incremento de la libido? Porque a este paso, me veo tomando suplementos vitamínicos, ácido fólico, ginseng....

Aunque jamás la he encontrado tan deseable...

34. UN NUEVO COMIENZO...

Lenta mañana de domingo, cuando el tiempo se detiene, y es el sol quien despierta a los amantes... Bueno, el sol, mi hermana, su novio y nuestras madres, pues no ha funcionado el despertador, y los invitados están esperándonos para despedirse, regresar a sus casas, y seguir adelante con su vida... Se han congregado bajo el balcón de la "Suite Presidencial", iluminado por el sol... a falta de algo mejor, nos ponemos en el baño los albornoces con los anagramas del hotel, y abrimos las puertas acristaladas... Casi cien personas nos vitorean, llamándonos, entre otras lindezas, "perezosos, dormilones, juguetones..." y, como no podía ser de otra manera, Gonzalo aprovecha aquél momento, digno de una boda real, para hacernos, con teleobjetivo, la ultima foto...

Mientras tanto, nuestras madres ya habían dejado toda nuestra ropa de viaje preparada sobre la cama, cerrado de nuevo las maletas, metiendo en ellas el neceser de viaje y mil pequeñas cosas (incluyendo mi férula de descarga), y por otra parte, nuestros trajes de boda ya habían regresado a sus fundas, pendientes de ir al tinte... Me habría encantado llevármelo a París, que no en vano era de gran calidad, pero la madre de Yolanda era un poco "supersticiosa" y dijo que podía traer "mal fario"... En media hora, ya nos habíamos duchado, vestido y desayunado, porque eran la las doce y media, y nuestro vuelo salía a las dos de la tarde... y sobre las cinco, tendríamos a nuestros pies la ciudad más hermosa del mundo...

París, con Yolanda... ¿qué más podría pedir? No sé, quizás, un poco más de tiempo, incluso de dinero, tampoco nos vendría mal... Pero, estando juntos... El recorrido hasta el aeropuerto lo realizamos en taxi, pero antes de irnos, abracé y besé a mi abuelo y a mis padres, y también le estreché la mano al novio de mi hermana, uno de esos intelectuales con gafitas, que te sorprenden luego hablando de escalada en roca, tirolina, salto base y cosas en las que prefiero no pensar... Llegamos al aeropuerto con tiempo de sobra para facturar el equipaje, tomarnos un pincho de tortilla bastante bueno (que el amor da mucha hambre), y un par de cervecitas... El control de pasaportes fue de lo más rutinario, a las dos y dos, el avión ya estaba en la pista de despegue, y los motores aumentaban sus revoluciones... Caímos rendidos, la azafata me preguntó si deseábamos comer algo, le respondí amablemente que no... Como llevábamos puestos los cinturones de seguridad, lo siguiente que recuerdo es que otra azafata estaba anunciado por megafonía la llega a "París-Charles de Gaulle"... Un chófer nos esperaba una vez pasado el control de pasaportes, para llevarnos al que, durante cinco días, sería nuestro alojamiento en París: el "Hôtel Madison", en el 143 Boulevard Saint Germain... Absolutamente perfecto para nosotros, cerca de todos los puntos de interés, muy bien decorado, y sobre todo, un trato exquisito... Dejamos nuestro equipaje en la habitación y sin perder tiempo, salimos a descubrir la ciudad de mis sueños... Yo la conocía de otros viajes, con mis padres, con gente de la facultad, pero... estando al lado de Yolanda, la descubría de nuevo, a través de sus ojos...

En el fondo, cuatro días y medio dan para poco... si bien el tener un guía concertado para el martes y el miércoles resultó de gran ayuda, agilizando sobre todo las colas en los museos... Seamos realistas: para ver el Louvre a fondo, necesitáis una semana, como poco... pero si ves tres o cuatro cosas muy selectas, como "La Victoria de Samotracia", "La Virgen de las Rocas" y la "Gioconda", te llevas cierta idea... Nuestro guía hizo lo mismo con Versalles, el museo de "L´Orangerie", el "Quai D´Orsay" y el "Museo Rodin"... también visitamos "Notre Dame", "Les Invalides", "Le Grand Palais"... Era un poco recorrer la ciudad "a la japonesa"... Pero la noche más mágica fue cuando cenamos en lo alto del restaurante de la "Tour Eiffel", con toda la ciudad bajo nuestros pies... Por supuesto, nos empapamos durante uno de nuestros paseos, buscando el típico recuerdo para un par de amigos en la zona del "Sacré Coeur", y de milagro, conseguimos un hueco en la barra del mismo restaurante donde, casi veinte años atrás, tomé la mejor sopa de cebolla de toda mi vida... Y seguía siendo excelente... Recorrer París con Yolanda, y con nuestro hijo... Ya no le podía pedir más a la vida...

Pero yo lo hice: regresar allí con ella, y seguir descubriendo la ciudad, reflejada en sus ojos...

Viernes por la mañana, veinticinco de septiembre para más señas, con la maleta lista y el ardiente café con leche quitándonos el frío del estómago, un taxi nos lleva de regreso al aeropuerto... Todavía no le he dicho cuál es la siguiente parte de nuestro viaje, pero sabe que se trata de un destino de playa... Cuando por fin saco los billetes de mi cartera, y lee dónde vamos, me besa, solo eso, como si le fuera el alma en ello... y nos llamó la atención uno de los "gendarmes"... le respondí "jeunes mariés..." (recién casados)... y si no supiera que Louis de Funes murió en 1983, habría pensado que se trataba de el... Quizás su fantasma, disfrazado de gendarme, se pasea por el aeropuerto... Sí, nos íbamos a Lanzarote, porque Yolanda estaba enamorada de César Manrique y de su obra, pero jamás había tenido la ocasión de verla...

Una vez más, nos estaban esperando después del control de pasaportes, y nos llevaron al "Hotel Princesa Yaiza"... sobre todo, porque se encontraba junto al mar, y era lo que yo necesitaba: sol, calor, agua, mar... y, por supuesto, Yolanda... Concertamos un par de visitas, con un guía y grupo de españoles, para recorrer las zonas Norte y Sur de la isla, pero hasta el lunes, prácticamente ni salimos de la habitación, salvo para ir a las tumbonas anexas a la piscina, tomar el sol en la playa, recibir un excelente masaje cada uno, y hacer el amor... ¿Qué mejor actividad, para dos recién casados? Bueno, eso sin contar con la maleta de libros que yo había preparado para la segunda parte del viaje... Pero todo lo bueno tiene un final, todas las noches el sol resurge de las aguas, y la noche del dos de octubre cenamos por última vez en nuestra pizzería favorita, y nos dedicamos a disfrutar de la brisa sobre nuestros cuerpos, del canto de las estrellas en las alturas, y de las ùltimas horas de un viaje que terminaría la mañana siguiente...

Quince días, casi, solos, tranquilos, disfrutando del principio  "oficial" de nuestra vida de casados, y del resto de nuestra vida juntos...

viernes, 29 de abril de 2011

33. BANQUETE... Y NOCHE DE BODAS...

Hacía calor, pero no demasiado, aquella mañana del mes de septiembre... No perdimos el tiempo con fotos de estudio, pues de todas formas, las que nos habían hecho nuestros amigos eran más que de sobra, y los dos queríamos demostrar que para cualquier boda, siempre debía primar la calidad sobre la cantidad: en treinta o cuarenta fotos puedes contar la historia entera, desde los preparativos en las casas o alojamientos respectivos, las fotos en la iglesia, fuera de la misma, el banquete, el baile y la recreación de la entrada en la "Suite Presidencial"... Pero siempre con los máximos exponentes de calidad en el trabajo, y con material adecuado (focos, antorchas, trípodes... y cables, adaptadores...). Aquella, y no otra, era nuestra filosofía...

Todo funcionó como un reloj: llegamos media hora después a las instalaciones del Club de Golf de Marbella II con nuestro espectacular Ford Modelo T, las damas de honor abrieron las puertas, y nos encontramos sobre el cuidado césped... Por unos momentos, nos deslumbró la luz del sol, pero luego, mientras nos acercábamos a la pirámide de copas de cava, cada uno iba sonriendo y saludando a sus invitados... Me pareció muy raro, estar allí, con Yolanda convertida en mi esposa, y tener delante a Claudia y a Esther, dos mujeres sin las que jamás podría estar viviendo aquél momento... Luego, localicé a mis escasos amigos, que habían venido de los cuatro puntos cardinales...

Todos los invitados, atendidos por una nube de camareros, nos esperaban para brindar... Alzamos nuestras copas... No hubo discursos, de nadie: "¡Por la vida... y por el Amor!" Yolanda lanzó el ramo, y lo cogió Esther...

Comenzaron las típicas fotos con amigos, conocidos, y perfectos extraños, nos reclamaban en mil sitios a la vez... Pero yo solo me fijaba en mi familia, sobre todo en mi abuelo, con su traje nuevo, y las gafas bien limpias... con su incombustible "txapela", y sus ojitos pequeños... Mi abuelo... No había manera de saber que no volvería a verle, con vida... Mi padre estaba muy serio, más que de costumbre, fumando como un carretero y sacándole "peros" a todo... Mi hermana  y su novio, no se enteraban de gran cosa, ni les importaba la gente... y yo les comprendía muy bien... Mi madre pululaba de un sitio a otro, atendiendo a los invitados, igual que mi suegra, Catalina... Mi suegro aprovechó el acontecimiento para rematar un par de jugosos contratos, fiel a su fama de empresario duro pero honrado, fumando un par de sus aromáticos cigarros habanos...

Después de los brindis, y de las fotos, pasamos a las carpas: la principal, con forma de semicírculo alberga a los invitados "adultos"... No hay tonterías, no cortamos la cinta con enormes tijeras de podar, revestidas de purpurina.. Todas las mesas son circulares, nuestras madres han organizado todo, con invitados por edades... No hay niños, están en una carpa más pequeña, con payasos, animadores, colchonetas para la siesta... Y por supuesto, menús infantiles... lo bastante cerca y lejos, a la vez, de los padres y familiares...

La mesa principal está situada sobre una tarima, al fondo de la carpa según se entra, a la vista de todos, pero al mismo tiempo, con las espaldas protegidas (manías de viejo). Mis padres, los suyos, mi abuelo, mi hermana y su novio... Y una silla vacía, con un pequeño jarrón de cristal, con su rosa azúl de tallo largo, sin espinas... recordando la más reciente ausencia... No me preguntes si hubo carne o pescado, o de qué tipo... El jamón era excelente, igual que las tablas de quesos, las ruedas de ibéricos... y, por supuesto, algo de pescaíto frito...

No es fácil ser el novio en la boda, ni el muerto en el entierro... aunque sabes que casi nadie se fijará en ti, como no sean las madres, los amigos, y la familia... Pero es lógico... Todo el mundo está pendiente de ella, y tratándose de Yolanda, no me extraña... La luz entraba a raudales por las ventanas, más que una simple carpa, era un pabellón de verano... Cuando la luz la alcanzaba de lleno, restallando en sus cabellos negros, iluminando su figura de exquisita gravidez, el tiempo se detenía... en cada brindis, alzando las copas al cielo, cuando el cava descendía por su garganta (luego, fue agua mineral)... Me intrigaba que ella se apañase bien con semejantes tacones, sobre todo porque no solía utilizarlos...

Y seguía apareciendo una pléyade de platos, por suerte,  casi nada de nueva cocina... Y la gente comía, reía, brindaba, se divertía... Un pequeño detalle, del que no se dieron cuenta los invitados: solamente se servía la cantidad deseada por el comensal; y luego, cuando las grandes bandejas se devolvían a la tercera carpa (la cocina) el personal del catering la preparaba para llevarla a los comedores de beneficencia...

Tres horas comiendo, y por fin, llega el momento de la tarta... Los camareros la acercan a la mesa, tiene una pinta impresionante... Y entonces, Yolanda saca una auténtica katana japonesa de la parte posterior de su silla, y la parte en cuatro ágiles tajos... sin tocar las figuras de los novios, de "Lladró", y que yo había comprado en secreto hace varios años... Es cierto, no es habitual ver a una novia, con su vestido, maquillaje y tacones, manejar una katana el día de su boda... uno más de los talentos ocultos de Yolanda... Mi abuelo llevaba un buen rato dormido, con la cabeza reclinada sobre el pecho; mi hermana y su novio también empezaban a aburrirse... Comenzamos el reparto de los regalos, que habíamos terminado de preparar de madrugada, y por supuesto, nada de tabaco... Los camareros despejaron las mesas, y montaron la barra libre, pues los autobuses garantizaban que no surgieran problemas...

Sé que puede parecer absurdo, pero... una de las cosas que más recuerdan los invitados, fue que el vals sonó en segundo lugar... Lo primero en escucharse, en atronar por los altavoces, fue una sevillana... y no una cualquiera, ni mucho menos.... Sino la mítica "Sevillanas de la probeta", del grupo La Trinca... Es una sevillana, perfecta en la forma, pero cuyo texto dice: "Yo era un espermatozoide, que vivía satisfecho..." Mi familia, sabiendo de sobra que era incapaz de bailar... Incluso Vicky, mi antigua domadora en bailes de salón quien me consideraba "un caso evidente de dos pies izquierdos"... se habría quedado sorprendida... Igual que se quedaron casi todos mis amigos, la familia... ¿Yo, la cosa más patosa del mundo, bailando una sevillana (perfecta), con mi esposa, respetando las pausas, los movimientos, los tiempos? Pues sí... que no en vano Yolanda me había estado entrenando, todas las tardes durante casi tres meses (menos el domingo) para bailar sevillanas, vals, tango y algo de lambada... Y la música, al menos para comenzar, eran nuestras canciones las de nuestra vida juntos, y las que habíamos descubierto después...

Creo recordar que se organizaron, hasta la medianoche, una serie de actividades realizadas por profesionales, que mi suegro tenía amplia experiencia en el campo... Concursos de baile, de agilidad, no sé, mil cosas... y por supuesto, el servicio de lanzadera a los hoteles...

Nos escapamos a las once, por una puerta lateral... y aquella primera noche de casados, la pasamos en la "Suite Presidencial" del hotel anexo al Club de Golf... Parecía un sueño: suelos de mármol pulido, una rugiente chimenea, dos sillones de orejas, discretos tapices en las paredes, la inmensa cama de baldaquino con sus gasas, y muselinas, la música suave, pétalos de rosas desde la entrada (por supuesto, Yolanda traspasó el umbral en mis brazos), el titilar de un reguero de velas hacia el baño, un enorme jacuzzi, y mil tipos de esencias... y varias botellas de agua helada dispuestas en cubiteras.... y bombones de chocolate negro...

Lo primero que hizo  Yolanda fue quitarse los zapatos... Nos desnudamos mútuamente frente a la chimenea, despacio, dejando caer capa tras capa de ropa, como si fuera aquella la primera vez... Yolanda había conservado los "edelweiss", hizo ademán que quitárselos, pero le pedí que los conservara... El corpiño fue lo más complicado, creo que jamás en toda mi vida he soltado tantos botones (conté más de cien, como media uña de meñique)... Misericordiosamente, el cierre del vestido eran varios lazos, las medias estaban sujetas con unos precisos ligueros, y la lencería que llevaba aquella noche... Jamás, ni antes ni después de nuestra boda, la he visto más hermosa... salvo la primera vez que dio el pecho a nuestro hijo... Dejamos las ropas sobre el sofá, lo más ordenadas posible...

El agua estaba perfecta... nos sentamos juntos, frente a frente, y empezamos a lavarnos, muy suavemente, quitándonos de encima todo el estrés acumulado durante la boda, mientras Frank Sinatra cantaba, solo para nosotros, sus más bellas canciones... Nuestros cuerpos, empapados, se iban relajando, y el agua estaba tan caliente, que el vaho empañaba los espejos... Salimos del jacuzzi, y nos secamos con magníficas toallas de algodón blanco... La climatización era perfecta, y dejamos caer nuestras toallas de camino a la cama... Nos tumbamos de lado, ella se amoldó sobre mi pecho, y nos quedamos dormidos...

Me desperté de madrugada, alguien había apagado las luces, y la única luz procedía de las velas, y de los rescoldos de la chimenea... ¿Qué tendrá aquella noche, que la misma persona con quien  has hecho el amor antes, que ha sido tu compañera en tantas noches y madrugadas, de repente, parece... tan distinta?¿Por qué extraño motivo, parece que estás viviendo la noche más importante de toda tu vida? Yo sabía que estaba despierta, el ritmo de su respiración la delataba... y comencé a besarla... a recorrer sus valles y colinas, saboreando sus secretos, y mirándola, hundiéndome en sus ojos mientras nuestros cuerpos alcanzaban el climax, lo que antes se llamaba "la comunión de las almas"... Mas, cuando yo empezaba a adormilarme, fue ella quien empezó a amarme...

Y nos dormimos, abrazados, con las primeras luces del alba...


jueves, 28 de abril de 2011

32. ÉRASE UNA VEZ, NUESTRA BODA...


Y llegó, por fin, el día de la boda... Aquél momento, que no dejábamos de esperar con una mezcla de alegría y tristeza, el sábado 19 de septiembre. Nos sentíamos bien, por dar el paso, una evolución natural en nuestros afecto, y quizás una forma de dar el paso definitivo, que ligaría nuestras vidas... No tanto por Yolanda o por mí... como por sus padres...

El "spa" de la despedida de soltero fue un éxito, nos relajamos, bebimos moderadamente, los masajistas masculinos y femeninos resultaron excelentes, y Yolanda y yo, junto a los diez amigos íntimos que participaron, estábamos contentos... Me acosté muy tarde, repasando los planes para el viaje a París y a Lanzarote (la segunda parte era una sorpresa para Yolanda), y terminando de empaquetar los últimos regalos para los invitados: un espejo de viaje pequeño y un mini estuche de pinturas para las mujeres; y un pequeño neceser de viaje para los hombres... Lo habíamos comprado dos semanas antes por eBay, a un mayorista de Hong Kong, pero había que terminar de empaquetarlo en las bolsas de tela...

Me despertaron a las siete y media de la mañana Gonzalo y Leyre, en su doble faceta de amigos y fotógrafos, pues la idea era hacerme una especie de "book", en plan torero... Y allí estaba yo, saliendo de la ducha, envuelto en la toalla, afeitándome, Fernando Pedrisca, mi mejor amigo, ayudándome a vestirme... todo ello, por supuesto, iluminado con los focos, lámparas, y mil cosas que yo mismo estaba muy acostumbrado en utilizar... ¿El resultado? Un álbum del novio, como pocas veces se ha visto en Málaga...

A la misma hora, es decir, a las siete y media, comenzaba el zafarrancho en casa de Yolanda... Perseguida por las cámaras de Montse y de Marisa, convirtieron la sesión en un canto a la belleza, con escorzos, un magnífico blanco y negro, y luego, los momentos más significativos de la ceremonia: ponerse el vestido de novia, capa tras capa... Nunca imaginé que algo, en apariencia, tan sencillo, pudiera tener tantas capas... Dos horas y media tardaron en vestirla, perfumarla, maquillarla y peinarla... Ella, que casi nunca se maquillaba, me dijo después que se sentía "rara, como si no fuera yo..." Y para el pelo, trenzaron dos diminutas coletas de su salvaje melena negra, que usaron de tope y diadema, para dejar que su pelo se derramara en cascada por su espalda... Como dictan los cánones, llevaba un sutil velo que era mantenido en su lugar por una pequeña corona de "edelweiss" trenzados... Todo en Yolanda reflejaba el misterio y la magia de una princesa élficas...

A las once y media, con precisión militar, realizamos las fotos con la familia y amigos íntimos en la gran escalinata del Hotel y diversos lugares; mientras que las de Yolanda eran realizadas en su casa... A las doce en punto, llegué a la iglesia, entrando del brazo de mi madre, y con la satisfacción de ver a mi padre y a mi abuelo sentados en los bancos inmediatos... Ninguno de los dos quería nadie fuera del templo, y por una vez, solo estaban allí los fotógrafos... Con tanta gente, me sorprendía encontrar grandes cantidades de gente del barrio, hasta que vi a nuestra vieja amiga, la boticaria, y sus comadres... que saludaban con la mano, y nos mandaban miles de besos...

A las doce y media, se abrieron de par en par las puertas de la iglesia... y se escuchó la prodigiosa voz de Nino Bravo, con "El amor de mi vida", mientras Yolanda y Julián avanzaban a lo largo de la nave, envueltos en una nube de pétalos de flores silvestres que lanzaban los invitados... Durante aquellos minutos, la miré como si fuera la última ocasión en toda la vida de verla así, lo que de alguna manera, no deja de ser cierto...

El vestido de color crudo en palabra de honor, el corpiño bordado, el velo... Y mirarla, deleitarme con su hermosura, saber que estábamos a punto de casarnos, y que en realidad, nuestra pequeña familia ya estaba gestándose... A nuestro alrededor se arremolinaban los fotógrafos, los cuatro oficiales, y los aficionados... ¡Tenía tantas ganas de besarla, de estrecharla en mis brazos! Pero me tuve que conformar con rozar levemente su mano, cuando se  situó a mi derecha...

La ceremonia fue breve, no hubo grandes discursos, solo un par de poemas, en vez de música religiosa tras la homilía, sonó Danny Daniel con "El amor de mi vida, hs sido tú..." Incluso conociendo su cuerpo y su alma de memoria, no veía llegar el momento de alzarle el velo, y besarla... No recuerdo casi nada de la ceremonia, no tiramos las arras al suelo (que era lo importante) y tampoco nos equivocamos con los anillos, aunque todo quedó registrado (y editado) por los dos equipos... Preparativos, boda y banquete, en media hora...

De todo ello, para mí lo más importante eran aquellas palabras: "Yo os declaro marido y mujer... Puedes besar a la novia..." Sintiéndome extraño por el brillo del oro en mi dedo, le alcé suavemente el velo, hundiéndome en sus increíbles ojos marrones... y, cerrando despacito los ojos, la besé... Y en aquél momento, sonó una de las más hermosas canciones de todos los tiempos: "Yolanda", interpretada a dúo por Pablo Milanés y Silvio Rodríguez...

 Y nosotros... besándonos... y luego, sonriendo, abrazándonos... y besándonos otra vez...

No recuerdo nada del resto de las gestiones en la iglesia, las firmas ante el funcionario del Registro Civil, los cientos de fotos, con amigos de los novios, la familia... Notarla a mi lado, estrechar su mano, besarla... Salimos a la calle, entre pétalos de flores, con el más hermoso día de sol de la última quincena.... Todos los invitados que asistirían al convite subieron a los autobuses, menos nosotros, que nos adelantamos en el coche oficial: una réplica perfecta de un Ford Modelo T, que siempre causaba sensación por las calles de Málaga... 

miércoles, 27 de abril de 2011

31. ULTIMANDO LOS PREPARATIVOS.

Por suerte o por desgracia, a veces, las cosas buenas vienen encadeadas... Por suerte, ya que igual te sacan de una mala racha, de un momento complicado, incluso te pueden aclarar los sentimientos o los sueños... Por desgracia, ya que el ser humano es, ante todo, pesimista, y si tienes una buena racha, te duermes con el miedo a que todo cambie.. a peor... Al menos, eso nos pasaba (y nos sigue pasando) a Yolanda y a mí...

Fue una auténtica locura: encontrar un vestido de boda que nos gustase, y hacerle todas las pruebas, para que estuviera listo el día de la boda... si bien conocimos a una joven y talentosa diseñadora, llamada Isabel Sanz Extremera, una de las jóvenes promesas de la alta costura malagueña... Nunca he sabido mucho de moda femenina (como muchos hombres, me limito a decir si me gusta o no... y a tratar que quitarlo lo antes posible, si el contenido merece la pena...), pero el vestido de Yolanda era de color achampanado, con palabra de honor, unas pequeñas mangas abullonadas, con un corpiño bordado, y cola media... y velo, por supuesto... Yo opté por comprarme un traje de Ermenegildo Zegna, y unos zapatos italianos de Giovanni Valdi, y el cinturón de Ottavio Nuccio... puesto que, de todas formas, me apetecía sentirme especial aquél día... La última prueba de Yolanda se hizo la semana antes de la boda, y según me dijeron, estaba espectacularmente bella...

Los demás temas se fueron encarrilando, las invitaciones, clásicas y en papel de alto gramaje, se encargaron a una imprenta de calidad, pero no fueron numerosas: ciento dos invitados, de los que yo aportaba doce al margen de mi familia, y que al venir de Madrid, San Sebastián y las Canarias, se quedarían más tiempo. Mi abuelo también vendría, con mis padres, mi hermana y su novio, en avión, y ya en la ciudad, se habían concertado los servicios de una enfermera: garrota en mano, y con su silla de ruedas (en la que llevaba un par de meses confinado), se salió con la suya: venir a nuestra boda... Utilizando los contactos de mi suegra, alojamos a todo el mundo en el Hotel Ibis Málaga Centro, con una tarifa muy adecuada. Y para el convite, utilizaríamos los terrenos del prestigioso Club de Golf de Marbella II, y un servicio de catering. 

En cuanto a la luna de miel... Siempre habíamos soñado con París...

Todavía nos quedaban muchos trámites por hacer para nuestro negocio, y optamos por dejarlo todo en manos de mis suegros, y que siguieran haciendo preguntas, informándose de los requisitos, puesto que  "dinero llama a dinero", es cierto, pero más vale ser previsor, ya que teníamos importantes gastos en puertas, entre otras, cambiarnos de casa (sin ascensor, y con un embarazo, puede ser muy incómodo, y no había un cuarto para el bebé y sus cosas)... Las dos veces que le comenté a mi suegro que nos buscase, si podía, una casa más adecuada a nuestras futuras necesidades, me respondió: "No te preocupes, que es buena época, para quien sabe esperar..."

Mientras, los días y las semanas pasaban de forma inexorable, Yolanda mostraba ya un poquito de tripita, y tenía los primeros antojos: fresas con leche condensada... a todas horas... Yo continuaba trabajando en el Hotel Principal, mientras me enfrentaba a la misión más dura de todas: escoger a los fotógrafos de nuestra boda. Por supuesto, se encargarían Leyre y Gonzalo, y como refuerzo, Montse y Marisa... a quienes respetaba desde hace años por su trabajo con el blanco y negro...

El día 17 de septiembre llegaron mis padres, mi abuelo, mi hermana y su novio... No recordaba que él fuera tan mayor... ni que estuviera tan frágil... Incluso estando en el aeropuerto, llevaba puesta su txapela negra, sus inmensas gafas de pasta, con aquella visera que tanto le gustaba "por el sol", estaba perfectamente afeitado, y su piel olía a "Àlvarez Gómez" las manos le temblaban ligeramente, y sujetaba el bastón... Intentó levantarse, para besar a Yolanda... a quien solo había visto tres o cuatro veces... pero no pudo conseguirlo... Y ella, tan cariñosa y dulce como siempre, le besó en las dos mejillas... mientras èl le acariciaba suavemente la tripita, diciendo "mi bisnieto..."

A lo largo del día 18 fueron llegando todos los demás invitados, los salvajes de siempre se empeñaron en hacernos una fiesta de despedida de soltero, pero conseguimos que fuera conjunta... lo que mitigó los daños... y las resacas... ya que la celebramos en un spa maravilloso... Como los niños buenos, al filo de la medianoche, ya estábamos los dos en la cama... cada uno por su lado, desgraciadamente...


30. EL SECRETO DE DOÑA CLOTILDE

Las semanas anteriores y posteriores a la boda fueron un caos absoluto, pues nos apetecía casarnos, y por supuesto de blanco, antes de que fuera demasiado evidente el embarazo.... que luego, hay muchos sietemesinos que nacen muy grandes.... No nos importaba ese tipo de consideraciones ni a Yolanda ni a mí, que si por nosotros fuera, habríamos esperado incluso a que el niño (o la niña) fuera lo bastante mayor para llevar las arras... pero siempre es mejor evitar que la "media sociedad" se escandalice... He de reconocer que tuvimos bastante "suerte"...

Una vez solucionado el pequeño asunto de la iglesia, solo faltaba solucionar la intendencia, el traje, las vacaciones...

¿Ah, que no os lo he contado? Tres días después del "óbito", extraña palabreja que nunca me ha gustado, nos llamaron por teléfono del prestigioso bufete de "Ramírez y Ramírez, Asociados", para efectuar la lectura de las últimas voluntades y testamento de Doña Clotilde cuando la familia fue convocada, a las diez y media de la mañana, de aquél viernes catorce de julio... Todos nosotros estábamos muy sorprendidos, pues no teníamos la menor idea ni de que hubiera un testamento, ni mucho menos algún tipo de bienes, ya que la abuela Clotilde siempre había moderado sus gastos, disfrutado con su trabajo, y sobre todo, vivido cada momento como si fuera un regalo...

Fue una reunión interesante... Si bien el origen de la actual situación había que buscarlo en pasión por el campo y el buen vino de Agustín García Pérez, su marido... Con su muerte, Clotilde heredó unas extensiones de viñedos casi centenarios, que se habían hibridado en los años sesenta para crear una nueva variedad de uva, y se las cedió en usufructo y a través de su abogado de mayor confianza, a una pequeña cooperativa agraria. Aquellas tierras yermas y montañosas resultaron perfectas para la elaboración de dos soberbios vinos de mesa, de reconocido prestigio. Durante varios años, y a través de un apoderado, la cooperativa fue comprando más tierras en los alrededores del pueblo, entre otras el viejo caserío, que en la actualidad comenzaba su andadura como centro enológico y de turismo rural. ¿Y todo esto, en qué nos afectaba? Pues que el producto estrella de dicha empresa es el famoso "Marqués de Sotoancho y Montesclaros", cuyo precio sin  duda todos conocemos... Un "Gran Reserva" del año 1990 alcanza en la actualidad los cientocincuenta euros por botella...

Existía un importante patrimonio en tierras, viñedos y edificaciones, del cual Yolanda y sus hermanos pasarían a heredar el tercio de libre disposición, "porque mis nietos están empezando en la vida. Sin embargo, y por su edad, dicho patrimonio estará gestionado por un banquero de mi elección, que también les aconsejará en todo momento". El resto del capital, salvo una dieciseisava parte, se repartiría entre sus hermanos y sus hijos, "y en el caso de que no se localizase a mi hermano Marcial en el plazo de doce meses, se añadiría a la dieciseisava pendiente, que repartiera entre mis nietos".

A nosotros, todo aquél baile de cifras y letras nos sonaba a chino, por lo que Borja, muy educado, le preguntó al señor notario: "¿Y podría usted decirnos, por ejemplo, en antiguas pesetas, lo que nos corresponde a cada nieto?" El señor notario, flemático, y sin molestarse en alzar la cabeza del documento, nos respondió: "Más o menos, una vez abonados los impuestos, diez millones de pesetas... para cada uno"... Lo que significaba que el patrimonio de Doña Clotilde superaba como poco los cien millones de pesetas... En este punto, el notario tuvo que abrir la ventana, y pedir a sus pasantes que trajesen botellas de agua bien frías... Es cierto que doña Clotilde siempre había sido una magnífica administradora, que ayudaba a la familia en todo lo posible, pero jamás imaginamos que fuera millonaria...

Sin embargo, fue una de las clausulas finales la que generó la mayor sorpresa: "En virtud de mi calidad de Donante y Benefactora del Monasterio de San Agustín, solicito que se facilite a mi nieta, Yolanda García Montes, que en la actualidad vive con su novio, Ismael Rodríguez Márquez, la celebración de su boda en dicha Iglesia. Las gestiones realizadas obtendrían su recompensa, con la dieciseisava parte de mis bienes en el momento de celebrarse..."
Tres días más tarde, cuando nos dirigimos a la secretaría del Monasterio, comentando nuestro deseo de casarnos lo antes posible, puesto que tal era la voluntad de nuestra abuela recientemente fallecida, primero se pensó que le estábamos tomando el pelo... Luego, empezó a mirar la agenda parroquial, afirmando que no tenían ningún hueco hasta diciembre, "pasadas las navidades, en todo caso"... Pero su actitud cambió radicalmente, al entregarle el poder notarial, y mirar el documento... "Si me disculpan un momento, esto es algo que debo consultar con el padre prior..."

Y pasaron diez minutos, llegó el prior, con un acólito, que cargaba con varias botellas de agua helada, varios juegos de vasos... No tiene mucho sentido recordar las palabras exactas, pero de todas formas, nos otorgó, "en honor de la memoria de doña Clotilde, nuestra Benefactora, aunque por cuestiones de protocolo, tendríamos que amoldarnos a los huecos disponibles entre las ceremonias"... Es decir, que no tendríamos que aguantar una misa completa... y me costó no ocultar mi satisfacción... Salimos del ilustre Monasterio, con el cursillo prematrimonial convalidado, las gestiones previas firmadas, y la fecha confirmada: el sábado diecinueve de septiembre, a las doce y media de la mañana... 

Con razón, siempre se dice, "Poderoso caballero..."


martes, 26 de abril de 2011

29. AVENTURA EN LA FARMACIA

Nuestra vida empezó a cambiar, a toda máquina, desde aquella mañana del laticidio... Yolanda, un poco de coña, me puso el mote de "Tirofijo", aunque por supuesto, no lo usaba cuando había gente delante, porque habría sido un poco "delicado" explicarlo... pero era cierto: para dos veces que hicimos el amor sin la píldora... Supongo que pasó en el momento adecuado, con la vida bastante encarrilada, dos trabajos (si no contábamos con las fotos de boda), y por encima de todo, el apoyo de nuestras dos familias... sobre todo la suya, que estaba más cerca... Pero mucho antes de la revelación, tuvo lugar la confirmación: el famoso "momento predictor" del que tanto hablan las leyendas...

Bajé solo a la farmacia, a pocos portales de nuestra casa... y me daba corte pedirlo... Más incluso que comprar una caja de preservativos en mi época "golfa"... Estuve a punto de volver a casa, o dar una vuelta, cualquier cosa menos entrar en aquél lugar, atestado del más peligroso espécimen de toda la fauna malagueña (y madrileña): las marujas ociosas... y lo de marujas va con todo mi cariño... empecé a vivirlo todo a cámara lenta: entras en la farmacia, donde ya se encuentran cinco o seis señoras ociosas, que ni compran, ni se acercan al mostrador, ni se toman la tensión, por lo que deduzco que han venido solamente por el aire acondicionado...

Y tú, muy educado, pides la vez... hasta que una de ellas pega una voz... "!Maria Luísa¡ ¿Quieres salir de una vez a despachar a este chico, que seguro te quiere pedir una caja de condones? ¿Es que ya no hay vergüenza, ni respeto por los clientes?..." Y la boticaria, quizás por ganar tiempo, ya sale con una caja de doce y otra de veinticuatro, de dos buenas marcas, alegando que "para un chico guapo como tú, con el de seis no haces nada, ¿verdad? ¡Cariño, si yo fuera treinta o cuarenta años más joven, igual te podía enseñar dos o tres cositas..." , mientras sus clientas le reían la gracia con tantas ganas, que comprendí que llevaban mucho tiempo escuchándola... una de ellas, incluso se pus a reír a destiempo...Y claro, ella sigue con su charla, entre las miradas de las demás clientas, y te parece notar que todas ellas se están fijando en tus vaqueros... ceñidos... o en los pectorales y abdominales, más que en el corte de pelo militar...

Durante unos segundos, te sientes, salvando las enormes distancias, como el protagonista del anuncio "la hora Coca Cola light", salvando las distancias... De todas formas, y frente a una audiencia tan selecta, procuras acercarte lo más posible a la oronda boticaria, tanto que hueles su perfume a colonia de mercadillo, y lo más discretamente posible, le dices, con tu mejor sonrisa: "Disculpe... no es por molestar, pero... mi chica me ha pedido que le compre un "predictor", de la marca que sea..."

En cuanto escucha esas palabras, le cambia la cara, y te dice, con voz gélida: "¿Ya has dejado embarazada a tu chica?¿Te parece decente? Porque al menos, ¿será tu chica, verdad, no será una a quien has conocido en Feria, y luego, claro, con tanto sexo a lo loco... ¿De verdad quieres un "predictor", y no otro tipo de medida más definitiva? porque si lo que quiere es que luego le venda algún tipo de píldora abortiva, tendrá que ir al ambulatorio, que esta es una farmacia muy decente..."

Y la buena mujer, seguía y seguía hablando más para ella y para su entregado público, que para mí... Si pretendía salir con vida de la farmacia, y mas aún con el "predictor" de los cojones, no que me quedaba otro remedio que contarles toda la historia; empezando por el año 1991, cuando me enamoré de ella; llegando a 1995, cuando me vine a vivir a Málaga por tenerla cerca; la manera en que empezamos a vivir juntos, las familias; para terminar por nuestros planes de boda, pues aquél niño era la mayor ilusión de nuestra vida, "siempre y cuando nos dejasen comprobar si estábamos o no embarazados..."

Al final, salí de la farmacia con el carné de "cliente preferente", la promesa de amistad eterna de dos de las señoras, que vivían en el primero y el segundo, y que estaban deseosas de ver a Yolanda salir de casa vestida de blanco, insistiendo también en que se "organizarían para que ella nunca estuviera sola en los momentos finales..." Solo faltó que me los llevase a los siete, mancebo incluido, a tomar unos finos, "arsa..."

Y después de así una hora de cerrado interrogatorio, parabienes, productos, consejos para el parto y mil otras cosas de utilidad para los padres primerizos (incluso me regalaron un chupete y un bibe, para que empezase a practicar), conseguí volver a casa, tan acalorado, aturdido y mareado... que esta vez, Yolanda me tuvo que atender a mí...

Dejé el paquete sobre la mesita baja, todavía envuelto, y por mucho que traté de utilizar los poderes de la mente para persuadirla, y que se fuera al cuarto de baño y se hiciera la prueba... ella fingió no verlo, pero sí miró el chupete, el biberón con las tetinas, innumerables folletos, los teléfonos y nombres de las vecinas... Y, en respuesta a mis miradas, guiños, y señales disimuladas... lo único que se le ocurre decirme es... "Cariño, tengo mucho calor, y voy a darme una ducha... ¿Te vienes?"

Y, por supuesto, me fui con ella... mientras trataba de imaginar en qué manera, su hermoso cuerpo se vería afectado por el embarazo... 

Un par de horas más tarde, instalados en el sofá, con nuestra ropa más cómoda y las piernas estiradas sobre la mesita baja de mármol... compruebo que el envase del "predictor" está vacío... y Yolanda me dice, muy bajito: "Estamos embarazados..." mientras me enseña el resultado de la prueba...

Aquellas fueron las dos palabras más hermosas que he escuchado en toda mi vida...




lunes, 25 de abril de 2011

27. NUEVOS AMANECERES

Volvimos a casa cuando ya era noche cerrada... Nadie tenía ganas de cenar, pero de todas formas, lo intentamos: los más jóvenes pedimos una "pizza", y para cambiar un poco el chip, nos pusimos a ver "Matrix", aunque no me preguntes cuál de las tres... Serían las diez y media cuando Yolanda se retiró a nuestro dormitorio, y sin embargo, desde el comedor la oía sollozar... Yo no tardé mucho tiempo en seguirla, en mi doble condición de novio y de mejor amigo... Estaba sentada en el borde, la desnudé muy despacito, le puse el camisón turquesa, y la ayudé a acostarse, dejando encendida la pequeña lámpara de plasma, que por sus cartas yo sabía que la relajaba... No hice más que estar allí, sentado, acariciándole muy suavemente la cabeza, hasta que su respiración se relajó...



Y entonces, y solo entonces, me dejé caer a los pies de la cama, con la espalda apoyada en la pared, sabiendo que por encima de mi cabeza estaba la superficie de corcho en la que ella había puesto muchas de nuestras fotos, como aquella que le hice en el restaurante, echando azúcar en el café, y con la porción de tarta delante... Aquella sonrisa tan llena de magia... O bien la otra foto, creo que de la misma noche, cuando nos acercamos al puerto, y solo se la veía a ella, sentada, mirándome... Había pasado tanto tiempo desde entonces... Me quedé allí, mirándola, velando su sueño, a la luz de la lámpara de lava... Estaba tan hermosa, que no quería despertarla... pero, con la luna menguante, comprobé que me estaba mirando... Abrió las sábanas, yo me quité la ropa, me puse el "bóxer" de la rana Gustavo, y me tumbé a su lado... y nos quedamos dormidos... mientras su cuerpo se amoldaba a mi espalda...



El jueves 13 de agosto nos entregaron la urna con las cenizas de Clotilde, a quien de alguna manera, aunque  se tratase de un reflejo de mi amor por Yolanda, o bien por la charla que tuvimos la tarde anterior, yo sentía más cerca... Era una urna pequeña, de colores opacos... Su marido la estaba esperando en el nicho, hace varios años que se efectuó una reducción de restos, y ahora sobraba espacio... Era una mañana gris y ventosa, la urna fue pasando de mano en mano, y en aquél momento, me sentí mortal...



Todos necesitábamos descansar, porque el sábado quince teníamos una boda, y el dieciséis, dos... Borja y David se fueron de acampada con unos amigos (y amigas), sus padres se quedaron en casa, y nosotros nos desplazamos hasta su casa en Benalmádena, donde nos conocimos... Habíamos ido preparados con algunas de nuestras películas favoritas, "Ghost", "City of angels", "El fantasma y la señora Muir", "Carta de una desconocida", "Cyrano de Bergerac"... Pero, después de las dos primeras, apagamos el Dvd, la televisión, cogimos las toallas y demás aditamentos, y nos bajamos primero a la piscina, y luego a la playa... Con la muerte en la memoria, necesitábamos las caricias del sol y de la vida...



Estuvimos pensando en la mejor manera de comentarle a la familia que teníamos pensado casarnos, bien ese año, o bien el que viene, pero aquél tema lo dejamos pospuesto, para centrar todas nuestras energías... en nosotros... El placer inmenso de una bañera grande, llena de agua caliente, rodeada de decenas de velas, y con un poco de incienso en el pebetero... Las caricias, tan leves, del otro, entre nubes de vapor... Quedarnos juntos, mientras el agua se va enfriando, y terminar con una suave ducha, que arrastra los restos de espuma tibia y fragante... Secarnos mutuamente, con toallas de algodón blanco, y entonces, convertir la cama en un campo de batalla... y dormirnos, agotados y satisfechos, imaginando el arrullo del mar...



La boda del sábado fue un éxito, con el equipo al completo, los novios aceptaron nuestras sugerencias, y casi desde el principio, con las fotos de la novia mientras la vestían, o el padre del novio haciéndole el nudo de la pajarita, ya estaba claro que podíamos realizar un buen reportaje... Aquella fue la primera vez que utilizamos una cámara digital como refuerzo, porque Gonzalo era el único que sabía manipular los negativos y hacer las copias en laboratorio; y pensamos que trabajaríamos más rápido y mejor con ordenadores... La versatilidad de lo digital nos gusto, aunque para las fotos más "clásicas", preferíamos la magia de lo analógico...



El sábado por la noche salimos los cuatro a tomar unas cervezas en el mesón "La buena Mano", les anunciamos a Gonzalo y a Leyre nuestro compromiso... y ellos nos sorprendieron, anunciándonos el suyo... Pero lo más importante de aquella noche, fue la decisión que tomamos de consultar con Catalina la forma de convertirnos en una pequeña empresa, buscando subvenciones, para convertir lo que de momento era el medio de vida exclusivo de Gonzalo, en una aventura de la que pudiésemos participar todos... Yolanda se lo comentaría a su madre, y de todas formas, Leyre iría al Ayuntamiento...



El domingo, sobrevivimos a las dos bodas... lo digo porque la víspera es posible que fuéramos demasiado abundantes con los brindis, y sin las cuatro aspirinas que me tomé al despertarme dudo mucho que hubiera conseguido enfocar bien la cámara digital... Aunque tal vez hubiera alguna foto más desenfocada de lo habitual...



Por la tarde, celebramos una reunión familiar... para anunciarles que habíamos pensado en casarnos el año que viene, puesto que no tenía mucho sentido ir aplazando algo que sabían familia, amigos y conocidos... Pero esta vez, me tocó a mí soltar el pequeño discurso, donde estuvieron presentes todos los tópicos del género: "tantos años juntos... nos ha llegado el momento... ser una misma familia... amor...". Borja y David, que por aquél entonces se habían convertido en dos monstruos de más de dos metros de alto y ciento y pico kilos de peso, se pusieron a hacer el indio (literalmente), y levantaron a Yolanda a pulso, con silla y todo, y la dejaron en medio de la habitación; luego hicieron lo mismo conmigo; para bailar después en el mejor estilo apache... No sé, igual se trató de lo absurdo de la situación, pero al final todos terminamos riendo...



En principio, la boda se celebraría en Málaga, y a Catalina le haría ilusión que fuera en el convento iglesia de San Agustín, pues allí es donde se casaron Julián y ella... A mí me daba igual, de todas formas, mis invitados serían muy pocos, y avisando con algo de tiempo, podrían coger un vuelo desde Madrid, Santander y Donosti... No teníamos ganas de correr, la lista de espera en las iglesias más hermosas era bastante larga...



Pero dos semanas y media después, comprendimos que no disponíamos de tanto tiempo...



28. VIENTOS DEL CAMBIO

Lentamente, fuimos recuperando la normalidad, mientras Catalina estudiaba las subvenciones que nos concederían si sacábamos nuetra empresa de la clandestinidad, y Julián ponía a varios de sus captadores a buscar un local para nuestra agencia... Como siempre en estos casos, teníamos que contar con nuestro presupuesto, bastante reducido; nuestros ahorros para nuevos equipos; y nuestra experiencia; eso sin contar con un análisis de la competencia; y por supuesto, la ubicación... que no es lo mismo estar en la periferia, que a la sombra de la catedral...

Nos daba miedo aquél paso a los cuatro, y sin embargo, en el cuerpo de Yolanda, a medida que pasaban las semanas, se estaba desarrollando una nueva vida... Ella, tan regular como un reloj, hasta el punto de que podías asegurar que era el séptimo día del mes cuando empezaba a manchar... el mes de septiembre... no manchó... Seguíamos viviendo en mi pisito, en aquél tercero sin ascensor de la calle San Lorenzo, una hermosa finca rehabilitada hace varios años... Hacía un calor sofocante aquella tarde de septiembre, y cuando habíamos llegado a la segunda "misericordia" (esos banquitos de madera, para descansar), tuvo que soltar las bolsas, pues le dió un mareo... Yo me lancé en plancha, para cogerla, y se produjo un alud de latas de conserva, escaleras abajo: tomate, raviolis, judías, espárragos, alcaparras, piña, albaricoques, efectuaron su peculiar procesión... y después me tocó recogerlo todo:, la escalera parecía un campo de minas, la última lata de guisantes apareció en el patio de vecinos... pero eso lo hice después de haber llevado a Yolanda al sofá, y de abrirle una lata de "Aquarius" bien frío... y  todas las ventanas, para conjurar las escasas ráfagas de viento que aleteaban por los tejados...

"Ya está todo recogido, Yolanda... ¿Te encuentras mejor, cariño?¿Quieres otra bebida fría?", le dije, mientras permanecía, sentada, en el sofá,  mirándome con una carita un poco rara...

"Ismael... será mejor que te sientes... porque tengo que contarte algo... importante..."

"¿Pero estás bien, verdad?¿No serán malas noticias, verdad?", y yo seguía allí, de pié, con las putas bolsas en la mano...

"¿Me puedes hacer el  favor de dejar las bolsas en el suelo, y sentrarte de una vez?", y por la forma en que me lo dijo, intuí que la opción más prudente era... hacerle caso...y me dejé caer en el sillón de orejas...

"¿Te importa si fumo? que con tanto misterio...", le pregunté, mientras empezaba a llenar la cazoleta...

"Sabes que no me gusta nada que fumes en casa... pero aunque sea por nuestro hijo, te agradecería que no lo hicieras...", me respondió, sonriendo... En aquél momento, me alegré de estar sentado...

"¿Nuestro hijo?¿Nuestro hijo?¿O sea, el nuestro?...", y posiblemente habría seguido en ese plan, si Yolanda no se hubiera acercado a mí, dándome un beso en los labios... mientras se sentaba en mi regazo...

Aquella noche, mientras estábamos a oscuras en la cama, con las aspas del ventilador girando sobre nuestra cabeza, yo seguía preguntándole más datos a Yolanda... La más recurrente de ellas era: "Pero... ¿y cuàndo?¿No estabas tomando la píldora?"

"Creo que me olvidé dos días... la noche en que murió mi abuela Clotilde... ¿Recuerdas que hicimos el amor, antes de que yo me durmiera?Y la segunda  candidata fue la noche después, en el piso de Benalmádena... Necesitábamos cariño, calor, deseo, ternura, caricias... Y eso es lo que tuvimos... ¿Te arrepientes de ello?"

Yo me limité a besarla, una y otra vez, por todo el cuerpo, con aquella sed extraña que nace del alma... Hicimos el amor... Y me quedé dormido, sobre su pecho, acunado por su respiración, soñando quizás con ese pequeño ser... Con ese pequeño milagro...

26.VIDA DE AQUELLA ABUELA.

Aunque hacía bastante tiempo que había abandonado el periodismo "activo", una de mis viejas costumbres, sobre todo para las nuevas ideas para mis cuentos, era llevar siempre encima una mini-grabadora, con pilas y cinta, y como poco un micro de corbata... Yolanda me miraba con cara uno poco rara, por mis preparativos, pero silencié sus preguntas con un beso, le puse el micro (de vez en cuando, el sonido de su voz se perdía por el viento, y otras, por los latidos de su corazón) y le dije: "Ahora, háblame de ella... como tú quieras... pero ayúdame a conocerla..." Y Yolanda empezó...

"Clotilde es, sobre todo, una mujer de su tiempo... Nacida en el seno de una familia de campesinos, en Manilva, un pequeño pueblo de la sierra cercano a Málaga en 1920, no son los mejores tiempos para ser la única hembra en una familia de siete varones, contando con el padre, y la presencia callada pero constante, de la madre. Sus labores se reducían a mantener la casa limpia, cuidar a las aves y animales de los corralones, y gestionar como buenamente podían los magros ingresos de la familia. La tierra no les pertenecía, eran aparceros, pero de todas formas, y con grandes sacrificios, lograban ir haciendo frente a las nuevas exigencias de los propietarios..."

"¿Para ellos, no hubo reforma agraria, ni nada por el estilo, verdad?", le pregunté...

"No, más bien, seguían arando los campos con la fuerza de los mulos, y si esta fallaba, con la familia... ¡La de veces que me ha contado ella esa escena, todos tirando a la vez de un arado de forja! Y ella, la más pequeña, corriendo de uno al otro, llevando el cántaro de agua fresca, o el cubo y el cucharón con algo de sopa o alimento... Si mala era la época de la siembra, en la recolección, si no se unieran a veces los campesinos del mismo patrón, no habría sido posible conseguirlo... Y luego, cuando no quedaba ya ni un fanega de trigo en los campos, venían los representantes de los señoritos, a llevarse todo lo que podían, sin importar que fueran los sacos de trigo, o el importe de su venta... igual que la iglesia..."

"¿Y durante la Guerra Civil, las cosas fueron difíciles?"

"Mucho... Su padre, Agapito, y sus dos hermanos mayores, Segundino y Toribio, estaban en zona nacional cuando se produjo el alzamiento... Los reclutaron a los tres... Ella se quedó en casa, con Marcial, Sempronio, Rómulo y Fernando... Los campos fueron requisados por las autoridades competentes, fueran del signo que fueran... Se dio la orden de repartir el grano entre los habitantes de los pueblos, lo que no impidió que los recaudadores también hicieran lo mismo, horas más tarde: era el salvase quien pueda... Marcial llegó a la capital, se enroló en un pesquero, pues dijo que prefería sentir el mar en la cara... aunque con los bombardeos, cambió su opinión... Fernando, el más joven y más idealista, se alistó en el bando republicano en 1937, y murió muy lejos de casa, en la Batalla del Ebro. Agapito, Secundino y Toribio murieron también allí, pero en el otro bando."

"Al terminar la guerra, todo cambió...", le pregunté...

"Sí... los de siempre volvieron a hacer las mismas cosas... Su madre, Pascuala, murió de un infarto en los campos... Los "señoritos", más exigentes que nunca, amenazaban con matar a los campesinos partidarios de la República... Y allí estaban los tres, Sempronio, Rómulo y Clotilde, una niña de quince primaveras, haciendo el trabajo de una familia entera... Empezaron a volver soldados del frente, de todos los frentes, entre ellos, un buen mozo, tuerto, llamado Agustín... Y allí, entre las eras, a base de trabajar juntos de sol a sol, pasó lo que tenía que pasar: se enamoraron, se quedó preñada, y se casaron, o quizás fuera al revés... Aquél mismo año de 1941 nació mi padre; dos años después mi tía Nieves, y en 1944 tuvieron su último hijo, Aniceto... Algunos dicen que Agustín se quedó estéril por una paliza que le dieron los guardias civiles durante un interrogatorio, sobre unos sacos de grano que no aparecían..."

"Pero ahí no terminan los problemas..."

"No... en 1954, mi padre decidió que no soportaba más tiempo "comer tierra", y aprovechando que aparentaba más edad que los 13 años que realmente tenía, se bajó a la capital, a buscarse la vida... Entonces, la industria del ladrillo devoraba cargamentos humanos con gran facilidad, los accidentes eran muy comunes, y la mano de obra muy barata... Julián, mi padre, siempre tuvo la cabeza muy bien amueblada, era de los pocos mozos que sabía leer y escribir, y no tardó mucho en convertirse en el encargado de una cuadrilla que aplicaba métodos americanos de construcción (gracias a los libros que le mandaba desde Nueva York su hermano Fernando, que cambió su vida en el pesquero por la marina mercante), lo que permitía... Al cabo de tres o cuatro años, ya en 1957, mi padre tenía una posición estable, pues su pequeña empresa de construcciones estaba empezando, y deseaba formar una familia... Ellos dicen siempre que se cogieron de la mano en la feria para bailar una Sevillana, y que desde entonces, no se han vuelto a separar...

"Julián y Catalina, tus padres..."

"Bueno, y también de Borja y de David... Mis abuelos vivieron siempre en Manilva, aunque perdieron las tierras, solo pudieron conservar una pequeña huerta, en la parte posterior de la casa... Allí pasaba mi abuelo Agustín su tiempo, observando crecer los vegetales, las legumbres, tomates... Era su afición, y un modo de completar sus pensiones... Pero en 1983, un aneurisma cerebral lo fulminó sobre el plantel de las cebollas... Después del entierro, mi abuela se vino a vivir con nosotros... Nunca le ha gustado la gran ciudad, prefería nuestro barrio, y lo más lejos que llegó una vez fue aquí, hasta la Malagueta, para pisar el mar... Con tantos años en el barrio, y siendo tan sociable, verás muchas cara conocidas en el funeral o en el entierro... Gente normal y corriente, vecinos del barrio, porque ella formaba parte de sus vidas... y ellos la querían, igual que el resto de la familia, y como yo..."

En este punto, Yolanda se puso de nuevo a llorar, paré la grabadora, le quité el micrófono, y una vez más, se puso a llorar sobre mi pecho... Y yo no podía evitar sentirme mal... porque no era capaz de sellar sus llantos...  Y se hizo de noche... Yolanda seguía llorando... Y el olor del mar se mezclaba con la sal de sus lágrimas...

domingo, 24 de abril de 2011

25. FINALES Y COMIENZOS.

Aquella noche del once de agosto fue la última que doña Clotilde pasó sobre la tierra... Como en casi todos los funerales de personas muy mayores, a no ser que tengan una familia muy grande o hayan realizado una labor muy importante en la vida, muchas de las personas que acudieron a la mañana siguiente ni tan siquiera se conocía. De los siete hermanos, y siendo ella la segunda de menor edad, no quedaba nadie salvo Sebastián, su mellizo, quien a sus setenta y ocho años estaba confinado en una silla de ruedas, y permaneció en la residencia: "Prefiero recordarla más joven...", fue su único comentario... Tampoco pudo venir Marcial desde Nueva York... ¿Los demás asistentes? Un extraño conglomerado de sobrinos nietos, tíos terceros, algún que otro vecino, los dos porteros de la finca... La única nota disonante la puso el pastelero, quien trajo una cajita de lenguas de gato de chocolate, con la petición de que, "si era posible, las metan en la caja..."

Y yo, que había tenido que acudir a primera hora de la mañana, para comprarme zapatos, pantalones de vestir, camisa de duelo y corbata...¿ Mi lugar? Un segundo puesto, detrás de Yolanda... pues no habíamos comentado a nadie nuestra decisión de anoche... y tampoco era el momento más adecuado... Nunca me han gustado los tanatorios, son máquinas de procesamiento industrial de la muerte, sin personalidad, alienantes, para los difuntos sobre todo, y para los familiares... La abuela parecía muy tranquila, los maquilladores habían conseguido que se desprendiese de la lividez adquirida por quienes jamás toman el sol: fue siempre una señora, incluso a mediados de los ochenta, si salía a dar una vuelta, lo hacía protegida por una sombrilla... No sé, igual no estaría muy contenta de tener tan buen color ahora...

Ese cristal, grueso, que separaba más que cualquier otra cosa los dos mundos, la vida y la muerte, tal vez consiga apagar el sonido de las lágrimas, los sollozos, los comentarios como "qué tranquila está...", "parece dormidita...", incluso el esperpéntico "¡pero qué buena pinta tiene!" Yo solo tenía un deseo: que el tiempo pasase rápido, que diera la una y media, para proceder a la incineración... Por espeto, y por mis creencias bastante poco religiosas, me quedé en la puerta de la capilla, mientras efectuaban la ceremonia... Nos hicieron salir a todos de la capilla, cuando se puso en marcha el mecanismo que cerraba las cortinillas y hacía avanzar el ataúd hacia el incinerador... Me acordé de mi amigo Ignatius B. Salmon, y de su teoría según la cual el calor de las llamas y del gas era tan fuerte que provocaba el estallido de la cavidad craneal al hervir el cerebro... Por mucho que intenté estar pendiente, no escuché el "plop"... y en aquél momento, mi mirada se cruzó con la de Borja... y empezamos a reírnos, por lo bajo, de lo que no podía ser otra cosa que una leyenda urbana... ¿Verdad?

Volvimos a casa sobre las tres... varias vecinas se presentaron un momento, para dejarnos algo de comida en la mesa y en la nevera, pero en verdad, nadie tenía demasiada hambre... Creo que todos necesitábamos estar solos con nuestros recuerdos, así que nos fuimos a nuestras habitaciones para cambiarnos de ropa... Yolanda se puso una especie de túnica moruna, las "sandalias Cleopatra" que le regalé hace algún tiempo, y un coletero... Yo había recuperado mis pintillas habituales, con pirata de camuflaje, camiseta heavy y sandalias... Yolanda, como yo, estaba muy unida a su abuelo, y lo peor que podía hacer era quedarse derrumbada, sollozando, contra el quicio de la puerta de su abuela, donde todavía quedaban tantos recuerdos... Por eso, me agaché a su lado, la cogí de las manos y la obligué a recostarse contra mi pecho... ¡Qué poco podía imaginar yo que menos de un año después, ella repetiría conmigo el mismo gesto!

Estuvimos así unos minutos, llorando, abrazados, con sus inmensos ojos hundidos en mi pecho, como buscando mi corazón, y notando todos los exquisitos relieves de sus pechos... y la fuerza de sus latidos... Quizás estuvimos media hora así, luego, la llevé al baño para que se lavase un poco la cara y, cogiendo mi mochila con el equipo estándar (dos botellas de agua medianas, dos paquetes de kleenex, y por supuesto, mi cahimba con mezcla especial, y las gafas de sol), me la llevé de casa... Porque los dos necesitábamos aire libre, el sol sobre la piel, y sobre todo, el aroma a libertad del mar...

Nos fuimos caminando lentamente, en pos de una sombra que se empeñaba en ser a cada minuto más esquiva, trazando nuestra ruta entre las partículas de polvo llevadas por la brisa... Quizás no fuera la mejor idea del mundo, dar un paseo con todo ese calor, pero lo que Yolanda no podía hacer era seguir en casa... Pasamos cerca de mi piso, pues en una ciudad como Málaga, todo está cerca..., sobre todo comparado con Madrid... Y llegamos a la playa, nos quitamos las sandalias, y nos pusimos a caminar, junto a la orilla, dejando que las olas nos lamiesen, perezosas, los pies... Yo siempre estuve enamorado de Yolanda, es cierto... pero jamás tuve tantas ganas de protegerla, abrazarla, besarla, que durante aquél paseo... Y, sin embargo, me limité a caminar a su lado, en silencio, puesto que en el fondo, poco más podía hacer, aparte de unas leves caricias, para que supiera que estaba allí...

Íbamos persiguiendo el sol, yo tenía bastante con estar a su lado, aquél era mi lugar... y lo había sido siempre... Nos sentamos en una de las pocas tumbonas que todavía no habían recogido, se sequé las lágrimas que todavía estaban manando de sus ojos, y entonces, con ternura, con besos, incluso como terapia, la misma que ella utilizaba con sus pacientes, le pedí que me hablase de ella....

sábado, 23 de abril de 2011

24. DE LA MUERTE Y LA VIDA

Quizás no fuera el mejor modo de plantearlo, pero se trataba de un tema que llevaba demasiado tiempo dando vueltas por mi cabecita loca, y yo, a mis casi treinta años, las dos careras y sobre todo, un ascenso a jefe de recepción en el turno de mañana del Hotel, me sentía lo bastante preparado... Ahora, se trataba de hablarlo con Yolanda, y de efectuar aquellos movimientos que me permitieran garantizarme la aprobación de la familia...

De todas formas, la mayor de las dudas seguía siendo... la opinión de Yolanda... Nunca le había dado demasiada importancia al matrimonio, tal vez porque mi vida estaba a su lado, y lo de menos era una simple indicación o testimonio para el estado civil... Claro, también había que pensar en los niños, que llevasen nuestros apellidos, la primera generación de Rodríguez Sierra... Suena extraño, mezclar así dos "linajes", como dirían los caballeros medievales... Sin embargo, yo me encontraba listo para ser padre, y con los dos trabajos, mas la incorporación de Yolanda a una empresa de consultoría y selección de personal en septiembre, lo más posible era que nuestra situación se modificase...

Y así sería... aunque de momento yo no era consciente de ello...

El mes de agosto, con el ascenso, me ofrecieron dos semanas de vacaciones, coincidiendo con el apogeo de la feria... Que yo recordase, era la primera vez, desde que estábamos juntos, en verano y durante un periodo tan largo. Sí, nos hubiera gustado mucho poder irnos lejos, hacer turismo de coche manta y carretera, conocer lugares exóticos y lejanos como Escocia, Italia, alguna zona de Francia (¡París!), pero nos conformamos con disponer una vez más de la residencia familiar en la costa durante unos días: aquél verano, la salud de doña Clotilde era muy delicada; mis suegros contrataron dos auxiliares de clínica para cuidarla... Mis "hermanos políticos" estaban con nosotros, pero no tenían ganas de nada, ni de juergas, ni de fiestas, ni de ligar con extranjeras, y se pasaban el día de la playa a la piscina (parecían dos langostinos al vapor)... Cada uno se había traído sus vicios: Borja, la consola; David, una maqueta de un avión; y como cargamento comunitario, una maleta llena de libros para los cuatro... Con la caída de la noche, a veces jugábamos al póker, otras al cinquillo y a la canasta, pero en todo caso, siempre conscientes de la posibilidad de un fatal desenlace... Varias veces al día, llamábamos a su casa; y todas las tardes uno de nosotros estaba allí, incluso sabiendo que las dos cuidadoras se encargaban de todo...

El once de agosto, sonó el teléfono, cuando estábamos a punto de salir Yolanda y yo... Era Ilduara, la cuidadora del turno de día, que nos decía, entre sollozos: "doña Clotilde ha muerto hace diez minutos... El párroco le había dado la extrema unción por la mañana... No ha sufrido, pero doña Catalina se encuentra muy mal... Vengan cuanto antes..." Llamamos un taxi, porque a ninguno de nosotros nos apetecía conducir aquella tarde; media hora después, estábamos subiendo en el ascensor... No había lágrimas en nuestros ojos (esas vinieron después), pero sí el desconcierto de haber perdido a una persona que formaba parte de nuestra vida... Abrazos, en grupo, besos, miles de besos, para todo el mundo, yo incluido, a pesar de que técnicamente seguía siendo "el novio de la niña"... Llegamos a la casa a las cuatro y media de la tarde, el agente de la funeraria ya había terminado todos los trámites, y al filo de las seis, vinieron a llevársela... Yo me mantuve en segundo lugar, como siempre, pues aunque no me da miedo la muerte en si, me inspira respeto, la forma en que el calor va abandonando poco a poco el cuerpo...

Por decisión de doña Clotilde, no quería que nadie se quedase con ella por la noche, solo Yolanda y yo cogimos el coche de la familia (el mío estaba en Benalmádena), y nos encargamos de los últimos preparativos... Llegamos al Parque Cementerio, nos esperaba el agente de Santa Lucía, revisamos los últimos papeles... ¡Es algo tan frío y tan impersonal! Como si fueras un bulto a mandar por correo... "El 234 va al 6, coronas de flores estándar, velas eléctricas, música clásica genérica. Se queda sola..." Al menos, así es como me sentí entonces, y como me sigo sintiendo con cada muerte...

Volvimos a la casa... Catalina estaba delante de la puerta de su madre, mirando el extraño equipaje que había ido acumulando en los últimos meses de su vida: cama y colchón anti-escaras (que desenchufé), silla de ruedas, camita auxiliar para la cuidadora si era necesario, una serie de estampas religiosas sobre la mesilla, un crucifijo de latón sobre madera noble (que ahora tenemos en el comedor, y que llevaba más de cuarenta años en la familia), y un armario de dos puertas bastante pequeño, en el que sin embargo cabía casi toda su ropa: desde la muerte de su marido en 1983, siempre vistió de negro... Yolanda, dándome un beso, me pidió que fuera a la cocina, para traer varias bolsas de basura... ¿Acaso estaba pensando en cribar ya la ropa de su abuela, que todavía estaba (relativamente) caliente en el tanatorio? Pues aquello es precisamente lo que hicieron, en silencio, vaciar percha tras percha y balda tras balda de aquél armario ropero... Los zapatos y la ropa en buen estado, fueron al Asilo de las Hermanitas de los Pobres... Aquellos que, por algún motivo, deseaban conservar, como aquella rebeca negra que le compramos las últimas navidades, o la típica manta de cuadros escoceses, se dejaron sobre una silla... El resto, a la basura...

En el fondo del segundo estante, Catalina encontró un tesoro: una caja de zapatos, donde estaba recogida la historia de la familia desde los bisabuelos, en 1896, a través de una densa colección de fotos, y todas ellas, identificadas... Yo también estaba en ellas, que no en vano llevaba varios años dentro de la familia... Aquél fue el proyecto de Catalina por las tardes del mes de agosto: pasar todas las fotos a varios albums de estilo antiguo, e incluir una nota con los datos recopilados por su madre...

Y mientras ellas realizaban su labor, los hombres preparábamos algo de cena: jamón, queso, ensalada, algo que pasta, varias frutas... porque tampoco nos parecía muy apropiado andar mirando la ropa interior de la abuela... Ellas no querían salir del dormitorio, "hay muchas cosas por hacer", decían... Pero al final, las convencimos... Una de las cenas más tristes y más deprimentes que recuerdo... y, sin embargo, cuando nos fuimos al dormitorio, Yolanda se abrazó a mí, con fuerza, en cuanto cerramos la puerta, y empezó a besarme, como si le fuera el alma en ello, pareciendo que la vida necesitaba perpetuarse frente a la agorera presencia de la muerte... Hicimos el amor como solo pasa en los sueños, adivinando y anticipando los deseos del otro, intentando no hacer ruido, para no molestar a la familia... Entonces, en el momento justo del goce, mientras ella me cabalgaba, se lo pregunté: "¿Yolanda... quieres casarte conmigo?" Y ella me respondió, con un gemido quedo antes de derrumbarse sobre mí, "Síííííííí... Ámor mío, siííPero... ¿Te parece el momento más oportuno de hacerlo?"

Y lo que no protestaron padres y hermanos por nuestras actividades... lo hicieron por nuestras risas...


viernes, 22 de abril de 2011

23. AQUELLA PRIMAVERA DE 1998...

En un puerto de mar, el clima es casi siempre más templado que en Madrid, por lo que la primavera irrumpe, casi de un día para otro, como si hubieran pulsado un interruptor... Pero si hay un motivo especial para que recuerde con cariño aquél periodo de 1998, fue el comenzar una nueva vida, juntos... A pesar de la oposición inicial por parte de su familia, el tema de los estudios pesaba como una losa, puesto que a Yolanda le había quedado una asignatura en el trimestre anterior... Pero también es cierto que, entre mi trabajo en el Hotel, los estudios, y las colaboraciones cada vez más numerosas con la agencia, no teníamos apenas tiempo de vernos ni siquiera el fin de semana...

Hicimos mil combinaciones para sacar tiempo libre para nosotros... hasta que se nos ocurrió, por un incremento de trabajo, incluir otra persona, para con dos equipos de foto y vídeo, poder aumentar un poco los ingresos de nuestra pequeña empresa, ubicada en la tienda de fotografía de Gonzalo, y donde realizábamos casi todas las tareas de revelado... Recordé aquellas fotos de la familia que había observado en mis anteriores visitas en casa de sus padres, sobre todo en el pasillo de los dormitorios, y al preguntarle a Borja quién era el responsable, me dijo: "Yolanda... ¿Acaso en todos estos años no se lo habías preguntado?" Después de revisarlas una vez más, pensé que ya teníamos a la persona que nos faltaba...

Desde aquél fin de semana, Gonzalo y Leyre comenzaron a trabajar por su cuenta, igual que Yolanda y yo... Siempre ofrecíamos las fotos imprescindibles, en el contrato básico, además de aquellas que la familia quisiera de verdad... Nuestros precios eran un poco más bajos que los de la competencia, y algunas veces nuestro margen de beneficios era muy pequeño, pero de todas formas, salimos adelante... Cuando se trataba de una boda de postín, es decir, de aquellas a las que acudía casi toda la alta y media sociedad de Málaga, era necesario un desembolso monetario más importante, aunque solo fuera para alquilar los trajes adecuados... Y nos poníamos en marcha todo el equipo, para ofrecer la mejor cobertura... Otra de nuestras peculiaridades era que editábamos las cintas, reduciendo las tres o cuatro horas de metraje habituales, a poco más de diez minutos, incluyendo mínimos efectos de imagen y sonido...

Por lo menos, uno de nuestros proyectos funcionaba como es debido, que nuestra vida personal seguía siendo un desastre, además, no es lo mismo pasar juntos el finde en casa, o de viaje, que trabajando juntos, y demasiadas veces, robándole horas al día... y a la noche... Por eso, como si se tratara de una operación militar, decidimos que había llegado el momento de vivir juntos... Fue al terminar una de nuestras comidas dominicales, el a finales de febrero, cuando dimos la campanada: "Papá, mamá, hermanos, Ismael y yo nos vamos a vivir juntos..."

Se hizo un silencio sepulcral en la mesa... que fue roto, en pocos segundos, por los aplausos y palmadas en la espalda, más o menos como harían los hermanos Weasley, quienes, al grito de "¡Ya era hora!¡Felicidades!" nos hicieron levantar de la mesa, y saludar... A Clotilde, la abuela, le daba igual, "esas moderneces.... lo que importa es que seáis felices...". Julián, el padre, intentaba ganar tiempo llenando la cazoleta de su pipa de brezo... esperando, prudentemente, que se manifestase Catalina... "Los términos del acuerdo se mantienen: que sigáis estudiando vuestras carreras y sacando buenas notas. Por cierto, aquí no tenemos un servicio de lavandería, que vuestro piso está bien equipado. Aunque se admite el tráfico de tápers para transporte de víveres. No habrá visitas sorpresa, a nadie le importa lo que hagáis en la intimidad. Y nosotros conservaremos una llave en caso de emergencias. Si estáis de acuerdo con las nuevas condiciones... ¡venid a darme un abrazo, pedazo de chorlitos!" Y, como en una de las típicas escenas de familias americanas, nos dimos uno de esos achuchones que hacen época... Solo en aquél momento, Julián se decidió a hablar: "me encanta que los planes salen bien...", en su mejor imitación hasta el momento de Hannibal Smith, lo que generó una nueva carcajada...

¡Parece mentira la de cosas que tienes que preparar, para instalarte en una casa! Y menos mal que, salvo la colección de vinilos y mis libros, tampoco tenía gran cosa en mi piso... Yolanda, por su parte, se trajo un par de maletas con la ropa de temporada, y por supuesto, al elefante azul que le regalé, hace tanto tiempo... Es cierto, llevábamos unos cuantos años acostándonos juntos, y pasando todo el día solos, tanto en Benalmádena, como en aquellos días en Lanzarote que constituyeron el regalo de su familia por su cumpleaños... Pero la experiencia de cambiar las sábanas de la cama, dejarlo todo listo para desayunar, irnos a la cama, y saber que a la mañana siguiente estaríamos todavía juntos... La noche del catorce de marzo, dormimos y nos despertamos juntos, por primera vez, y de manera oficial... en nuestra casa...

Las madres son muy especiales, sobre todo cuando la hija levanta el vuelo, y se va a convivir con un chico... Yo sabía, por Borja y David, que muchas veces Catalina se paraba delante de su cuarto, abría la puerta, y se quedaba en el umbral, mirando tantos recuerdos de su infancia, que Yolanda no se había querido llevar: la colección de peluches, los posters, muchísimos libros, recuerdos un poco absurdos, como una rosa de papel que ganó en un certamen de baile cuando tenía once años... Demasiadas cosas, en todo caso, para un pisito tan pequeño... Pero la comida se convirtió en la mayor de sus preocupaciones:se pasaba horas cocinando en casa, y luego, más o menos cada dos días, enviaba a Borja y a David a que nos llevasen provisiones, y recoger los "tapper" fregados...

Y mientras tanto, durante lo que se convirtió en el cuatrimestre más duro de nuestra vida de pareja, comprendimos que la convivencia tenía algunos pequeños inconvenientes... Los horarios de comida no eran un problema: yo casi siempre me llevaba una tartera, y comía en la facultad, o bien me tomaba un bocadillo; a veces, coincidía con Yolanda, en aquella media hora mágica, contando con el tiempo de desplazamiento desde su centro (psicología) al mío (turismo)... Vernos, estar juntos, nada más importaba... Luego, ella volvía a casa, se ponía a estudiar, a media tarde solía hacer algo de compra, y yo solía volver a nuestro piso sobre las ocho, en función de las clases que tuviera ese día... Entre los dos, preparábamos la cena, y casi siempre a las diez, veíamos algo en la tele, o una de nuestras películas...

Es curioso, la sensación de seguridad, de pertenencia, que te da encontrar alguien amado en casa, cuando regresas... y la de tonterías que haces para sorprenderla... para halagarla... o algo tan simple como compartir experiencias... A los dos siempre se nos ha dado bien dar masajes, más bien deportivos... Pero desde que vivimos juntos, nos pusimos a estudiar (y experimentar...) con los masajes relajantes... Es todo un ritual, desde la seleccion de los aceites, preparar la cama (si no quieres dejarla pringada de aceire de rosa y jazmín), escoger por supuesto un día en que le pueda apetecer (el síndrome pre menstrual no es adecuado para nada)... Y luego, ir jugando, y disfrutando... Es cierto, si hubiéramos tenido una bañera más grande...  Las mejores ocasiones eran los viernes por la tarde, cuando yo no tenía clase... si bien lo bueno era disfrutar...

Llegó y pasó mi cumpleaños, lo pasamos con su familia, pues cayó en martes, y nos compraron un par de cosas que necesitábamos para la casa, como una sandwichera, y una aspiradora... Aquél fue el único día del mes de mayo que estuvimos tranquilos, pues el final del curso avanzaba a toda velocidad, y yo seguía compaginando trabajo y estudios... Muchas noches, nos acostábamos de madrugada, cada uno de nosotros terminando trabajos, o preparando los apuntes... Como Yolanda no fumaba, y yo tampoco había adquirido un hábito fuerte con la pipa, procuraba no fumar nunca en casa... Aquellos paseos, vueltas a la manzana en realidad, contribuían a que fuera conociendo un poco mejor el barrio, los vecinos, comerciantes... Me gustaba, sobre todo, pensar en aquellas cosas que me gustaría hacer, y sobre todo, el tipo de vida que nos esperaba...

Fue durante uno de aquellos paseos humeantes cuando me dí cuenta de una cosa: Yolanda y yo nunca habíamos hablado de casarnos, ninguno de los os había sacado el tema... ni mucho menos, el de los hijos... Es más, incluso nuestros padres guardaban un prudente silencio sobre ambos asuntos, aunque los abuelos, de vez en cuando, lo mencionaban con una nota de tristeza... Era una de tantas cosas que siempre dejas para otro momento... y a veces, el momento nunca llega...

El mes de junio fue infernal, tuvimos que reducir las actividades de la agencia, porque nosotros estábamos demasiado ocupados con los exámenes y otras tonterías parecidas... Hasta la tercera semana no entregamos los últimos trabajos para subir nota, y a partir del lunes 22, los profesores comenzaron a hacer públicas las actas... Yolanda aprobó, y tres de ellas con matrícula, todas las asignaturas del curso, el 5º de Psicología... Yo también aprobé las últimas asignaturas que me quedaban de Turismo...

Llamé a mis padres para darles las noticas, nos felicitaron a los dos "por el esfuerzo realizado", y nos preguntábamos sin queríamos bajar a Madrid aquél verano, o quedar en otro sitio...Tal  como estaba mi abuelo, con una pierna casi paralizada por una rotura de cadera, era una utopía que vinieran ellos... A sus padres les comentamos la noticia enseguida, y se ofrecieron a invitarnos a cenar aquella noche en la pizzeria "La Piccolina", en la calle Luis Barahona... pero tras mirarnos un momento, les preguntamos algo que les sorprendió bastante: "¿Os importa si lo dejamos para el viernes? Tenemos unas cuantas cosas que hacer..." Borja no se pudo contener: "¿Y eso?¡Pero si estamos a Lunes!"

Y nuestra respuesta fue simultánea: "Sí... pero llevamos semanas sin dormir más de tres horas... Nos vemos el viernes, a las ocho y media..." Llegamos a nuestro pisito, apagamos los fijos y los móviles, y después de ir al baño, nos tumbamos, abrazados, sobre la cama... Y allí nos despertamos dos días más tarde... con un "Hola, amor..." prendido en los labios...