Nunca antes de aquél viaje he agradecido tanto el uso de las gafas de sol, y la relativa intimidad de los asientos de ventanilla... Sentado en el lateral derecho del autobús, junto a una abuelita que no paraba de hacer punto, dejé que las lágrimas fluyeran, hasta vaciar por completo mi alma... Porque, en el fondo, seguía temiendo que aquella semana en Málaga (y Benalmádena), durante la cual viví tantas cosas con Yolanda, pudiera ser un sueño... Debe ser la capacidad de repetir esquemas, pero yo solo pensaba que era demasiado bueno todo, para no tratarse de un sueño... Pues había estado solo toda mi vida, quitando por supuesto a mi pequeña familia y mis escasos amigos... y por supuesto, a Claudia...
"¿Mal de amores?", escuché decir a la abuelita...
"¿Perdone?", le respondí, quizás un poco brusco, por lo que representaba de intromisión en mi esfera personal...
"Te pregunto si lloras por el mal de amores... porque no se me ocurre otra cosa para que un zagal como tú lleve más de una hora llorando en silencio...", me respondió, al mismo tiempo que me daba un kleenex con olor a lavanda...
Quizás fuera porque necesitaba hablar, o por su gesto de amabilidad, o porque me recordaba a mi abuela que murió hace mil años... El caso es que, lentamente, fui desgranando mi historia... hasta que alcanzamos el punto más comprometido...
"¿Estás seguro de amarla, o siquiera de conocer el sentido de aquella palabra?" me preguntó la abuelita, de nombre Leocadia... "Porque el amor no es confundir la noche con el día, ni cualquier estupidez por el estilo... El amor es no poder vivir sin la otra persona... sentir que algo de ti se muere cuando te alejas... y que el día más soleado del año se convierte en la más oscura y fría niebla, si estás lejos de ella... El amor verdadero... duele..."
Me quedé un rato pensando en sus palabras, analizando al mismo tiempo lo que sentía por Yolanda, y es cierto, aquellos años durante los cuales había estado relegado a la posición de "mejor amigo" no habían conseguido otra cosa que incentivar mi soledad, mi tristeza, y mi insatisfacción por no poder tenerla...
"¿Cuando preparabas el equipaje en tu ciudad... tuviste mucho cuidado en escoger las prendas más nuevas, las que mejor te sentaban, con tal de agradarla a ella?"
Y respondí que era cierto...
"¿En los últimos meses, incluso en el gimnasio de la mili, has procurado hacer algo de deporte, para sentirte más seguro, más a gusto contigo mismo, en el momento en que te tumbases a su lado en la playa?"
Una vez más, era cierto...
"¿Has venido a Málaga con la intención de hacer el amor con ella?"
Y, aunque me puse rojo como la grana (o más bien, amarronado), tuve que admitir que aquella era, precisamente, mi intención: aclarar por fin las cosas entre nosotros... y sobre todo, conociendo su forma de ser... "Sí, le respondí... En principio, vine para aclararme las ideas en lo sentimental, encontrar mi lugar en su vida... pero estaba soñando con recorrer todo su cuerpo con mis caricias..."
"Supongo que te darías cuenta de algo muy importante: que detrás de la imagen que te habías formado de ella, se encontraba una mujer real, con sus sueños, necesidades, expectativas... Y que si la amas, tendrás que estar a su lado..."
Sus palabras me hicieron reflexionar, porque las notaba llenas de verdad... de vida... y al mismo tiempo, no estaban exentas de tristeza... "¿Y usted, por qué viaja, un lunes como este, con todo el calor?"
"Nunca hago todo el viaje... ni siquiera hasta Jaén... a no ser que alguien me necesite... Mi Florencio era conductor en esta línea de autobuses... Hace un par de años, ya jubilado, se desplomó en la puerta de casa... Solo dijo una palabra: "autobús"... Y por eso, una vez a la semana, cojo este autobús... Para recordarle... Nunca pierdas la ocasión, Ismael, de luchar por tu Yolanda... y de demostrarle cuanto la amas..." Haciéndole una señal al conductor a la entrada de Jaén, Leocadia se levantó trabajosamente del asiento, y se bajó del autobús... No sin antes dejar en mi regazo una bufanda azul marino, que había estado tejiendo en los últimos viajes, pero terminado para mí, "como recuerdo"...
Llegué a Madrid sin pena ni gloria, nadie me esperaba en la estación... pero la primera cosa que hice, al llegar a casa, fue guardar la bufanda en el cajón... y después, aprovechando que la casa estaba vacía, llamé a Yolanda... y estuvimos una hora entera, hablando, cómo no, de amor...
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