Durante un rato, pensé que perdería el autobús... A pesar de todo el trabajo, llamando por el móvil a la estación de Murcia, preguntando por las combinaciones para llegar hasta Málaga, y sobre todo, para volver con el tiempo suficiente a las maniobras... Después de haber pedido incluso un poco de dinero extra al cabo furriel, que no se iba a ninguna parte... Con todo el material de la cocina y el mío en perfecto orden de revista... Nuestro teniente realizó una inspección sorpresa a la zona de las tiendas de la decimotercera compañía, y descubrió un pequeño alijo de porros... Estuvimos la compañía entera firmes durante casi una hora, hasta que el culpable confesó... Y nos levantaron el castigo...
Los camiones nos llevaron a la estación, vulnerando unas cuantas leyes de circulación, pero lo conseguimos. Igual que en las películas románticas, tuve que correr por el andén, puesto que el autobús para Málaga había empezado a desplazarse... Pero, si algo tenía muy claro, era que no podía perderlo, porque mi futuro viajaba en él... El día anterior, viernes trece, había llamado a Yolanda, para decirle que pensaba ir a verla, que necesitaba hablar con ella, y pedirle si me podía buscar algún lugar donde dormir... No me pareció que le hiciera mucha ilusión la idea, sobre todo teniendo en cuenta que hacía más de un año que no nos veíamos, pero tampoco le di mucha importancia... A las nueve y media, me despedía de aquella ciudad, y tan solo cinco horas y cuarto me separaban de Yolanda...
Estar con ella, engarfiar en su melena negra mi mirada, aspirar una vez más su aroma, besarla en las mejillas, en el cuello, en los labios, hundirme en sus negrísimos ojos... ¡Necesitaba tan pocas cosas para ser feliz, y reubicar mi mundo! Como la película no me interesaba demasiado, creo recordar que era "Top Gun" y ya estaba saturado de la vida militar, intenté leer un rato, pero las palabras oscilaban ante mis ojos y, en el fondo, prefería mirar por la ventanilla, y pensar en ella... No quería enamorarme, me comprometí justamente a mantener nuestra amistad, a ser el puerto seguro donde ella podría refugiarse siempre, el amigo fiel, que la escuchaba, y que la orientaba en los mundos de tinta, que le proponía lecturas, le hablaba de escritores nuevos, de grupos musicales, la orientaba en los estudios, y, por encima de todo, estaba a su lado, de manera incondicional...
Pero las cosas pueden cambiar mucho en cuatro años, cuando tus proyectos, tus planes, se rompen en mil pedazos, sobre todo en el ámbito laboral... ¿El corazón? Como siempre, escindido, entre mi necesidad de amar, de enamorarme, y la obligación de mantener nuestra amistad: era libre de pensar en cualquier mujer del Planeta y del Multiverso, menos en aquella por quien habría vendido mi alma al diablo (suponiendo, por supuesto, que él existiera... y que mi alma tuviera algún valor)...
A las tres menos cuarto de la tarde, llegué a la estación de autobuses de Málaga, en el Paseo de los Tilos... Solo llevaba una mochila, porque mi estancia en la ciudad sería muy reducida, por lo que fui de los primeros en pisar el andén... Y allí estaba ella, mi hermosa y adorada Yolanda... Hacía algo de frío, por lo que llevaba unas botas camperas marrones, pantalón vaquero azul clarito, camiseta negra, y una cazadora vaquera desgastada... Estaba guapa, con las gafas de sol haciendo de diadema, y una sonrisa de oreja a oreja... Me costó muchísimo no besarla en aquél momento... pero mientras la estrechaba entre mis brazos, tuve la impresión de que mi mundo, por primera vez en demasiados años, estaba completo...
Tuvimos que coger un autobús hacia su barrio, y nos bajamos muy cerca de su casa, aunque no pasé la noche en ella, pues tenían una visita, y no quedaba sitio en el cuarto de los gemelos... Por ello, Yolanda me acompañó hasta la pensión de la calle del Salitre... y subió conmigo a la habitación... Lo que más necesitaba en aquél momento, además de robarle un beso, era darme una buena ducha de agua caliente, para quitarme de encima el olor a mil comistrajos, tristeza y decepciones varias... Ella me esperaba, mientras yo, lentamente, me iba despejando de todas las capas... Salí de la ducha en medio de una nube de vapor, y ella me esperaba, mirando por la ventana... La abracé, muy suavemente, sintiendo que se aproximaba un momento en el que mi vida entera podía cambiar...
Yolanda... Casi tan duro como el primer "discurso" que le dije a Laura, fueron las palabras, escasas pero necesarias, que pronuncié en sus oídos... "Querida Yolanda... Somos amigos desde hace mucho tiempo, pero no tiene sentido engañarnos más tiempo... Estoy enamorado de ti, siempre lo he estado, desde aquella primera vez que nos vimos... He intentado luchar contra mis sentimientos, estar a tu lado, apoyarte... pero ya no puedo más... No soporto verte sufrir, por otro hombre... Necesito que estés a mi lado, Yolanda, y que me des la vida..." No se me ocurrían más cosas que decirle, y de todas formas, tampoco había mucho más que contar...
En aquél momento, comprobé que ella estaba sollozando... y mientras sus lágrimas amargas descendían por sus mejillas, yo me quedé allí, abrazándola mientras me daba la espalda, convencido de que estaba llegando el momento más temido: el final de nuestra amistad... Por eso, la obligué a darse la vuelta, y ella, sin dejar de llorar, buscó refugio contra mi pecho... Se repetía la escena más amarga con Claudia... salvo que amaba mucho más a Yolanda de lo que jamás había querido a la primera... Entonces, y sin decir una sola palabra, ella se zafó de mis brazos, y corrió al cuarto de baño, encerrándose...
Me quedé allí, derrumbado, con la espalda apoyada en la pared y las rodillas recogidas sobre el pecho, mientras la escuchaba sollozar lejos de mí... Pasaron diez o quince minutos, y por fin, dejó de llorar, se lavó la cara con agua y salió... Nos sentamos frente a frente, ella con la espalda apoyada en la cama, y empezó a hablar, mirándome a los ojos... "Querido Ismael... Hace ya algún tiempo que soy consciente de tus sentimientos hacia mí... Y quizás la culpa sea mía, por no haberte dicho nada, pero tu lugar en mi corazón es el de mi mejor amigo... no el de mi enamorado... Si yo fuera una persona racional, te mentiría, te prometería imposibles, mantendría la ilusión en ti de cualquier manera... pero siempre hemos sido sinceros el uno con el otro... Por eso, debo decirte, que a pesar mío... no te amo... Espero que sepas perdonarme..."
Una vez dicho esto, se acercó a mí y, dándome un beso en los labios, se levantó, y se fue, dejándome solo en la habitación.... Yo no tenía ganas de hacer nada, ni siquiera de comer o de respirar, solo me apetecía llorar, desaparecer, esfumarme, pues mi vida, en aquél momento, no tenía sentido... No tenía un trabajo, estaba preso dentro de un uniforme, no tenía esperanzas... y, por si fuera poco, la mujer que daba sentido a mi vida, tal vez, se había marchado sin despedirse...
Busqué refugio en el único lugar donde podía encontrar algo parecido a la paz: en la orilla del mar... En la recepción, pedí un mapa, y que me indicasen la forma más rápida de llegar... Era uno de esos días ventosos, con amenaza de lluvia, y la playa estaba desierta: solo dos o tres gaviotas me observaban desde el cielo, y, a lo lejos, una persona jugaba con su perro... Me senté sobre una vieja barca a la que habían dado la vuelta, lentamente me fui dejando caer hacia la arena fría, y con la relativa intimidad que otorgan las gafas de sol, dejé que, por fin, salieran las lágrimas negras que torturaban mi alma... Que los hombres también lloramos... cuando nos han partido el corazón...
Me gustaría deciros que en aquél momento, una sombra femenina se interpuso entre los rayos del sol y mi cuerpo agotado... y mucho más que fuera Yolanda... y que se arrodillase a mi lado, y me pidiera perdón... pero este tipo de cosas solo pasan en las películas, y ni siquiera en todas ellas... Ni me moví, ni bebí, y las únicas sombras que cortaban el sol eran las de las nubes... Hasta las ocho de la tarde, bastante después de que oscureciese, no me levanté de la arena, y volví a la pensión...
Y allí estaba ella, Yolanda, esperándome en uno de los butacones de la recepción... No me dejó tiempo de hablar: prácticamente se lanzó entre mis brazos, y me besó, en los labios, una, dos, tres, mil veces, mientras se refugiaba contra mi pecho... "¿Dónde estabas?¡Te he llamado mil veces, pero no me cogías el móvil! Estuve en la estación, porque tenía miedo de que te fueras sin poder hablar contigo!..." No la dejé seguir hablando, pues lo único que me importaba era tenerla entre mis brazos, besarla, y notar que, por fin, mi mundo estaba completo...
Posiblemente, lo más sencillo hubiera sido subir a la habitación, y dejar que la naturaleza siguiera su curso, y puedo prometer que no fue por falta de ganas, sino por exceso de amor y de respto... ¿Qué imagen me quedaría de mi ideal, de mi amiga, mi amada, si el mismo día en que le revelo mis sentimientos, ella accede a acostarse conmigo? Por eso, salimos una vez más a la calle, para dar una pequeña vuelta, cogidos de la mano, o bien enlazando su cintura con mis brazos de gorila... La noche era un pelín fresca, y no nos sobraban las cazadoras vaqueras... Me llevó a un lugar especial, de sus favoritos, "La taberna del Herrero" (ya sabes, en la calle Compositor Lehmberg Ruiz, 28) y un par de lugares más...
Hablamos de muchas cosas, del amor, del futuro, los estudios, la búsqueda de un trabajo en condiciones, la reacción de la familia cuando se lo dijéramos (aunque de momento lo mantendríamos en secreto), y si seríamos lo bastante fuertes para embarcarnos en una relación a distancia... y sobre todo, el paso más complicado: pasar de ser "mejores amigos" a "novios"... La dejé en la puerta de su casa después de las dos de la madrugada... y luego me volví a la pensión... donde consegui dormir algunas horas, con el sueño de los justos...
Yolanda vino a buscarme a la pensión a las diez y media de la mañana, pues teníamos por delante menos de cinco horas para estar juntos... La hermosa malagueña, con su piel morena, los ojos y la melena negrísimos, pero el corazón necesitado de amor... y el periodista rapado y con tantas cosas pendientes... Que no os engañen: lo más hermsoso de enamorarte de tu mejor amigo es precisamente la complicidad, y la ausencia de secretos... Era una mañana soleada, Yolanda llevaba un vestido largo en todos azules, y una rebeca de punto blanca, además de las famosas "Sandalias Cleopatra" que tanto me gustaban... Desayunamos tardíamente en el mismo lugar que la vez anterior, salvo que hubo más caricias, y más besos... Seguimos paseando, para despedirme del mar, que me da la vida...
Mientras esperábamos el autobús, abrazados en la estación, la emisora local puso "Malagueña Salerosa"... y comprendí que había sido escrita justamente para nosotros, para que la escuchásemos en aquél momento, nos pudiéramos despedir, agitando la mano desde detrás del cristal, con el alma rota... pero al mismo tiempo, inmensamente feliz...
Tuvimos que coger un autobús hacia su barrio, y nos bajamos muy cerca de su casa, aunque no pasé la noche en ella, pues tenían una visita, y no quedaba sitio en el cuarto de los gemelos... Por ello, Yolanda me acompañó hasta la pensión de la calle del Salitre... y subió conmigo a la habitación... Lo que más necesitaba en aquél momento, además de robarle un beso, era darme una buena ducha de agua caliente, para quitarme de encima el olor a mil comistrajos, tristeza y decepciones varias... Ella me esperaba, mientras yo, lentamente, me iba despejando de todas las capas... Salí de la ducha en medio de una nube de vapor, y ella me esperaba, mirando por la ventana... La abracé, muy suavemente, sintiendo que se aproximaba un momento en el que mi vida entera podía cambiar...
Yolanda... Casi tan duro como el primer "discurso" que le dije a Laura, fueron las palabras, escasas pero necesarias, que pronuncié en sus oídos... "Querida Yolanda... Somos amigos desde hace mucho tiempo, pero no tiene sentido engañarnos más tiempo... Estoy enamorado de ti, siempre lo he estado, desde aquella primera vez que nos vimos... He intentado luchar contra mis sentimientos, estar a tu lado, apoyarte... pero ya no puedo más... No soporto verte sufrir, por otro hombre... Necesito que estés a mi lado, Yolanda, y que me des la vida..." No se me ocurrían más cosas que decirle, y de todas formas, tampoco había mucho más que contar...
En aquél momento, comprobé que ella estaba sollozando... y mientras sus lágrimas amargas descendían por sus mejillas, yo me quedé allí, abrazándola mientras me daba la espalda, convencido de que estaba llegando el momento más temido: el final de nuestra amistad... Por eso, la obligué a darse la vuelta, y ella, sin dejar de llorar, buscó refugio contra mi pecho... Se repetía la escena más amarga con Claudia... salvo que amaba mucho más a Yolanda de lo que jamás había querido a la primera... Entonces, y sin decir una sola palabra, ella se zafó de mis brazos, y corrió al cuarto de baño, encerrándose...
Me quedé allí, derrumbado, con la espalda apoyada en la pared y las rodillas recogidas sobre el pecho, mientras la escuchaba sollozar lejos de mí... Pasaron diez o quince minutos, y por fin, dejó de llorar, se lavó la cara con agua y salió... Nos sentamos frente a frente, ella con la espalda apoyada en la cama, y empezó a hablar, mirándome a los ojos... "Querido Ismael... Hace ya algún tiempo que soy consciente de tus sentimientos hacia mí... Y quizás la culpa sea mía, por no haberte dicho nada, pero tu lugar en mi corazón es el de mi mejor amigo... no el de mi enamorado... Si yo fuera una persona racional, te mentiría, te prometería imposibles, mantendría la ilusión en ti de cualquier manera... pero siempre hemos sido sinceros el uno con el otro... Por eso, debo decirte, que a pesar mío... no te amo... Espero que sepas perdonarme..."
Una vez dicho esto, se acercó a mí y, dándome un beso en los labios, se levantó, y se fue, dejándome solo en la habitación.... Yo no tenía ganas de hacer nada, ni siquiera de comer o de respirar, solo me apetecía llorar, desaparecer, esfumarme, pues mi vida, en aquél momento, no tenía sentido... No tenía un trabajo, estaba preso dentro de un uniforme, no tenía esperanzas... y, por si fuera poco, la mujer que daba sentido a mi vida, tal vez, se había marchado sin despedirse...
Busqué refugio en el único lugar donde podía encontrar algo parecido a la paz: en la orilla del mar... En la recepción, pedí un mapa, y que me indicasen la forma más rápida de llegar... Era uno de esos días ventosos, con amenaza de lluvia, y la playa estaba desierta: solo dos o tres gaviotas me observaban desde el cielo, y, a lo lejos, una persona jugaba con su perro... Me senté sobre una vieja barca a la que habían dado la vuelta, lentamente me fui dejando caer hacia la arena fría, y con la relativa intimidad que otorgan las gafas de sol, dejé que, por fin, salieran las lágrimas negras que torturaban mi alma... Que los hombres también lloramos... cuando nos han partido el corazón...
Me gustaría deciros que en aquél momento, una sombra femenina se interpuso entre los rayos del sol y mi cuerpo agotado... y mucho más que fuera Yolanda... y que se arrodillase a mi lado, y me pidiera perdón... pero este tipo de cosas solo pasan en las películas, y ni siquiera en todas ellas... Ni me moví, ni bebí, y las únicas sombras que cortaban el sol eran las de las nubes... Hasta las ocho de la tarde, bastante después de que oscureciese, no me levanté de la arena, y volví a la pensión...
Y allí estaba ella, Yolanda, esperándome en uno de los butacones de la recepción... No me dejó tiempo de hablar: prácticamente se lanzó entre mis brazos, y me besó, en los labios, una, dos, tres, mil veces, mientras se refugiaba contra mi pecho... "¿Dónde estabas?¡Te he llamado mil veces, pero no me cogías el móvil! Estuve en la estación, porque tenía miedo de que te fueras sin poder hablar contigo!..." No la dejé seguir hablando, pues lo único que me importaba era tenerla entre mis brazos, besarla, y notar que, por fin, mi mundo estaba completo...
Posiblemente, lo más sencillo hubiera sido subir a la habitación, y dejar que la naturaleza siguiera su curso, y puedo prometer que no fue por falta de ganas, sino por exceso de amor y de respto... ¿Qué imagen me quedaría de mi ideal, de mi amiga, mi amada, si el mismo día en que le revelo mis sentimientos, ella accede a acostarse conmigo? Por eso, salimos una vez más a la calle, para dar una pequeña vuelta, cogidos de la mano, o bien enlazando su cintura con mis brazos de gorila... La noche era un pelín fresca, y no nos sobraban las cazadoras vaqueras... Me llevó a un lugar especial, de sus favoritos, "La taberna del Herrero" (ya sabes, en la calle Compositor Lehmberg Ruiz, 28) y un par de lugares más...
Hablamos de muchas cosas, del amor, del futuro, los estudios, la búsqueda de un trabajo en condiciones, la reacción de la familia cuando se lo dijéramos (aunque de momento lo mantendríamos en secreto), y si seríamos lo bastante fuertes para embarcarnos en una relación a distancia... y sobre todo, el paso más complicado: pasar de ser "mejores amigos" a "novios"... La dejé en la puerta de su casa después de las dos de la madrugada... y luego me volví a la pensión... donde consegui dormir algunas horas, con el sueño de los justos...
Yolanda vino a buscarme a la pensión a las diez y media de la mañana, pues teníamos por delante menos de cinco horas para estar juntos... La hermosa malagueña, con su piel morena, los ojos y la melena negrísimos, pero el corazón necesitado de amor... y el periodista rapado y con tantas cosas pendientes... Que no os engañen: lo más hermsoso de enamorarte de tu mejor amigo es precisamente la complicidad, y la ausencia de secretos... Era una mañana soleada, Yolanda llevaba un vestido largo en todos azules, y una rebeca de punto blanca, además de las famosas "Sandalias Cleopatra" que tanto me gustaban... Desayunamos tardíamente en el mismo lugar que la vez anterior, salvo que hubo más caricias, y más besos... Seguimos paseando, para despedirme del mar, que me da la vida...
Mientras esperábamos el autobús, abrazados en la estación, la emisora local puso "Malagueña Salerosa"... y comprendí que había sido escrita justamente para nosotros, para que la escuchásemos en aquél momento, nos pudiéramos despedir, agitando la mano desde detrás del cristal, con el alma rota... pero al mismo tiempo, inmensamente feliz...
No hay comentarios:
Publicar un comentario