miércoles, 20 de abril de 2011

20. LA CONJURA DE LAS REINAS

A pesar de que mis padres nunca fueron partidarios de tener animales dentro de casa ("que para eso ya tenemos bastante con tu hermana y contigo"), hace tiempo inmemorial que tenemos un pez rojo, metido dentro de su pequeño acuario... Tener una mascota había sido desde siempre nuestra máxima aspiración, pero lo más cerca que estuvimos fue cuando nos regalaron una caja de gusanos de seda, les dimos de comer las hojas de morera, y para que estuvieran a gusto y calentitos, los metimos, cuando ya habían madurado lo suficiente para anidar, dentro de una cómoda en desuso... la naturaleza siguió su curso, los gusanos anidaron, salieron las espantosas mariposas, y pusieron sus huevos por todas partes... Meses más tarde, cuando ya nos habíamos olvidado de todo el asunto, escuchamos un tremendo grito de Andrea, nuestra asistenta y domadora de fieras: "¡La cómoda está llena de bichos muertos!" Y estuvimos, durante varios días, recogiendo aquella pequeña colección de cadáveres, recuerdo mudo de nuestra irresponsabilidad como padres adoptivos...

Pero es no implicó que abandonásemos nuestras aviesas intenciones... de tener una mascota... Y mucho menos, cuando abrieron una tienda de animales en nuestra misma acera... unos días pedíamos un perrito... otros, un gatito... al siguiente, una chinchilla... después, dos hamster... incluso pretendimos sobornar al dependiente para que nos diera una cría de gorrión... Al comprender que nuestras súplicas se enfrentarían a un muro de silencio, y que ni nuestras súplicas, ruegos, llantos y promesas servirían de nada, nos dedicamos a lo más lógico: ahorrar... Hicieron falta tres meses, y reducir el consumo de chuches a la tercera parte, para adquirir, cuando se suponía que íbamos por el pan, a "Don Groucho 1º", recortar las letras del periódico, y montar la estratagema...

Y como todos los planes conspiratorios que funcionan en casa, mi hermana fue la "incitadora", y yo el que puse los distintos elementos en marcha, es decir, depositar sobre el felpudo de la entrada un bol de cristal, con un pez rojo dentro, su bote de comida, y una nota en la que se explicaba (con letras recortadas del periódico) lo siguiente: "Hola, me llamo Groucho, y mi familia no me puede atender. Como poco, abulto menos, y soy la mascota ideal." Contextualicemos el momento: yo tendría once años, mi hermana nueve, y todo el plan había sido de ella... ¡¡Tiembla, Doctor Maligno, que te ha superado una niña... MMUUUUAAAAHHHAAAHHHAAA...!!

Al abrir la puerta mi hermana, aquella mañana de sábado, solo se le ocurrió decir: "¿Oh, un pobre huerfanito! ¿Nos lo quedamos, verdad? Si tiene una carita de bueno..." Mi madre, que evidentemente no se chupaba el dedo, comentó: "No deja de ser curioso que se llame Groucho, siendo ambos fans de "Los hermanos Marx", verdad?" Mi padre dijo algo parecido a "Total, cuando se muera, lo tiramos por el retrete..." Y mi abuelo, en aquél momento solemne, no dijo nada... Pero un ratito más tarde, se acercó a mí y,cogiéndome por la oreja derecha, me dijo muy bajito: "Ya estás bajando al quiosco, y comprándome "El País"... La próxima vez que quieras dejar un animalito en adopción, utiliza el periódico del día anterior..."

Supongo que más bien por cansancio, o porque les hizo la gracia la estratagema del "pobre huerfanito", nos pudimos quedar con el pez rojo... Dormía en mi habitación, que era la más luminosa, cerca de la ventana, para que no se aburriese... Pero lo cierto es que tardó poco tiempo en cumplirse la profecía de mi padre: menos de cuatro semanas después, aprendimos que el fresco de la noche no le venía bien, sobre todo con una encimera de mármol... "Groucho 2º" y "Groucho 3º" no tuvieron mucha más suerte: el primero comprendió, demasiado tarde, que no hay que saltar fuera de la pecera si estás solo en casa (¿Acaso fue un "pecicidio"?)... y el tercero se quedó un poco empachado por el exceso de comida, creo que se zampó medio bote, antes de explotar... Lo más curioso es que, al final, fue mi madre quien se empeñó en que tuviéramos peces de colores, uno cada vez, para adquirir "sentido de la responsabilidad", y por supuesto, después de habernos estudiado dos obras clásicas: "Cómo hacer que su pez de colores sea feliz" (editorial Rialp) y "Los 100 errores fundamentales con un pez de colores" (Editorial Pez Globo)... ¿Cuenta como error el olvidártelo, con pecera de cristal y todo, sobre el techo del coche, cuando paras a repostar en la nacional III?

Y allí estaba yo, con "Groucho nº 7", el más reciente vástago de una estirpe de peces domésticos cada vez más longevos, cuyos últimos dos exponentes reposaban en una de las jardineras de la terraza, hablándole, en plena noche, de Yolanda... No estaba confuso, ni mucho menos, a falta de pocos meses para la defensa de mi tesis doctoral, había descubierto en los viejos ejemplares de "El Imparcial" informaciones suficientes para añadir dos capítulos nuevos, y estaba trabajando a destajo para tenerlo todo listo... Y "Groucho nº 7" me miraba, con sus ojitos ligeramente estrábicos, como sometiéndome a un tercer grado de cultura oriental... Tantos años compartiendo habitación habían permitido que nos comunicásemos: si estaba de acuerdo con algo que yo decía, soltaba una burbuja; si estaba en contra, soltaba dos; y si no hacía nada... bueno, es que no le interesaba...

Pero yo, aquella noche de típicas fiestas navideñas, necesitaba su opinión y consejo, puesto que había discutido con Yolanda... y me faltaba tal vez la experiencia para arrreglarlo... Como es de ley, nos peleamos por una tontería, que tal vez no lo fuera tanto: si el "Estudiantes" era o no mejor que el "Unicaja"... Tendría que haber supuesto lo que me respondería, teniendo en cuenta las dos torres que tenía por hermanos, y que estaban jugando en la división juvenil... Además... ¿qué coño me importaba a mí el baloncesto, si mis únicos conocimientos al respecto era que dos grupos de chicos (o chicas) en pantalón corto y camisetas corrían por una cancha, para meter una pelota en un aro? Supongo que fue una cuestión de orgullo, de hormonas... o quizás algo tan sencillo, como un reflejo de nuestra tristeza por no poder estar juntos el día de Navidad... A pesar de todos nuestros intentos, incluyendo buzoneo, reparto de octavillas por la calle, y en un par de ocasiones, disfrazarme de pollo frente a un "Kentucky", no habíamos conseguido ahorrar lo suficiente para irnos a cualquier lugar, juntos... ¿Tan extraño era que a mis treinta y un años cumplidos, quisiera estar con Yolanda?

Mis padres, igual que los suyos y nuestros hermanos se daban cuenta de lo mal que lo estábamos pasando los dos, aunque ninguno de los dos era capaz de decirlo abiertamente... Y por eso discutimos sobre aquella estupidez, ella me colgó el teléfono, y cuando la volví a llamar, su madre, Catalina, me dijo en voz muy bajita que Yolanda no se quería poner, pero que ella "se encargaría de todo"... Me sorprendió bastante, máxime cuando ella siempre me había parecido la más dura, la que con mayor fuerza estaba en contra de nuestro romance (o al menos, de que hiciéramos el amor bajo su techo)...

Y allí estaba yo, exhalando volutas de humo de mi pipa de brezo, intentando distinguir lo que debía o no hacer, preguntándole a mi pez de colores su opinión, y de ninguna manera podía dejar que las cosas siguieran como estaban... No se trataba de llamar a su casa de madrugada, por mucho que ella tuviera un teléfono en la habitación... Y también era demasiado tarde para pedirle perdón, o comprarme el equipo completo del "Unicaja" como si fuera nuestra versión del "calumet" de los indios americanos... Entonces, el pez tuvo una gran idea... y a la mañana siguiente la puse en práctica... comentárselo a mis padres... y pedirles consejo... Mi abuelo defendía que me subiera al coche, sin perder más tiempo, y que fuera a Málaga, y antes que cualquier cosa, la besara... Mi padre añadía: "pero no te olvides una caja de bombones... y unas flores..." Y mi madre me pidió que esperase veinticuatro horas, pero que la llamase aquella misma mañana... para pedirle perdón, aunque ninguno de los dos tuviera la culpa, salvo de un exceso de amor...

Mi familia nunca había sido demasiado religiosa, y en diciembre, con todo el lío de tíos, tías, primos y demás parientes repartidos por todas las casas, y la cena de Nochebuena contratada en un hotel de la zona, comprendí que mi lugar no era allí, sino con Yolanda... Ya estaba comenzando a preparar la maleta, incluyendo el mejor de mis escasos trajes y mis dos corbatas, cuando mi madre entró en la habitación... "Tu vuelo sale dentro de tres horas... He movido un par de contactos, me he cobrado un par de favores... y he hablado con Catalina... Espero que lo paséis muy bien..." Y entonces, con gran misterio, me dijo "no olvides llevarte dos o tres bañadores, y algunas camisetas... y el traje...", al mismo tiempo que me daba dos sobres: el primero, el más importante, contenía un billete de avión; y el segundo, un "anticipo de tu regalo de cumpleaños... y del suyo..."

Cuando llegué al aeropuerto, abrí ambos sobres: en el primero, encontré el billete de avión para Lanzarote, y la información sobre la reserva del hotel donde se solían alojar los pilotos de "Iberia": algo pequeño, pero con piscina y en primera línea de playa... y en el segundo, bueno, el resultado de una colecta exprés organizada por mi madre y por la suya... para que disfrutásemos algunos días juntos... Verla atravesar el control de la Guardia Civil, por segunda vez en tan poco tiempo, pero sobre todo la perspectiva de estar otra vez juntos, durante cinco días con sus noches, desde el veintinueve de diciembre, fue el mejor regalo de toda mi vida... bueno, hasta que tuvimos a Luis, nuestro primer hijo...

El sueño terminó el tres de enero de 1997, con nuestro regreso a la realidad, de nuestras vidas, en ciudades tan lejanas, tejiendo un puente de almas cada noche, y con el nexo de nuestras voces, y de nuestras cartas... Aunque los dos sabíamos que sería por poco tiempo: en septiembre, me trasladaría a Málaga.. Pero todavía faltaban algunos meses para aquél momento...


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