El viaje de regreso a Murcia fue bastante amargo, sobre todo por lo que representaba de alejarse de la persona amada que, no solamente lo llevaba siendo desde hace muchos años, sino que por primera vez, era correspondido... Miedos veteranos quedan conjurados, y surgen otros nuevos... La distancia, sin duda alguna, sería un problema, que quinientos cuarenta y cuatro kilómetros son muchos, incluso para una simple amistad... aunque, por supuesto, un amor correspondido es algo muy diferente...
De momento, el mayor de los problemas era mantener el tipo, volver a la base de Murcia, y cuando nuestros mandos lo decidieran, regresar a Madrid... Aquellos días fueron muy extraños, ya que tuve que camuflar la felicidad que notaba por dentro incluso a la familia, pues no me apetecía dar explicaciones a nadie, hasta que me asentase en mi nueva realidad de hombre comprometido... y solamente se trataba de un acuerdo entre Yolanda y yo, que no había sido refrendado por sus padres...
Los últimos meses de servicio militar se me pasaron rápido: el trabajo en la oficina de la compañía no era estresante, y aprendí mucho sobre informática aplicada... Los seminarios a los que pude asistir eran interesantes, aunque demasiado teóricos para mi gusto; y sobre todo, tuve ocasión de terminar los cursos de doctorado que me faltaban. No me puedo quejar, puesto que al vivir en Madrid, solo me quedaba en la base a pernoctar cuando me tocaba hacer la guardia, y las demás noches las pasaba en casa...
Y desde casa, o desde la base militar, le escribía las cartas, lo que no era nada nuevo, puesto que llevábamos varios años haciéndolo "como amigos", pero aquél beso en la estación había sellado nuestro futuro... Recuerdo una de las primeras cartas que le mandé: "Querida Yolanda... Mientras te escribo estas líneas, el tiempo no para de recordarme que me faltan varios meses antes de poderte besar otra vez, o hundirme en tus negros ojos, hasta verme reflejado en ellos... Antes de conocerte, mi vida no tenía demasiado sentido, sobre todo por no tener con quién compartirla... Pero desde la primera vez que te ví, con el bañador verde y el pareo, te entregué mi alma...
Amores difíciles y no correspondidos, ellos son los únicos que he conocido, hasta me que entregué a ti... ¿Qué me habría pasado, si al final, tú no me hubieras correspondido?¿Si en el último momento hubieras cambiado de opinión? Creo que me habría muerto de pena... pues ahora, solo al recordarte, vivo..."
A primeros de agosto de 1995, lanzamos al aire por última vez la Boinas Verdes (que todavía conservo), recogimos los petates, y abandonamos por última vez la Base de San Pedro. ¿Resultado de aquellos nueve meses? Entre las lesiones, la operación, la rehabilitación... solo aprendí una cosa: la importancia de la disciplina en el trabajo. Lo que perdí: la oportunidad de trabajar en aquella radio (ahora también, televisión), y quizás de labrarme un camino en el periodismo activo.
Descansé: aquél mes de agosto, necesitaba recuperar fuerzas... a su lado... Por eso, aprovechando uno de los billetes de mi madre, volé de nuevo a Málaga... Como nuestra relación todavía era "clandestina" y siempre me ha gustado hacer las cosas bien, reservé por una semana la misma habitación que en mi viaje relámpago... Y una vez más, allí estaba Yolanda, esperándome en el andén de la estación, acompañada por Esther, a quien no había visto desde hace años, y se había teñido el pelo de rubia... No pude evitar sentirme un pelín raro entre las dos, más o menos como Don Hilarión, cuando cantaba aquello de "Una morena y una rubia, hijas del pueblo de Málaga..." Una cosa es cierta: del mismo modo que Esther me besó en los labios, quizás para chincharme, luego me dio una señora colleja, por "no haberme dicho nada de lo vuestro...". Por lógica, tendría que haberle dado otra colleja a Yolanda... pero en lugar de eso, también la besó en los labios, y quizás su beso fue un pelín más largo que el mío... donde se demostró una vez más que las mujeres son extrañas e incomprensibles...
Una semana con ella, ¿qué más se puede pedir? Bueno, es cierto, siempre se puede pedir más... Salvo que no dormiríamos bajo el mismo techo: creo que sus padres no se fiaban demasiado de nosotros, especialmente de mí... Lo que no me extraña mucho, puesto que yo tampoco me fiaba de mí...ni de ella, en cierto modo... La feria empezaba el día once, y se prolongaba hasta el treinta: una de las más largas que recuerdo... aunque aquella vez no la viví por completo: llegué a la ciudad el lunes siete, y me marché el día catorce, para aprovechar las tarifas especiales...
El primer día, descansé, al menos en lo que se refiere a familia, menos el padre, Julián, que su madre, Catalina... El padre no pasaba mucho tiempo en casa, al llevar la gestión de varias promotoras turísticas en la zona de "Benalmádena Costa" y de "Mijas", incluyendo una de ellas un nuevo campo de golf, por lo que estaba poco tiempo en casa, y era el típico progenitor ausente pero alimenticio... Catalina, que trabajaba por las mañanas en una gestoría cerca de casa, era harina de otro costal... Siempre he tenido la impresión de que podía leer la mente, o al menos, eso afirmaban sus hijos, por aquél entonces de dieciséis y dieciocho años, dos auténticas torres... que también intimidaban un poco...
Por la tarde, Yolanda me recogió en la pensión, después de la saludable costumbre andaluza de la siesta, y nos fuimos a dar un paseo por la costa... El anochecer... las olas.. la brisa marina... el ruido de las gaviotas... ocasionales ráfagas de aire frío, que hacen que Yolanda se agarre un poquito más a mí, pues su vestido playero es precioso, pero no muy cálido... el calor de su cuerpo junto al mío... abrazarla... y besarla... mientras un rayo verde surge en el horizonte...
No hay comentarios:
Publicar un comentario