Aunque hacía bastante tiempo que había abandonado el periodismo "activo", una de mis viejas costumbres, sobre todo para las nuevas ideas para mis cuentos, era llevar siempre encima una mini-grabadora, con pilas y cinta, y como poco un micro de corbata... Yolanda me miraba con cara uno poco rara, por mis preparativos, pero silencié sus preguntas con un beso, le puse el micro (de vez en cuando, el sonido de su voz se perdía por el viento, y otras, por los latidos de su corazón) y le dije: "Ahora, háblame de ella... como tú quieras... pero ayúdame a conocerla..." Y Yolanda empezó...
"Clotilde es, sobre todo, una mujer de su tiempo... Nacida en el seno de una familia de campesinos, en Manilva, un pequeño pueblo de la sierra cercano a Málaga en 1920, no son los mejores tiempos para ser la única hembra en una familia de siete varones, contando con el padre, y la presencia callada pero constante, de la madre. Sus labores se reducían a mantener la casa limpia, cuidar a las aves y animales de los corralones, y gestionar como buenamente podían los magros ingresos de la familia. La tierra no les pertenecía, eran aparceros, pero de todas formas, y con grandes sacrificios, lograban ir haciendo frente a las nuevas exigencias de los propietarios..."
"¿Para ellos, no hubo reforma agraria, ni nada por el estilo, verdad?", le pregunté...
"No, más bien, seguían arando los campos con la fuerza de los mulos, y si esta fallaba, con la familia... ¡La de veces que me ha contado ella esa escena, todos tirando a la vez de un arado de forja! Y ella, la más pequeña, corriendo de uno al otro, llevando el cántaro de agua fresca, o el cubo y el cucharón con algo de sopa o alimento... Si mala era la época de la siembra, en la recolección, si no se unieran a veces los campesinos del mismo patrón, no habría sido posible conseguirlo... Y luego, cuando no quedaba ya ni un fanega de trigo en los campos, venían los representantes de los señoritos, a llevarse todo lo que podían, sin importar que fueran los sacos de trigo, o el importe de su venta... igual que la iglesia..."
"¿Y durante la Guerra Civil, las cosas fueron difíciles?"
"Mucho... Su padre, Agapito, y sus dos hermanos mayores, Segundino y Toribio, estaban en zona nacional cuando se produjo el alzamiento... Los reclutaron a los tres... Ella se quedó en casa, con Marcial, Sempronio, Rómulo y Fernando... Los campos fueron requisados por las autoridades competentes, fueran del signo que fueran... Se dio la orden de repartir el grano entre los habitantes de los pueblos, lo que no impidió que los recaudadores también hicieran lo mismo, horas más tarde: era el salvase quien pueda... Marcial llegó a la capital, se enroló en un pesquero, pues dijo que prefería sentir el mar en la cara... aunque con los bombardeos, cambió su opinión... Fernando, el más joven y más idealista, se alistó en el bando republicano en 1937, y murió muy lejos de casa, en la Batalla del Ebro. Agapito, Secundino y Toribio murieron también allí, pero en el otro bando."
"Al terminar la guerra, todo cambió...", le pregunté...
"Sí... los de siempre volvieron a hacer las mismas cosas... Su madre, Pascuala, murió de un infarto en los campos... Los "señoritos", más exigentes que nunca, amenazaban con matar a los campesinos partidarios de la República... Y allí estaban los tres, Sempronio, Rómulo y Clotilde, una niña de quince primaveras, haciendo el trabajo de una familia entera... Empezaron a volver soldados del frente, de todos los frentes, entre ellos, un buen mozo, tuerto, llamado Agustín... Y allí, entre las eras, a base de trabajar juntos de sol a sol, pasó lo que tenía que pasar: se enamoraron, se quedó preñada, y se casaron, o quizás fuera al revés... Aquél mismo año de 1941 nació mi padre; dos años después mi tía Nieves, y en 1944 tuvieron su último hijo, Aniceto... Algunos dicen que Agustín se quedó estéril por una paliza que le dieron los guardias civiles durante un interrogatorio, sobre unos sacos de grano que no aparecían..."
"Pero ahí no terminan los problemas..."
"No... en 1954, mi padre decidió que no soportaba más tiempo "comer tierra", y aprovechando que aparentaba más edad que los 13 años que realmente tenía, se bajó a la capital, a buscarse la vida... Entonces, la industria del ladrillo devoraba cargamentos humanos con gran facilidad, los accidentes eran muy comunes, y la mano de obra muy barata... Julián, mi padre, siempre tuvo la cabeza muy bien amueblada, era de los pocos mozos que sabía leer y escribir, y no tardó mucho en convertirse en el encargado de una cuadrilla que aplicaba métodos americanos de construcción (gracias a los libros que le mandaba desde Nueva York su hermano Fernando, que cambió su vida en el pesquero por la marina mercante), lo que permitía... Al cabo de tres o cuatro años, ya en 1957, mi padre tenía una posición estable, pues su pequeña empresa de construcciones estaba empezando, y deseaba formar una familia... Ellos dicen siempre que se cogieron de la mano en la feria para bailar una Sevillana, y que desde entonces, no se han vuelto a separar...
"Julián y Catalina, tus padres..."
"Bueno, y también de Borja y de David... Mis abuelos vivieron siempre en Manilva, aunque perdieron las tierras, solo pudieron conservar una pequeña huerta, en la parte posterior de la casa... Allí pasaba mi abuelo Agustín su tiempo, observando crecer los vegetales, las legumbres, tomates... Era su afición, y un modo de completar sus pensiones... Pero en 1983, un aneurisma cerebral lo fulminó sobre el plantel de las cebollas... Después del entierro, mi abuela se vino a vivir con nosotros... Nunca le ha gustado la gran ciudad, prefería nuestro barrio, y lo más lejos que llegó una vez fue aquí, hasta la Malagueta, para pisar el mar... Con tantos años en el barrio, y siendo tan sociable, verás muchas cara conocidas en el funeral o en el entierro... Gente normal y corriente, vecinos del barrio, porque ella formaba parte de sus vidas... y ellos la querían, igual que el resto de la familia, y como yo..."
En este punto, Yolanda se puso de nuevo a llorar, paré la grabadora, le quité el micrófono, y una vez más, se puso a llorar sobre mi pecho... Y yo no podía evitar sentirme mal... porque no era capaz de sellar sus llantos... Y se hizo de noche... Yolanda seguía llorando... Y el olor del mar se mezclaba con la sal de sus lágrimas...
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