Las semanas anteriores y posteriores a la boda fueron un caos absoluto, pues nos apetecía casarnos, y por supuesto de blanco, antes de que fuera demasiado evidente el embarazo.... que luego, hay muchos sietemesinos que nacen muy grandes.... No nos importaba ese tipo de consideraciones ni a Yolanda ni a mí, que si por nosotros fuera, habríamos esperado incluso a que el niño (o la niña) fuera lo bastante mayor para llevar las arras... pero siempre es mejor evitar que la "media sociedad" se escandalice... He de reconocer que tuvimos bastante "suerte"...
Una vez solucionado el pequeño asunto de la iglesia, solo faltaba solucionar la intendencia, el traje, las vacaciones...
¿Ah, que no os lo he contado? Tres días después del "óbito", extraña palabreja que nunca me ha gustado, nos llamaron por teléfono del prestigioso bufete de "Ramírez y Ramírez, Asociados", para efectuar la lectura de las últimas voluntades y testamento de Doña Clotilde cuando la familia fue convocada, a las diez y media de la mañana, de aquél viernes catorce de julio... Todos nosotros estábamos muy sorprendidos, pues no teníamos la menor idea ni de que hubiera un testamento, ni mucho menos algún tipo de bienes, ya que la abuela Clotilde siempre había moderado sus gastos, disfrutado con su trabajo, y sobre todo, vivido cada momento como si fuera un regalo...
Fue una reunión interesante... Si bien el origen de la actual situación había que buscarlo en pasión por el campo y el buen vino de Agustín García Pérez, su marido... Con su muerte, Clotilde heredó unas extensiones de viñedos casi centenarios, que se habían hibridado en los años sesenta para crear una nueva variedad de uva, y se las cedió en usufructo y a través de su abogado de mayor confianza, a una pequeña cooperativa agraria. Aquellas tierras yermas y montañosas resultaron perfectas para la elaboración de dos soberbios vinos de mesa, de reconocido prestigio. Durante varios años, y a través de un apoderado, la cooperativa fue comprando más tierras en los alrededores del pueblo, entre otras el viejo caserío, que en la actualidad comenzaba su andadura como centro enológico y de turismo rural. ¿Y todo esto, en qué nos afectaba? Pues que el producto estrella de dicha empresa es el famoso "Marqués de Sotoancho y Montesclaros", cuyo precio sin duda todos conocemos... Un "Gran Reserva" del año 1990 alcanza en la actualidad los cientocincuenta euros por botella...
Existía un importante patrimonio en tierras, viñedos y edificaciones, del cual Yolanda y sus hermanos pasarían a heredar el tercio de libre disposición, "porque mis nietos están empezando en la vida. Sin embargo, y por su edad, dicho patrimonio estará gestionado por un banquero de mi elección, que también les aconsejará en todo momento". El resto del capital, salvo una dieciseisava parte, se repartiría entre sus hermanos y sus hijos, "y en el caso de que no se localizase a mi hermano Marcial en el plazo de doce meses, se añadiría a la dieciseisava pendiente, que repartiera entre mis nietos".
A nosotros, todo aquél baile de cifras y letras nos sonaba a chino, por lo que Borja, muy educado, le preguntó al señor notario: "¿Y podría usted decirnos, por ejemplo, en antiguas pesetas, lo que nos corresponde a cada nieto?" El señor notario, flemático, y sin molestarse en alzar la cabeza del documento, nos respondió: "Más o menos, una vez abonados los impuestos, diez millones de pesetas... para cada uno"... Lo que significaba que el patrimonio de Doña Clotilde superaba como poco los cien millones de pesetas... En este punto, el notario tuvo que abrir la ventana, y pedir a sus pasantes que trajesen botellas de agua bien frías... Es cierto que doña Clotilde siempre había sido una magnífica administradora, que ayudaba a la familia en todo lo posible, pero jamás imaginamos que fuera millonaria...
Sin embargo, fue una de las clausulas finales la que generó la mayor sorpresa: "En virtud de mi calidad de Donante y Benefactora del Monasterio de San Agustín, solicito que se facilite a mi nieta, Yolanda García Montes, que en la actualidad vive con su novio, Ismael Rodríguez Márquez, la celebración de su boda en dicha Iglesia. Las gestiones realizadas obtendrían su recompensa, con la dieciseisava parte de mis bienes en el momento de celebrarse..."
Tres días más tarde, cuando nos dirigimos a la secretaría del Monasterio, comentando nuestro deseo de casarnos lo antes posible, puesto que tal era la voluntad de nuestra abuela recientemente fallecida, primero se pensó que le estábamos tomando el pelo... Luego, empezó a mirar la agenda parroquial, afirmando que no tenían ningún hueco hasta diciembre, "pasadas las navidades, en todo caso"... Pero su actitud cambió radicalmente, al entregarle el poder notarial, y mirar el documento... "Si me disculpan un momento, esto es algo que debo consultar con el padre prior..."
Y pasaron diez minutos, llegó el prior, con un acólito, que cargaba con varias botellas de agua helada, varios juegos de vasos... No tiene mucho sentido recordar las palabras exactas, pero de todas formas, nos otorgó, "en honor de la memoria de doña Clotilde, nuestra Benefactora, aunque por cuestiones de protocolo, tendríamos que amoldarnos a los huecos disponibles entre las ceremonias"... Es decir, que no tendríamos que aguantar una misa completa... y me costó no ocultar mi satisfacción... Salimos del ilustre Monasterio, con el cursillo prematrimonial convalidado, las gestiones previas firmadas, y la fecha confirmada: el sábado diecinueve de septiembre, a las doce y media de la mañana...
Con razón, siempre se dice, "Poderoso caballero..."
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