Lentamente, fuimos recuperando la normalidad, mientras Catalina estudiaba las subvenciones que nos concederían si sacábamos nuetra empresa de la clandestinidad, y Julián ponía a varios de sus captadores a buscar un local para nuestra agencia... Como siempre en estos casos, teníamos que contar con nuestro presupuesto, bastante reducido; nuestros ahorros para nuevos equipos; y nuestra experiencia; eso sin contar con un análisis de la competencia; y por supuesto, la ubicación... que no es lo mismo estar en la periferia, que a la sombra de la catedral...
Nos daba miedo aquél paso a los cuatro, y sin embargo, en el cuerpo de Yolanda, a medida que pasaban las semanas, se estaba desarrollando una nueva vida... Ella, tan regular como un reloj, hasta el punto de que podías asegurar que era el séptimo día del mes cuando empezaba a manchar... el mes de septiembre... no manchó... Seguíamos viviendo en mi pisito, en aquél tercero sin ascensor de la calle San Lorenzo, una hermosa finca rehabilitada hace varios años... Hacía un calor sofocante aquella tarde de septiembre, y cuando habíamos llegado a la segunda "misericordia" (esos banquitos de madera, para descansar), tuvo que soltar las bolsas, pues le dió un mareo... Yo me lancé en plancha, para cogerla, y se produjo un alud de latas de conserva, escaleras abajo: tomate, raviolis, judías, espárragos, alcaparras, piña, albaricoques, efectuaron su peculiar procesión... y después me tocó recogerlo todo:, la escalera parecía un campo de minas, la última lata de guisantes apareció en el patio de vecinos... pero eso lo hice después de haber llevado a Yolanda al sofá, y de abrirle una lata de "Aquarius" bien frío... y todas las ventanas, para conjurar las escasas ráfagas de viento que aleteaban por los tejados...
"Ya está todo recogido, Yolanda... ¿Te encuentras mejor, cariño?¿Quieres otra bebida fría?", le dije, mientras permanecía, sentada, en el sofá, mirándome con una carita un poco rara...
"Ismael... será mejor que te sientes... porque tengo que contarte algo... importante..."
"¿Pero estás bien, verdad?¿No serán malas noticias, verdad?", y yo seguía allí, de pié, con las putas bolsas en la mano...
"¿Me puedes hacer el favor de dejar las bolsas en el suelo, y sentrarte de una vez?", y por la forma en que me lo dijo, intuí que la opción más prudente era... hacerle caso...y me dejé caer en el sillón de orejas...
"¿Te importa si fumo? que con tanto misterio...", le pregunté, mientras empezaba a llenar la cazoleta...
"Sabes que no me gusta nada que fumes en casa... pero aunque sea por nuestro hijo, te agradecería que no lo hicieras...", me respondió, sonriendo... En aquél momento, me alegré de estar sentado...
"¿Nuestro hijo?¿Nuestro hijo?¿O sea, el nuestro?...", y posiblemente habría seguido en ese plan, si Yolanda no se hubiera acercado a mí, dándome un beso en los labios... mientras se sentaba en mi regazo...
Aquella noche, mientras estábamos a oscuras en la cama, con las aspas del ventilador girando sobre nuestra cabeza, yo seguía preguntándole más datos a Yolanda... La más recurrente de ellas era: "Pero... ¿y cuàndo?¿No estabas tomando la píldora?"
"Creo que me olvidé dos días... la noche en que murió mi abuela Clotilde... ¿Recuerdas que hicimos el amor, antes de que yo me durmiera?Y la segunda candidata fue la noche después, en el piso de Benalmádena... Necesitábamos cariño, calor, deseo, ternura, caricias... Y eso es lo que tuvimos... ¿Te arrepientes de ello?"
Yo me limité a besarla, una y otra vez, por todo el cuerpo, con aquella sed extraña que nace del alma... Hicimos el amor... Y me quedé dormido, sobre su pecho, acunado por su respiración, soñando quizás con ese pequeño ser... Con ese pequeño milagro...
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