El octavo día del mes de agosto, de 1995, tuvo lugar la renombrada operación "Por el amor de Yolanda"... Es decir, sincerarme con sus padres... Ella vino a buscarme al filo de las diez de la mañana, cuando nos habíamos separado pasadas las tres, pues hacía falta un par de mejoras y de complementos si deseaba mejorar el efecto causado en anteriores visitas... Los hermanos fueron sencillos: les había comprado dos camisetas genuinas de los Boinas Verdes de mi compañía, y un par de juegos de ordenador basados en un simulador de combate (que conseguí de contrabando durante las maniobras conjuntas con los Marines americanos)... El padre era un adicto al chocolate negro, por lo que fuimos a la más prestigiosa pastelería de la ciudad... Y la madre estaba obsesionada con el antiguo Egipto, así que la opción estaba clara: "La plaza de la Verdad", escrita por Christian Jacq (aunque por si acaso, lo compré en el Corte Inglés...), y una caja de lenguas de gato para la abuela...
Terminada la operación de compras, quedaba otra incluso de mayor importancia: borrar de mi cabeza los últimos trasquilones del cabo furriel, molesto por que se le acababa su chollo del contrabando... Yolanda me acompañó a la posiblemente podría considerarse como la peluquería más cochambrosa de la zona centro, atentida por un solo peluquero con un corte de pelo bastante malo, en vez de entrar en la siguiente, mucho más limpia, y sobe todo, con un corte de pelo excelente... Yolanda me sentó en la silla, y, después de preguntarme "¿Confías en mí?" y besarme una vez más en los labios, le dijo al peluquero: "Le amo... y hoy se lo diremos a mis padres... Haz tu magia, Gerardo...", y se fue a dar un paseo...
El peluquero se pasó un par de minutos estudiando mi cabeza como si fuera un experto frenólogo (tal vez estaba buscando en mi cráneo las huellas de mi amor por ella), y luego, comenzó a ejercer su magia... Yo, sin gafas ni lentillas, prefería no mirar, puesto que tampoco había mucho pelo tras la última escabechina... Y, sin embargo, cuando dijo "¡Presto!", y abrí los ojos... Bueno, porque sabía que era yo, y no Tom Cruise en una de sus pelis de militar, pues aquél era precisamente mi aspecto, con la cabeza rapada a dos alturas, incluso me había recortado la perilla y el bigote... Escuché una salva de aplausos, Yolanda estaba detrás mío, sonriendo de oreja a oreja, y diciéndome al oído: "¿Comprendes por qué no hemos ido a la otra peluquería?" Y entonces caí en la cuenta... Si había solamente dos peluqueros en la calle, lo más lógico era que se cortasen el pelo el uno al otro... "¿Te importa cambiarte de camisa? Te he comprado algo..." y me entregó un paquete primorosamente envuelto, donde encontré un hermoso polo "Lacoste" color turquesa... Después de cambiarme, nos pusimos en ruta...
Han pasado ya diecisiete años largos, y sin embargo, me estremezco cuando recuerdo aquél paseo hasta la casa de su familia... Mil preguntas bullían por mi mente: "¿Sería bien recibido?¿Alguien sabe algo de nuestro romance?¿A quién debo ganarme antes, al padre o a la madre? Porque los dos me dan el mismo miedo...¡Eso por no hablar de los hermanos: son gigantes, y si no les gusto, o creen que su deber es proteger a Yolanda, soy hombre muerto! ¿Me dejarán hablar siquiera?" Mi cabeza seguía analizando mil y una posibilidades, todas ellas negativas, por supuesto... y el corazón me latía tan fuerte, que Yolanda lo notaba en mi mano...
Por eso, cuando faltaban unos metros para llegar a la esquina de su casa, se paro, y me dijo: "Si tienes que preocuparte por algo, que sea por esto..." Acto seguido, me empujó contra la pared con una fuerza que no podía haber imaginado en ella... y luego... empezó a besarme, mientras yo dejaba caer las bolsas a nuestros pies.... No sé cuánto duró aquél beso, mi experiencia era tan escasa que no tenía elementos de comparación... Mas allí estábamos los dos, besándonos como si el mundo se fuera a terminar, con los ojos cerrados, y los corazones abiertos... Yo pensaba que me iba a desmayar, cuando Yolanda, con un mordisco travieso en el labio, se separó de mí... y entonces nos dimos cuenta de que nos había rodeado una pequeña multitud, entre la que se encontraban vecinos, amigos... y su propio padre, que había salido a comprar el periódico... Aquél fue uno de los momentos "¡Cágate lorito!" más absolutos de toda mi vida, sobre todo porque su único comentario fue: "Veremos cómo se lo contamos a su madre..."
Al final, fue más sencillo de lo que pensaba, por la ayuda de Yolanda. Después de que toda la familia se hubo acomodado en el salón (nosotros compartíamos un sillón de orejas), ella dijo: "Mamá, papá, Borja, David, abuela, os presento a Ismael... Es mi mejor amigo... pero también mi novio..." Aquél era mi momento, el que llevaba esperando toda la vida, la ocasión perfecta de lucirme ante ellos... Tenía la boca tan seca, que intenté beber un poco de agua... pero me atraganté... y me puse a toser... Tardé varios minutos en recuperar el control, sobre todo por los palmetazos que me propinaba Borja en la espalda... y entonces, por fin, empecé a hablar... como si tuviera que pronunciar un discurso regio...
"Señor Márquez, señora Acebo... Ya sé que no me conocéis casi nada, pero tampoco creo que sea algo demasiado importante... Porque sólo podéis estar seguros de una cosa: amo a vuestra hija, hermana, nieta, más que a mi propia vida... y así lo he vivido durante muchos años, desde que nos conocimos en la casa de Benalmádena
Ni más ni menos, aquellas fueron mis palabras exactas, lo sé, porque David las grabó desde el sofá, "con fines históricos", según me comentó después... Los leones se quedaron con hambre, aquella mañana de agosto, porque tuve la enorme suerte de caerle bien, por mi sinceridad, a su madre... y todo el mundo sabe que son las mujeres quienes llevan los pantalones en casa: "Supongo que sería demasiado tarde para negarme a que os vierais, sobre todo por lo que me ha comentado la vecina del segundo... También sois lo bastante mayores para poder escoger... Pero solo te digo una cosa, Ismael: no hagas llorar a mi hija... jamás..."
En aquél momento, yo me esperaba una escena tipo "El Padrino", hablando de los valores familiares... pero sin cabeza de caballo sobre la almohada... y fue entonces cuando la abuela, doña Clotilde, salvó la situación, diciendo: "Vale, vale, muy bien.... pero... ¿podemos abrir ya los regalos?" Entonces Borja y David se pusieron en pié, para recibir sus camisetas y los juegos, lo que no les impidió decirme muy bajito: "como hagas llorar a mi hermana, la engañes o la trates mal... despídete de tu hombría..." Y, no sé por qué, viniendo de dos bicharracos que superaban el metro noventa... me lo creí...
Reparto de regalos, besos, abrazos... Una fantástica paella y una ensalada... De postre, tarta de chocolate casera, café e infusiones... Y, sobre todo, el placer de estar a su lado, en su casa, sin tener que escondernos o preocuparnos... Todo estaba buenísimo, y comí con gran apetito... Sentir el calor de su pierna a través del vestido, los ocasionales roces de nuestras manos sobre la fuente del pan, el simple hecho de respirar el mismo aire que ella... Yolanda...
Luego, vino la visita turística... Era una casa grande, como se podía esperar de su nivel de ingresos, casi doscientos metros, con un dormitorio para cada hijo, el de los padres, la abuela, dos baños, una gran cocina, y un enorme salón... "Comprenderás que no podíamos dejarte dormir en casa antes de conocerte, por mucho que Yolanda nos hablase bien de ti... La próxima vez, David te cederá su habitación, esta vez no es posible, porque tienen unos entrenamientos de baloncesto, y se van a quedar varios compañeros del equipo estas noches...", me dijo Catalina, como sintiéndose culpable... Hubo más besos, más abrazos, y nos fuimos los dos...
Hacía calor, pero yo, mientras caminaba a su lado, lo único en lo que pensaba era en ella, Yolanda, mi único amor verdadero, el que justificaba tanta soledad, tanta espera, porque me daba esperanza con cada latido de su corazón... Yolanda, mi dulce y valiente Yolanda, que había sido capaz de plantarle cara a la familia e irse a vivir con un chico malo hace varios años... La mujer de quien me enamoré a primera vista, que por segunda vez defraudó las expectativas familiares al cambiar de carrera y ponerse a estudiar Psicología...
Yolanda estaba a mi lado, contábamos con la aprobación de su familia y, lo más importante, me amaba... Quizás estuviera llegando la hora de un nuevo comienzo... juntos...
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