Ahora, con la perspectiva que solo puede dar el paso del tiempo, quizás no fuera tan malo, o tan bueno, es algo que solo el tiempo lo dirá... Perdí a una de las personas más importantes de toda mi vida... pero también nació nuestro primer hijo, Luis... Despedimos 1998 en el espigón del puerto, un año durante el cual nos quedamos embarazados, nos casarnos, fuimos a París y Lanzarote y, al regresar a Málaga, fundamos la empresa "La Magia de tus ojos" (Las fotos de tu boda) y participamos en "TodoBoda 1998". Los primeros meses de 1999 fueron algo caóticos... por supuesto, todos nosotros, salvo Gonzalo, que lo hacía a tiempo completo, gestionando desde el local de la calle Granada la empresa, y elaborando, junto a Leyre (quien abandonó su trabajo de auxiliar en una empresa de la competencia, porque no le daban la oportunidad de demostrar sus conocimientos en fotografía)... Nuestro volumen de negocio en el primer trimestre no fue malo, ni mucho menos, sobre todo porque varias de las más prestigiosas tiendas de trajes de novias de Málaga y Marbella nos contrataron para elaborar su catálogo de la temporada "Primavera Verano"... Y por supuesto, en ellos aparecía nuestro nombre, y nuestra web...
También funcionó muy bien la recomendación directa, de clienta a clienta, y exponíamos un par de fotos de cada boda en nuestro local... Seamos sinceros, nuestra ubicación era de capital importancia, porque estábamos a tiro de piedra de la Catedral, y de las más importantes iglesias de la zona, por lo que tampoco fue demasiado complicado conseguir los permisos para dejar algunos de nuestros folletos en lugares estatégicos, como el despacho del sacristán... a cambio de la promesa de una pequeña comisión por cada boda en la que participásemos...
En principio, nos especializamos en las bodas de fin de semana, porque en ellas, éramos capaces de organizar el trabajo de forma tal que no necesitásemos contratar a personal externo, manteniendo los principios de calidad a buen precio... Algunos fines de semana, hacíamos ocho bodas, otros, solo tres, por lo que no te podías permitir abandonar los demás trabajos... pero de todas formas, eso de disfrutar de un solo día libre el fin de semana, nos parecía casi tan utópico como la lotería primitiva...
El nueve de febrero, martes para más señas, nos vimos obligados a modificar nuestros hábitos de trabajo, pues nos pidieron que nos encargásemos de cubrir la boda de los herederos de las dos mayores fortunas de Málaga, a quienes Yolanda conocía desde el colegio... Aquél fue nuestro salto definitivo hacia la alta sociedad, para quienes era más importante la calidad extrema que el dinero... La boda tuvo lugar en la Catedral, a las cinco de la tarde, aunque jamás hemos vuelto a verla tan iluminada... El convite se celebró en el hotel más lujoso, trayendo ex-profeso al mejor chef de Europa y su equipo, quienes sin embargo elaboraron un espectacular menú con platos de la tierra, recetas de toda la vida... Y allí estábamos nosotros, los seis, realizando la cobertura integral, desplazándonos en nuestras motos de gran cilindrada, con la sensación de estar haciendo historia...
El resultado fue soberbio, aquellos contraluces, transparencias, la mezcla del blanco y negro del color, desde las fotos más tradicionales con cámara analógica, a la absoluta libertad de la fotografía digital, un campo en el que Leyre demostró su maestría y sus ganas de innovar... En cuanto a los precios, los adaptamos, como siempre, a las necesidades y e intereses del cliente... y tampoco rechazamos algunas bodas "pro bono", es decir, sin cobrar ni siquiera por los materiales o el tiempo invertidos, de personas que deseaban casarse, a quienes incluso ayudábamos con el traje de bodas (mi suegra Catalina, creo que tiene contactos hasta en el infierno...).
Y pasaban los meses, trabajando cada día más: mientras yo terminaba el curso de acceso a director de hotel, Yolanda había cambiado la orientación de su trabajo: quería especializarse en la ayuda psicológica para personas maltratadas, y empezar desde abajo, es decir, por los centros de salud, las Urgencias de los hospitales públicos y privados... Todo esto, con un embarazo que progresaba sin muchos problemas, pero que de todas formas dificultaba mucho sus movimientos...
A las once en punto de la mañana del nueve de marzo, recibo una llamada telefónica, mientras estoy reunido con uno de los directores de Recursos Humanos de la cadena, que estaba evaluando en aquél momento mi idoneidad para un "futuro puesto de responsabilidad"... Era el móvil de Yolanda: "Cariño, estoy en casa de doña Edelmira, la vecina del primero... Creo que algo va mal... ¿Puedes venir a buscarme, y avisar a la ambulancia?... Estoy sangrando..." No me lo pensé dos veces: con la mayor cortesía que pude, y todo esto cogiendo el caso y las llaves de la "Harley Davidson" que me esperaba en el garaje, le expliqué lo que pasaba, y le pregunté si podíamos terminar la entrevista en cualquier otro momento... porque mi mujer y mi hijo me necesitaban... "Por supuesto, ya recibirá noticias nuestras... y espero que no sea nada..." Estreché su mano, me puse el casco, y salí disparado...
Con el teléfono integrado del casco, realicé la llamada a Urgencias, pidiendo la ambulancia e informando de la situación... Mi Ángel de la Guardia motorizado trabajó de firme, aquella mañana de marzo, apartando coches y peatones, poniendo en verde los semáforos, asustando a los camiones...Recorrí todo el camino en un tiempo record, y llegué incluso antes que la ambulancia... Yolanda estaba sentada en el sillón de orejas de doña Edelmira, envuelta en una manta, sudando y, por encima de todo, muy asustada... Me acerco a ella, la peso, tomo su mano y la acaricio, mientras repito, bajito y como un mantra "todo terminará bien... todo terminará bien..."
Es la hemorragia, no se preocupe..." Le ponen algo parecido a un pañal gigantesco entre las piernas... No pueden llevarme, "situación muy inestable... La llevamos al Hospital General Carlos Haya"... Conozco la ruta, no puedo dejarla sola, y salgo con la moto, en persecución de la ambulancia, utilizándola casi de ariete...
El viaje es infernal, pero consigo llegar, aparco la moto cerca de la entrada, lo que me garantiza una mirada de reprobación de un médico y dos enfermeras, pero me da igual, porque tengo que encontrarla, a mi Yolanda, mi vida... Voy corriendo por los pasillos, con mi traje, el casco de la moto, el teléfono móvil... Llego a la zona de Urgencias, a tiempo para ver que la están ingresando, y hacerme cargo de los papeles, que me entregó la vecina en el último momento... Quiero estar con ella, pero no me dejan: van directamente a quirófano, y me ruegan que mantenga la tranquilidad... ¿Mantener la calma, cuando no sé lo que está pasando, y mil imágenes de documentales sobre neonatos pasan por mi cerebro?¿Mientras imagino un desprendimiento de placenta, incluso un aborto, me desplomo en uno de los asientos, horrendos, de plástico azul, y tengo las fuerzas justas para llamar a Catalina, antes de ponerme a llorar... Con esas lágrimas de quien teme haberlo perdido todo en esta vida...
Alguien se detiene a mi lado, y me pone la mano en el hombro... Hace mucho frío, de repente... Es una auxiliar, muy jovencita, con un pijama de hospital blanco... "No tenga miedo, señor, verá que no pasa nada... Es un susto, nada más... Dentro de unas horas, podrá estar de nuevo con Yolanda, y su bebé se pondrá bien..." Se agacha a mi lado, veo su nombre en una etiqueta, se llama Fátima, me mira directamente a los ojos y, aunque sigo teniendo frío, estoy más tranquilo... En ese momento, llega Catalina, todavía no sabemos nada de Yolanda, pero al menos, somos dos... Media hora después, sale el doctor Domínguez, y nos confirma lo que ya sabía: han podido contener la hemorragia, aunque Yolanda deberá guardar reposo varias semanas, y no se aconseja que suba escaleras... Catalina promete hacerse cargo de todo, algo que veo bastante complicado, porque nuestra casa sigue siendo un tercero sin ascensor...
Mientras esperamos que la lleven a la habitación (tendrá que permanecer ingresada varias noches, como poco hasta el día doce), me acerco al control de enfermería, dispuesto a encontrar y darle las gracias a aquella auxiliar tan delgadita, de irreales ojos verdes, que supo darme confianza...
"Hola, buenas tardes, pregunto por una de sus compañeras, que me ha atendido hace un ratito... "
"Si es usted tan amable de facilitarme el nombre, le haré llegar el mensaje", me responde, sin mirarme...
"Por supuesto. El mensaje no podía ser oro que "Muchas gracias por tranquilizarme cuanto más lo necesitaba. Mi mujer se va a poner bien, tal y como me decías"... ¿Cree que le gustarán los bombones?"
"Si me dice el nombre, se lo puedo indicar..." me responde la enfermera, un poco más sonriente...
"Por supuesto, es una auxiliar, lleva un uniforme blanco con un ribete azul en el bolsillo, que parece algo más antiguo que el suyo, y su nombre es Fátima..." En ese momento, escucho que se ha caído algo en el control de enfermería: una de las auxiliares (con unas mechas rubias bastante llamativas) ha tirado una bandeja de aluminio, cargada de instrumental... La enfermera (después descubriré que era la enfermera jefe de la planta), bastante más pálida que antes, consigue dominarse, y termina de anotar el mensaje, asegurándome que "se lo daremos... y no se preocupe por los bombones..."
Pasan otros diez minutos, Catalina sigue esperando en la puerta de Urgencias, esperando que la lleven a la habitación 223, y mientras estoy delante de la máquina de café, alguien me dice: "Lo único decente en este sitio es el capuchino... Y en cuanto a Fátima, no se preocupe, ella ya lo sabe... Me llamo Lucía, y soy la que tiró la bandeja..."
"Sí, la he reconocido: menudo susto que nos hemos llevado todos por su culpa..." le respondí medio en broma, medio en serio...
"Normal, es lo que pasa, cuando surge el nombre de Fátima en una conversación..." me responde, con bastante lástima en la mirada... Cuando le pregunto el motivo, me cuenta una de esas historias... que preferirías no creer... y sin embargo, te crees...
"Fátima era una auxiliar del turno de noche, que trabajaba en la UCI de neonatos, y en Maternidad, hace más de diez años. Todo el mundo la quería, menos la enfermera jefe, por la paciencia que demostraba con todos los pacientes, por su cariño en los peores momentos para los padres, por estar allí... Una noche, estaba sola en el nido, como siempre... Hubo un problema con las tuberías, y se formó un charco en el suelo... El monitor de uno de los bebés lanzó la señal de alarma... Ella corrió hacia el fondo de la sala, pero resbaló en el charco... Se golpeó en la cabeza contra el pie de una cuna... Debería haber muerto enseguida, pero no lo hizo, al menos, no del todo... Tenía que salvar al bebé... El doctor Corominas, de neonatología, estaba en la salita de descanso, trabajando en un informe, cuando sintió una presencia detrás de él: "Disculpe, doctor, el bebé H-23 necesita con urgencia sus cuidados..." y cuando ya se iba de la habitación, le dijo: "Y por cierto, avise a mantenimiento, hay una fuga de agua muy peligrosa..." Ni que decir tiene que el buen doctor salió corriendo por el pasillo, hacia el nido... Allí estaban los dos: el bebé, cianótico, porque se le había movido la cánula del respirador, y que no fue muy complicado de estabilizar... Y Fátima, muerta a pocos metros de la cuna, en medio de un enorme charco de sangre, pero con una sonrisa en los labios... Nadie lo entiende, pero desde entonces, desde aquella noche, siempre que ha notado que alguien estaba sufriendo en esta zona, como tú, y que ella podía consolar a la persona o devolverle la esperanza, ella ha aparecido, anticipándose muchas veces a las noticias de los médicos, y a los resultados de las pruebas... Y aquí la tienes, Fátima, la auxiliar fantasma... el secreto mejor guardado del Hospital... Ahora tengo que dejarte... Y para que compruebes que soy real...", y me besó en los labios...
¿Cuánto tiempo estuvimos hablando junto a la máquina del café? Tal vez diez minutos, en todo caso, el suficiente para que llegasen Borja y David, casi a las dos de la tarde. Me dejan pasar a ver a Yolanda: está muy pálida todavía, pero me sonríe, sus magníficos hoyuelos aparecen en las mejillas, y me dice, mientras yo me arrodillo a su lado: "Tranquilo, amor, todo saldrá bien..." A las tres de la tarde, la suben a la habitación, y empiezan a desfilar los amigos, socios, clientes, incluso los vecinos, y por supuesto, doña Edelmira, que fue la primera en atenderla (cumpliendo la promesa que me hizo en la farmacia, tantos meses atrás)... y a quien regalé al día siguiente una caja de lenguas de gato, que la apasionan... Me costó mucho echar a todo el mundo, sobre todo a mis hermanos políticos, hablé con mis padres y mi hermana cuando todo estuvo un poco más tranquilo, y mi madre se enfadó porque no lo hiciera a primera hora de la tarde... como si fuera tan sencillo para ella ausentarse de Madrid...
Aquella noche la pasé al lado de Yolanda, despierto, en el sillón de las visitas, mirándola, viéndola dormir, pensando en los miles de cosas que habían cambiado en mi vida, en todo lo que me había regalado, desde su amor, hasta aquél hijo que igual nos devolvería la esperanza... Y recordando todas y cada una de las ocasiones en que me había animado a hacer lo correcto, como la tesis doctoral, o seguir estudiando Turismo en el hotel, y tantas y tantas cosas que hacían inconcebible la vida, sin ella... Yo, que nunca he sido creyente, me arrodillé a los pies de la cama, quizás dando gracias a un diosecillo en quien no creo, por haberla puesto en mi vida... y por no habérmela arrebatado hoy... y, sin poder mantener el tipo por más tiempo, en el corazón de la noche más oscura, me puse a llorar... por todo... por toda la mierda que tuve que tragar en el pasado... por toda la tristeza, la desesperación... por las veces que la vida me trató a patadas...
Y fue entonces cuando escuché su voz... "Levanta, amor..." Yolanda estaba despierta, tenía mejor cara... y en sus ojos encontré, como siempre, la fuerza de mil mundos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario