Incluso sin más visitas (de momento) de doña Clotilde, me costaba muchísimo conciliar el sueño en aquella habitación interior, que daba a un patio de vecinos tal vez un poco más ruidosos de lo habitual: me refiero, por supuesto, a las palomas, que habían conseguido establecerse debajo de los aparatos de aire acondicionado. Recordando las soluciones que aplicaba mi madre, pasé media tarde buscando en los distintos chinos del barrio todos los molinillos de viento de colores chillones que pude encontrar... Dos días después, no quedaban palomas...
Otra de las cosas que me impedían dormir era la molesta sensación de estar viviendo en un cuarto que había permanecido inalterable como un fósil de erizo marino, durante más de veinte años, por lo que, con el permiso de Catalina (sin la cual no se movía ni siquiera el marco de una foto dos pulgadas sobre la encimera de la chimenea), me acerqué con Borja a una tienda de pinturas cercana... La pared en sí estaba en buenas condiciones, y por suerte era lisa; unos cuantos toques de emplasto, algo de lija suave, y a pintar...
Siempre me han gustado los tonos pastel para las habitaciones, pero como en la casa de Catalina siempre se ha utilizado el blanco, y de todas formas no se trataba de organizar un golpe de estado en la pequeña China, volvimos a casa con un bote de emplasto, varias brochas, y diversas lonas de cobertura... Lo preparamos todo, y el sábado veinte por la mañana ya estaba la cama , el armario, la mesa, la silla, el colchón y el somier repartidos a lo largo de todo el pasillo. Pertrechados en el mejor estilo caza fantasmas, Borja, David y yo empezamos con la faena... Con su altura y dos rodillos de mango largo (nota: no hay productos milagro en Internet, y por narices, un rodillo boca abajo siempre gotea), el techo estuvo listo, al menos la primera mano, en una hora. Luego vinieron las paredes, en teoría lo más sencillo... pero no tanto como imaginábamos, porque la textura era distinta de la del techo, y chupaba mucha más cantidad de producto (se conoce que el albañil primigenio decidió ganarse bien el sueldo)... Y a mediados de la tarde, con dos paredes a medias y dos terminadas, nos quedamos sin pintura...
No hay problema, ¿verdad? Bueno, pues sí lo hay: a pesar de dividirnos en dos equipos con las motos (yo iba solo en mi "Harley", y los dos hermanos con sus vespinos, empezamos a recorrer las tiendas especializadas y las ferreterías del centro de la ciudad, buscando la misma marca, que de todas formas, no sería tan difícil encontrarla, ¿verdad? Y más aún teniendo en cuenta que hablábamos de pintura blanca... Pues no, esa marca no se fabricaba hace un par de años, y las pruebas que realizamos no conseguían el mismo tipo de blanco (después de haber comprado cinco botes distintos)...
A la mañana siguiente, y considerando que yo no podía seguir durmiendo en la cama nido de Borja (por cierto, un campeón en ronquidos), y que el pasillo estaba convertido en un trastero, nos autorizaba, de manera puntual, a poner una nota de color, para terminarlo todo de manera uniforme... Optamos por el azul bebé, muy socorrido... Le aplicamos dos capas en las paredes sin tratar, y una en la que considerábamos terminada... ¡En mala hora! Pues en todas partes se notaban los brochazos, las correcciones, y la escayola seguía absorbiendo el color como le daba la gana...
Por consejo de Catalina, metimos de nuevo todos los muebles en la habitación de color incierto, y decidimos que el martes por la tarde, compraríamos un tono de azul más fuerte, y en la cantidad necesaria para cubrir todos los entuertos... El resultado final: la misteriosa habitación de color azul pitufo... y la decisión de, antes de volver a pintar una habitación en su casa, hacer venir a unos profesionales...
Si bien es cierto que la "habitación azul pitufo" terminó siendo la más alegre de toda la casa, y la que nuestros hijos ocuparían en muchas de sus visitas...
Por cierto, el veintidos de marzo, el mismo día que comprobamos los resultados de nuestras dotes como pintores... le dieron el alta a Yolanda, al menos en lo que se refiere a la silla de ruedas (que nos prestó una amiga), y por fin nos dejaron dormir juntos... que hasta aquél momento había estado soportando ronquidos estereofónicos y politono... Tal vez por venganza, pasamos aquella noche... en la habitación azul...
Ninguno de los dos podía dormir, habíamos pasado tanto tiempo separados desde aquella mañana, que lo que nos apetecía en verdad, bueno, al margen de lo más prohibido, era hablar, y comer galletas "Píncipe" bañadas en leche fría... Nos fuimos a la cocina, sería ya la una de la madrugada, y procuramos no hacer mucho ruido... Con todo preparado en una bandeja, nos sentamos a ambos lados de la encimera... La única luz procedía de una vela blanca, que Yolanda encendió cuando entramos... Decir que jamás la había visto más hermosa sería mentir, porque en lo que a ella se refiere, nunca he sido objetivo, ni siquiera la mañana en que nos conocimos... El simple placer de volver a estar a solas, incluso con la tontería de darnos de comer mutuamente las galletas, era todo lo que necesitaba... Escuchar de nuevo su risa, me hacía revivir... y soñar de nuevo...
Nos fuimos a la cama tan tarde, que más que dormir, me eché una siesta... Por lo que necesité toda mi fuerza de voluntad, y una gran cantidad de agua fría en la ducha, para despertarme del todo, coger la moto, y llegar al hotel... en el que estaba llamado ser uno de los días más importantes del año, el veintitrés de marzo de 1999...
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