No recuerdo nada o casi nada de ambos viajes en moto... Es cierto, podría haber cogido el tren, o el autobús a la mañana siguiente, pero necesitaba pensar en demasiadas cosas, y estar solo... Habían sido muchos cambios, demasiados, durante los últimos seis meses, y entre la música, el grave zumbido del motor, la extraña canción de las ruedas y del viento incluso a pesar del casco, conseguí olvidarme de todo, y al mismo tiempo, intentar arreglar las cosas entre Yolanda y yo...
No sé, quizás nuestra amiga Verónica lo habría definido como "envidia por el éxito profesional" o bien "complejo de mujer abandonada", y ambos conceptos serían adecuados... pero había un tercer factor a tener en cuenta: los celos... Y no celos del aire, precisamente, sino de mi colega Ayako Wada, la directora de marketing del Hotel Imperial. Desde la visita de "Hatori Hanzo", nunca pasaba mucho tiempo en casa, puesto que nos encargó a los dos "asegurarnos de la puesta en marcha de medidas similares de selección de clientes, vinculación con eventos actuales o futuros, y firmar acuerdos con hoteles de similar categoría a los que poder derivar las reservas ordinarias en las demás ciudades españolas donde estaba presente el grupo, implementando también los canales y vínculos de comunicación necesarios"... y pasando por encima de otros directivos más antiguos en el Hotel, a quienes no me quedaba más remedio que ir convenciendo de la importancia del trabajo en equipo.
¿El resultado de esta "nueva vida"? Cada semana pasaba menos tiempo en casa, incluso en Málaga, aunque procurábamos agrupar los viajes de lunes a jueves, para estar al menos de viernes a domingo con la familia. Es cierto, no teníamos que salir de viaje todas las semanas, como poco, un par de veces al mes, compartiendo experiencias con otros equipos de trabajo, creando ofertas especiales, adaptando las instalaciones a los nuevos usos... Y por supuesto, las videoconferencias semanales con "Hatori Hanzo" (nunca llegué a conocer su verdadero nombre), al final de una de ellas, me aconsejó que aprendiera japonés, lo antes posible, por si aparecían ocasiones de promoción dentro del grupo, insistiendo en que aprovechase las excelentes capacidades de Ayako Wada...
Por lo tanto, incluso las semanas que no debíamos organizar o realizar ningún viaje o encuentro, Ayako y yo pasábamos muchas horas del día juntos, y comenzamos las clases la primera semana de agosto. Nunca he tenido problema con las lenguas, y estaba decidido a que esta vez no fuera un inconveniente el que fuera algo tan distinto de mi cultura... además, siempre me había gustado Akira Kurosawa, y en varias ocasiones había visto sus películas en versión original... Por supuesto, estaba equivocado, por lo que nos centramos en el japonés comercial y de negocios, empezando por la comprensión y estudio de algunas frases de cortesía... Nuestras clases se prolongaban de dos a tres horas, en octubre ya tenía bastantes nociones adquiridas, y ya dábamos dos clases a la semana, además de hablar en japonés durante nuestros viajes...
Con anterioridad, durante aquella estancia en Bournemouth (Inglaterra), había conocido estudiantes japonesas, y me había incorporado a un grupo de estudiantes sin muchos problemas... Por supuesto, ahora la situación era bastante distinta: estaba trabajando codo a codo con una de las mujeres más fascinantes de Málaga... En este momento, el genio azul de Aladino empezaría a decir eso de "¡Peligro!¡Peligro!", en su mejor imitación de un submarino americano... Pero aquí no hizo falta... Me gustaría decir que alcanzamos el "status quo"... pero no fue así... Me apetecía conocerla un poco mejor, fuera del Hotel, del trabajo, nos fuimos a cenar un par de veces a una pizzería que nos encantaba, incluso dimos un paseo por la noche, por el viejo espigón donde le hice la foto hace tantos años a Yolanda, con su cazadora vaquera... Me costaba encontrar las palabras en japonés, pero al final le pregunté si estaba prometida, me respondió que sí, y que eran felices... No hubo tiempo para más: murió mi padre, viaje relámpago a Madrid, volver con Yolanda: se limitó a abrazarme... y Luis, por uno de esos pequeños milagros cotidianos, se quedó muy quieto, observándonos...
El cuatro de diciembre, lunes por no variar, "Hatori Hanzo" me anunció por videoconferencia que a partir de enero, tendría un nuevo profesor de japonés, Kenji Watanabe, y que hasta aquél momento nos dedicásemos a repasar lo aprendido... Yo miré a Ayako Wada, sentada junto a mí, esperando que respondiera algo, pero solo dijo "Hai", y realizó una reverencia... y salió de la sala juraría que llorando...
Dos días después, encontré sobre mi mesa una pulcra invitación para participar en la ceremonia del té, aquella misma tarde, a las seis y media, en su despacho. Con la misma cortesía, pero con caracteres algo más titubeantes, le confirmé mi asistencia, dejando una tarjeta similar sobre la mesa de su despacho, que estaba frente al mío...
A la hora acordada, llamé a la puerta, y curiosamente, me respondió en español, lo que sin duda alguna implicaba una información importante... Estaba bellísima, con un kimono blanco, un lazo del mismo color en la cintura, y los calcetines blancos, también lucía el maquillaje tradicional... Me invitó a descalzarme antes de entrar... Había retirado todos sus diplomas, fotos y recuerdos de las paredes, sus libros estaban recogidos, y había dejado en dos cajas de menor tamaño aquellos datos o contactos que podía necesitar, además de una copia del manual de japonés que estábamos utilizando...
En una esquina de la habitación se encontraba una mesita
"Con esta ceremonia, me dijo, se pueden hacer muchas cosas, entre otras, despedirse de los amigos, o pedir perdón por un sentimiento o un acto... Yo quiero hacer las dos... Despedirme, porque siempre has sido un buen amigo, un buen maestro a veces, alguien que me ha ayudado a sentirme segura, en un mundo solo de hombres... Te habrás fijado que soy la única mujer en todo el equipo directivo del hotel, verdad? (Yo asentí con la cabeza) Sin embargo, también debo pedirte perdón, por un sentimiento extraño pero maravilloso: me he enamorado de ti, hace ya varios meses, al poco tiempo de empezar a trabajar juntos... Siempre me has tratado con cortesía, con educación, de igual a igual, y eso no es algo común en mi sociedad... Ha surgido el conflicto, conozco a Yolanda, hemos hablado un par de veces, la última de ellas ayer, cuando le dije que me marchaba... Me voy, Ismael... Lo hablé este domingo con el señor Hanzo, me aconsejó que volviera a casa, a Hiroshima, un par de meses, para actualizarme en nuestra central, y que luego hablaríamos... Será duro para mí, pero también será lo mejor para los dos..."
Yo no dije una palabra... Esto lo explicaba casi todo: algunos silencios, ciertas miradas cuando cenábamos juntos... Yo, que había amado y sido correspondido una sola ven en mi vida, por Yolanda, de repente, había provocado un sentimiento parecido en Ayako... Intentaba ganar un poco de tiempo, soplando levemente el té, mis rodillas me dolían por la postura... Ayako estaba empezando a llorar... Por eso, cuando me dijo "¿Me darías un beso, de despedida, Ismael-sama?", supe lo que tenía que hacer: acercarme a ella, y besar, lenta y suavemente, sus exquisitos labios... Ambos sabíamos que se trataba de un adiós... "Por favor, Ismael-sama, no te des la vuelta..."
Y eso es lo que hice: coger mis zapatos en el pasillo, y lentamente, cerrar la puerta detrás de mí... Mañana, lo sabía, su despacho estaría vacío; durante varias jornadas, tendríamos que ocuparnos los demás directores de sus funciones, hasta que la central mandase alguien para ocupar su sitio. El jueves siete de diciembre, estaban pintando el despacho de azul corporativo.
Y el día ocho de diciembre, encontré la carta de mi padre...
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