sábado, 28 de mayo de 2011

57. LA MORT DE MON PÈRE...




Hasta que aquella misma mañana no consulté con Antonio de La Torre Mezquite, el Director del Hotel, que también era abogado y uno de mis mejores amigos, sobre la legalidad de los trámites realizados, no me quedé tranquilo... Me seguía pareciendo demasiado bueno para ser cierto, sobre todo, con edad más que suficiente para no creer ni en Papá Noel ni en los Reyes Magos... pero tal vez estas navidades deje algo de comida (heno, galletas, una botella de anís, pistachos...) junto a la chimenea, por si las moscas... Se trata de un documento completamente legal... Supongo de todas formas que es un proyecto antiguo, pues recuerdo que durante casi cinco años, aquella propiedad ha estado vallada... y creo que las obras empezaron poco después de irnos a vivir juntos... ¡Para que luego alguien se extrañe de que yo me lleve tan bien con mis suegros!


El mes de julio fue una locura, con toda la familia utilizando casi cualquier medio para localizar los muebles más importantes: comedor, dormitorio, despachos, cuarto de juegos, y el de Luis, que todavía dormía en nuestro dormitorio, pero que con un poco de suerte sería tan grande y fuerte como sus primos... quienes por su parte no tenían demasiado interés en mudarse de casa de sus padres como yo pensaba... El 28 de julio, invitamos a toda la familia, y algunos amigos y compañeros de trabajo de los dos, entre ellos Ayako Wada, a celebrar la inauguración de la casa, con una barbacoa... Los primeros amigos llegaron sobre las nueve y media de la noche, con más comida, helados, botellas de cerveza.... y los últimos se fueron sobre las tres de la madrugada... Fue una de aquellas noches que no se olvidan... Mi compañera Ayako llevaba uno de sus impecables trajes de pantalón y chaqueta, lo que no podía contrastar más con Agustina, y sin embargo, estaban bien juntas (creo que ella también conoce a "los niños perdidos", a quienes de vez en cuando llevo regalos espectrales)... Hacía calor, como es lógico por esas fechas, y terminamos todos en la piscina... Interesante comprobar de qué manera la gente se relaja cuando está a gusto... y yo empecé a fijarme en algunas miradas que me dirigía Ayako...


Por supuesto, esta era el tipo de fiesta a la que jamás acudiría mi familia... Menos mal que hace algún tiempo que el contacto con ellos se había reducido al mínimo imprescindible... El mayor problema era que chocábamos los dos... Mi padre, tan "racional" y tan "tradicional", cuyo lema parecía ser "piensa mal y acertarás", que se opuso a que yo me fuera a Málaga en un primer momento, y se sintió ofendido cuando abandoné el periodismo por mi trabajo en el Hotel Imperial... Le faltó tiempo para soltar uno de sus sermones sobre los "repugnantes especuladores inmobiliarios, que estafaban a todo el mundo, y cuya única voluntad era el lucro personal..." cuando jamás había visto la casa, ni en bruto, ni casi terminada... No me compliqué la existencia, aquella noche de agosto... y le colgué el teléfono, a sabiendas de que tardaría bastante tiempo en hablar de nuevo conmigo... Pero nunca supuse que sería tanto...


Mi relación con mi padre nunca ha sido demasiado buena, siempre estaba ocupado, bien con su equipo y colaboradores en el Centro de Investigación Oncológica, bien con reuniones por toda España, para aunar esfuerzos... Un par de veces, D. Manuel Barbacid vino a tomar café en casa, es una de las personas más empáticas e inteligentes que conozco... Su motivación no podía ser más personal: su madre murió de cáncer siendo él muy joven... En casa, cuando estaba trabajando en su despacho, analizando documentos en varios idiomas a la vez, no podíamos hacer un solo ruido, y muchas veces mi madre nos metía a todos en la cocina, donde siempre hacía mucho frío, y aquél era nuestro territorio de juego preferido, entre las piernas de mi madre, y las de mi abuelo...


Era un apasionado de la música clásica, una eminencia, que sin embargo prefería levantarse dos horas antes los domingos, y ahorrarse dinero en las entradas del Auditorio Nacional. y su Dios era D. Alfredo Kraus... y por èl sigo escuchando música clásica...

Por supuesto, no era un padre cariñoso, lo intentaba a menudo, a veces lo conseguía... pero también tenía esos prontos de furia casi homicida, que nos aterraban... Más de una vez mi madre nos mandó a la calle, con el abuelo, mientras ella le calmaba... y mirando al balcón del quinto piso, buscábamos el trapo rojo con la mirada, antes de volver a subir...


A los trece años, comenzaron los enfrentamientos directos, empecé a vestirme de heavy, de macarra sobre todo para que le diera vergüenza salir conmigo, y lo conseguí... Terminaron los conciertos, los cines, las comidas en los restaurantes, salvo algunas salidas culturales que me interesaban de verdad, o aquél verano en Cambados (La Toja)... Yo buscaba mi estilo, o mi falta de estilo si lo prefieres así, pero cumpliendo el principio básico: Siempre, antes lobo que cordero... Más o menos como sigo vistiendo ahora cuando no tengo que trabajar en el Hotel Imperial, con mi traje de chaqueta, corbata, zapatos...


Él odiaba las motos, y creo que solo por eso, me empeñé en sacarme también aquél carnet, quizás por eso empecé a ahorrar a finales de los ochenta... Dejamos de ir al cine toda la familia, menos mi hermana, que lo sacaba de paseo los domingos, yo prefería ir al cine con Claudia, o a pasear con mi amigo Antonio, o con mi tocayo, "Ismael el canario", que también era un apasionado del cine...


Desde que me vine a Málaga, creo que solo vi tres veces a mi padre: el día de nuestra boda, el del bautizo, y aquella semana que pasaron con nosotros en la casa de la playa, cuando se vino con un montón de libros, y se indignaba por tener que "fumar en la calle, como los pobres"... Muchas veces, Yolanda quería que hablase con él, que me acercase, porque se iba haciendo mayor...

Nunca tuve ocasión... de intentarlo…


El veinticinco de noviembre de 2000, sábado para más señas, una de sus ayudantes, mientras supervisaba los últimos experimentos de la jornada, se extrañó de escuchar a Pavarotti, "E lucevano le stelle", saliendo de su despacho... No era raro que se quedase hasta tarde, sobre todo porque seguía fumando a escondidas, lo que era un secreto a voces... Al abrir la puerta, se lo encuentra derrumbado sobre la mesa de trabajo... Pensó en avisar a la ambulancia, pero al tomarle el pulso, llamó directamente al equipo forense... Muerte natural, "ocasionada por un aneurisma cerebral, aunque en la lengua se aprecian los síntomas inequívocos de un cáncer de lengua de tipo III..."


Mi madre me llamó en mitad de la noche, llorando... "Papá ha muerto hace dos horas... Está en el Tanatorio de la M-30..." No me lo pensé dos veces, era mi padre y, a pesar de todo lo que había pasado entre nosotros, alguna parte, escondida, recóndita, de mí... le quería... Desperté a Yolanda (Luis ya estaba despierto por la llamda), le conté lo que había pasado, y me puse el mono integral de cuero, los auriculares con el teléfono incorporado, el GPS, me subí a la Harley, y comencé el viaje a las dos y cuarto de la madrugada. El MP4 desgranaba una extraña selección de canciones, estilos, aleatorio, pero que me ayudaba a no pensar... o a pensar...


No había amanecido por completo, en todo caso eran sobre las seis y media de la mañana, cuando aparqué en la puerta del tanatorio, en la zona reservada a los familiares. Es cierto, igual mi mono negro integral y mi casco polarizado, sin contar con las gruesas botas y los guantes, intimidaban un poco, pero conseguí que me dijeran dónde estaba mi padre: en la cabina número 3... Estaba solo, tras el cristal, su rostro era sereno, no recordaba que tuviese tantas arrugas... y como deferencia hacia su profesión, o sugerencia de mi hermana, llevaba puesta su bata de hospital, por encima de un elegante traje de chaqueta...


Siguiendo con el plan previsto, saqué de la pequeña mochila un segundo MP4, donde estaban algunas de aquellas arias y movimientos de música clásica que él tanto amaba, lo conecté a unos diminutos altavoces, y lo puse todo sobre la mesita, junto al cristal. Al menos, aquella madrugada no fue el silencio su compañero, sino "su música", que muchas veces quedaba ahogada por mis sollozos... Entraron un par de veces, supongo que personal de mantenimiento, o de atención al cliente, pero al verme, con una rodilla en tierra, mirándole fijamente, ansiando poder tocarle por última vez, yo, todo un hombretón con mi metro setenta y poco, pero que en aquél momento parecía más bien un caballero de negra armadura velando a un rey muerto... fuera quien fuera, ambas veces, volvió a salir...

"La mort de mon père"... La muerte de mi padre... Lo que yo estaba muy lejos de imaginar era que no había vivido, todavía, el momento más amargo...

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