A mediados de mayo, nos comunicaron que el principal accionista de la empresa, el señor Hatori Hanzo, estaba realizando una inspección por los hoteles de España (Madrid, Málaga, Marbella y Barcelona), para evaluar en nuestro caso si las estrategias que habíamos puesto en marcha hace casi seis meses estaban demostrando o o su efectividad. Incluso estando convencidos, por los datos y las cifras, de estar consiguiendo los objetivos, es decir, convertirnos en el hotel de referencia para todos aquellos acontecimientos importantes de tipo comercial o de negocios, como la "Feria del Automóvil", "Todo Boda 2000" o el "Congreso de nuevas tendencias en Medicina Deportiva y Dopaje"...
Pero de todas formas, la posibilidad de ver en persona a una persona capaz de crear un imperio económico desde la nada, con la ayuda de sus tres socios, y de mantener el control del mismo durante más de cuarenta años, a pesar de las Opas hostiles, no dejaba de ser un privilegio... Nuestra cita estaba fijada a las dos de la tarde, del jueves uno de junio de 2000. Dos limusinas Mercedes aparcaron en el acceso al Hotel, que habíamos mantenido despejado con unas vallas desde la una, y de ellas bajaron una decena de japoneses, todos ellos con el mismo traje de chaqueta, y una corbata que parecía exactamente igual... Se supone que uno de ellos era el señor Hanzo, y los demás, sus ayudantes, consejeros y, posiblemente, guardaespaldas.
Se produjo un momento de incómoda tensión, porque no existía mayor ofensa que no saludar a la persona adecuada... Todos ellos eran muy parecidos, al menos, para los ojos de un occidental, igual que nosotros les parecemos iguales, pero entonces recordé uno de los últimos detalles de Ayako Wada, nuestra directora de Marketing y principal asesora en la visita, me hizo memorizar la noche anterior: que el señor Hanzo llevaba siempre una flor de lis de oro en alguna parte de su indumentaria... No podía quedarme más tiempo parado, el director del Hotel me había convertido en el responsable de la reunión... Caminé los cuatro pasos más largos de toda mi vida, convencido de equivocarme, puesto que el señor mayor ligeramente calvo no parecía el dueño de un imperio... Y de repente, observé el brillo del oro en la montura de la gafa del segundo hombre a su izquierda: una diminuta flor de lis...
Rectifiqué pues mi rumbo, y le saludé con una reverencia llena de respeto, que Ayako me había obligado a repetir tantas veces los días anteriores, hasta generar un tremendo dolor en las lumbares, a una caballero de no más de cuarenta años, con el físico de un deportista consumado, y un corte de pelo casi al cero. Me enderecé, y le saludé, en español, pero con Ayako a mi izquierda, por si era necesario traducir la respuesta: "Señor Hanzo, es para mí un placer recibirle en el Hotel Imperial, en nombre de todo el equipo y de toda la dirección. Mi compañera, la señorita Ayako Wada, también estará a su disposición..."
Sin embargo, me respondió, en perfecto castellano: "Señor Ismael Rodríguez, no se preocupe, hablo con fluidez su idioma desde hace muchos años... De todas formas, es con ustedes dos con quienes deseo hablar a continuación, pues tengo entendido que son los mayores responsables de los cambios en el Hotel... Como sé que de momento no disponen de un "spa" para los clientes vip en el hotel, me he permitido reservar para nosotros el "Monte Olimpo". Pasaré a buscarles a los dos dentro de una hora y media, no olviden el bañador... pues tenemos muchas cosas de las que hablar..."
Y una vez dicho esto, nos saludó cordialmente, y se encaminó a su habitación, dejándonos a todos con la boca abierta, entre muchas reverencias, eso sí, y cordialidades varias... Lo que en el fondo importaba era que Ayako y yo disponíamos de una hora y media para la "Operación Olimpo"... es decir, para acercarnos al centro de belleza, y gestionar de inmediato un servicio de depilación lo más integral posible para mí.... y un repaso donde fuera necesario para ella... Porque recordé a tiempo que el señor Hanzo odiaba el vello corporal... Y allí nos metieron, en dos cabinas gemelas... Cuando empezaron con mis piernas, pedí algo para morder, y me dieron un par de rulos de goma espuma... Lloré como un niño, grité un poco... y comprendí a Yolanda cuando se quejaba de lo que dolía la cera caliente... Quedé "todo igual de liso que el culito de un bebé, mi arma", que dijo la sociópata torturadora... Pero no lo repito... al menos, estando consciente... Luego, nos fuimos de compras: un bañador elegante para mí, y un bikini negro para Ayako, a cargo del hotel...
Yo conocía el interés que los japoneses tenían por la limpieza, por tener el cuerpo en buena forma, y algunos conceptos del shintoísmo, pero tras aquella tarde en el salón de masajes y "spa", comprendí mejor su interés: un ambiente cómodo y relajado favorece las negociaciones... Entre los tres fuimos revisando la estrategia para el Hotel Imperial, y para el nuevo centro de Marbella, donde directamente instalaríamos nuestro propio "spa", al mismo tiempo que se valoraría la posibilidad de instalar una piscina cubierta con cristales correderos en una parte del jardín, aunque para ello fuera necesario renovar parte de las instalaciones de agua... También se decidió potenciar las relaciones con diversas instituciones mercantiles y económicas... aunque lo más importante fue sentirme apoyado por el grupo, que estuvieran satisfechos con la labor del equipo...
Después de las distintas piscinas y chorros de agua, nos dieron un excelente masaje relajante... y me sorprendí pensando en lo hermosa que era Ayako Wada, una hermosísima mujer, además de muy inteligente... pero que se encargaba de esconder su belleza con algunos trajes de chaqueta que no le sentaban demasiado bien... aunque supuse que se trataría de algo cultural... Otra cosa importante fue resolver el nombre del señor Hahori Hanzo: desde finales del siglo XIX había sido un título honorífico que se otorgaba a todos los "tai-pan" de la corporación... Aquella noche, cené con el señor Hanzo y algunos miembros de su equipo y del mío, en un restaurante típico malagueño, aunque nos retiramos pronto, puesto que a la mañana siguiente emprendería el viaje pronto, rumbo a Marbella... lo que no impidió que yo me despertara aún más pronto que él, para coger la moto y despedirnos adecuadamente...
Por cierto, Yolanda se pasó dos semanas enteras riéndose de mis quejas hasta que me crecieron de nuevo los pelos de las piernas... Pero no dejaba de tener su morbo el no saber qué pierna estabas tocando.
Yo conocía el interés que los japoneses tenían por la limpieza, por tener el cuerpo en buena forma, y algunos conceptos del shintoísmo, pero tras aquella tarde en el salón de masajes y "spa", comprendí mejor su interés: un ambiente cómodo y relajado favorece las negociaciones... Entre los tres fuimos revisando la estrategia para el Hotel Imperial, y para el nuevo centro de Marbella, donde directamente instalaríamos nuestro propio "spa", al mismo tiempo que se valoraría la posibilidad de instalar una piscina cubierta con cristales correderos en una parte del jardín, aunque para ello fuera necesario renovar parte de las instalaciones de agua... También se decidió potenciar las relaciones con diversas instituciones mercantiles y económicas... aunque lo más importante fue sentirme apoyado por el grupo, que estuvieran satisfechos con la labor del equipo...
Después de las distintas piscinas y chorros de agua, nos dieron un excelente masaje relajante... y me sorprendí pensando en lo hermosa que era Ayako Wada, una hermosísima mujer, además de muy inteligente... pero que se encargaba de esconder su belleza con algunos trajes de chaqueta que no le sentaban demasiado bien... aunque supuse que se trataría de algo cultural... Otra cosa importante fue resolver el nombre del señor Hahori Hanzo: desde finales del siglo XIX había sido un título honorífico que se otorgaba a todos los "tai-pan" de la corporación... Aquella noche, cené con el señor Hanzo y algunos miembros de su equipo y del mío, en un restaurante típico malagueño, aunque nos retiramos pronto, puesto que a la mañana siguiente emprendería el viaje pronto, rumbo a Marbella... lo que no impidió que yo me despertara aún más pronto que él, para coger la moto y despedirnos adecuadamente...
Por cierto, Yolanda se pasó dos semanas enteras riéndose de mis quejas hasta que me crecieron de nuevo los pelos de las piernas... Pero no dejaba de tener su morbo el no saber qué pierna estabas tocando.
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