domingo, 8 de mayo de 2011

46. COMENZANDO UNA VIDA.

Las parejas se pueden dividir en muchos grupos... pero lo más habitual es hacerlo entre "los que tienen hijos" y "los que no tienen hijos"... Todo lo demás es superfluo: si lo tienen porque lo andaban buscando, por un error, por amor, por una decisión madurada, por una noche loca... y, por supuesto, está nuestro caso, el de Yolanda e Ismael, quienes habían hablado varias veces del tema, pero sin darle mucha importancia, con un trabajo, un nivel de ingresos aceptable, el apoyo de la familia... y salud, por encima de todo, salud...

Quizás, para mí todo fuera más fácil: estaba completamente enamorado de Yolanda desde el año 1991 (desde el primer momento en que nos vimos, junto a la piscina), y también tenía claro que ella era la mujer de mi vida... Simplemente, tuve la suerte, y el coraje, de ir a buscarla, desde Murcia hasta Málaga, en uno de los periodos más amargos de mi vida... Y la enorme suerte de que tantos años escribiéndonos, hablando por teléfono, intercambiando mensajes, nos hubieran colocado en el lugar preciso, en el limbo entre la amistad y el amor...

Mas ahora mismo, no me atrevo a imaginar lo que habría sido mi vida, si ella, Yolanda, me hubiera respondido que no...

Aquella tarde, la del "laticidio" en las escaleras de la calle San Lorenzo, incluso con la surrealista escena del "predictor", fue una de las más felices de toda mi vida, por lo menos, hasta el momento... "Estamos embarazados", aquellas fueron sus palabras exactas... En aquél momento, como dos auténticos novatos en estas lides, empezamos a preguntar a ciertos amigos de confianza, a buscar datos en internet, leer todo lo que nos parecía útil...

Lo de casarnos, fue toda una aventura, pero Málaga es una ciudad pequeña, y es más fácil admitir que un "teórico sietemesino" nazca con el peso de un bebé de nueve meses (tres kilos ochocientos, ni más ni menos), a que una pareja "más o menos bien" tenga un hijo fuera del matrimonio... El legado, y sobre todo la condición de doña Clotilde como Benefactora del convento de San Agustín nos ayudó sin duda alguna a acelerar los trámites... La aventura del traje de la novia fue digna de recordarse: nuestra costurera, casi hasta el último momento, estuvo ajustando el fajín, la cola, añadiendo bandas elásticas por si fuera necesario, y cosiendo las últimas puntadas sobre el cuerpo de Yolanda (“la increíble mujer extensible”, como decía ella), cuando faltaban menos de dos horas para la boda....

Menos mal que hasta aquél momento, no había engordado mucho... Más tarde, se escucharon muchos comentarios del tipo: "¡Pero qué guapa está la novia, como una embarazada!", o bien "Blanca, por supuesto, pero radiante... no... ¡Hermosísima!"

Cuando regresamos de nuestro viaje de bodas por París y Lanzarote, quedamos con los amigos más íntimos en una cafetería de la calle Larios, y por supuesto, les contamos la verdad... Y nos respondieron que ya lo sabían, casi desde la aventura del "predictor", pues se lo contó la boticaria... Un cariñoso saludo para ella...

Y aquí estábamos, dispuestos a comenzar nuestra vida de padres primerizos, sonriendo con cara de bobos, mientras las visitas pasaban a la habitación, alababan siempre a la madre y al bebé (y al padre, que le den), y luego nos dejaban algún regalito para la "feliz pareja" (parece que allí también entraba yo... En los dos días de internamiento, cayeron: cuatro "mañanitas" para recién nacido, tres pijamas amarillos, dos azules, y uno rosa (¿no sabía que era un niño?), un cambiador de viaje, diez cajas de bombones (algunas de ellas no salieron de la habitación)...

Pero lo que más ilusionó a Yolanda fue... un jamón de Jabugo pata negra, con su jamonero y cuchillo… Nunca le han entusiasmado los embutidos, pero el jamón serrano siempre ha sido su debilidad... Tuve que prometerle abrirlo con ella, en casa, porque amenazaba con empezar a devorarlo allí mismo, a mordiscos si hacía falta...

Y volvimos a casa de sus padres... y sin familiares ni amigos (todos ellos tenían que trabajar), le haces frente a los quince días más duros de toda tu vida: solito, en casa, con tu mujer (que suele estar bastante maltrecha), y pobre de tí como le hayan hecho la "episiotomía"... Pero también estás con "eso", que parece ser una miniatura de los dos... hasta que se hace notar, y siempre de tres maneras, tal vez cuatro: cagar, mear, vomitar y llorar...
Es curioso, todo el mundo te habla de lo "hermoso que es ser padre", de "todas sus satisfacciones", de la alegría de "tener a tu hijo en los brazos", de la "paz que trae su sonrisa”... Pero, curiosamente, nadie te dice que es algo hermoso, hasta que se hace caca en los pañales, y te parece increíble que puede oler tan mal la mierda de una cosa tan pequeña... Y por supuesto, nadie te enseña cómo limpiarlo... Yo vomité... las tres primeras veces: siempre he tenido hiper-olfato... Quizás cuentan como "satisfacción" el ponerle en tu hombro, y darle un par de caricias, para que eche los gases... pero se olvidan de comentar que puede vomitarte encima, con esa mezcla de leche materna parcialmente digerida y cualquier otra cosa extraña...

Una de las máximas satisfacciones de Luis era hacerse caca, pero con ganas, cuando yo era el único adulto "hábil" en la casa... Me equipaba como un científico: guantes dobles, corro, bata que quirófano, tapones de cera perfumada en las narices, pinzas para manipular el pañal... Él, tan tranquilo, berreando; Yolanda, desde la habitación preguntaba "¿Va todo bien?"...

 Y yo pensando en cualquier otra cosa para evitar las arcadas, abrir el pañal sobre el cambiador, extirpar al bebé de esa "cosa", limpiarle con las toallitas húmedas, y por supuesto, ir tirando todas aquellas "cosas" que me molestaban al cubo de basura rojo, con la inscripción "Peligro biológico", que nos regalaron los hermanos... Y luego, cuando tienes todo más o menos listo, y le coges, como en las películas, para comprobar si va todo como es debido... es cuando se te hace pis en la cara...

Además... hay veces en las que el niño te sale cantante de ópera, sobre todo a la hora de la siesta... o a las tres de la madrugada... Ya comprendo la insistencia en que los hombres tengamos quince días de permiso por nacimiento de nuestro hijo: las hormonas se nos disparan hasta la estratosfera, sobre todo las feromonas (creo que incluso estuve generando leche un par de días...), y todo nuestro universo se limita a dos personas: a nuestra mujer... y a nuestro hijo...

¡Si al salir a la calle para comprar el pan y el periódico, lo hacía con el teléfono móvil encendido, por si pasaba algo! Bueno, y si me pasaba una hora fuera, típico, ir a la farmacia a recoger los pañales, cremitas y mil cosas parecidas, poco menos que me esperaba una hecatombe... Olvidando, por supuesto, que Yolanda era una mujer perfectamente válida, y que había "criado" durante varios años a sus hermanos... Yo, sin embargo, no sabía nada del tema: era algo tan sumamente nuevo para mí, que pensaba que Luis (jamás le hemos llamado "Luisito", ni él lo ha consentido) se me podía romper si lo cogía en brazos, o se tirarse desde el cambiador...

A veces, con todo el equipo al completo (Yolanda, sus padres, sus hermanos... y alguna vecina), el que parecía sobrar en aquél ambiente lógico y ordenado, era yo... Por eso, cogía la moto, y me iba al trabajo, para estar al tanto de las negociaciones, las reuniones y el grado de motivación de los departamentos implicados...

Pero tuve la grata sorpresa de comprobar que yo no era imprescindible... Necesario, siempre, puesto que en aquellos momentos, era quien mejor conocía el mundo de la comunicación empresarial y corporativa; y mi "desbordante imaginación" era muy necesaria, pues hasta aquél momento, el Hotel Imperial se había dedicado por completo al turismo ordinario, y nuestro equipo pretendía reorientarlo hacia el empresarial...

Durante aquellos quince días, sobre todo, aprendí a hacer frente a lo imprevisible, comencé a entrenarme para tener perro (si podía limpiarle el culo a un bebé embadurnado...), a reanudar el sueño en mitad de la noche cuando Luis nos dejaba...

Y también comprendí que me estaba embarcando, con Yolanda, en la aventura que deseaba desde hace tantos años: ser padres...

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