Hasta aquella madrugada, cuando Yolanda me habló mientras yo seguía arrodillado a sus pies, pidiendo a un diosecillo mayor o menor, incluso a los antiguos cultos de la Madre Tierra, que por favor no me la arrebatase, porque sin ella nada, ni mi vida, ni el mundo, tenía sentido; en esos momentos, en los que nada se encuentra en su sitio; y cuando habría vendido mi alma al diablo (suponiendo que tuviera algún valor para alguien, y que yo creyera en esas cosas)... Escuchar de nuevo la voz de Yolanda, aquellas dos palabras, "Levántate, amor", me hicieron reaccionar... Era casi un milagro, verla de nuevo, poder hundirme en sus inmensos ojos, para encontrar en ellos la fuerza... Todavía llorando (seguro que fue una mujer quien escribió que "los hombres duros no lloran", y nosotros hemos sido tan imbéciles como para seguir defendiendo aquella teoría, garabateada quién sabe en qué ciudad en cualquier momento de la historia), cogí su mano, con miedo, por la cantidad de tubos, cables, sensores y monitores a los que estaba conectada...
Y la besé... no pude evitarlo... porque entonces y solo entonces, recuperé la esperanza...
Nos pasamos la noche en vela, hablando a ratitos, de todos aquellos temas para los que jamás habíamos tenido tiempo, desde el nombre de nuestro hijo (se llamaría Luis, por mi abuelo), hasta las actividades extra-escolares en las que participaría (mi sugerencia de la esgrima no fue aceptada... pero sí la del Judo), o si tendría un perro o un gato como mascota (en eso nos equivocamos: la primera que tuvo fue una culebra de agua... y la capturó él solito, a los diez años)... Pero también reflexionamos sobre nuestra vida, a corto y medio plazo: después de un problema como éste, no era prudente, según el doctor Pedraza, que Yolanda estuviera subiendo y bajando escaleras durante una temporada, incluso lo más adecuado sería que mantuviera reposo durante un mes, prácticamente sin salir de casa... Esto descartaba, al menos de momento, el regresar a nuestro pisito... pero aquél era un tema que ya habíamos tratado Catalina y yo la tarde anterior: el vivir con ellos una temporada, siempre que a Yolanda le pareciera bien... Al principio, se asustó un poco: "¡Vivir de nuevo todos juntos, pero estando casados!¡Con el carácter que tienen mis hermanos, y lo mandona que es mi madre!¿Lo habéis pensado bien?" Sin embargo, un solo gesto bastó para que accediera: sin soltar su mano izquierda, la llevé sobre su vientre, donde ya era bastante evidente la presencia de nuestro hijo... "Vale...", me dijo, sonriendo... "pero si surgen problemas con mis hermanos, te encargas tú..."
En algún momento de aquella larguísima madrugada, me quedé dormido, sin por ello soltar la mano de Yolanda... y fueron su cara, sus labios, sus ojos, lo primero que vi al despertar... Segundos antes de que Borja me acercase una taza de café del "Starbucks"... No me atrevía a cogerla, sobre todo, porque no me fiaba mucho de él y de su peculiar sentido del humor, pero aquella vez no dijo nada raro: "Toma, hermanito, que te lo has ganado..." Que te dijera esto una persona a quien le sacabas casi diez años, pero de dos metros y pico de alto, te hace sentir, como poco, extraño... Luego comprendí su venganza: me había puesto...¡¡¡sacarina!!!
Los médicos hicieron su visita a las nueve de la mañana, y consideraron que podríamos volver a casa, en ambulancia, la mañana siguiente... Se había producido un pequeño desgarro en la pared del itero, desprendiéndose parte de la placenta, pero con la intervención realizada la víspera se habían conseguido suturar los vasos y reubicarlo todo en su sitio... A mí, todo esto me sonaba a chino, pero lo único importante era que Yolanda y nuestro futuro bebé estaban bien... Durante toda la jornada, vinieron algunas visitas, por suerte no demasiadas, aunque yo no tuve más remedio que coger un taxi, pasarme por el hotel para llevarle una fotocopia del parte de baja a mi jefe (el entrevistador del grupo se había marchado ayer por la tarde, comentando que "nos comunicaría los resultados del la valoración en su su debida forma y momento"), seguí la ruta hasta la consultoría donde trabajaba Yolanda (¡y yo me quejaba de los interrogatorios en los procedimientos de selección!), y conseguí llegar a casa, no sin antes hacer una escala en la casa de nuestra vecina, para darle las gracias, subí como pude los últimos escalones y me desplomé, agotado, sobre la cama, cuando faltaban unos minutos para las doce de la mañana... Uno de mis últimos pensamientos fue que,de haber tenido un perro, aquella mañana, tendría que haber usado el cuarto de baño...
A las cinco de la tarde, la insistente sirena del móvil me despertó de un sueño corto pero reparador... Mientras me duchaba, programé la cafetera, me puse ropa limpia y cómoda, pues todo lo que había llevado el día anterior estaba impregnado de olor a hospital, y no es uno de mis olores favoritos... También preparé una pequeña maleta, con ropa limpia para Yolanda (me dijeron que lo mejor serían un par de vestidos de entretiempo, algún abrigo ligero o gabardina, y sobre todo, un calzado cómodo... ¿Qué tendrá el aroma del café recién hecho, que resucita incluso a los muertos? Le puse dos cucharadas y media de azúcar, un tercio de leche de soja, y me senté unos minutos, para contemplar los que, durante tantos años, habían sido nuestros dominios... La cocina americana, con su barra de separación, los electrodomésticos, la vitro... Lugares con recuerdos propios... El salón - comedor - despacho compartido, con la mesa sobre borriquetaspara que puedan vernos, aunque no estemos aquí"), también, lleno de fotos y de recuerdos, entre otros las entradas del "Louvre", los billetes y la factura del restaurante en la "Tour Eiffel", un par de folletos de "los Jameos del Agua" de César Manrique... y, por supuesto, la primera foto que nos hicieron juntos, la mañana en que nos conocimos...
A las seis de la tarde, cogí un taxi para ir al hospital (la moto la había dejado en una zona de aparcamiento permitido, porque no me encontraba en condiciones de conducir aquella mañana), dispuesto a pasar una noche más, con la mujer de mis sueños, mi mejor amiga, mi compañera (y mil otras cosas más, que en aquél momento no acudían a mi mente): Yolanda... Borja, David y Catalina se habían encargado del turno de día, organizando relevos para las comidas, y preparando algunas cosas en casa de sus padres: nos habían instalado en la habitación de Yolanda, porque no tenía mucho sentido que durmiéramos separados después de casarnos, ¿verdad? Pues bien, lo más curioso es que eso fue precisamente lo que recomendaron los médicos en su visita de la tarde: "es mejor que la paciente duerma sola una semana, para evitar presuntos golpes o roces que puedan afectar a la zona de la operación..."
Por supuesto, lo que yo no podía imaginar era con quién pasaría algunas de esas noches... Pero esa es otra historia....
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