martes, 17 de mayo de 2011

50. VOLVIENDO A LA REALIDAD.

La primera vez que Yolanda tuvo que dejarme a Luis, para que lo llevase a la guardería que estaba junto al hotel, no sé quién lloró más, si la madre o el hijo… Al principio, los cuatro meses y medio de permiso de maternidad te parecen un mundo, demasiados días incluso, y quizás por eso mi mujer aprovechó para formarse en otras ramas de la psicología… Pero nada podía prepararla para el trauma de separarse de “su hijo”… y menos si me lo llevaba en moto… Estuve buscando distintos tipos de petos, para ubicarlo sobre mi pecho, y le puse también unas gafas y un casco de motorista a su medida, que también protegía sus oídos…

Antes de aquél primer viaje, ya habíamos dado unas cuantas vueltas a la manzana, salido varias veces a la carretera, y Luis parecía disfrutar con ello… No se asustaba por el tiempo, ni el viento, ni nada, mi pequeño explorador de cinco meses, y el rugido del motor le ayudaba a dormir… En ese aspecto, nunca ha sido un chico “normal”, ni siquiera cuando empezó a gatear… Pero sigamos con su rutina de “bebé que se incorpora al mundo porque su mamá trabaja”. Las primeras veces que le dejé en la guardería, no fue sencillo: en cuanto bajábamos de la moto, se ponía a llorar, intentaba agarrarse con sus manos diminutas al mono de cuero… Sin embargo, se tranquilizaba en los brazos de Agustina Golden García, creo que si fuera un gato, incluso se pondría a ronronear… No sé, hay algo en la mirada de esta mujer, que inspira confianza: sabes que con ella no puede pasarle nada malo, ni a ti…

A la hora de comer, seguía en la guardería, a pocas calles de distancia de la casa de los abuelos, y después de la siesta, Catalina iba casi siempre a buscarle… Es cierto, a veces rezongaba, comentando que “es una vergüenza, estos padres desnaturalizados que abandonan a sus retoños”, pero siempre con una sonrisa en los labios, y paseando, orgullosa, a su nieto por las calles aledañas, y en algunas ocasiones, cogía el autobús, para llevarlo a la playa. Era una suerte el que ella tuviera las tardes libres, para hacerse cargo de Luis, porque nos habría sido difícil hacerlo nosotros. Un par de veces, aparqué la moto a varias calles de distancia, y la seguía en silencio, o me quedaba en el quicio de un portal… En cierto modo, era como ver a Yolanda de mayor, pues Catalina era también una mujer menuda, atractiva, bien conservada… Siempre tiendes a hacer comparaciones entre una madre y su hija, pero sin hay algo de lo que estaba seguro, era de que Luis y yo nos encontrábamos en las mejores manos posibles.

Quien llevaba peor la separación cada mañana era Yolanda, intentaba demorarla todo lo posible, con un último abrazo, un último beso, revisando la mochila con sus cosas, comprobando que el pañal estuviera bien puesto. Estoy seguro de que varias veces, llamaba a la guardería “Angelito Negro” para com-probar que todo iba bien… Su trabajo estaba bastante lejos de la guardería y de casa de sus padres, y nos poníamos de acuerdo para efectuar la recogida, aunque de todas formas, más de una tarde aparecíamos los dos delante de la casa de Julián y Catalina. Si llovía o hacía mal tiempo, dejaba la moto en el garaje, y cogía el “Smart”. Es un cochecito majo y apañado, pero solo cabemos Luis y yo...

Terminó octubre, y se realizaron cambios, a mejor, en el Hotel Imperial. Parece que teníamos una epidemia de embarazadas entre el personal: de las cincuenta mujeres (en todos los rangos) de la plantilla, más del sesenta por ciento estaba embarazada, a punto de parir, o con bebé en edad de estar en una guardería. Por eso, nos reunimos con Ayako Wada (directora de Marketing) y Francisco González (de RRHH), para poner en marcha un nuevo proyecto, dentro de la renovación de la imagen corporativa de la empresa: una guardería gratuita para todos nuestros empleados y los clientes. Por su proximidad a la salida de emergencia, y por dar al jardín particular, se ubicaría entre la sala de reuniones existente y las habitaciones 113 y 114. Las reformas, mínimas pero necesarias para ajustarse a los requisitos municipales y garantizar la comodidad de todo el mundo, pero sobre todo de nuestros clientes, permitieron de disponer de dos espacios divididos en zona de juego y de descanso, incluyendo un pequeño “office” y un cambiador. Estimamos que nos bastaría con cuatro personas, divididas en dos turnos, y yo propuse que una de ellas fuera Agustina Golden García… El paso del tiempo me dio la razón en este aspecto…

Un mes después, en noviembre, se realizó una encuesta de valoración de la iniciativa por parte de los empleados y de los clientes, y los resultados no pudieron ser más positivos… salvo un extraño comentario, donde hablaba “la gran labor de Agustina Golden con los olvidados y los dolientes”... ¿Olvidados y dolientes? Por alguna razón extraña, aquél comentario despertó mi interés, y me prometí localizar a la persona que había escrito aquellas palabras… Pero en la esquina superior derecha estaba marcada la casilla de “cliente”… no había ningún teléfono de contacto… y terminé ocupándome de otros asuntos más urgentes… Como preparar la gran cena de Fin de Año, con el Cotillón incluido… y la velada especial de Navidad.

Normalmente, y según lo indicaban los años anteriores, la ocupación en las habitaciones del Hotel descendía al cuarenta por ciento, antes incluso de habernos especializado en dar apoyo logístico para las grandes ferias y eventos. Nadie quiere estar fuera de casa en Navidad, ni lejos de los suyos, y menos aún, en otro país. Es más, la temporada más floja del año solía ser precisamente la comprendida entre ambas fechas…

Siempre se pueden hacer cosas distintas, tratar de explorar nuevos mercados, buscar grupos de personas que puedan estar interesados y aprovecharse de nuestras ofertas. Hay que reconocerlo: en Málaga nos da mucha pereza, mucho coraje, el tener que trabajar con y para la familia, en ciertas fechas. Y seguro que hay gente interesada en una agradable cena de navidad con la familia al completo, aprovechándose de buenos precios y de la inmejorable calidad de nuestros restaurantes, que estaban considerados entre los diez mejores de Málaga... Quizás fuera una apuesta arriesgada, pero decidimos convertir la cena de Navidad en un acontecimiento familiar, incluyendo “buffé” libre o platos a la carta, tanto fríos como calientes, de forma que todos los miembros de la familia encontrasen platos de su agrado, con veinte primeros, veinte segundos, cuarenta postres, además de los platos especiales bajo pedido. Como en este tipo de eventos, se podían hacer reservas para familias, para grupos, con mejor precio… y luego, estaba la oferta para parejas, que incluía si el cliente lo deseaba, la habitación de hotel para pernoctar.

Solo organizamos un turno de cenas, comenzando a las ocho y media de la tarde… Fue necesario contratar un grupo especial de pinches, para garantizar que la comida estuviera siempre reciente, y de la mejor calidad. Todo lo que eran platos fríos comenzamos a prepararlos a media tarde (ensaladas, “crudités”, gazpachos, cremas frías, macedonias, frutas del tiempo…), y los primeros platos calientes, a las ocho menos cuarto. Por supuesto, teníamos funcionando a pleno rendimiento las dos cocinas, los dos “chefs”, Auguste Gousteau y Jean Valjean, y la colaboración especial de Mortimer Blake…

Yo quería estar con mi familia, en aquella fecha tan señalada, por ser la primera de Luis, así que gestioné con los compañeros de la recepción (a quienes no dudaba en apoyar cuando era necesario) para conseguir billetes a buen precio para mis padres, mi hermana y su novio (un bohemio llamado Alfonso Coronel Blanco, fotógrafo de cierto prestigio en el mundo de la moda madrileña), además de dos noches de hotel, que cargué a mi cuenta. Por si acaso Catalina, Juliá, Borja y David deseaban apuntarse, se lo consulté… y me respondieron que estaban encantados, pero “solo si vienen también nuestras novias, Cristina y Catalina”…

Por si acaso, y conociendo tan bien a mis hermanos políticos, los coloqué en dos “junior suite”… igual que para Yolanda y para mí… y el pequeño Luis… Ninguno de nosotros podía saber que aquella sería una de las últimas ocasiones en las que toda nuestra familia  estaría reunida…

La cena fue todo un éxito: el comedor estaba abarrotado, se sirvieron más de seiscientas cenas completas y, continuando con la misma política, todas las bandejas que tenían comida sin tocar se empaquetaron enseguida, y se distribuyeron entre los distintos come-dores sociales y asilos de la ciudad…

No hubo ninguna queja, el personal propio y el contratado para la ocasión demostró su competencia de manera excepcional… Los cocineros y todo el personal fueron invitados  dar una vuelta de honor a medianoche, y ovacionados por todos los clientes y personal del Hotel. Incluso las críticas de los medios de comunicación más cercanos fueron positivas…

En cuanto a las pernoctas, alcanzamos el ochenta por ciento de ocupación, más del doble de cualquier otra navidad desde que la corporación “Natori-Fujita” había adquirido y refor-mado el Hotel. Y sobre nuestras familias… todos nos quedamos a dormir allí… Aunque mis padres se hicieron cargo de Luis aquella noche, quizás como regalo o agradecimiento, o simplemente porque les apetecía…

Y Yolanda y yo pudimos disfrutar tranquilamente de la noche por primera vez en mucho tiempo… Igual que Borja y David… y mi hermana, porque cuando coincidimos en el comedor al mediodía, todos teníamos la misma cara de sueño… y al mismo tiempo, de haber disfrutado, que terminamos riéndonos los ocho… muy bajito, por culpa de la resaca…

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