Al margen de no venir con el ansiado manual de instrucciones debajo del brazo, y de no tener el útil dispositivo para avisar cuando van a dar rienda suelta a sus instintos primarios, tener hijos no es una mala experiencia, en cuanto asumes los cambios, irreparables, que se producen en la misma…
Una noche, en la que no podíamos dormir por el calor a pesar de los ventiladores, Yolanda y yo los pusimos por escrito… y quedó una curiosa lista:
a) Se acabó el salir con los amigos, sobre todo de noche.
b) Se acabó el recibir amigos en casa hasta tarde, como mucho a merendar.
c) Quien manda es el niño, siempre y en todos los aspectos de tu vida, pero sobre todo, en tu tiempo libre y en tus horas de asueto.
d) El sexo… regresa al pasado, pero sin parte posterior del coche, y pendientes de cualquier lloro o berrinche. Es casi una actividad clandestina…
e) Los niños lo ven todo: ubicar la cuna en tu habitación a veces ni es lo más cómodo, ni lo más práctico.
f) Hacer la compra para el niño, las cosas más básicas (leche, pañales, toallitas, esponjas, champús…) te costará siempre el doble de lo que adquieras para ti… y también abultará el doble…
g) Cualquier desplazamiento para pasar la tarde fuera, sobre todo al principio, será un absoluto caos, y después de revolver toda la casa, el chupete estará en un rincón del carrito…
h) La conducción de carrito debería considerarse un deporte de riesgo, para los padres y los peatones.
i) Una simple salida de fin de semana, por ejemplo, para visitar a los abuelos, siempre se convertirá en el Desembarco de Normandía… a la décima potencia…
j) Los abuelos siempre hacen las cosas mejor que tú, “la prueba, mira lo guapa que nos ha salido la niña”…
k) Los abuelos no son canguros, y menos mis suegros…
Es decir, y por mucho que insistan las revistas, cada niño, y cada padre, es un mundo, no hay soluciones universales… Al principio, igual que en la película “Los padres de ella”, intentamos ferverizarlo, es decir, dejarle llorar y llorar sin cogerle (solo nos faltaba el ritmo de los mariachis)… Pero eso, lo puedes hacer solo de día, que todos conocemos el escaso aislamiento acústico de las viviendas de la playa… Y más de una vez, se presentó en casa el vecino… con bastante mala cara…
No sé de quién habrá heredado la costumbre, posiblemente de mi rama de la familia, pero le apasiona la música clásica muy bajita, sobre todo la de violín, y la única forma de que se duerma profundamente es dándole largos paseos por el pasillo… Y que lo haga yo… Si Yolanda quiere conseguirlo en el mismo tiempo (escasos minutos, poco más de diez), tiene que ponerse una de mis camisas del día anterior… Y el efecto combinado de nuestros dos olores consigue el milagro…
Fueron pasando los meses, entre lloros, biberones, papillas, potitos, pañales, y yo no paraba de intentar descubrir un método para que usara el orinal antes de tiempo, o al menos informase de sus intenciones con bastante tiempo para evitar el desastre… Yolanda se reía de mis esfuerzos, “¡Pero si es muy pequeño!”, me decía…
Terminaron los cuatro meses y medio del permiso, pero la vida seguía para nosotros, con sus alegrías y sus penas, y sobre todo, sus ilusiones… A veces, con mis horarios de trabajo, que algunos eventos y conferencias requieren más tiempo que otros para ser organizados, o las cosas se complican, y necesitas realizar un apaño de última hora… Por lo que mis horarios de regreso a casa eran demasiado disparatados en ocasiones. El proyecto funcionaba bien, habíamos conseguido atraer a nuestro Hotel Imperial cuatro de los mayores eventos del mes de septiembre, y en octubre, seis de los diez principales. Quizás por las temperaturas agradables de la ciudad, casi todas las semanas podríamos colgar el cartel de “completo”, incluso reservando de manera permanente varias “junior suite” para cierto personaje del mundo del cine, y otro de la política, quienes apreciaban las comodidades y, sobre todo, la intimidad que les proporcionábamos… Insisto, fue un trabajo en equipo desde el primer momento, y por eso nos salió bien la jugada.
Mis padres y mi hermana se vinieron a pasar diez días con nosotros, a finales de agosto… pero no pude estar con ellos demasiado tiempo, por culpa del trabajo. Me tomé un par de días libres para enseñarles Manilva, el pueblo de doña Clotilde, y también los campos, casas y viñas que en parte nos pertenecían, también hicimos algo e turismo por la zona, aunque a mi madre, lo que más la ilusionaba era poder estar con su nieto, con “su” Luis. Creo que era lo que necesitaba, para recuperar un poco la ilusión, tras la muerte del abuelo varios meses antes… Y pensar que no llegó a conocerlo por dos semanas…
Mi padre, tan cascarrabias como siempre, no pudo evitar sonreir cuando le cogió en brazos la primera vez… y le miraba… y luego me miraba a mí, como pensando: “Esta vez, soy yo quien da paseos por el pasillo, con mi nieto, aunque yo le cuente historias de dioses egipcios y griegos…”
En cuanto a mi hermana, se acercaba de vez en cuando, lo cogía en brazos, pero sin demasiado interés… bueno, eso fue hasta que Luis se puso a llorar en sus brazos… Supongo que todos los padres nos ponemos igual de gilipollas cuando nuestro hijo dice “guili,guili, guiliiii”, algunos incluso lo cuentan como si fueran las primeras palabras del bebé, apuntándolo en el “Cuaderno del primer año”… ¿Pero qué vas a apuntar, cuántas veces se puede cagar en media hora, o la altura del chorro de pis (te lo juro, una vez mojó el techo)? La única cosa que yo hacía, con la puntualidad de un reloj alemán, era hacerle una foto de su carita todos los meses, y también su medida y su peso, como recuerdo… Y no pudo faltar la típica foto en pelota picada, sobre la manta de borreguito, que esa no me la hicieron mis padres…
Los tres regresaron a Madrid, el treinta de agosto de 1999, con las pilas un poco más cargadas, saciados de olor a yodo y del sonido de las olas, y con la impresión de que nuestras vidas empezaban a encarrilarse. Mi padre, también muy en sus trece, montó expolio tras expolio, porque nos negamos a dejarle fumar en casa, ni siquiera en la terraza, y le mandábamos a la calle.
En cuanto a nuestra agencia de fotografía, iba francamente bien. Montse y Marisa demostraron ser unas excelentes profesionales y se incorporaron de forma total al equipo; Gonzalo y Leyre, quienes hicieron “oficial” lo “suyo” a finales de agosto, aunque se trataba de un secreto a voces… casi desde el primer momento…
Me hubiera gustado involucrarme más con el proyecto de “La Magia de tus ojos”, pero con mis nuevas obligaciones laborales y familiares, me convertí en el “fotógrafo de apoyo”. Seguíamos funcionando como antes, repartiendo beneficios por el trabajo realizado y el volumen de ingresos generados, y no nos podíamos quejar: obteníamos beneficios, eramos auto-suficientes, y poco a poco ahorrábamos para nuevos equipos, y devolvíamos los créditos y ayudas que nos habían sido concedidos. En varias ocasiones, tuvimos que renunciar a bodas, porque no disponíamos de suficientes fotógrafos y cámaras de confianza… y también descubrimos por azar que uno de nuestros colaboradores nos estaba plagiando el negocio…
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